Documento 3º de los Archivos de Isaac Alexander.
Escrito en (son iniciales) C.T.T.B. en el año de 1942
No podría, Lucilo, callar por más tiempo y no decirte que la vida es un pozo sin fondo. Nunca sabes aunque en el fondo siempre sepas y viceversa (de ahí la imagen de la vida como un pozo sin fondo). Te contaría si no fuera por un pudor a desnudarme que antes no tenía, un ejemplo propio (quizá los años te vuelven cauto y es cuando el tiempo pasa cuando empiezas a entender el cuadro de Tiziano llamado Alegoría de la Prudencia lo que también te lleva -La Prudencia- al borde de la tumba porque tengo para mí, Lucilo, que volverse prudente es comenzar a morir). ¿También es comenzar a morir no querer saber más?
Hagamos si quieres una excepción a este camino que ya comienza a declinar y te explicaré por medio de un ejemplo propio el pozo sin fondo que es la vida (quizás al hacerlo me estoy vivificando y me alejo de nuevo de esa luz que según Modest Urgell hay tras la sombra del vivir). Soy un hombre que como tantos miles está sufriendo la injusticia en esta guerra extraña, llena de experimentos que marcará por centenares de años las relaciones entre la especie humana. Hay mañanas en las que me levanto y sé pensar y digo que sé pensar porque hay mañanas en las que no sé pensar y no porque se me haya olvidado sino porque no he conseguido el alimento suficiente para poder pensar; debes saber Lucilo que en el mundo hay millones de seres que no pueden pensar porque no tienen alimento que permita que las neuronas puedan ejercer esa función. Si te dicen, como te dirán, que la mente es la potencia intelectual del alma, no lo creas; la potencia intelectual del alma son los bistecs y las acelgas y las fresas y los limones y los guisantes y la leche y la miel; bien, hay mañanas pues en las que sé pensar (no me preguntes ni quieras saber dónde me encuentro; el lugar marcaría para siempre lo que quiero transmitirte y sólo por eso el lugar vencería sobre mi pensamiento y este es tan valioso -por lo escasos que son- que no voy a permitirlo) y entonces se me aparece el deseo de tener un hijo. Yo sé que nunca tendré un hijo. No podría de ninguna de las maneras desearlo. Pero sé por qué hay mañanas en las que quiero tener un hijo y es porque llego a pensar en la idea de mi especie y no en mi especie. No voy a criticar más a Platón y esa nefasta idea que tuvo de la Idea sólo quiero decirte y te ruego que pienses, mi querido Lucilo, que cualquier pesar que te llague tendrá como base la idea y no la realidad porque la realidad no admite virtud ni pecado, la realidad no tiene moral. Y cuando deseo tener ese hijo que en realidad no quiero tener (que nunca tendré) mi vista se desvía hacia una construcción (no quiero tampoco poner la palabra exacta de esa construcción porque su nombre determinaría en exceso la ambigüedad que con respecto al lugar en el que me encuentro quiero mantener en el relato) en la que habita una mujer fea, con los cabellos lacios y oscuros, con unos senos que ya no son senos, con unas caderas que quizás en algún tiempo pudieron seducir la mirada del macho y valorar la concepción entre sus fronteras o como decíamos camaradas jóvenes cuando reíamos en las tabernas de algunos puertos, Era una mujer que no tenía dónde agarrarse. Dirás, Y entonces, tío, ¿Por qué tu deseo de un hijo tomaba como recipiente a una mujer tan poco adecuada a semejante fin? Mi respuesta será tan absurda como el deseo del que parte, te recuerdo: querer tener un hijo, yo que no quiero tener un hijo, que jamás lo tendré y si lo tuviera lo asesinaría nada más nacer para que viviera lo menos posible. Pues bien mi respuesta es que esa mujer tiene la mirada más limpia que jamás he visto y casi puedo asegurar que jamás veré. Esa mujer, Lucilo, cuando mira atraviesa el mundo de tal manera que sabes a ciencia cierta que nada la sojuzgará; esa mujer, Lucilo, es la quintaesencia de la santidad si entendemos por santidad la ausencia de dolor y te puedo asegurar que aquí el dolor es la moneda con la que se paga la vida; esa mujer ha llegado a un lugar en el que su vientre sería el receptáculo mágico de una concepción feliz. Cuando puedo pensar y la veo y ella me mira, el velo de la existencia se disipa un segundo; a través de su mirada veo los prados que recorreré, los gozos que disfrutaré en cuerpos de otras mujeres e intuyo que cuando eso ocurra la mirada de esa mujer fea y escurrida será el puerto al que me gustaría llegar y al que nunca llegaré; es su mirada la que me hace asomarme al brocal del pozo de la vida y mirar sin temor al fondo sin fondo. Y entonces parece decirme, Isaac no pienses más, sólo mira. Y yo durante un rato, Lucilo, sólo miro y al mirar tan solo imagino y al imaginar por fin la vida es insondable, pozo sin fondo, claridad oscura.
