Siempre sigo aquí. Sólo que los días. Sí, abril es un mes cruel. Todo es hermoso y se pudre muy pronto. Tiemblo en estos días. Espero con cierto sobresalto en el corazón que el día transcurra con calma. ¡Oh, sí, cómo anhelo la calma! ¿Es vejez? ¿Es no querer luchar más? Tan sólo una lucha contra una pendiente cuando subo hasta la presa o la lucha por seguir soñando aunque el sueño tenga cierto grado de angustia (todos mis sueños tienen un punto de incertidumbre que me crea desasosiego. Es como si el que observa el sueño [siempre hay un observador en mi soñar] estuviera muy atento por si el sueño se torciera) son luchas que me apetecen. La semana que viene iniciaré una nueva lucha: la lucha por ir a nadar. Es una lucha que quiero vencer. Hace demasiados años que dejé de hacerlo.
Siempre estoy aquí, sólo que a veces siento si no es ya inútil seguir escribiendo, si ya está todo dicho, si tan sólo repito una vez y otra los mismos temas, las mismas obsesiones. Siempre estoy aquí. Miro la revista que empecé a escribir hace ya 15 años, un mes de septiembre de 2008, gracias a la insistencia de mi amigo y poeta Raúl Morales y me digo, Sigue un día más, escribe una entrada más, este picnic que es la vida sólo se vive una vez, come de lo que más te guste y a ti te gustan las palabras, te gusta relacionarlas, te gusta expresarte, te gusta que otros reciban lo que escribes, no cejes -me digo-, inténtalo un día más, pon una palabra tras otra un día más y organiza las palabras mediante una sintaxis que haga comprensible su relación...
Sí, sigo aquí en plena crueldad de abril. Amo abril. Sigo aquí.
Eran las palabras, las que volvían. La voz tan bien timbrada. Cantaba yo sé que te voy a amar para toda la vida sólo que en portugués. Pensaba y escribía, levemente, fuera del control del argumento, decía, quiero vivir en cada buen momento y reír mi risa y derramar mi llanto así, como la canción (sólo que en portugués), tan lejana en el tiempo, tan cercana mientras leo y una guitarra, Touquinho, me atrapa una tarde más de enero. Una vez más por toda mi vida.
Nunca, nunca
No me fui
No me fui nunca
¿Tarde?
Como las risotadas de dos mujeres que se escuchan, estridentes, en el rellano de la escalera
y siempre vuelven aunque sean en las laringes de otras mujeres, así yo nunca me fui
¿Tarde?
Nunca es tarde. La huella que va quedando. Tampoco es tarde.
Ya estoy.
Sólo fueron unos días. Las tormentas, ya sabes, querida, a veces me quedo dormido semanas enteras mecido por ellas; una vez, al volver de tan largo sueño, había encanecido la parte trasera de mi cabeza. Me dijeron, tú sabes cómo corren las habladurías, que ese trastorno en el pigmento capilar había sido debido a un sufrimiento largo y sostenido en el tiempo. Apenas creí. El sufrimiento no es blanco. Como mucho gris, me dije para mis adentros.
Así es que aquí estoy
siempre vuelvo
hasta el último instante
ese que en un día de vino y rosas culminaría con la nota aguda de un violín.
En el ensueño alardeo de pequeñas bacanales en las que la risa y el placer se riegan con jugos de la tierra y con largos y bien hilvanados versos. Conciencia de sí ¿qué más se le puede pedir al existir?
Se acercan por mi nuevo horizonte nubes oscuras preñadas de transparencias.
Prepararé la cama.
Según informan las autoridades nepalíes los hombres son como las montañas: apenas cambian.
El águila, ya por la tarde, ha girado en círculos alrededor de una oveja muerta.
La vecina de un pueblo dejado de la mano de dios, descubre a las siete y media de la tarde a una cantante que la emociona.
Se lamenta la última cifra de muertos (el lamento es por la cifra, no por los muertos). Tanto se lamenta, informan las autoridades locales, que se ha prohibido escribir la cifra y en resolución de la ONU se ha llegado hasta el extremo de hacerla desaparecer de la lista de las cifras. La prohibición entrará en vigor a las cero horas del día de mañana y su aplicación universal.
El águila se revuelve y parece imaginar como si fuera una mujer de mediana edad, profesora en una universidad alejada de cualquier centro de decisión. El águila mira con los ojos de una mujer universitaria. Eso es todo desde la península de Kamchatka.
El tiempo como construcción es cruel, ha informado una obispa anglicana al socaire de un amor imposible. En su declaración añadió: Yo siempre la amé y ella siempre me toreó -como dirían en Spain-. Ahora lloro lentamente y me ducho sin mirarme.
La distancia con respecto al telescopio James Webb es la misma desde Biarritz que desde Laos, asegura un físico de la NASA que prefiere mantenerse en el anonimato.
La guerra se acerca y el baile amaina en las playas de Honolulú.
Buenas noches.
Última hora: Antonio Gamoneda, poeta, duerme.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/09/2024 a las 19:00 | {0}