Querida Julia:
Hoy cumples 110 años aunque ya lleves varios en el lado de allá. Justamente hoy pensaba que en qué momento nace uno realmente. Pensaba, fíjate que sigo siendo el mismo sonso de siempre, que uno nace cuando se recuerda vivo por primera vez. Hasta ese momento la conciencia de sí no existe. Incluso pensaba -sonso sonso- que quizá haya varios momentos del nacer: el nacimiento propiamente dicho, el nacimiento consciente y el nacimiento inconsciente que podría surgir antes de salir al mundo, aún en el útero de la madre.
¡Qué hermosa estaba hoy la montaña! Era el mundo el verdor pálido de la tierra en noviembre, las nubes grises corriendo bajo el cielo, los árboles que se dejan ir como sus hojas se dejan caer y Nilo corriendo y yo ascendiendo hasta el abrevadero de arriba, a 1260 metros de altitud.
Que no te voy a contar mundanidades. Hoy no. Hoy no te quiero disgustar. Porque mi casa es agradable quizá. Porque por lo menos he vivido un año como yo quería vivir y creo que eso se nota en mi estado de ánimo. Porque es probable que pase más tiempo en esta derrota -en su sentido marinero de rumbo-; un trayecto de una soledad intensa y de cierta comunión con mi entorno. También la calma del lugar ha propiciado una autocrítica más serena en la que apenas ha surgido el término culpa. Me voy conociendo. Voy decapándome.
¡Cuántas lluvias, Julia! ¡Qué hermosa eras! ¡Qué buena persona! ¡Socialista de corazón! ¡Hija del Pueblo! Tengo la suerte de conservar grabadas varias horas de conversación contigo. Atrapé tu voz en el electromagnetismo. ¡Bendito sea! A veces -no muchas porque me entra una tristeza que no tiene que ver con el presente; es una tristeza de las viejas culpas, de los días de plomo cuando la vida era una bala que taladraba cada segundo mi cerebro sin llegar a matarlo; es una tristeza de conceptos rancios como el olor de los abrigos que estuvieron demasiado tiempo metidos en los armarios- escucho tu voz y tus historias. ¡Mira que tenías el arte de contar entre tus virtudes! ¡Qué bien contabas! ¡Qué bien sentías!
Intento escabullirme del nazismo en el que estamos sumidos. Y si lo intento es porque tú -entre otras maestras- me enseñaste a reconocerlo. El hondo amar. El hondo disfrutar. La tolerancia como principio rector de mi huida. Ahora eso sí, en cuanto puedo, intento sembrar -como tú hiciste conmigo- una pequeña semilla de pensamiento crítico.
Te quiero, Julia, vaya que si te quiero
Tuyo siempre
Fernando
Q. ***
Ni siquiera me atrevo a escribir tu nombre. Es como si todas las constelaciones de las galaxias todas lo impidieran. Quisiera ponerme muy serio y al mismo tiempo quisiera ponerme muy gracioso y también solemne y claro, también banal... ya sabes (¿o ya no sabes?) que no puedo. Las mañanas me cuestan. No quiero levantarme. Prefiero quedarme un rato, sólo un rato más para ver si sueño o no despierto. Luego hago el esfuerzo y me levanto y lo primero que siento es tu ausencia un día más. Sé que tampoco hoy será el día en el que vuelvas a ponerte en contacto conmigo. Sé que no será el día en el que volveré a escuchar tu voz. Sé que tampoco hoy será el día en que despierte de esta pesadilla que se alarga ya más de cuatro años. Desayuno. Siento la congoja. Me recompongo. Hago, a rastras, mis quehaceres y al llegar la noche deseo con todas mis fuerzas que el sueño llegue para volver a dormir, dormir... He parado. Me he dicho, ¿Para qué escribes esta carta? ¿Cuándo empezó todo? ¿Cómo empezó todo? ¿Cómo si sabes que no tiene la más mínima trascendencia sigues anclado en una espera que se hará eterna, es decir, se hará no tiempo? No tiempo vivido. No tiempo compartido. No tiempo usado. Sí tiempo desperdiciado. Sí génesis, seguramente, de la enfermedad que me llevará a morir. Luego pienso, aunque no estuviera ocurriendo esto seguirías siendo el mismo tipo con tendencia a la monomanía no se lo achaques eres tú que desde hace muchos años a esta parte andas a vueltas con todo buscando respuestas