Hagamos si quieres una excepción a este camino que ya comienza a declinar y te explicaré por medio de un ejemplo propio el pozo sin fondo que es la vida (quizás al hacerlo me estoy vivificando y me alejo de nuevo de esa luz que según Modest Urgell hay tras la sombra del vivir). Soy un hombre que como tantos miles está sufriendo la injusticia en esta guerra extraña, llena de experimentos que marcará por centenares de años las relaciones entre la especie humana. Hay mañanas en las que me levanto y sé pensar y digo que sé pensar porque hay mañanas en las que no sé pensar y no porque se me haya olvidado sino porque no he conseguido el alimento suficiente para poder pensar; debes saber Lucilo que en el mundo hay millones de seres que no pueden pensar porque no tienen alimento que permita que las neuronas puedan ejercer esa función. Si te dicen, como te dirán, que la mente es la potencia intelectual del alma, no lo creas; la potencia intelectual del alma son los bistecs y las acelgas y las fresas y los limones y los guisantes y la leche y la miel; bien, hay mañanas pues en las que sé pensar (no me preguntes ni quieras saber dónde me encuentro; el lugar marcaría para siempre lo que quiero transmitirte y sólo por eso el lugar vencería sobre mi pensamiento y este es tan valioso -por lo escasos que son- que no voy a permitirlo) y entonces se me aparece el deseo de tener un hijo. Yo sé que nunca tendré un hijo. No podría de ninguna de las maneras desearlo. Pero sé por qué hay mañanas en las que quiero tener un hijo y es porque llego a pensar en la idea de mi especie y no en mi especie. No voy a criticar más a Platón y esa nefasta idea que tuvo de la Idea sólo quiero decirte y te ruego que pienses, mi querido Lucilo, que cualquier pesar que te llague tendrá como base la idea y no la realidad porque la realidad no admite virtud ni pecado, la realidad no tiene moral. Y cuando deseo tener ese hijo que en realidad no quiero tener (que nunca tendré) mi vista se desvía hacia una construcción (no quiero tampoco poner la palabra exacta de esa construcción porque su nombre determinaría en exceso la ambigüedad que con respecto al lugar en el que me encuentro quiero mantener en el relato) en la que habita una mujer fea, con los cabellos lacios y oscuros, con unos senos que ya no son senos, con unas caderas que quizás en algún tiempo pudieron seducir la mirada del macho y valorar la concepción entre sus fronteras o como decíamos camaradas jóvenes cuando reíamos en las tabernas de algunos puertos, Era una mujer que no tenía dónde agarrarse. Dirás, Y entonces, tío, ¿Por qué tu deseo de un hijo tomaba como recipiente a una mujer tan poco adecuada a semejante fin? Mi respuesta será tan absurda como el deseo del que parte, te recuerdo: querer tener un hijo, yo que no quiero tener un hijo, que jamás lo tendré y si lo tuviera lo asesinaría nada más nacer para que viviera lo menos posible. Pues bien mi respuesta es que esa mujer tiene la mirada más limpia que jamás he visto y casi puedo asegurar que jamás veré. Esa mujer, Lucilo, cuando mira atraviesa el mundo de tal manera que sabes a ciencia cierta que nada la sojuzgará; esa mujer, Lucilo, es la quintaesencia de la santidad si entendemos por santidad la ausencia de dolor y te puedo asegurar que aquí el dolor es la moneda con la que se paga la vida; esa mujer ha llegado a un lugar en el que su vientre sería el receptáculo mágico de una concepción feliz. Cuando puedo pensar y la veo y ella me mira, el velo de la existencia se disipa un segundo; a través de su mirada veo los prados que recorreré, los gozos que disfrutaré en cuerpos de otras mujeres e intuyo que cuando eso ocurra la mirada de esa mujer fea y escurrida será el puerto al que me gustaría llegar y al que nunca llegaré; es su mirada la que me hace asomarme al brocal del pozo de la vida y mirar sin temor al fondo sin fondo. Y entonces parece decirme, Isaac no pienses más, sólo mira. Y yo durante un rato, Lucilo, sólo miro y al mirar tan solo imagino y al imaginar por fin la vida es insondable, pozo sin fondo, claridad oscura.
