...vengo, resuelta. Camino por la noche oscura del alma en estos tiempos de neones y contaminación lumínica. He sabido encontrar esa oscuridad. He aprendido a quedarme en ella. También he aprendido a no buscarte. No sé cuando me golpeó por primera vez esta idea de no quererte. Sí sé que a partir de ese momento ese pálpito fue constante. Lo hice.
Varias líneas están tachadas y hacen imposible su lectura.
No sé si he hecho bien. No sabría decirte cuántas veces he empezado esta carta. Nunca te la envié. No creo que ésta te la envíe. Llegará un momento en el que me pondré nerviosa y haré con estas hojas -si fuera que llevara varias escritas- una bola y la tiraré a la papelera; quizá se me salten las lágrimas y mire hacia la mesa donde oscura espera la pantalla del móvil; quizá sienta la tentación de llamarte (a veces he llegado hasta tu nombre) con la absoluta seguridad de que no caeré. Luego me olvidaré de ti. Tengo tanto que hacer. Tanta vida que vivir. Una vida que tú nunca compartirás conmigo. Una vida a la que te impido acceder. Una vida que transcurre por donde debe transcurrir. Escribo de esta forma porque leerás lo escrito. Yo sé que tú preguntarías: ¿Qué ves desde tu ventana? o sugerirías que podrías conocer mi casa o si aún fuera todo mucho más cordial, te presentarías tú una tarde, con la seguridad de quien sabe que será bien recibido.
Varias líneas están tachadas y hacen imposible su lectura.
No podría hacerlo. Me lo pido. Sé que es lo mínimo. No lo haré. No por escrito. Me aterra que quede un testimonio palpable de algo de lo que pasado el tiempo me podría arrepentir. La memoria es la base de los totalitarismos. Sin memoria la manipulación sería imposible. Yo podría mirarte a la cara una mañana en un parque y decirte o mentirte. Podría hacerlo porque esas palabras son aire. Se fueron. Por eso no esperes que de aquí puedas extraer una conclusión y menos aún una dirección. Nada escribiré de lo que pueda retractarme. Puedo escribir: a mi derecha hay un dibujo de una mujer desnuda. Puedo escribir: tengo el pelo largo y hoy me lo he recogido en un moño con un lápiz a modo de peineta. Puedo escribir: Eva está en la sala. Puedo escribir: a punto está la primavera.
Varias líneas están tachadas y hacen imposible su lectura.
Sé que no lo sé. No debo de ser consciente de que vas a morir. De que voy a morir y que ese tránsito no tiene fecha. No depende de la edad. Será que me siento eterna. Será que la muerte no me alcanza y también es muy posible que sea que no me importe si te alcanza a ti, si tú sí estás a tiro de ella. Los grises. No movemos en esa gama. No podría decirte siquiera. Sí, también lo pienso: yo podría mirarte a la cara una mañana en un parque y no decirte nada. Podría para mis adentros reírme de tu gesto o distraerme de ti por algo que ocurre a tus espaldas (un perro que se escapa, una bicicleta que pasa, un corredor que suda) (las siguientes tres palabras están tachadas) ...ni lo imagines (las siguientes cuatro palabras de la línea están tachadas) ...incendios
Varias líneas están tachadas y hacen imposible su lectura.
Fin del fragmento
Querida Julia:
Hoy cumples 110 años aunque ya lleves varios en el lado de allá. Justamente hoy pensaba que en qué momento nace uno realmente. Pensaba, fíjate que sigo siendo el mismo sonso de siempre, que uno nace cuando se recuerda vivo por primera vez. Hasta ese momento la conciencia de sí no existe. Incluso pensaba -sonso sonso- que quizá haya varios momentos del nacer: el nacimiento propiamente dicho, el nacimiento consciente y el nacimiento inconsciente que podría surgir antes de salir al mundo, aún en el útero de la madre.
¡Qué hermosa estaba hoy la montaña! Era el mundo el verdor pálido de la tierra en noviembre, las nubes grises corriendo bajo el cielo, los árboles que se dejan ir como sus hojas se dejan caer y Nilo corriendo y yo ascendiendo hasta el abrevadero de arriba, a 1260 metros de altitud.
Que no te voy a contar mundanidades. Hoy no. Hoy no te quiero disgustar. Porque mi casa es agradable quizá. Porque por lo menos he vivido un año como yo quería vivir y creo que eso se nota en mi estado de ánimo. Porque es probable que pase más tiempo en esta derrota -en su sentido marinero de rumbo-; un trayecto de una soledad intensa y de cierta comunión con mi entorno. También la calma del lugar ha propiciado una autocrítica más serena en la que apenas ha surgido el término culpa. Me voy conociendo. Voy decapándome.
