Carta del 14 al 15 de enero de 1913
Una vez me dijiste que te gustaría estar sentada a mi lado mientras escribo; pero date cuenta de que en tal caso no sería capaz de escribir (tampoco es que lo sea mucho en general), pero en este caso es que no podría trabajar en absoluto. Escribir significa abrirse desmesuradamente; la más extrema franqueza y la más extrema entrega, en la que todo ser ya de por sí cree perderse, en su trato con los demás, y ante las que, por lo tanto, se echará para atrás mientras esté en sus cabales -pues todo el mundo quiere vivir mientras vive-, esta franqueza y esta entrega, repito, no son ni de lejos suficientes para la creación literaria. Lo que se transfiere desde esta capa superficial a la escritura -si la cosa no marcha de otro modo y las fuentes más profundas permanecen calladas- no es nada, y se derrumba desde el instante mismo en que un sentimiento más verdadero sacude ese suelo superior. Por eso nunca puede estar uno lo bastante solo cuando escribe, por eso nunca puede uno rodearse de bastante silencio cuando escribe, la noche resulta poco nocturna, incluso. Por eso no dispone uno nunca de bastante tiempo, pues los caminos son largos, y es fácil extraviarse, hasta le llega a uno a entrar miedo a veces, y siente desde ya, sin violencia ni seducción alguna, ganas de emprender la retirada (ganas que siempre se pagan muy caras con el tiempo), ¡cuánto más si, inopinadamente, la más querida de las bocas le diera a uno un beso! Con frecuencia he pensado que la mejor forma de vida para mí consistiría en encerrarme en lo más hondo de una vasta cueva con una lámpara y todo lo necesario para escribir. Me traerían la comida y me la dejarían siempre lejos de donde yo estuviera instalado, detrás de la puerta más exterior de la cueva. Ir a buscarla, en camisón, a través de todas las bóvedas, sería mi único paseo. Acto seguido regresaría a mi mesa, comería lenta y concienzudamente, y enseguida me pondría de nuevo a escribir. ¡Lo que sería capaz de escribir entonces! ¡De qué profundidades lo sacaría! ¡Sin esfuerzo! Pues la concentración extrema no sabe lo que es el esfuerzo.

Felice Bauer y Franz Kafka, julio de 1917 (Archivo Klaus Wagenbach)
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/03/2025 a las 19:42 |