Escena Única
Un jardín en invierno. La nieve cubre una zona de hierba, la que está en la parte norte, bajo los cedros. El agua de la piscina está completamente helada.
En el gran porche de la parte posterior de la casa –porche de tres arcadas- una mujer de mediana edad y un hombre algo mayor que ella, con ropas de abrigo, sentados en unas butacas de mimbre ante una mesa donde humean dos tazas de café. Ella está fumando. Él se está haciendo un cigarrillo de marihuana.
Es el amanecer.
ELLA:
Deberíamos haber dormido...
ÉL:
Sí, quizá.
ELLA:
Ahora todo será más difícil o más torpe. Un par de horas habrían bastado...
ÉL:
Algo así como una siesta larga.
ELLA:
Y deberías estar sereno.
ÉL:
En mi vida he estado sereno.
ELLA:
Ya casi amanece.
ÉL:
Hace mucho que no veía amanecer. A veces por pura pereza nos perdemos los momentos más bellos.
ELLA coge la taza con las dos manos y bebe un trago largo, despacio.
ÉL enciende el cigarrillo de marihuana y da una calada honda, lenta.
ELLA:
Es una luz azul.
ÉL:
Dijeron que llovería todo el día y que haría mucho viento.
ELLA:
Me gustaban los días nublados y con viento.
ÉL le pasa el cigarrillo de marihuana.
ELLA da una calada larga.
ÉL bebe un trago.
ÉL:
Ya está.
ELLA alarga la mano y coge la de ÉL.
La luz azul avanza.
ÉL:
Ya llega.
ELLA:
Sí, ya llega.
ÉL da una última calada. Va a apagar el cigarrillo pero ELLA lo coge, da su última calada y lo apaga.
ELLA:
Nuestra luz azul.
ÉL:
Nuestra luz azul.
Él y ELLA cierran los ojos a la vez.
Empieza a llover.
ÉL cae primero al suelo como un fardo.
ELLA cae poco después.
Una ráfaga de viento parece dar paso a la luz del día.
En el gran porche de la parte posterior de la casa –porche de tres arcadas- una mujer de mediana edad y un hombre algo mayor que ella, con ropas de abrigo, sentados en unas butacas de mimbre ante una mesa donde humean dos tazas de café. Ella está fumando. Él se está haciendo un cigarrillo de marihuana.
Es el amanecer.
ELLA:
Deberíamos haber dormido...
ÉL:
Sí, quizá.
ELLA:
Ahora todo será más difícil o más torpe. Un par de horas habrían bastado...
ÉL:
Algo así como una siesta larga.
ELLA:
Y deberías estar sereno.
ÉL:
En mi vida he estado sereno.
ELLA:
Ya casi amanece.
ÉL:
Hace mucho que no veía amanecer. A veces por pura pereza nos perdemos los momentos más bellos.
ELLA coge la taza con las dos manos y bebe un trago largo, despacio.
ÉL enciende el cigarrillo de marihuana y da una calada honda, lenta.
ELLA:
Es una luz azul.
ÉL:
Dijeron que llovería todo el día y que haría mucho viento.
ELLA:
Me gustaban los días nublados y con viento.
ÉL le pasa el cigarrillo de marihuana.
ELLA da una calada larga.
ÉL bebe un trago.
ÉL:
Ya está.
ELLA alarga la mano y coge la de ÉL.
La luz azul avanza.
ÉL:
Ya llega.
ELLA:
Sí, ya llega.
ÉL da una última calada. Va a apagar el cigarrillo pero ELLA lo coge, da su última calada y lo apaga.
ELLA:
Nuestra luz azul.
ÉL:
Nuestra luz azul.
Él y ELLA cierran los ojos a la vez.
Empieza a llover.
ÉL cae primero al suelo como un fardo.
ELLA cae poco después.
Una ráfaga de viento parece dar paso a la luz del día.
FIN
Secuencia única
Sec.- 1 Terraza del Café Gijón (Ext/noche)
Amador mira entre las mesas. Atraviesa por el paseo el umbral de la terraza. Elige una mesa junto al seto que divide la terraza del paseo. Se sienta. Se hace un cigarrillo. Tiene cuarenta y cinco años. Una mirada verde y pequeña. Unos labios gruesos. Empieza a engordar. Empieza a calvear por la coronilla y por la frente.
Llega el camarero. Un tipo sucio.
