Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Documento 8º de los Archivos de Isaac Alexander. Agosto 1946. Port de la Selva
Pasados los nefastos días me encuentro de nuevo con mi suerte.
La condesa Pepa de Montmercy ha tenido la delicadeza de ofrecerme una estancia en su masía de Port de la Selva durante el estío de este año de 1946.
Yo le he ofrecido como pago a su cortesía el entretener sus noches con viejas historias que habré de contarle de memoria (todos mis libros fueron quemados. Todos mis escritos se los fumó el humo de las hogueras) y alegrar su tupido vergel con los sones de mi flauta si así lo desea.


En el cenador la primera noche un catorce de julio del año 1946
 
¡Qué alegre la concurrencia! Parece la masía de Pepa un lugar apartado del mundo. De hecho es un lugar apartado del mundo. Las luchas aquí se han sofocado. El dictador de España no existe. Tampoco los dictadores de Portugal, de la URSS o de los Estados Unidos de América. Ha cantado la chicharra todo el día y ahora son los grillos quienes toman el relevo. La noche ha caído y tras cenar una escalivada amb muchetas y butifarra nos hemos dedicado al noble arte del bebercio.
En esta primera noche se encontraban acompañándonos una mujer de una belleza griega a la que llamaré Gemma que venía acompañada de su amante inglesa miss Virginia, una joven desabrida y pálida con la luna de Irlanda a la que apenas vi intentar sonreír un par de veces a lo largo de toda la velada. También se encontraba entre nosotros el escritor local -y juez de Paz- Nehemías Benvenist, soltero empedernido a sus cuarenta y cinco años recién cumplidos y muy dado -según me confesó la condesa cuando nos quedamos solos- al delicado placer de morder la almohada. A los postres llegaron en su precioso Alfa-Romeo 6C el matrimonio compuesto por una mujer despampanante -la cual era la piloto- que mostraba un escote tan abismal que no pude por menos que agasajarla con una frase algo pícara cuando me fue presentada y su marido un hombre apuesto con un bigote fino -camino de hormigas se suele llamar- y cuyo atractivo mayor era sin dudarlo sus manos. A ella la llamaré Amaranta y a él Pío.
Sería cerca de la medianoche cuando mi anfitriona me pidió si podía terminar la velada con alguna amenidad antigua y yo, como no podía ser menos por la deuda contraída y vislumbrando además que la condesa quería quedarse a solas conmigo, relaté la siguiente crónica que corresponde a un pasaje del diálogo El sueño o el gallo escrito por Luciano de Samosata: Un joven llamado Alectrion era amigo de Ares, bebía con el dios, le acompañaba en las fiestas y participaba de sus aventuras amorosas; en efecto, cada vez que Ares acudía a mantener relaciones adúlteras con Afrodita se llevaba a Alectrion y, temeroso de que Helio lo sorprendiera y se lo contara a Hefesto, solía dejar siempre fuera, en la puerta, al joven, para que le advirtiera de la salida de Helio; hasta que un día se quedó dormido Alectrion y traicionó la vigilancia involuntariamente, de manera que Helio se acercó sin ser advertido junto a Afrodita y Ares, que dormía confiado, en la creencia de que Alectrion le avisaría si alguien se aproximara. Así fue como Hefesto, informado por Helio, los atrapó, tras rodearlos y darles caza con las redes que tiempo atrás había construido para ellos; en cuanto Ares se vio libre, dio rienda suelta a su cólera contra Alectrion, y lo convirtió en gallo, con armas y todo, de suerte que aún lleva el penacho del casco sobre la cabeza. Este es el motivo de que los gallos, para justificarse ante Ares cuando ya no es necesario, en cuanto se aperciben de que va a salir el sol, canten con mucha antelación anunciando su orto.

Ensayo

Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/07/2016 a las 17:07 | Comentarios {0}


Documento 7º de los Archivos de Isaac Alexander. Febrero 1946. Portbou.