donde no puede haberlas siguiendo rastros que acaban en callejones sin salida queriendo que en los otros se hallen las soluciones cuando sabes lo sabes lo sabes que la única solución está en ti y esa solución sería la plena aceptación de la vida el absoluto respeto a las decisiones de los otros no pensar no exigir no tener actitudes preconcebidas y empezar a pensar en la solución del perdón empezar a perdonarte de una vez y levantarte una mañana y seguir tu camino y saber que hiciste lo correcto dentro de los estrechos límites que nos son dados a los humanos por mucho que venga el fenecido Escohotado a cantarnos las glorias de la civilización occidental y asegure que estamos mejor que queremos y se mofe de aquellos que se quejan de lo mal que está el mundo él el muerto Escohotado que acabó defendiendo a los mercaderes del templo y renegando de los que ponen el grito en el cielo ante las injusticias del mundo cuando no mucho atrás se jactaba de justo lo contrario seguir mi camino y si alguna vez me volviera a cruzar contigo si quisiera la divina tyché que nos encontráramos en una calle en una nevada bajo palio en el cementerio de La Chacarita en una balconada en un precipicio en una montaña rusa en una laguna seca en un páramo verdecido en una sala de una casa recién construida en un avión en un bar en una pista de tenis en un simposio de ergonómica en una plazuela de nuestra ciudad o un recinto ferial pudiera mirarte a los ojos tus preciosos ojos redondos y sonreír como si la devastación no hubiera acabado con mi carne y todo lo vivido desde tu desaparición no hubiera sido una estancia en el Tártaro donde cada segundo dura mil años y donde la luz no es conocida. Esas cosas pienso, sin puntos ni comas, todo de seguido, del todo loco, a punto de abrirme el pecho y sacarme el corazón y ofrecértelo por si la sangre derramada y los pálpitos del músculo pudieran hacerte recapacitar y que tú también me miraras y, ¡Oh, Dios en el que no creo; Oh, Diosa en la que no creo, Oh, daimones en los que no creo; Oh, duendes en los que no creo; Oh, espíritus en los que no creo! con la sonrisa propia de los que fueron hijos me dijeras, He vuelto. Quisiera hablar contigo.
Tuyo siempre tu ***
Epistolario
Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/04/2024 a las 18:47 | {0}Estuve allí. En algún momento sentí la dicha de percibir. Es una emoción intensa. Sabe a sal. Estuve allí y vi el atardecer mientras olía la mar a espera, a constante vaivén de una idea. ¡Vaya si estuve! Ahora ha vuelto a girarse el aire y se ha burlado de mí, de mi sorpresa, del tropiezo. ¿Qué es el sur?
A veces es la extrañeza extrema, ésa que nos deja con la boca entreabierta, absortos en una imagen mental que se ve mejor si inclinamos y ladeamos un poco el cuello hacia su lado natural; a veces es una ternura cuyo límite sería el miedo o cualquier otro tipo de parálisis; a veces es congoja; otras...
¿Sólo gimnasia? Entonces ¿el fracaso existe? ¿quedamos en eso? ¿Y Homero? ¿La labor ha sido vencida? ¿No podría ser una elección que no ha sido programada por la mente sino por un afán que estaba ahí, una miasma con alma si quieres, que se hubiera introducido en el organismo al inhalar el aire de un salón en otoño a través de cuyas paredes de cristal se puede ver un jardín de arces en plena decadencia del color en sus hojas? Una elección del alma cósmica digo, una elección arbitraria e inconsciente.
A punto de saltar la trascendencia estuve. No me rompí del todo tan sólo me quedé quebrado.
¿Recuerdas que estuvimos juntos en el sur? Los dos sabíamos lo que era el sur. Si decíamos sur entendíamos lo mismo. Encajábamos el sur en su contexto con la naturalidad propia de los naturales de una lengua. También tus ojos. También nuestras miradas, esa lengua también la compartíamos. ¿Recuerdas aquellos días de julio en el suroeste? Las tardes. Los juegos. La risa. El cansancio. Cierto tedio. ¿Fue allí el principio? ¿Recuerdas que estuvimos juntos en el sur?