CAMARERO:
Usted dirá.
AMADOR:
No quiera saber lo que diría.
CAMARERO:
¿Perdón?
AMADOR:
Traígame una cerveza.
CAMARERO se va.
AMADOR se pasa la mano derecha por la boca. Respira. Enciende el cigarrillo. Mueve los hombros. Saca el móvil. Lo activa. Lo desactiva.
Vuelve CAMARERO. Le sirve la cerveza. Le deja la nota. AMADOR la mira. CAMARERO se va. AMADOR da un trago. Respira hondo. Mira la hora. Da otro trago. Cruza una pierna.
VERÓNICA entra en la terraza. Es una mujer delgada de más de cuarenta años. Va entera vestida de negro. Lleva unos botines con tacón afilado.
VERÓNICA y AMADOR se miran.
AMADOR:
¿Verónica?
VERÓNICA:
Sí.
VERÓNICA se acerca a la mesa.
AMADOR se levanta.
Se besan en las mejillas.
Se sientan.
AMADOR:
Llegas tarde.
VERÓNICA: (hace una mueca que parece una sonrisa)
Tarde...
AMADOR:
Sí, quedamos a las nueve y son las nueve y tres minutos.
VERÓNICA:
Ha sido el tumulto (mira hacia atrás). Cargas. Botes de humo. Ardían coches.
AMADOR:
Los jóvenes deberían ser condenados a trabajos forzados. ¡Cojones!
VERONICA:
No esperaba que fueras así.
Llega CAMARERO.
CAMARERO:
Usted dirá.
VERÓNICA:
Si yo le dijera
AMADOR estalla en una carcajada brutal. Escupe una flema sobre la mesa.
VERÓNICA:
Parfait d'amour con dos cubitos de hielo y un chin de cassis.
CAMARERO:
De eso no tenemos.
VERÓNICA:
Cointreau.
CAMARERO se va.
AMADOR:
Tú te pagas lo tuyo y yo lo mío.
VERÓNICA:
¿Y qué tal?
AMADOR:
Aterrado. He venido hasta aquí sin saber si quiera cómo cojones eras. Y me haces esperar. ¿Cómo quieres que esté? En este lugar tan caro. A estas horas. Cualquiera puede pasar que me conozca. Cualquiera puede decir: Mira, ví a Amador con una mujer.
VERÓNICA:
Eres rudo. ¿Cómo tienes el rabo? Anoche me masturbé pensando que te lo comía. Me gustaría que fuera gordo y grande.
AMADOR: (Duda, algo asustado al preguntar)
¿Cuánto es grande para ti?
Llega CAMARERO. Sirve el Cointreau. Deja la nota.
VERÓNICA: (Sonríe una mueca. Da un sorbo. Sufre un ligero temblor)
18 centímetros de rabo como mínimo. Ni un milímetro menos. El grosor ha de ser de 3 centímetros con 87 milímetros mínimo de diámetro.
AMADOR: (Carraspea)
No son unas medidas estándar. Desde que luego que no. En absoluto diría.
VERÓNICA:: (Sonríe una mueca)
Me he jugado la vida. No quiero menos...
AMADOR:
Se me hace tarde. Quizás otro día.
VERÓNICA: (Casi en un murmullo)
Falso, cobarde.
AMADOR:
Oigo a las mil maravillas. Ni falso ni cobarde sólo que tengo un rabo corto. Para qué te voy a engañar. Esas medidas exceden con mucho mi capacidad de elongación. Soy un hombre de gran proyección. Mi lengua sin ir más lejos... pero no es lo mismo. Una lengua no es lo mismo. Desde luego que no. En absoluto. Soy rudo y corto de rabo.
VERÓNICA:
Deberías irte. No quiero avergonzarte. Seguro que habrá mujeres para ti. Quizá les gusten tus labios. O la forma que tienes de maltratar el reloj. ¿No serás policía anti-disturbios? No te preocupes por mí. Ya lo sé todo. Buenas noches, Amador de rabo corto.
AMADOR: (Se levanta)
A sus pies, Verónica de exigencias milimétricas.
AMADOR deja unas monedas encima de la mesa. Sale de la terraza con el rabo entre las piernas.
VERÓNICA da un trago al Cointreau. Respira hondo y tiene un pequeño escalofrío.
CAMARERO, desde la barra en el interior del pabellón del Café, la mira impávido.