No maldigo el suplicio de verme rodeado (suplicio: pena corporal, dolorosa, más o menos atroz. Jaucourt) de una suerte extraña de paisanos. Miro más bien incrédulo. A veces sin ganas. Como si la única forma de lucha fuera la inacción. Hay en este mundo que Calvino supo urdir tan bien un clamor de principios que me dan ganas -cuando alcanzo a verlos, a frotarme con ellos en un sueño informe- de liarme a hostias con el hombre de un coche, un domingo cercano. Porque quisiera mostrarte lo que he visto, me he detenido en seco y nunca más voy a gritar. Nunca más voy a maldecir y acogeré con humildad aquello de que cada uno cuenta la feria según le va.
Sólo esta noche déjame decirte que la vida no merece esfuerzo alguno. La vida no merece trabajos y penas. La vida no merece ser comprada. Porque la vida está mucho más allá del mercantilismo de almas y cuerpos que nos inculcó el francés de los cojones desde su Ginebra demente. Sólo esta noche déjame decirte que tu vena cava es infinitamente más hermosa que un billete de quinientos euros y que siento por tu boca más fascinación que por cualquier fashionortopedia. Sólo esta noche te diré que el líquen que cubre el quejigo destila tal trascendencia que Dios es un pedo maloliente a su lado y que una mujer desvirgada y gozosa es mucho más santa que cualquier Virgen follada por la oreja. Sólo esta noche déjame alertarte de la espera y el deseo. Déjame decirte: Derrocha, derrocha, derrocha. No te quedes nada. Dalo todo. Derrocha tu esperma. Derrocha tu bilis. Derrocha tu flujo. Derrocha tus ideas. Derrocha tu femineidad. Derrocha tus cojones. Derrocha, vida mía, derrocha por tus pezones y por tus narices. Derrocha hasta agotarte. Sin esfuerzo alguno. Todo dicha.
No creas que me será fácil callar. De hecho sé que en el futuro ya he traicionado este principio porque a mí los principios se me agotan nada más nacer. Se ríen de mí con la misma facilidad que yo me río con ellos y sabemos ambos que nada es lo suficientemente serio como para mantenerse firme. Todo no (ves: ya me desdigo del principio que acababa de abrazar). Sólo hay un principio que mantengo desde que tengo sueño e intento dormir cada noche: evitar el suplicio.
Y así te diré -pero sólo esta noche. Sólo esta noche- que tus manos son la tierra y la tierra es una forma más de movimiento; te diré que si te topas con un atardecer y eres consciente de él, te detengas y lo abraces; quiero esta noche -sólo esta noche- quitarme el sombrero y besar el número que me tatuaron en el brazo derecho y cuyas cifras sumadas y reducidas a un número natural son 8. Sólo esta noche te diré que beso ese número porque estoy vivo y cuando me despierto sudando a tu lado y he gritado y tu me acoges bajo tus brazos y me acaricias como si fuera un perrillo asustado, yo -querida mía- soy feliz, soy el más feliz de los hombres porque el suplicio quedó atrás y tan sólo quiero que me comas la polla para gozar y quiero sorberte el coño para que goces con la lengua de un hombre que estuvo a punto de quedar reducido a un número.
Ahora ya me callo. Me callo para siempre. Calvino mandó que la hoguera en la que iba a arder Miguel Servet fuera hecha con leños húmedos para que el suplicio del autor del De Trinitatis erroribus fuera muy lento, muriera más cocido que asado. Y así fue. El suplicio de Miguel Servet fue horrible, de los más horribles que se recuerdan. De su verdugo - Juan Calvino- parte la pata moral del capitalismo industrial.
¡Cuidado con el esfuerzo! ¡Cuidado con el trabajo! ¡Cuidado con la responsabilidad! A la vida le importan un carajo.
Caritas Romana. Rubens 1612
Caritas Romana. Rubens 1612

Ensayo

Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/06/2016 a las 00:43 | Comentarios {0}


Ejemplos de mi anquilosamiento, zotería, anormalidad, mal gusto, acalambramiento, ñoñería, absurdidad y falta de espíritu contemporáneo además de vanagloria, posible fimosis del neocórtex, amaneramiento y algo de misantropía.



Novelas Ejemplares
Gargantúa
Historia de la piratería de Gosse
El Criticón
Tirano Banderas
Libro del desasosiego
Cuentos fantásticos del siglo XIX
Jacques el Fatalista
Tristram Shandy
La Celestina
La Odisea
Cartas a un joven poeta
Melmoth el Errabundo
Metamorfosis
Ensayos (de Montaigne)
Epístolas morales a Lucilo
Eneida
Meditaciones
Heike monogatari
Matrimonio entre el Cielo y el Infierno
Cuentos de Antaño
Cuentos populares rusos
La rama dorada
Iliada
Las mil y una noches

 

Ensayo

Tags : Listas Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/05/2016 a las 12:14 | Comentarios {0}


