Escucharé Five Years de Bowie y volveré a sentirme eléctrico. Miraré el careto de Lou Reed en la portada del album Transformer y sentiré el pecho de Ana un día a la una de la tarde cuando escuchábamos Europa de Santana y ella tenía quince años y yo dieciséis. Luego atravesaré el tiempo montado en la voz de Camarón de la Isla y llegaré hasta La Habana donde Silvio Rodríguez le pide a Alá (Ojalá) que la lluvia no sea descanso que baja por tu cuerpo y mirando el mar Caribe Erik Satie me alejará de allí y volveré a Miles Davis y su All Blues o a una tarde con Joni Mitchell y César en su estudio de las Navas de Tolosa y luego, durante un amanecer, Chet Baker me cogerá de la mano y junto a My Funny Valentine veré salir el sol y nos admiraremos del tempo sincopado de Las Danzas de lo Sagrado y lo Profano de Debussy. No será el mar el horizonte sino la dominante de una melodía rota a pedazos por Olivier Messiaen la cual, paradójicamente, nos retrotraerá a Las Vespras della Beata Vergine de Monteverdi y esos cantos, esas alturas me irán durmiendo y al final creeré escuchar, ya en los sueños, El Preludio de la suite para cello número 1 de Johan Sebastian Bach.
03 Tomas Luis de Victoria Requiem(1605)-Kyrie.mp3 (2.7 Mb)
No, ahora no debes. Si no te picara la cabeza. Si no te ahogaras entonces sí, entonces podrías. Nada es real. Nada ha de preocuparte. Los días se siguen a los días y la única fortuna es ésa: los días que siguen a los días. No pidas más. No aspires. No tengas esperanza. No tengas la puta esperanza de los cojones. Anúlala a base de días. Déjalo todo en el haber de tu fortuna. No pises. No maldigas. Nada es por ti. Nada es contra ti. Ni siquiera la anti-lotería que te tocó ayer, ese premio gordo de las miserias. No te quejes. No hay queja. Dítelo de verdad, No hay queja y si quieres, luego, bufa, brama o simplemente esconde tu cabeza bajo la almohada. Ahora tómate el café. Pasa la tarde como desde hace tantos años escribiendo, pensando, descubriendo y no maldigas y no tengas ansias. Has podido pasar el día bajo cobijo. Has comido. Has podido moverte sin ayuda. Has tenido tu cabeza colocada en su sitio. Has tenido una conversación ¡Cágate en todo lo que quieras! No pases de ahí. La blasfemia es la más clara prueba de la religiosidad. Un pueblo que no blasfema es un pueblo que no cree. Un hombre que no blasfema es un hombre que no cree. Y tú, alma cándida, tienes la religiosidad de los hombres antiguos. Entonces blasfema, es tu derecho, es la cruz de tu dios, sea el que sea, no le pongas nombres pero si piensas en la justicia entonces crees en dios, si en el fondo de tu más honda hondura crees en la justicia es que tienes por norte la idea de dios. Entonces blasfema, blasfema e híncate de rodillas y suplica lo que no puedes conseguir por tus propios medios, sólo hasta ahí. Lo demás es hacerse peor. Lo demás es dejarse llevar por la corriente de las víctimas. Niégate. Niega a dios y entonces estarás salvado, sin esperanza, sin anhelos, sin fortuna.