¿Se puede estar buscando al padre desaparecido durante 70 años y transcurrido ese tiempo seguir llorando por no haberlo podido encontrar?
¿No es más sensato pensar si se tiene fe en un Dios que este Dios tiene un hermano tonto que es el causante de todas las miserias de este mundo?
¿No hay que aceptar el fin cuando todo nos lleva al fin?
¿Qué sistemas de defensa? ¿Qué olores que permanecen? ¿Qué esperanza ciega? ¿Qué recuerdos?
Los hemba son un pueblo curioso que piensan que el brujo vive entre ellos y no, como la mayoría de los pueblos que tienen a la brujería como uno de los poderes más poderosos del mundo, fuera, en otra aldea de otra gente que quiere su mal por ser Los Otros. Así los hemba viven en una perpetua angustia porque no saben si la persona que vive con ellos, que duerme en la misma estera y come en el mismo cuenco que ellos, es un brujo. Porque no se conoce la voz del brujo. Porque no se conoce los rasgos del brujo. Porque cualquiera puede nacer brujo. El Mal entre los hemba habita en su misma aldea.
A veces discurro que en nuestra mente -como si de una aldea hemba se tratara- habita el brujo. El Mal habita en nuestra mente y es nuestra mente quien nos quiere hacer el mal. Hay en la mente una capacidad de destrucción absoluta. Por eso, a veces, en la noche de la mente tienen que salir los familiares sanos y esconder al enfermo, lejos del brujo, para que pueda sanar y no emponzoñe a toda la aldea que es la mente.
¿Cómo explicamos el daño al querido? Es más ¿cómo podemos articular que nos duele doler? Tan sólo si admitimos la manipulación con las palabras o -por ir más allá- tan sólo si admitimos la inconsciencia del mal; si admitimos que la ilusión de lo que creemos ser está por encima de la realidad de lo que somos, se puede admitir que alguien crea que le duele hacer daño. Si no es así, afirmo que dolerse por hacer daño es un oximoron. Y como consecuencia: todo aquel que afirma que le duele dañar a quien dice querer es un maltratador.
"A quien dice querer", esta frase es esencial.
¿Cómo explicamos la aceptación del supuesto querido del dolor infligido por quien le dice querer? El brujo, es el brujo que habita en nosotros... Y por lo tanto hay que buscarlo, hay que remover todos los rincones de la aldea/mente hasta encontrar al Mal que nos hace confundir dolor con esperanza, anhelo con frustración, virtualidad con realidad y veneno con alimento.
Porque esa es una de las bases del maltrato: dar veneno con apariencia de alimento.
A toda afirmación se sigue, de forma natural, una nueva pregunta.
¿No es más sensato pensar si se tiene fe en un Dios que este Dios tiene un hermano tonto que es el causante de todas las miserias de este mundo?
¿No hay que aceptar el fin cuando todo nos lleva al fin?
¿Qué sistemas de defensa? ¿Qué olores que permanecen? ¿Qué esperanza ciega? ¿Qué recuerdos?
Los hemba son un pueblo curioso que piensan que el brujo vive entre ellos y no, como la mayoría de los pueblos que tienen a la brujería como uno de los poderes más poderosos del mundo, fuera, en otra aldea de otra gente que quiere su mal por ser Los Otros. Así los hemba viven en una perpetua angustia porque no saben si la persona que vive con ellos, que duerme en la misma estera y come en el mismo cuenco que ellos, es un brujo. Porque no se conoce la voz del brujo. Porque no se conoce los rasgos del brujo. Porque cualquiera puede nacer brujo. El Mal entre los hemba habita en su misma aldea.
A veces discurro que en nuestra mente -como si de una aldea hemba se tratara- habita el brujo. El Mal habita en nuestra mente y es nuestra mente quien nos quiere hacer el mal. Hay en la mente una capacidad de destrucción absoluta. Por eso, a veces, en la noche de la mente tienen que salir los familiares sanos y esconder al enfermo, lejos del brujo, para que pueda sanar y no emponzoñe a toda la aldea que es la mente.