¡Cuántas lluvias, Julia! ¡Qué hermosa eras! ¡Qué buena persona! ¡Socialista de corazón! ¡Hija del Pueblo! Tengo la suerte de conservar grabadas varias horas de conversación contigo. Atrapé tu voz en el electromagnetismo. ¡Bendito sea! A veces -no muchas porque me entra una tristeza que no tiene que ver con el presente; es una tristeza de las viejas culpas, de los días de plomo cuando la vida era una bala que taladraba cada segundo mi cerebro sin llegar a matarlo; es una tristeza de conceptos rancios como el olor de los abrigos que estuvieron demasiado tiempo metidos en los armarios- escucho tu voz y tus historias. ¡Mira que tenías el arte de contar entre tus virtudes! ¡Qué bien contabas! ¡Qué bien sentías!
Intento escabullirme del nazismo en el que estamos sumidos. Y si lo intento es porque tú -entre otras maestras- me enseñaste a reconocerlo. El hondo amar. El hondo disfrutar. La tolerancia como principio rector de mi huida. Ahora eso sí, en cuanto puedo, intento sembrar -como tú hiciste conmigo- una pequeña semilla de pensamiento crítico.
Te quiero, Julia, vaya que si te quiero
Tuyo siempre
Fernando
Q. ***
Ni siquiera me atrevo a escribir tu nombre. Es como si todas las constelaciones de las galaxias todas lo impidieran. Quisiera ponerme muy serio y al mismo tiempo quisiera ponerme muy gracioso y también solemne y claro, también banal... ya sabes (¿o ya no sabes?) que no puedo. Las mañanas me cuestan. No quiero levantarme. Prefiero quedarme un rato, sólo un rato más para ver si sueño o no despierto. Luego hago el esfuerzo y me levanto y lo primero que siento es tu ausencia un día más. Sé que tampoco hoy será el día en el que vuelvas a ponerte en contacto conmigo. Sé que no será el día en el que volveré a escuchar tu voz. Sé que tampoco hoy será el día en que despierte de esta pesadilla que se alarga ya más de cuatro años. Desayuno. Siento la congoja. Me recompongo. Hago, a rastras, mis quehaceres y al llegar la noche deseo con todas mis fuerzas que el sueño llegue para volver a dormir, dormir... He parado. Me he dicho, ¿Para qué escribes esta carta? ¿Cuándo empezó todo? ¿Cómo empezó todo? ¿Cómo si sabes que no tiene la más mínima trascendencia sigues anclado en una espera que se hará eterna, es decir, se hará no tiempo? No tiempo vivido. No tiempo compartido. No tiempo usado. Sí tiempo desperdiciado. Sí génesis, seguramente, de la enfermedad que me llevará a morir. Luego pienso, aunque no estuviera ocurriendo esto seguirías siendo el mismo tipo con tendencia a la monomanía no se lo achaques eres tú que desde hace muchos años a esta parte andas a vueltas con todo buscando respuestas donde no puede haberlas siguiendo rastros que acaban en callejones sin salida queriendo que en los otros se hallen las soluciones cuando sabes lo sabes lo sabes que la única solución está en ti y esa solución sería la plena aceptación de la vida el absoluto respeto a las decisiones de los otros no pensar no exigir no tener actitudes preconcebidas y empezar a pensar en la solución del perdón empezar a perdonarte de una vez y levantarte una mañana y seguir tu camino y saber que hiciste lo correcto dentro de los estrechos límites que nos son dados a los humanos por mucho que venga el fenecido Escohotado a cantarnos las glorias de la civilización occidental y asegure que estamos mejor que queremos y se mofe de aquellos que se quejan de lo mal que está el mundo él el muerto Escohotado que acabó defendiendo a los mercaderes del templo y renegando de los que ponen el grito en el cielo ante las injusticias del mundo cuando no mucho atrás se jactaba de justo lo contrario seguir mi camino y si alguna vez me volviera a cruzar contigo si quisiera la divina tyché que nos encontráramos en una calle en una nevada bajo palio en el cementerio de La Chacarita en una balconada en un precipicio en una montaña rusa en una laguna seca en un páramo verdecido en una sala de una casa recién construida en un avión en un bar en una pista de tenis en un simposio de ergonómica en una plazuela de nuestra ciudad o un recinto ferial pudiera mirarte a los ojos tus preciosos ojos redondos y sonreír como si la devastación no hubiera acabado con mi carne y todo lo vivido desde tu desaparición no hubiera sido una estancia en el Tártaro donde cada segundo dura mil años y donde la luz no es conocida. Esas cosas pienso, sin puntos ni comas, todo de seguido, del todo loco, a punto de abrirme el pecho y sacarme el corazón y ofrecértelo por si la sangre derramada y los pálpitos del músculo pudieran hacerte recapacitar y que tú también me miraras y, ¡Oh, Dios en el que no creo; Oh, Diosa en la que no creo, Oh, daimones en los que no creo; Oh, duendes en los que no creo; Oh, espíritus en los que no creo! con la sonrisa propia de los que fueron hijos me dijeras, He vuelto. Quisiera hablar contigo.