Dedicado a Adolfo que murió el sábado 2 de diciembre
...las temperaturas han bajado... ¿fue el sábado cuando las nubes andaban locas? ¿entonces ya habías decidido, muchacho valiente que moriste mayor?... esta mañana un hombre ha estado a punto de embestirme con su coche... recuerdo un día jugando a la pelota en la piscina de tu casita... tu casita tenía algo de Hansel y Gretel por eso la nombro con diminutivo... oigo voces... ¿oyes voces? ¿alguien te susurró al oído el bardo del inicio del viaje? ¿hubieras querido?... no se fue la luz y respiré hondo... los ojos de tu sobrina Olivia me recordaron a los tuyos... al volver del tanatorio sentía extraño el mundo, siempre me pasa cuando alguien cercano muere, también suelo sentir la muerte cuando se acerca, quizá sea porque la vi cuando murió mi tía Adela, siendo yo muy niño, no más de ocho años tendría y cuando ocurre algo así -ver la muerte de niño- no dejas ya de verla nunca; quizá la vi antes: nada más nacer vino a por mí, fue la primera vez que la vencí pero las heridas de la lucha me dejaron cojo para siempre; volvió a por mí un par de veces más y volví a vencerla y volvió a dejarme malherido; sinceramente, querido, no creo que la venza muchas veces más si es que alguna victoria me queda. Ya descansas. Tus últimos días fueron agónicos -agónicos en su sentido etimológico; αγον como lucha-. Seguro que luchaste duro. Seguro que tuviste fe. Seguro que agradeciste la mirada de alguien que un día de los malos estuvo junto a ti. ¿Inspiras? Inspira. Seguro que cuando fuiste entrando en la paz de la sedación tuviste un último pensamiento consciente. ¿Fue hermoso? ¿Fue sencillo?
Por si llega a tus ligeros conductos auditivos, por si alivia tu tránsito hacia lo inefable, por si hubiera algo que aliviar, déjame susurrarte el bardo del inicio del viaje, el que los monjes budistas del Tíbet susurran a los moribundos que están a punto de partir: Oh, noblemente nacido, ahora experimentas la Clara Luz primaria en su realidad, en el estado de bardo, donde todo es como el vacío de un cielo sin nubes. Intenta permanecer en este estado. Tu propio y claro intelecto, ahora en el vacío claramente desplegado -resplandeciente, emocionante y dichoso-, es ya la misma conciencia del propio y bondadoso Buda (sea lo que sea Buda). Ambos son indistinguibles y su unión es el cuerpo de la verdad, el dharma-kaya.
Y, sí, Adolfo, que la paz sea contigo.
Epistolario
Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/12/2023 a las 17:55 | {0}Querida Julia:
yo sé que la vejez se acerca. Tú lo supiste y lo viviste. Hoy cumplirías 109 años. Yo empiezo a sentir lo lejos que quedo en el tiempo como a mí me parecía lo lejos que quedabas tú cuando me decías, Fernandoski, yo nací cuando estalló la Primera Guerra Mundial. El otro día pensé, Yo nací quince años después de terminada la Segunda Guerra Mundial; es decir: si naciera hoy, habría nacido quince años después de las crisis de Lehman Brothers. ¡Qué lejos va quedando todo, Julia! y qué años tan difíciles. Espero que si hubieras seguido viva y con la cabeza en su sitio, me habrías llegado a querer bien, a querer de verdad (desde que dos mujeres de la familia lograron sembrar la cizaña en mi corazón, no puedo dejar de pensar que realmente no me quisiste tanto como yo creía sino que más bien utilizaste conmigo una política de apaciguamiento, siendo como eras una mujer que conocía la condición humana); de ahí mi esperanza en que si me hubieras conocido fuera ya del ámbito familiar, quizá me habrías tenido en verdadera estima (cabe por supuesto la posibilidad de que realmente me quisieras). Soy un mar de dudas, Julia. Tomo decisiones duras que me llagan y que sin embargo siento que son las que menos lo hacen. Quizá me reconvendrías. Y si lo hicieras con el corazón en la mano y sin andarte con paños calientes, estoy seguro que me callarías la boca. Podría imaginar la escena. Podría ver perfectamente a un hombre de sesenta y tres años que baja la mirada ante las verdades del barquero que le canta una mujer de ciento nueve como si realmente tuviera ocho años. Nos quedamos en los años que vivimos con los demás. Aunque es posible que si una vez que te hubiera escuchado, me hubieras pedido que te abriera mi corazón y yo realmente, quizá por primera vez, lo hiciera, entonces, digo, a lo mejor tú también descubrirías razones válidas nacidas más del amor que del rencor, más de una rendición que de una batalla, más de una asunción que de un desafío. Quizá no. Quizá me llevo equivocando todos estos años. En todo caso, estoy convencido que moriré sin saber y que nadie me dará explicaciones. ¡Qué poco he hablado! Qué poco me han hablado! Ya tú sabes… ya tú sabías… disculpa en todo caso a este viejo, a quien tú criaste, por tener la debilidad de quererte, de quererte siempre, de quererte tanto.
Siempre tuyo, siempre agradecido,
Fernandoski
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Epistolario
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/11/2024 a las 19:42 | {0}