¿Cómo explicamos el daño al querido? Es más ¿cómo podemos articular que nos duele doler? Tan sólo si admitimos la manipulación con las palabras o -por ir más allá- tan sólo si admitimos la inconsciencia del mal; si admitimos que la ilusión de lo que creemos ser está por encima de la realidad de lo que somos, se puede admitir que alguien crea que le duele hacer daño. Si no es así, afirmo que dolerse por hacer daño es un oximoron. Y como consecuencia: todo aquel que afirma que le duele dañar a quien dice querer es un maltratador.
"A quien dice querer", esta frase es esencial.
¿Cómo explicamos la aceptación del supuesto querido del dolor infligido por quien le dice querer? El brujo, es el brujo que habita en nosotros... Y por lo tanto hay que buscarlo, hay que remover todos los rincones de la aldea/mente hasta encontrar al Mal que nos hace confundir dolor con esperanza, anhelo con frustración, virtualidad con realidad y veneno con alimento.
Porque esa es una de las bases del maltrato: dar veneno con apariencia de alimento.
A toda afirmación se sigue, de forma natural, una nueva pregunta.
Ensayo
Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/02/2016 a las 13:12 |
Un elemento diabólico ligado a la actividad sexual (no sólo en las grandes religiones monoteístas). En la cueva de Lascaux –en el pozo de Lascaux. Una cueva a la que hay que descender por medio de una escalera vertical. Oculta durante miles y miles de años- un hombre con cara de pájaro –o máscara de pájaro- yace empalmado ante un bisonte que tiene las entrañas colgando. Algo apartado, un rinoceronte se aleja de la escena. Esa pintura, en las paredes de la cueva de Lascaux, es una de las obras de arte más enigmáticas de la humanidad (Georges Bataille. Las lágrimas de Eros)
La muerte vinculada al pecado. A la exaltación sexual, es decir al erotismo. Petit morte/orgasmo. Como una ausencia. Un irse en la plena excitación sexual. La que lleva al éxtasis, a un salirse de sí mismo. Sentimiento primigenio que no busca la progenie sino la voluptuosidad en sí, el frenesí. El erotismo es la pasión en los cuerpos.
Caverna de los Tres hermanos. La Gruta de Isturitz.
Esos retorcimientos. Esa antigüedad de las Venus del magdaleniense. Ya los pechos soberanos y el sexo femenino y los sexos masculinos italofálicos. Ingenuidad y juego. Como el juego se opone al trabajo (y el hombre dicen que es hombre porque trabaja. Porque el hombre trabaja se aleja del animal y se hace hombre. Georges Bataille, Las lágrimas de Eros) el erotismo se opone al sexo animal, al mero ardor de un instante. El erotismo dilata la quemazón animal y lo expande.
Luego vinieron los sagrados alientos de circulación giratoria y siete pequeñas ruedas giraban mientras se libraban reñidas batallas entre los Creadores y los Destructores y también inmensas batallas por el Espacio. En la Noche del Universo no había besos. No había bocas mordiendo las bocas. No había órganos buscando olores. Ni figuras machihembradas riéndole a la luna –y sus sangres-.
Una estatuilla erótica en el desierto de Judea.
Una narración obscura. Lo arcaico.
De la noche infinita surgieron los abrazos con sabor a sal y a un deseo que se retrasa, una culminación que no se busca. El jadeo. La humedad.
¿No es castigo corporal la ausencia de posibilidad erótica en las prisiones modernas? La justicia que ya no quiere castigar al cuerpo, ¿no lo castiga de esa forma?
El corazón del hombre-planta
La Vida precede a la forma. La Vida sobrevive al último átomo.
Pez. Pecado. Soma.
La muerte vinculada al pecado. A la exaltación sexual, es decir al erotismo. Petit morte/orgasmo. Como una ausencia. Un irse en la plena excitación sexual. La que lleva al éxtasis, a un salirse de sí mismo. Sentimiento primigenio que no busca la progenie sino la voluptuosidad en sí, el frenesí. El erotismo es la pasión en los cuerpos.
Caverna de los Tres hermanos. La Gruta de Isturitz.
Esos retorcimientos. Esa antigüedad de las Venus del magdaleniense. Ya los pechos soberanos y el sexo femenino y los sexos masculinos italofálicos. Ingenuidad y juego. Como el juego se opone al trabajo (y el hombre dicen que es hombre porque trabaja. Porque el hombre trabaja se aleja del animal y se hace hombre. Georges Bataille, Las lágrimas de Eros) el erotismo se opone al sexo animal, al mero ardor de un instante. El erotismo dilata la quemazón animal y lo expande.