Tuyo siempre tu ***
Epistolario
Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/04/2024 a las 18:47 |
Estuve allí. En algún momento sentí la dicha de percibir. Es una emoción intensa. Sabe a sal. Estuve allí y vi el atardecer mientras olía la mar a espera, a constante vaivén de una idea. ¡Vaya si estuve! Ahora ha vuelto a girarse el aire y se ha burlado de mí, de mi sorpresa, del tropiezo. ¿Qué es el sur?
A veces es la extrañeza extrema, ésa que nos deja con la boca entreabierta, absortos en una imagen mental que se ve mejor si inclinamos y ladeamos un poco el cuello hacia su lado natural; a veces es una ternura cuyo límite sería el miedo o cualquier otro tipo de parálisis; a veces es congoja; otras...
¿Sólo gimnasia? Entonces ¿el fracaso existe? ¿quedamos en eso? ¿Y Homero? ¿La labor ha sido vencida? ¿No podría ser una elección que no ha sido programada por la mente sino por un afán que estaba ahí, una miasma con alma si quieres, que se hubiera introducido en el organismo al inhalar el aire de un salón en otoño a través de cuyas paredes de cristal se puede ver un jardín de arces en plena decadencia del color en sus hojas? Una elección del alma cósmica digo, una elección arbitraria e inconsciente.
A punto de saltar la trascendencia estuve. No me rompí del todo tan sólo me quedé quebrado.
¿Recuerdas que estuvimos juntos en el sur? Los dos sabíamos lo que era el sur. Si decíamos sur entendíamos lo mismo. Encajábamos el sur en su contexto con la naturalidad propia de los naturales de una lengua. También tus ojos. También nuestras miradas, esa lengua también la compartíamos. ¿Recuerdas aquellos días de julio en el suroeste? Las tardes. Los juegos. La risa. El cansancio. Cierto tedio. ¿Fue allí el principio? ¿Recuerdas que estuvimos juntos en el sur?
Dedicado a Adolfo que murió el sábado 2 de diciembre
...las temperaturas han bajado... ¿fue el sábado cuando las nubes andaban locas? ¿entonces ya habías decidido, muchacho valiente que moriste mayor?... esta mañana un hombre ha estado a punto de embestirme con su coche... recuerdo un día jugando a la pelota en la piscina de tu casita... tu casita tenía algo de Hansel y Gretel por eso la nombro con diminutivo... oigo voces... ¿oyes voces? ¿alguien te susurró al oído el bardo del inicio del viaje? ¿hubieras querido?... no se fue la luz y respiré hondo... los ojos de tu sobrina Olivia me recordaron a los tuyos... al volver del tanatorio sentía extraño el mundo, siempre me pasa cuando alguien cercano muere, también suelo sentir la muerte cuando se acerca, quizá sea porque la vi cuando murió mi tía Adela, siendo yo muy niño, no más de ocho años tendría y cuando ocurre algo así -ver la muerte de niño- no dejas ya de verla nunca; quizá la vi antes: nada más nacer vino a por mí, fue la primera vez que la vencí pero las heridas de la lucha me dejaron cojo para siempre; volvió a por mí un par de veces más y volví a vencerla y volvió a dejarme malherido; sinceramente, querido, no creo que la venza muchas veces más si es que alguna victoria me queda. Ya descansas. Tus últimos días fueron agónicos -agónicos en su sentido etimológico; αγον como lucha-. Seguro que luchaste duro. Seguro que tuviste fe. Seguro que agradeciste la mirada de alguien que un día de los malos estuvo junto a ti. ¿Inspiras? Inspira. Seguro que cuando fuiste entrando en la paz de la sedación tuviste un último pensamiento consciente. ¿Fue hermoso? ¿Fue sencillo?
Por si llega a tus ligeros conductos auditivos, por si alivia tu tránsito hacia lo inefable, por si hubiera algo que aliviar, déjame susurrarte el bardo del inicio del viaje, el que los monjes budistas del Tíbet susurran a los moribundos que están a punto de partir: Oh, noblemente nacido, ahora experimentas la Clara Luz primaria en su realidad, en el estado de bardo, donde todo es como el vacío de un cielo sin nubes. Intenta permanecer en este estado. Tu propio y claro intelecto, ahora en el vacío claramente desplegado -resplandeciente, emocionante y dichoso-, es ya la misma conciencia del propio y bondadoso Buda (sea lo que sea Buda). Ambos son indistinguibles y su unión es el cuerpo de la verdad, el dharma-kaya.
Y, sí, Adolfo, que la paz sea contigo.
Epistolario
Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/12/2023 a las 17:55 |
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Epistolario
Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/02/2025 a las 20:24 |