Porque nací en las grandes ciudades de occidente
mi corazón vuela hacia la tribu
Porque nací en el gran mundo que es el mundo
y donde mires y donde vayas el grupo
Esa mujer que se abraza a ese hombre
ese compañero que ayuda a su compañero
ese hermano, ¡ay, ese hermano! que consuela
en la noche tibia de un septiembre que ya empieza a agostar
Porque nací entre los hombres
mes semblables, mes fréres
agradezco el saludo del muchacho joven que camina todas las tardes con su perra
agradezco el saludo del hombre que monta a un caballo cuyo nombre es Turan
agradezco la conversación tras el trabajo
la risa con alguien que empieza a sufrir los rigores de la edad
Esta tribu que es el mundo
Esta tribu llena de colores y perfumes
Esta tribu que gira vertiginosamente alrededor de una estrella que muy pronto morirá
Esta tribu soñolienta que abona la tierra
cuyas ceniza se ventean al aire
Esta tribu que hace la vendimia y hornea el pan
y se besa bajo la tenue luz del lucero del alba
Esta tribu inmensa y laboriosa
Esta tribu que gira y gira y gira
en el espacio universal donde el ciclo habrá de renovarse una vez más
Esta tribu de artesanos, esta tribu de paisanos, esta tribu de bailarines, esta tribu de hechiceros, esta tribu de sacerdotes, esta tribu de placeres, esta tribu de vagabundos
Yo miro y me ahogo entre la multitud
y los ropajes y los tocados y las sandalias y las espuelas y los almedros y las encinas y las torres y lo campanarios y la mangosta y el astrolabio y el ladrido y el barrito y la laguna y la hechicera y la estación y la campana y el hogar y la azada y la mañana y el último día
Esta tribu
Estos perros que acompañan y sueñan una pelota que vuela y que rueda y que rueda y que vuela
Y los gatos con su afán de cura
Y los pájaros que alientan el aire con sus trinos
Y los peces que nos hacen soñar
Esta tribu de seres vivos en un planeta vivo que apenas importa lo que un segundo
Tribu de vida en este planeta de vida
Solitarios desde hace miles de años
Enclaustrados en este tierra mínima en un espacio ilimitado
es una tierra infinita llena de seres laboriosos que luchan tan sólo por vivir un rato más
Montañas y valles
ríos y regatos
ciénagas y lagos
mares y océanos
flores y hierbas
retratos y hartazgos
como una inmensa rueda cósmica
sometidos a nuestra particular forma de representarnos el mundo
Tribu en el planeta de vida
Tribu en el planeta de muerte
adornado con el sombrero blanco de luna
arropado por el manto oscuro jalonado de lucecitas de estrellas
Tribu solemne
Tribu ancestral
Tribu
mi amada gente
mi corazón vuela hacia la tribu
Porque nací en el gran mundo que es el mundo
y donde mires y donde vayas el grupo
Esa mujer que se abraza a ese hombre
ese compañero que ayuda a su compañero
ese hermano, ¡ay, ese hermano! que consuela
en la noche tibia de un septiembre que ya empieza a agostar
Porque nací entre los hombres
mes semblables, mes fréres
agradezco el saludo del muchacho joven que camina todas las tardes con su perra
agradezco el saludo del hombre que monta a un caballo cuyo nombre es Turan
agradezco la conversación tras el trabajo
la risa con alguien que empieza a sufrir los rigores de la edad
Esta tribu que es el mundo
Esta tribu llena de colores y perfumes
Esta tribu que gira vertiginosamente alrededor de una estrella que muy pronto morirá
Esta tribu soñolienta que abona la tierra
cuyas ceniza se ventean al aire
Esta tribu que hace la vendimia y hornea el pan
y se besa bajo la tenue luz del lucero del alba
Esta tribu inmensa y laboriosa
Esta tribu que gira y gira y gira
en el espacio universal donde el ciclo habrá de renovarse una vez más
Esta tribu de artesanos, esta tribu de paisanos, esta tribu de bailarines, esta tribu de hechiceros, esta tribu de sacerdotes, esta tribu de placeres, esta tribu de vagabundos
Yo miro y me ahogo entre la multitud
y los ropajes y los tocados y las sandalias y las espuelas y los almedros y las encinas y las torres y lo campanarios y la mangosta y el astrolabio y el ladrido y el barrito y la laguna y la hechicera y la estación y la campana y el hogar y la azada y la mañana y el último día
Esta tribu
Estos perros que acompañan y sueñan una pelota que vuela y que rueda y que rueda y que vuela