Luego vinieron los sagrados alientos de circulación giratoria y siete pequeñas ruedas giraban mientras se libraban reñidas batallas entre los Creadores y los Destructores y también inmensas batallas por el Espacio. En la Noche del Universo no había besos. No había bocas mordiendo las bocas. No había órganos buscando olores. Ni figuras machihembradas riéndole a la luna –y sus sangres-.
Una estatuilla erótica en el desierto de Judea.
Una narración obscura. Lo arcaico.
De la noche infinita surgieron los abrazos con sabor a sal y a un deseo que se retrasa, una culminación que no se busca. El jadeo. La humedad.
¿No es castigo corporal la ausencia de posibilidad erótica en las prisiones modernas? La justicia que ya no quiere castigar al cuerpo, ¿no lo castiga de esa forma?
El corazón del hombre-planta
La Vida precede a la forma. La Vida sobrevive al último átomo.
Pez. Pecado. Soma.
Ensayo
Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/01/2016 a las 23:04 |
Hacia un cielo lejano (no sabría decirlo mejor. Buceo en viejas palabras. He vuelto a los diccionarios [queridos contenedores de todo lo posible del mundo] porque buscaba lo que pudiera definir [poner límites] a esto que siento algunas tardes y asi vagabundeando me he fijado [como si con ello definiera algo] en microorganismo y he supuesto en esta imaginación que escribe cuando escribe que no piensa antes de escribir sino que mientras escribe tan solo escribe, he supuesto: sobre el horizonte, en la más lejana de la montañas, se había posado como si fuera el microorganismo de un cometa un rayito de sol y también, sin dejarme ir más allá de un millar de palabras me he detenido en nueza y en un dulce hecho con pasta de harina, miel y nueces que se llama nuégado) anudado en un fin sin fin, en un lamento sin lamento, en una risa con ojos tristes. (Si suena el acordeón con tempo de vals. Si me siento inexpugnable. Si aliento la infancia sin atreverme a entrar en ella. Si recuerdo la orden del autor de no estrenar la obra hasta transcurridos veinticinco años tras su muerte. Si arden mis labios. Si nada se puede desenredar. Si lo inexplicable se deja sin explorar [o tropa de a pie; o componían una agrupación multicolor; o fuese tan infame; o niñez]. Si dejara sacudir por la última puerta. Si me mostrara tal cual soy. Si confesara el desplazamiento. Si permaneciera justo, siempre justo.
Duele el presagio, como si dijera Los trenes cruzaban Europa como fantasmas. Podría acudir al recuerdo de mi apostasía. Podría hablar de la ferocidad, sí también de la ferocidad y presentar, por ejemplo, una edición nueva de un poema viejo. Podría hablar de expansión. Podría tergirversar algún argumento. O solidificarme. Quietamente) Porque la tarde me emplaza un día más (como la perícopa del profeta Miqueas se ha de leer en el tiempo del Adviento). Porque la vena cava se hunde un poco más. Porque el tránsito de la sangre no se espesará hasta detenerse. Porque la mirada cansada. Porque la mano que tapa el rostro. Porque un grito ajeno hoy que no han sonado los disparos al otro lado del muro. Hoy de cielos grises, arrebatados y bellos. Hoy de carreras. Hoy de arbustos. Hoy de una actuación prodigiosa. Perimundo (cada vez más rústico, sin ganas de dormir en la noche, geórgico [mi Virgilio porque recuerdo ahora cuando leía su Eneida y sentía la imposibilidad de llegar y el desafuero del hombre {el propio Virgilio} que quiso quemar su obra por imperfecta]como si tuviera [en ensoñación kafkiana] el cuerpo largo y estrecho, con diez pares de patas y uno de quelíceros). Olor de retama.
Duele el presagio, como si dijera Los trenes cruzaban Europa como fantasmas. Podría acudir al recuerdo de mi apostasía. Podría hablar de la ferocidad, sí también de la ferocidad y presentar, por ejemplo, una edición nueva de un poema viejo. Podría hablar de expansión. Podría tergirversar algún argumento. O solidificarme. Quietamente) Porque la tarde me emplaza un día más (como la perícopa del profeta Miqueas se ha de leer en el tiempo del Adviento). Porque la vena cava se hunde un poco más. Porque el tránsito de la sangre no se espesará hasta detenerse. Porque la mirada cansada. Porque la mano que tapa el rostro. Porque un grito ajeno hoy que no han sonado los disparos al otro lado del muro. Hoy de cielos grises, arrebatados y bellos. Hoy de carreras. Hoy de arbustos. Hoy de una actuación prodigiosa. Perimundo (cada vez más rústico, sin ganas de dormir en la noche, geórgico [mi Virgilio porque recuerdo ahora cuando leía su Eneida y sentía la imposibilidad de llegar y el desafuero del hombre {el propio Virgilio} que quiso quemar su obra por imperfecta]como si tuviera [en ensoñación kafkiana] el cuerpo largo y estrecho, con diez pares de patas y uno de quelíceros). Olor de retama.