Amador mira entre las mesas. Atraviesa por el paseo el umbral de la terraza. Elige una mesa junto al seto que divide la terraza del paseo. Se sienta. Se hace un cigarrillo. Tiene cuarenta y cinco años. Una mirada verde y pequeña. Unos labios gruesos. Empieza a engordar. Empieza a calvear por la coronilla y por la frente.
Llega el camarero. Un tipo sucio.
CAMARERO:
Usted dirá.
AMADOR:
No quiera saber lo que diría.
CAMARERO:
¿Perdón?
AMADOR:
Traígame una cerveza.
CAMARERO se va.
AMADOR se pasa la mano derecha por la boca. Respira. Enciende el cigarrillo. Mueve los hombros. Saca el móvil. Lo activa. Lo desactiva.
Vuelve CAMARERO. Le sirve la cerveza. Le deja la nota. AMADOR la mira. CAMARERO se va. AMADOR da un trago. Respira hondo. Mira la hora. Da otro trago. Cruza una pierna.
VERÓNICA entra en la terraza. Es una mujer delgada de más de cuarenta años. Va entera vestida de negro. Lleva unos botines con tacón afilado.
VERÓNICA y AMADOR se miran.
AMADOR:
¿Verónica?
VERÓNICA:
Sí.
VERÓNICA se acerca a la mesa.
AMADOR se levanta.
Se besan en las mejillas.
Se sientan.
AMADOR:
Llegas tarde.
VERÓNICA: (hace una mueca que parece una sonrisa)
Tarde...
AMADOR:
Sí, quedamos a las nueve y son las nueve y tres minutos.
VERÓNICA:
Ha sido el tumulto (mira hacia atrás). Cargas. Botes de humo. Ardían coches.
AMADOR:
Los jóvenes deberían ser condenados a trabajos forzados. ¡Cojones!
VERONICA:
No esperaba que fueras así.
Llega CAMARERO.
CAMARERO:
Usted dirá.
VERÓNICA:
Si yo le dijera
AMADOR estalla en una carcajada brutal. Escupe una flema sobre la mesa.
VERÓNICA:
Parfait d'amour con dos cubitos de hielo y un chin de cassis.
CAMARERO:
De eso no tenemos.
VERÓNICA:
Cointreau.
CAMARERO se va.
AMADOR:
Tú te pagas lo tuyo y yo lo mío.
VERÓNICA:
¿Y qué tal?
AMADOR:
Aterrado. He venido hasta aquí sin saber si quiera cómo cojones eras. Y me haces esperar. ¿Cómo quieres que esté? En este lugar tan caro. A estas horas. Cualquiera puede pasar que me conozca. Cualquiera puede decir: Mira, ví a Amador con una mujer.
VERÓNICA:
Eres rudo. ¿Cómo tienes el rabo? Anoche me masturbé pensando que te lo comía. Me gustaría que fuera gordo y grande.
AMADOR: (Duda, algo asustado al preguntar)
¿Cuánto es grande para ti?
Llega CAMARERO. Sirve el Cointreau. Deja la nota.
VERÓNICA: (Sonríe una mueca. Da un sorbo. Sufre un ligero temblor)
18 centímetros de rabo como mínimo. Ni un milímetro menos. El grosor ha de ser de 3 centímetros con 87 milímetros mínimo de diámetro.
AMADOR: (Carraspea)
No son unas medidas estándar. Desde que luego que no. En absoluto diría.
VERÓNICA:: (Sonríe una mueca)
Me he jugado la vida. No quiero menos...
AMADOR:
Se me hace tarde. Quizás otro día.
VERÓNICA: (Casi en un murmullo)
Falso, cobarde.
AMADOR:
Oigo a las mil maravillas. Ni falso ni cobarde sólo que tengo un rabo corto. Para qué te voy a engañar. Esas medidas exceden con mucho mi capacidad de elongación. Soy un hombre de gran proyección. Mi lengua sin ir más lejos... pero no es lo mismo. Una lengua no es lo mismo. Desde luego que no. En absoluto. Soy rudo y corto de rabo.
VERÓNICA:
Deberías irte. No quiero avergonzarte. Seguro que habrá mujeres para ti. Quizá les gusten tus labios. O la forma que tienes de maltratar el reloj. ¿No serás policía anti-disturbios? No te preocupes por mí. Ya lo sé todo. Buenas noches, Amador de rabo corto.