Y los gatos con su afán de cura
Y los pájaros que alientan el aire con sus trinos
Y los peces que nos hacen soñar
Esta tribu de seres vivos en un planeta vivo que apenas importa lo que un segundo
Tribu de vida en este planeta de vida
Solitarios desde hace miles de años
Enclaustrados en este tierra mínima en un espacio ilimitado
es una tierra infinita llena de seres laboriosos que luchan tan sólo por vivir un rato más
Montañas y valles
ríos y regatos
ciénagas y lagos
mares y océanos
flores y hierbas
retratos y hartazgos
como una inmensa rueda cósmica
sometidos a nuestra particular forma de representarnos el mundo
Tribu en el planeta de vida
Tribu en el planeta de muerte
adornado con el sombrero blanco de luna
arropado por el manto oscuro jalonado de lucecitas de estrellas
Tribu solemne
Tribu ancestral
Tribu
mi amada gente
Tras la lectura de Ébano de Ryszard Kapuszinscki me queda la sensación de haber asistido durante trescientas y tantas páginas a un espectáculo bellísimo de la crueldad y más bello aún porque no hay juicio de valor del autor sobre esa crueldad que describe con una maestría que me confirma de nuevo -y una vez más- en que una imagen NO, NO y NO vale más que mil palabras (o no necesariamente). De su mano y de su pluma he recorrido el continente africano tanto en su historia (breve, África en sí, es un continente sin historia) como en su geografía y he sentido constantemente un calor asfixiante, unos olores intensísimos, el color amarillo roto de repente por un verde colosal, la indolencia del hambre, el dolor de la sed, la locura de la malaria, la importancia del clan, la dependencia de la sombra (todo en el hombre es sombra. Siempre seremos sombra. No vemos más que sombras. Nuestros sentimientos son sombras de nuestro sentir. Sombra en los corazones. Sombras en las palabras. Sombra hueca muchas veces, tantas veces. Sombra densa que casi se convierte en materialidad. Sombra que quizá se desvanece si somos capaces de escuchar el corazón de las tinieblas, nuestro propio corazón), la sombra de un mango sin la cual una tribu desaparecería, sólo una tribu sobrevive si tiene cerca la sombra de un árbol. Esa crueldad digo, esa crueldad sin adjetivos, esa crueldad a la que asistimos cada día y cuya culpa limpiamos ahora en los confesionarios de las redes sociales, como si tuviéramos culpa, (jamás sirvieron para nada los confesionarios). Ideas preconcebidas del occidente. He descubierto con este autor polaco, maravilloso en su economía de medios a la hora de contar, que hay algunos pueblos del mundo que no saben lo que es el pecado, para los cuales el pecado es algo inconcebible y por eso las iglesias cristianas o musulmanas se las ven y se las desean para poder introducirse en sus mentes que ya están hechas que no son tan maleables como las de los niños, ¡ay, los niños! Y yo vivo aquí en este mundo occidental cuya crueldad, cuya castración, cuya ablación mental genera en nosotros la culpa, la culpa que no existe como no existe lo Perfecto, lo Ideal, lo Sublime, lo Bello, lo Pecaminoso, lo Infernal. Sólo existen dos conceptos para intuir el mundo en el que vivimos: crueldad e inocencia. Y esto dicho desde mi propia sombra, mi densa sombra a la que a veces miro de frente, de la que a veces huyo sin recordar que la sombra siempre te persigue y ¡ay del día en el que la sombra ya no te persiga! Mi propia sombra. Sombra amparo. Sombra refugio. Sombra canto. Sombra ignorancia. Sombra fe.
Documento 3º de los Archivos de Isaac Alexander.
Escrito en (son iniciales) C.T.T.B. en el año de 1942
No podría, Lucilo, callar por más tiempo y no decirte que la vida es un pozo sin fondo. Nunca sabes aunque en el fondo siempre sepas y viceversa (de ahí la imagen de la vida como un pozo sin fondo). Te contaría si no fuera por un pudor a desnudarme que antes no tenía, un ejemplo propio (quizá los años te vuelven cauto y es cuando el tiempo pasa cuando empiezas a entender el cuadro de Tiziano llamado Alegoría de la Prudencia lo que también te lleva -La Prudencia- al borde de la tumba porque tengo para mí, Lucilo, que volverse prudente es comenzar a morir). ¿También es comenzar a morir no querer saber más?