Puede ser por una inundación
(el arte navega a la deriva
se diluyen las formas) en una gran casa, en una mansión en la cual cuando la miseria surge es más miseria
Porque fuimos más libres, quizá tan sólo es eso y ahora siento un mundo lleno de papeles y ausencia de amor (yo sé que todo es fácil cuando no hay lucha. La lucha mantiene al hombre vivo)
Me decía el otro día: dios -cualquier idea de dios- ha de tener como fundamento primero de su ser dios la inmovilidad. Lo inmóvil en dios es tan consustancial a él como el devenir en lo terrestre y a partir de ese perpetuum inmovile de dios me preguntaba, ¿por qué carajo a un ser en todo quieto le iba a dar por idear el movimiento?
Soy un inadaptado social. No me siento especialmente orgulloso de ello sobre todo porque no es constructo mío pero tampoco reniego de esa condición que lleva a quien la posee a amar la naturaleza por encima de todas las sociedades
Estoy harto de los detectores de metales
Harto de los metales
Harto de las películas, las novelas, el arte y la música que tienen como tema la violencia
Los hombres cuando hablan
vendería al diablo todos los discursos de los Hombres
por una tarde con Violeta, (paseando por el bosque, el perro husmea, huele la jara o el brezo, a los lejos las olas mascullan su barcarola y en lo alto, como cada día, el sol se deja vencer)
Mi no nombre es Olmo
MI no nombre es Isaac
Mi no nombre es Milos
Mi no nombre es Fernando
Mi no nombre es Molviedro
Mi no nombre es Muso
Mi no nombre es Bestiaria
Mi no nombre es Oblongo Esún
Y tengo otros miles de no nombres más
(ese abrazo. Continuidad de los parques. La última llama. Ese cuerpo que realmente palpita. Pegado a mí. En un baño amplio. La última noche. No sé cuándo fue por última vez enero. En este sin sentido. Deben ser los años. Los cincuentena larga de años. No soporto el poder. No soporto a quien lo ejerce. Será por haber nacido en noviembre)
(el arte navega a la deriva
se diluyen las formas) en una gran casa, en una mansión en la cual cuando la miseria surge es más miseria
Porque fuimos más libres, quizá tan sólo es eso y ahora siento un mundo lleno de papeles y ausencia de amor (yo sé que todo es fácil cuando no hay lucha. La lucha mantiene al hombre vivo)
Me decía el otro día: dios -cualquier idea de dios- ha de tener como fundamento primero de su ser dios la inmovilidad. Lo inmóvil en dios es tan consustancial a él como el devenir en lo terrestre y a partir de ese perpetuum inmovile de dios me preguntaba, ¿por qué carajo a un ser en todo quieto le iba a dar por idear el movimiento?
Soy un inadaptado social. No me siento especialmente orgulloso de ello sobre todo porque no es constructo mío pero tampoco reniego de esa condición que lleva a quien la posee a amar la naturaleza por encima de todas las sociedades
Estoy harto de los detectores de metales
Harto de los metales
Harto de las películas, las novelas, el arte y la música que tienen como tema la violencia
Los hombres cuando hablan
vendería al diablo todos los discursos de los Hombres
por una tarde con Violeta, (paseando por el bosque, el perro husmea, huele la jara o el brezo, a los lejos las olas mascullan su barcarola y en lo alto, como cada día, el sol se deja vencer)
Mi no nombre es Olmo
MI no nombre es Isaac
Mi no nombre es Milos
Mi no nombre es Fernando
Mi no nombre es Molviedro
Mi no nombre es Muso
Mi no nombre es Bestiaria
Mi no nombre es Oblongo Esún
Y tengo otros miles de no nombres más
(ese abrazo. Continuidad de los parques. La última llama. Ese cuerpo que realmente palpita. Pegado a mí. En un baño amplio. La última noche. No sé cuándo fue por última vez enero. En este sin sentido. Deben ser los años. Los cincuentena larga de años. No soporto el poder. No soporto a quien lo ejerce. Será por haber nacido en noviembre)
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Ensayo
Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/03/2016 a las 00:17 |