1.- Cuando descubrí -hace veinte segundos- que la literatura está kaput, me entró un escalofrío de tres pares de cojones.
2.- ¡Me cago en Dios! me dije.
3.- Pensé ¿qué mierda vengo haciendo yo los últimos cuarenta y dos años de mi vida?
4.- De inmediato me tomé una infusión y me senté en el sofá para cerrar los ojos y calmar la ansiedad que me había generado descubrir que el libro -en sí- ya no entretiene a casi nadie.
5.- Es más: había descubierto que el libro en cuanto tal sólo había sido útil -fundamentalmente- como entretenimiento y como manipulador de masas.
6.- Entonces supe que la única manera de relajarme era haciéndome una paja.
7.- Me he hecho una paja.
8.- Estoy en crisis porque no sé qué hostias hacer con mi vida.
9.- Creo que también necesito ducharme porque al mirar los libros me siento sucio y retrasado.
10.- Tendré que llegar a alguna conclusión lógica (ésas son las únicas soluciones aceptables).
11.- Ahí os quiero ver creadores de video-juegos y apps cuando os toque el momento de saber que vuestro oficio ya no vale una mierda.
12.- ¡Qué pedazo de flash!
13.- ¡Uff, me tengo que duchar!
14.- Luego pensaré qué hacer con toda la cantidad de basura libresca que tengo en casa.
15.- Se acerca San Juan.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/05/2016 a las 10:07 | Comentarios {0}


Documento 6º de los Archivos de Isaac Alexander. Febrero 1946. Portbou.


No abogueis queridos corderos por el rugido. Nada hay que rugir en este mundo. Si llega la noche y surge la discusión has de saber que la llama se apagará sola. Yo te ruego encarecidamente que beses los labios y apures la copa de vino que Gaya te propuso con la uva. Y porque fuiste capaz de descifrar el secreto del fermento pudiste hacer volar tu serenidad hacia un lugar que se llamó ebriedad. Embriágate con la dicha de los sentidos. Descorcha tu propia imaginación hasta que salten chispas y los sonidos parezcan surgir de tus oídos. ¡Cuánto te amo, querida! No sabes cuánto bien me has hecho en los días tenebrosos de la represión. Saber que vivías era para mí la vuelta al encuentro. Porque deberíamos estar callados siempre. Porque debería dejar de escribir de una vez y para siempre y dedicarme en cuerpo y cuerpo al tuyo. Descubrirte sereno. Descubrirte embriagado. Descubrirte con sueño. Descubrirte enfermo. Esa dicha del descubrimiento debería serlo todo. Comenzar cada día a descubrirlo todo de nuevo. No dar nada por sabido. Porque nada se sabe. Porque el mundo es un cementerio si no somos capaces de atravesar la lápida y borrar los epitafios; si no somos capaces de arañar la tierra para llegar hasta el subsuelo donde los ciegos reinan y las pieles se asemejan en todo al cielo; si no somos capaces de apaciguar las iras que anidan en nuestros estómagos; si no somos capaces de escribir una letanía a marzo como si fuera diciembre. ¡Levanta, amiga, muéstrame tus senos y deja que mi lengua recorra tu costado y llanee en tu vientre hasta quedar agotada! El canto del petirrojo se ha hecho grande para mí. La mirada del jabalí me ha llenado de ternura y un palo corto de madera de fresno me ha susurrado una canción de bosque profundo con aromas de fresa salvaje. Yo no sé por qué estoy aquí. Sólo sé que no estoy para hablar. Sólo sé que no estoy para las palabras, ni para limpiar mi alma con los goces del mundo. ¿Sabes, amor mío? Esta mañana me miraba las manos. Esta mañana respiraba el aire de los pájaros. Esta mañana tocaba un piano. Esta mañana estaba callado. La Rueda de la Fortuna te aleja de mí. No envidio los labios que muerden tus labios. Ni envidio la mano que goza tu pubis. Ni envidio la lluvia que mojó tu pómulo. Ni envidio la ola que lamió tus pies. No envidio los ojos que te han visto ayer. Ni envidio la luz que te ilumina. No envidio el camino de vuelta. Ni envidio el próximo silencio que aventuro ha de ser para siempre. Porque en mí habita el día que reías y también la llave que no supiste encajar. Porque en mí habita lo que nunca será y lo que soy capaz de imaginar en silencio, sin palabras, acunado en la tarde, sometido al capricho de unos dioses que en este instante juegan a los bolos. Así suena el trueno. Así el haz del rayo. Así el árbol caído y también el del ahorcado. Sé que jamás seré mandrágora ni tampoco seré nunca tu esposo pero sé que una noche te acordarás de mí y conciliarás la oscuridad con la sábana blanca.
No la palabra. Nunca la palabra.
Pin-up retocada por Olmo Z. en algún momento del año 2009
Pin-up retocada por Olmo Z. en algún momento del año 2009

Ensayo

Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/05/2016 a las 19:14 | Comentarios {0}


1 ... « 30 31 32 33 34 35 36 » ... 91






Búsqueda

RSS ATOM RSS comment PODCAST Mobile