Hagamos si quieres una excepción a este camino que ya comienza a declinar y te explicaré por medio de un ejemplo propio el pozo sin fondo que es la vida (quizás al hacerlo me estoy vivificando y me alejo de nuevo de esa luz que según Modest Urgell hay tras la sombra del vivir). Soy un hombre que como tantos miles está sufriendo la injusticia en esta guerra extraña, llena de experimentos que marcará por centenares de años las relaciones entre la especie humana. Hay mañanas en las que me levanto y sé pensar y digo que sé pensar porque hay mañanas en las que no sé pensar y no porque se me haya olvidado sino porque no he conseguido el alimento suficiente para poder pensar; debes saber Lucilo que en el mundo hay millones de seres que no pueden pensar porque no tienen alimento que permita que las neuronas puedan ejercer esa función. Si te dicen, como te dirán, que la mente es la potencia intelectual del alma, no lo creas; la potencia intelectual del alma son los bistecs y las acelgas y las fresas y los limones y los guisantes y la leche y la miel; bien, hay mañanas pues en las que sé pensar (no me preguntes ni quieras saber dónde me encuentro; el lugar marcaría para siempre lo que quiero transmitirte y sólo por eso el lugar vencería sobre mi pensamiento y este es tan valioso -por lo escasos que son- que no voy a permitirlo) y entonces se me aparece el deseo de tener un hijo. Yo sé que nunca tendré un hijo. No podría de ninguna de las maneras desearlo. Pero sé por qué hay mañanas en las que quiero tener un hijo y es porque llego a pensar en la idea de mi especie y no en mi especie. No voy a criticar más a Platón y esa nefasta idea que tuvo de la Idea sólo quiero decirte y te ruego que pienses, mi querido Lucilo, que cualquier pesar que te llague tendrá como base la idea y no la realidad porque la realidad no admite virtud ni pecado, la realidad no tiene moral. Y cuando deseo tener ese hijo que en realidad no quiero tener (que nunca tendré) mi vista se desvía hacia una construcción (no quiero tampoco poner la palabra exacta de esa construcción porque su nombre determinaría en exceso la ambigüedad que con respecto al lugar en el que me encuentro quiero mantener en el relato) en la que habita una mujer fea, con los cabellos lacios y oscuros, con unos senos que ya no son senos, con unas caderas que quizás en algún tiempo pudieron seducir la mirada del macho y valorar la concepción entre sus fronteras o como decíamos camaradas jóvenes cuando reíamos en las tabernas de algunos puertos, Era una mujer que no tenía dónde agarrarse. Dirás, Y entonces, tío, ¿Por qué tu deseo de un hijo tomaba como recipiente a una mujer tan poco adecuada a semejante fin? Mi respuesta será tan absurda como el deseo del que parte, te recuerdo: querer tener un hijo, yo que no quiero tener un hijo, que jamás lo tendré y si lo tuviera lo asesinaría nada más nacer para que viviera lo menos posible. Pues bien mi respuesta es que esa mujer tiene la mirada más limpia que jamás he visto y casi puedo asegurar que jamás veré. Esa mujer, Lucilo, cuando mira atraviesa el mundo de tal manera que sabes a ciencia cierta que nada la sojuzgará; esa mujer, Lucilo, es la quintaesencia de la santidad si entendemos por santidad la ausencia de dolor y te puedo asegurar que aquí el dolor es la moneda con la que se paga la vida; esa mujer ha llegado a un lugar en el que su vientre sería el receptáculo mágico de una concepción feliz. Cuando puedo pensar y la veo y ella me mira, el velo de la existencia se disipa un segundo; a través de su mirada veo los prados que recorreré, los gozos que disfrutaré en cuerpos de otras mujeres e intuyo que cuando eso ocurra la mirada de esa mujer fea y escurrida será el puerto al que me gustaría llegar y al que nunca llegaré; es su mirada la que me hace asomarme al brocal del pozo de la vida y mirar sin temor al fondo sin fondo. Y entonces parece decirme, Isaac no pienses más, sólo mira. Y yo durante un rato, Lucilo, sólo miro y al mirar tan solo imagino y al imaginar por fin la vida es insondable, pozo sin fondo, claridad oscura.