A Raquel y Raúl
El domingo amaneció difícil. Fui a buscar a Violeta y nos fuimos a El Escorial. Antes de salir pensé en no ir. En llamar sin excusas. El día seguía siendo difícil aunque Violeta estuviera sentada en la parte de atrás y hubiera venido corriendo porque yo estaba mal aparcado. La carretera me fue relajando como me suele ocurrir pero el domingo seguía siendo difícil. Llegamos a la casa de Raquel. Es una casa preciosa, pequeña, con un jardín delicioso -todo final del otoño-. Allí estaban ellos y Laura, la hija de Raquel, que nació el mismo día que mi hija. Los niños tienen la virtud de la atemporalidad. Apenas necesitan un minuto para recuperar la relación. Cuando se fueron Raquel, Laura y Violeta para dar un paseo a Portu -un perro cascarrabias y encantador- le dejé ver a Raúl lo difícil que era para mí ese domingo. Comimos un estupendo puding de espinacas con espárragos cubierto de salmón (ese plato se lo había visto hacer días antes a Karlos Arguiñano y me había parecido precioso de color -tan verde y tan naranja con la curiosa transparencia del espárrago- y me resultó sorprendente vérselo hacer a Raúl) y pollo con champiñones. En la sobremesa hablamos con confianza. Con confianza. Y de repente sentí que el domingo ya no era tan difícil.
La amistad es una de las formas más sublimes de la esperanza. Teníamos que volver pronto, hacia las cinco y media. Me abrazaron al marchar. Cuando llegamos a Madrid el domingo había dejado de ser difícil. Hasta logré aparcar sin apenas problemas.
Esa sensación de levedad se ha mantenido hoy y hoy, justamente, necesitaba sentirme leve. Mientras impartía una clase de guión me he acordado mucho de ellos y cada vez que me acordaba el ambiente de la clase se iba volviendo alegre, lleno de confianza como si la de ayer se hubiera ido instalando en el espacio de hoy. Sé que sin su apoyo la tarde de hoy habría sido distinta y estoy casi seguro que más difícil como ayer lo fue hasta que estuve con ellos.
La amistad es una de las formas más sublimes de la esperanza. Teníamos que volver pronto, hacia las cinco y media. Me abrazaron al marchar. Cuando llegamos a Madrid el domingo había dejado de ser difícil. Hasta logré aparcar sin apenas problemas.
Esa sensación de levedad se ha mantenido hoy y hoy, justamente, necesitaba sentirme leve. Mientras impartía una clase de guión me he acordado mucho de ellos y cada vez que me acordaba el ambiente de la clase se iba volviendo alegre, lleno de confianza como si la de ayer se hubiera ido instalando en el espacio de hoy. Sé que sin su apoyo la tarde de hoy habría sido distinta y estoy casi seguro que más difícil como ayer lo fue hasta que estuve con ellos.
Había publicado un poema. Lo he dejado varias horas. Lo he quitado. He visto a dos mujeres en el convoy opuesto al mío mirando lo mismo que era nada. Me ha extrañado esa misma mirada, hacia ese mismo punto vacío.
Luego venían los pensamientos oscuros y cierto frío. Más tarde Violeta me ha devuelto el bienestar. Cuando estoy con ella lo siento a menudo. Tiene diez años bellísimos llenos de alegría y sentido del humor. Siempre nos detenemos en la librería Méndez y miramos el escaparate. Ella descubre a menudo los libros nuevos y yo siempre me quedo mirando La Historia de mi vida que es la autobiografía de Giacomo Casanova con un precio absolutamente prohibitivo. El librero me comentaba el otro día que quizá por los antepasados aristocráticos del editor, Jacobo F. Stuart, hijo de la duquesa de Alba, no sabía el buen señor lo que costaba conseguir 120€. De hecho el libro apenas se vende y mira que tiene que estar bien porque más que sus andanzas son las andanzas de un hombre curioso por la segunda mitad del siglo XVIII europeo, una especie de enciclopedia de la vida privada.
Ahora escribo mientras ella merienda chocolate con pan (tenía, me ha dicho en la calle, muchas ganas de tomar algo dulce. Yo le he dicho que el chocolate es amargo y ella me ha respondido que si es con leche no. Y tiene razón. Al final lo hemos comprado con leche y almendras).
Había publicado un poema. Quiero más. Quiero mucho más.