AMADOR: (Se levanta)
A sus pies, Verónica de exigencias milimétricas.
AMADOR deja unas monedas encima de la mesa. Sale de la terraza con el rabo entre las piernas.
VERÓNICA da un trago al Cointreau. Respira hondo y tiene un pequeño escalofrío.
CAMARERO, desde la barra en el interior del pabellón del Café, la mira impávido.
Cortometraje en una única escena
Sec.- 1 DORMITORIO EN UN PEQUEÑO CHALET ADOSADO (Int/amanecer)
Una persiana medio bajada deja entrever las primeras luces del alba.
En una cama de matrimonio MUJER y HOMBRE aparentan dormir.
HOMBRE está en el lado más cercano a la ventana. Está de espaldas a MUJER, la cual se encuentra bocarriba con los ojos abiertos.
Lentamente se escuchan los cantos de los vencejos y los mirlos.
Es verano.
La sábana no cubre a ninguno de los dos.
HOMBRE está desnudo en posición fetal, con los ojos abiertos.
MUJER lleva un camisón corto, subido, que deja a la vista su sexo.
HOMBRE siente una erección. Se gira y, como si estuviera dormido, coloca su mano encima del vientre de MUJER.
MUJER cierra los ojos cuando siente el movimiento de HOMBRE. Se mantiene un momento quieta con la mano de HOMBRE en su vientre y tras una pequeña pausa se gira hacia el lado opuesto al de él, como si estuviera saliendo de un sueño profundo.
HOMBRE se acerca a MUJER y pega su sexo a las nalgas de ella. Durante un instante todo es quietud y canto de los pájaros mañaneros.
HOMBRE sube la mano hasta el pecho de MUJER.
MUJER ajusta sus nalgas al sexo de HOMBRE que empieza a endurecerse más.
Se escucha un suspiro (no se sabe de quién). Ambos siguen optando por aparentar que están dormidos.
HOMBRE, como si soñara, acaricia el torso de MUJER. MUJER, como si no sintiera nada, se mantiene quieta y respira profundamente. HOMBRE abre los ojos, acerca su cara al cuello de MUJER y aspira el olor de la noche en su espalda. MUJER calla.
HOMBRE roza con sus dedos el vello púbico de MUJER.
MUJER siente un estremecimiento.
HOMBRE llega hasta el clítoris, lo presiona ligerísimamente.
Suena la alarma del despertador.
MUJER se apresura a apagarla. Se sienta en la cama. Se despereza.
HOMBRE se mantiene tumbado, con los ojos cerrados.
MUJER:
Me estabas acariciando.
HOMBRE: (Abre los ojos. Mira a MUJER ladeando un poco la cabeza)
No. Dormía.
MUJER:
Yo también dormía.
HOMBRE:
Estarías soñando.
MUJER:
Y quizá tú soñabas que me acariciabas.
HOMBRE:
Quizá. Vas a llegar tarde al trabajo.
MUJER:
Sí.
MUJER se levanta. Entra en el baño.
HOMBRE gira su cabeza hacia el lado de la ventana. De inmediato unas lágrimas resbalan por sus mejillas. Los pájaros siguen cantando. Se escucha el agua de la cisterna cayendo en el retrete.
Una persiana medio bajada deja entrever las primeras luces del alba.
En una cama de matrimonio MUJER y HOMBRE aparentan dormir.
HOMBRE está en el lado más cercano a la ventana. Está de espaldas a MUJER, la cual se encuentra bocarriba con los ojos abiertos.
Lentamente se escuchan los cantos de los vencejos y los mirlos.
Es verano.
La sábana no cubre a ninguno de los dos.
HOMBRE está desnudo en posición fetal, con los ojos abiertos.
MUJER lleva un camisón corto, subido, que deja a la vista su sexo.
HOMBRE siente una erección. Se gira y, como si estuviera dormido, coloca su mano encima del vientre de MUJER.
MUJER cierra los ojos cuando siente el movimiento de HOMBRE. Se mantiene un momento quieta con la mano de HOMBRE en su vientre y tras una pequeña pausa se gira hacia el lado opuesto al de él, como si estuviera saliendo de un sueño profundo.
HOMBRE se acerca a MUJER y pega su sexo a las nalgas de ella. Durante un instante todo es quietud y canto de los pájaros mañaneros.