Hagamos si quieres una excepción a este camino que ya comienza a declinar y te explicaré por medio de un ejemplo propio el pozo sin fondo que es la vida (quizás al hacerlo me estoy vivificando y me alejo de nuevo de esa luz que según Modest Urgell hay tras la sombra del vivir). Soy un hombre que como tantos miles está sufriendo la injusticia en esta guerra extraña, llena de experimentos que marcará por centenares de años las relaciones entre la especie humana. Hay mañanas en las que me levanto y sé pensar y digo que sé pensar porque hay mañanas en las que no sé pensar y no porque se me haya olvidado sino porque no he conseguido el alimento suficiente para poder pensar; debes saber Lucilo que en el mundo hay millones de seres que no pueden pensar porque no tienen alimento que permita que las neuronas puedan ejercer esa función. Si te dicen, como te dirán, que la mente es la potencia intelectual del alma, no lo creas; la potencia intelectual del alma son los bistecs y las acelgas y las fresas y los limones y los guisantes y la leche y la miel; bien, hay mañanas pues en las que sé pensar (no me preguntes ni quieras saber dónde me encuentro; el lugar marcaría para siempre lo que quiero transmitirte y sólo por eso el lugar vencería sobre mi pensamiento y este es tan valioso -por lo escasos que son- que no voy a permitirlo) y entonces se me aparece el deseo de tener un hijo. Yo sé que nunca tendré un hijo. No podría de ninguna de las maneras desearlo. Pero sé por qué hay mañanas en las que quiero tener un hijo y es porque llego a pensar en la idea de mi especie y no en mi especie. No voy a criticar más a Platón y esa nefasta idea que tuvo de la Idea sólo quiero decirte y te ruego que pienses, mi querido Lucilo, que cualquier pesar que te llague tendrá como base la idea y no la realidad porque la realidad no admite virtud ni pecado, la realidad no tiene moral. Y cuando deseo tener ese hijo que en realidad no quiero tener (que nunca tendré) mi vista se desvía hacia una construcción (no quiero tampoco poner la palabra exacta de esa construcción porque su nombre determinaría en exceso la ambigüedad que con respecto al lugar en el que me encuentro quiero mantener en el relato) en la que habita una mujer fea, con los cabellos lacios y oscuros, con unos senos que ya no son senos, con unas caderas que quizás en algún tiempo pudieron seducir la mirada del macho y valorar la concepción entre sus fronteras o como decíamos camaradas jóvenes cuando reíamos en las tabernas de algunos puertos, Era una mujer que no tenía dónde agarrarse. Dirás, Y entonces, tío, ¿Por qué tu deseo de un hijo tomaba como recipiente a una mujer tan poco adecuada a semejante fin? Mi respuesta será tan absurda como el deseo del que parte, te recuerdo: querer tener un hijo, yo que no quiero tener un hijo, que jamás lo tendré y si lo tuviera lo asesinaría nada más nacer para que viviera lo menos posible. Pues bien mi respuesta es que esa mujer tiene la mirada más limpia que jamás he visto y casi puedo asegurar que jamás veré. Esa mujer, Lucilo, cuando mira atraviesa el mundo de tal manera que sabes a ciencia cierta que nada la sojuzgará; esa mujer, Lucilo, es la quintaesencia de la santidad si entendemos por santidad la ausencia de dolor y te puedo asegurar que aquí el dolor es la moneda con la que se paga la vida; esa mujer ha llegado a un lugar en el que su vientre sería el receptáculo mágico de una concepción feliz. Cuando puedo pensar y la veo y ella me mira, el velo de la existencia se disipa un segundo; a través de su mirada veo los prados que recorreré, los gozos que disfrutaré en cuerpos de otras mujeres e intuyo que cuando eso ocurra la mirada de esa mujer fea y escurrida será el puerto al que me gustaría llegar y al que nunca llegaré; es su mirada la que me hace asomarme al brocal del pozo de la vida y mirar sin temor al fondo sin fondo. Y entonces parece decirme, Isaac no pienses más, sólo mira. Y yo durante un rato, Lucilo, sólo miro y al mirar tan solo imagino y al imaginar por fin la vida es insondable, pozo sin fondo, claridad oscura.
Ensayo
Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/03/2016 a las 00:17 | {0}
¿Se puede estar buscando al padre desaparecido durante 70 años y transcurrido ese tiempo seguir llorando por no haberlo podido encontrar?
¿No es más sensato pensar si se tiene fe en un Dios que este Dios tiene un hermano tonto que es el causante de todas las miserias de este mundo?
¿No hay que aceptar el fin cuando todo nos lleva al fin?
¿Qué sistemas de defensa? ¿Qué olores que permanecen? ¿Qué esperanza ciega? ¿Qué recuerdos?