Luego venían los pensamientos oscuros y cierto frío. Más tarde Violeta me ha devuelto el bienestar. Cuando estoy con ella lo siento a menudo. Tiene diez años bellísimos llenos de alegría y sentido del humor. Siempre nos detenemos en la librería Méndez y miramos el escaparate. Ella descubre a menudo los libros nuevos y yo siempre me quedo mirando La Historia de mi vida que es la autobiografía de Giacomo Casanova con un precio absolutamente prohibitivo. El librero me comentaba el otro día que quizá por los antepasados aristocráticos del editor, Jacobo F. Stuart, hijo de la duquesa de Alba, no sabía el buen señor lo que costaba conseguir 120€. De hecho el libro apenas se vende y mira que tiene que estar bien porque más que sus andanzas son las andanzas de un hombre curioso por la segunda mitad del siglo XVIII europeo, una especie de enciclopedia de la vida privada.
Ahora escribo mientras ella merienda chocolate con pan (tenía, me ha dicho en la calle, muchas ganas de tomar algo dulce. Yo le he dicho que el chocolate es amargo y ella me ha respondido que si es con leche no. Y tiene razón. Al final lo hemos comprado con leche y almendras).
Había publicado un poema. Quiero más. Quiero mucho más.
¡Cómo no voy a recordar sus manos! O su figura menuda todas las tardes, excepto los miércoles que libraba, a la salida del colegio y su gesto de los viernes cuando me daban las notas y siempre había suspendido varias asignaturas. La calle de Lista y sus bocadillos con tomate untado ¿Será recuerdo del recuerdo el tamaño y color de los tomates? ¡Tan grandes, tan rojos! Íbamos de sus manos por la plaza de Salamanca cuando su suelo era de arena.
En las noches sus manos colocaban el embozo de las sábanas bajo nuestras barbillas. Su beso en la frente antes de despedirse hasta el día siguiente. Su manos en mis piernas colocando paños muy calientes. Su cuerpo acogedor una noche en que tuve una horrible pesadilla. Sus manos en las mañanas de verano, en Cullera, cuando dejaba sobre la mesa aquellas inmensas bandejas de tostadas con mantequilla para desayunar. Sus manos en los hospitales. Su compañía año tras año de la infancia en el gimnasio del doctor Quintana donde íbamos para recuperarnos tras cada operación. Su sufrimiento por nuestro sufrimiento. Sus manos en gesto jubiloso cuando nos ocurría algo hermoso. Sus ocurrencias geniales. Su ingenio manchego. Su bondad a prueba de matones. Su compasión (cum pasione=con la pasión) por los más débiles. Su dignidad.
¿Cómo olvidar a quien me dio la vida que me faltaba? ¿a quien me enseñó cómo se ama (y que para mi desgracia aún no he aprendido. Confía en mí, soy lento, pero aprendo)? ¡Y su risa blanca y sus uñas rojas y sus huevos fritos con jamón y patatas! Julia.
En las noches sus manos colocaban el embozo de las sábanas bajo nuestras barbillas. Su beso en la frente antes de despedirse hasta el día siguiente. Su manos en mis piernas colocando paños muy calientes. Su cuerpo acogedor una noche en que tuve una horrible pesadilla. Sus manos en las mañanas de verano, en Cullera, cuando dejaba sobre la mesa aquellas inmensas bandejas de tostadas con mantequilla para desayunar. Sus manos en los hospitales. Su compañía año tras año de la infancia en el gimnasio del doctor Quintana donde íbamos para recuperarnos tras cada operación. Su sufrimiento por nuestro sufrimiento. Sus manos en gesto jubiloso cuando nos ocurría algo hermoso. Sus ocurrencias geniales. Su ingenio manchego. Su bondad a prueba de matones. Su compasión (cum pasione=con la pasión) por los más débiles. Su dignidad.
¿Cómo olvidar a quien me dio la vida que me faltaba? ¿a quien me enseñó cómo se ama (y que para mi desgracia aún no he aprendido. Confía en mí, soy lento, pero aprendo)? ¡Y su risa blanca y sus uñas rojas y sus huevos fritos con jamón y patatas! Julia.
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Diario
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/01/2010 a las 13:01 | {0}