HOMBRE sube la mano hasta el pecho de MUJER.
MUJER ajusta sus nalgas al sexo de HOMBRE que empieza a endurecerse más.
Se escucha un suspiro (no se sabe de quién). Ambos siguen optando por aparentar que están dormidos.
HOMBRE, como si soñara, acaricia el torso de MUJER. MUJER, como si no sintiera nada, se mantiene quieta y respira profundamente. HOMBRE abre los ojos, acerca su cara al cuello de MUJER y aspira el olor de la noche en su espalda. MUJER calla.
HOMBRE roza con sus dedos el vello púbico de MUJER.
MUJER siente un estremecimiento.
HOMBRE llega hasta el clítoris, lo presiona ligerísimamente.
Suena la alarma del despertador.
MUJER se apresura a apagarla. Se sienta en la cama. Se despereza.
HOMBRE se mantiene tumbado, con los ojos cerrados.
MUJER:
Me estabas acariciando.
HOMBRE: (Abre los ojos. Mira a MUJER ladeando un poco la cabeza)
No. Dormía.
MUJER:
Yo también dormía.
HOMBRE:
Estarías soñando.
MUJER:
Y quizá tú soñabas que me acariciabas.
HOMBRE:
Quizá. Vas a llegar tarde al trabajo.
MUJER:
Sí.
MUJER se levanta. Entra en el baño.
HOMBRE gira su cabeza hacia el lado de la ventana. De inmediato unas lágrimas resbalan por sus mejillas. Los pájaros siguen cantando. Se escucha el agua de la cisterna cayendo en el retrete.
Es al entrar. La sala iluminada de blanco no ayuda a lo que va a pasar. Son luces de neón. No sabe si previamente hay una mirada. No sabe si quedó el amor colgado en el último encuentro. Sí, la palabra amor está bien utilizada.
No se dicen nada. Transcurre el tiempo como siempre. Es posible que haya empezado a levantarse una brisa que trae esos aromas de una primavera anticipada y que provocan una especie de felicidad de planta que crece, de solicitud de sol, de caricia, sí, de caricia.
Es el pelo de ella y es la mano de él. Es su pecho que se muestra bajo el jersey y el pecho de él que respira hondo y sano. Es la curva de su cuello. Es el principio de su nuez. Es la tersura de la piel de ella y la fragancia que hoy él exhala.
Cuando termina el trabajo, se miran. Todos, conjurados por su destino, se van yendo y se quedan solos. Se acerca a ella y le ayuda a ponerse el abrigo. Ella sonríe a sus ojos. Él sonríe a su boca. Vuelven a mirarse. No se han dicho nada. Ya se dijeron todo estas semanas sin decirse nada. Aparta un mechón de cabello de su boca. Inclina su cabeza. Se ofrece ella. Se besan.
La tarde anochece. Se han cogido de la mano. Son una pareja más en la ciudad. Pasean y apenas hablan. Tan sólo son sus pieles las que están conversando. El palpitar del corazón de él se va atenuando. Le comenta, entonces sí, que siempre es mejor besarse antes de cenar en la primera cita. Lo dice Woody Allen en Annie Hall. Ríen. Se vuelven a besar. En la iglesia de San Francisco dan las nueve.
Entran en un pequeño restaurante en la Plaza de la Paja que ella conoce. Beben vino oscuro. Comen frugalmente. Frente a frente. Sólo están ellos. Sigue, fuera, el aroma invernal con primavera.
Estoy cansada, dice ella. La acompaña hasta su casa. Se besan por última vez al pie de la escalera.
Él camina por la calle hasta el coche. No pone la radio. Tan sólo deja que su pensamiento se relaje. Ráfagas de imágenes corretean. De pronto la nada se instala. Se diría que incluso el coche se conduce solo. Hay una luna creciente que sale justo ahora. Pestañea un par de veces. Ya ha llegado.
Ya he llegado.
No se dicen nada. Transcurre el tiempo como siempre. Es posible que haya empezado a levantarse una brisa que trae esos aromas de una primavera anticipada y que provocan una especie de felicidad de planta que crece, de solicitud de sol, de caricia, sí, de caricia.
Es el pelo de ella y es la mano de él. Es su pecho que se muestra bajo el jersey y el pecho de él que respira hondo y sano. Es la curva de su cuello. Es el principio de su nuez. Es la tersura de la piel de ella y la fragancia que hoy él exhala.