Los hemba son un pueblo curioso que piensan que el brujo vive entre ellos y no, como la mayoría de los pueblos que tienen a la brujería como uno de los poderes más poderosos del mundo, fuera, en otra aldea de otra gente que quiere su mal por ser Los Otros. Así los hemba viven en una perpetua angustia porque no saben si la persona que vive con ellos, que duerme en la misma estera y come en el mismo cuenco que ellos, es un brujo. Porque no se conoce la voz del brujo. Porque no se conoce los rasgos del brujo. Porque cualquiera puede nacer brujo. El Mal entre los hemba habita en su misma aldea.
A veces discurro que en nuestra mente -como si de una aldea hemba se tratara- habita el brujo. El Mal habita en nuestra mente y es nuestra mente quien nos quiere hacer el mal. Hay en la mente una capacidad de destrucción absoluta. Por eso, a veces, en la noche de la mente tienen que salir los familiares sanos y esconder al enfermo, lejos del brujo, para que pueda sanar y no emponzoñe a toda la aldea que es la mente.
¿Cómo explicamos el daño al querido? Es más ¿cómo podemos articular que nos duele doler? Tan sólo si admitimos la manipulación con las palabras o -por ir más allá- tan sólo si admitimos la inconsciencia del mal; si admitimos que la ilusión de lo que creemos ser está por encima de la realidad de lo que somos, se puede admitir que alguien crea que le duele hacer daño. Si no es así, afirmo que dolerse por hacer daño es un oximoron. Y como consecuencia: todo aquel que afirma que le duele dañar a quien dice querer es un maltratador.
"A quien dice querer", esta frase es esencial.
¿Cómo explicamos la aceptación del supuesto querido del dolor infligido por quien le dice querer? El brujo, es el brujo que habita en nosotros... Y por lo tanto hay que buscarlo, hay que remover todos los rincones de la aldea/mente hasta encontrar al Mal que nos hace confundir dolor con esperanza, anhelo con frustración, virtualidad con realidad y veneno con alimento.
Porque esa es una de las bases del maltrato: dar veneno con apariencia de alimento.
A toda afirmación se sigue, de forma natural, una nueva pregunta.
¿No es más sensato pensar si se tiene fe en un Dios que este Dios tiene un hermano tonto que es el causante de todas las miserias de este mundo?
¿No hay que aceptar el fin cuando todo nos lleva al fin?
¿Qué sistemas de defensa? ¿Qué olores que permanecen? ¿Qué esperanza ciega? ¿Qué recuerdos?
Los hemba son un pueblo curioso que piensan que el brujo vive entre ellos y no, como la mayoría de los pueblos que tienen a la brujería como uno de los poderes más poderosos del mundo, fuera, en otra aldea de otra gente que quiere su mal por ser Los Otros. Así los hemba viven en una perpetua angustia porque no saben si la persona que vive con ellos, que duerme en la misma estera y come en el mismo cuenco que ellos, es un brujo. Porque no se conoce la voz del brujo. Porque no se conoce los rasgos del brujo. Porque cualquiera puede nacer brujo. El Mal entre los hemba habita en su misma aldea.
A veces discurro que en nuestra mente -como si de una aldea hemba se tratara- habita el brujo. El Mal habita en nuestra mente y es nuestra mente quien nos quiere hacer el mal. Hay en la mente una capacidad de destrucción absoluta. Por eso, a veces, en la noche de la mente tienen que salir los familiares sanos y esconder al enfermo, lejos del brujo, para que pueda sanar y no emponzoñe a toda la aldea que es la mente.
¿Cómo explicamos el daño al querido? Es más ¿cómo podemos articular que nos duele doler? Tan sólo si admitimos la manipulación con las palabras o -por ir más allá- tan sólo si admitimos la inconsciencia del mal; si admitimos que la ilusión de lo que creemos ser está por encima de la realidad de lo que somos, se puede admitir que alguien crea que le duele hacer daño. Si no es así, afirmo que dolerse por hacer daño es un oximoron. Y como consecuencia: todo aquel que afirma que le duele dañar a quien dice querer es un maltratador.
"A quien dice querer", esta frase es esencial.
¿Cómo explicamos la aceptación del supuesto querido del dolor infligido por quien le dice querer? El brujo, es el brujo que habita en nosotros... Y por lo tanto hay que buscarlo, hay que remover todos los rincones de la aldea/mente hasta encontrar al Mal que nos hace confundir dolor con esperanza, anhelo con frustración, virtualidad con realidad y veneno con alimento.
Porque esa es una de las bases del maltrato: dar veneno con apariencia de alimento.
A toda afirmación se sigue, de forma natural, una nueva pregunta.
Ensayo
Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/02/2016 a las 13:12 | {0}
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/04/2016 a las 00:20 | {0}