Cuando termina el trabajo, se miran. Todos, conjurados por su destino, se van yendo y se quedan solos. Se acerca a ella y le ayuda a ponerse el abrigo. Ella sonríe a sus ojos. Él sonríe a su boca. Vuelven a mirarse. No se han dicho nada. Ya se dijeron todo estas semanas sin decirse nada. Aparta un mechón de cabello de su boca. Inclina su cabeza. Se ofrece ella. Se besan.
La tarde anochece. Se han cogido de la mano. Son una pareja más en la ciudad. Pasean y apenas hablan. Tan sólo son sus pieles las que están conversando. El palpitar del corazón de él se va atenuando. Le comenta, entonces sí, que siempre es mejor besarse antes de cenar en la primera cita. Lo dice Woody Allen en Annie Hall. Ríen. Se vuelven a besar. En la iglesia de San Francisco dan las nueve.
Entran en un pequeño restaurante en la Plaza de la Paja que ella conoce. Beben vino oscuro. Comen frugalmente. Frente a frente. Sólo están ellos. Sigue, fuera, el aroma invernal con primavera.
Estoy cansada, dice ella. La acompaña hasta su casa. Se besan por última vez al pie de la escalera.
Él camina por la calle hasta el coche. No pone la radio. Tan sólo deja que su pensamiento se relaje. Ráfagas de imágenes corretean. De pronto la nada se instala. Se diría que incluso el coche se conduce solo. Hay una luna creciente que sale justo ahora. Pestañea un par de veces. Ya ha llegado.
Ya he llegado.
Un hombre joven, de unos cuarenta años, está sentado en la mesa de un restaurante de la ciudad de Hong-Kong. Él es extranjero. Está de viaje de negocios (aunque esto último no sea del todo cierto. Es decir quizá no sea del todo cierto), algo no demasiado importante, la representación de una juguetería de Ibi. Está alojado en un buen hotel, en el centro de la ciudad. El restaurante es grande, bullicioso. Cerca de él, a varias mesas de distancia, come sola una mujer oriental. De vez en cuando ella observa cómo él la mira con disimulo. El hombre joven tiene deseo de seducir a una oriental. Está en el sitio adecuado, a la hora adecuada. Termina de cenar al tiempo que ella termina. Pide un licor. la mira con más insistencia hasta que deja que sus miradas se encuentren y una sonrisa forzada asome a sus labios. Ella sonríe y baja su mirada hacia la copa de cristal. El por fin se levanta, se acerca a ella, le pregunta en inglés si se puede sentar. Ella le dice que sí.
Una mujer europea, de unos treinta años, espera en el andén del metro de Hong-Kong. Es la noche. En el andén hay bastantes personas, entre ellos el hombre de cuarenta al que pudimos haber visto cenando en la escena anterior (sólo que si es mejor esta escena que ahora cuento, sería la primera vez que apareciera porque sería el principio de la película. También la escena de arriba es el principio de la película). De repente tres hombres atracan a la chica europea. Todos los que esperan al metro se van hacia el lado opuesto a donde es atracada la chica. También el hombre de cuarenta años. Los jóvenes se llevan su bolso. Llega el tren. La muchacha sube. El hombre también, en el mismo vagón. No está muy lleno el vagón. La muchacha está angustiada y apenas puede contener el llanto. El hombre se sienta junto a ella, le pregunta si puede hacer algo.
Una mujer europea, de unos treinta años, espera en el andén del metro de Hong-Kong. Es la noche. En el andén hay bastantes personas, entre ellos el hombre de cuarenta al que pudimos haber visto cenando en la escena anterior (sólo que si es mejor esta escena que ahora cuento, sería la primera vez que apareciera porque sería el principio de la película. También la escena de arriba es el principio de la película). De repente tres hombres atracan a la chica europea. Todos los que esperan al metro se van hacia el lado opuesto a donde es atracada la chica. También el hombre de cuarenta años. Los jóvenes se llevan su bolso. Llega el tren. La muchacha sube. El hombre también, en el mismo vagón. No está muy lleno el vagón. La muchacha está angustiada y apenas puede contener el llanto. El hombre se sienta junto a ella, le pregunta si puede hacer algo.
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Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/07/2009 a las 20:19 | {0}
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/01/2016 a las 22:32 | {0}