Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Escena única


Noche en un polígono industrial a las afueras de un pueblo. Una farola de luz naranja ilumina un pequeño desguace de maquinaria pesada. En el centro del desguace un tractor que aún se mantiene completo. Dentro del tractor Verónica fuma un cigarrillo. Verónica es una mujer de cuarenta y cinco años, delgada, ajada. Está pintarrajeada. Tiene el peinado alborotado. Su cabello está teñido de rojo. Viste unas mallas grises y un top rojo.
De entre los hierros del fondo del escenario aparece Vito con un alimentador de un John Deere. Vito tiene 32 años. Lleva la cabeza totalmente afeitada. Es delgado como un junco. Puro nervio. Viste unas bermudas, una camiseta de tirantes y unas zapatillas deportivas.
Vito llega hasta el tractor. Se apoya en la parte delantera y empieza a manipular el alimentador.


VITO:
¡Hostia mi puta vida! Es que he hacido de pie. ¡Me cago en la hostia! ¡Que me va a servir! Y me voy a ahorrar unos buenos boniatos. (Sopla el filtro) ¡Niquelao! ¡Eh, tú, pelirroja, ya nos las podemos pirar!

Verónica sigue fumando dentro del tractor. No responde.

VITO:
No te calientes la mollera. Que no ha sido nada. Se me ha ido la mano. Ya está. (Bromea) Si quieres te caliento un poco más la badana. Vamos. Baja de ahí.

Verónica sigue callada y fuma lentamente

VITO: (mientras sigue examinando la pieza y de espaldas a Verónica)
No me hagas subir que te arranco las bragas y te depilo el coño a mordiscos (Ríe su propia gracia). Que me conoces. Que me pongo nervioso. Que me tocas los cojones y a mí no es bueno tocarme los cojones... lo sabes, Vero, lo sabes... y a ti te gusta mucho tocarme los cojones... te mola... que te mola... y a mí por ahí no... por ahí no... a mí nadie me la mete por el culo y menos una como tú... te estoy pidiendo perdón... y yo sólo pido perdón una puta vez...


 

Teatro

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/07/2015 a las 18:41 | Comentarios {0}


EL:
Era mi propia esperanza. Era el árbol, menos si quieres, te lo admito, era un arbusto; puedo aceptar que no llegaba a matorral. ¡Qué más da el tamaño! Me llamas miserable ¿cómo tienes los santos cojones de llamarme miserable? ¿qué superioridad moral es ésa? ¿Tú nunca fuiste miserable? ¿Tú nunca has cometido un acto impuro? Impuro digo con respecto a tu sentido de la pureza que ha de ser muy elevado, muy exquisito, si tienes la indecencia de llamarme a mí miserable y quedarte ahí como un pasmarote, como si ese silencio fuera un bastión inexpugnable.

Él come un trozo de mortadela.
Otro se mantiene callado con una tensión en todo evidente en su boca.
Preludio.


OTRO:
Se hace tarde.

Él se levanta de la silla. Se acerca a una puerta. Apoya la cabeza en ella. Se queda un rato así.

OTRO:
Se hace tarde.

Él se quita un anillo y lo deja encima de la mesa, junto a la mortadela.

OTRO: (Lo coge. Lo mira)
No creo que me den mucho por esto.

Él se pone una cazadora demasiado antigua. Se va.

OTRO: (Se pone el anillo en el dedo meñique de la mano izquierda)
No, no es suficiente.
 

Teatro

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/06/2015 a las 16:57 | Comentarios {0}


Escena única


Una habitación de hotel.
A. desnuda se levanta y empieza a vestirse muy lentamente.
B. desnudo se mantiene tumbado en la cama mirando a A. vestirse
.
Fuera un neón rojo vertical ilumina -intermitentemente- la habitación que está del todo oscura.  Vemos sólo siluetas de dos cuerpos.


A:
Sí... hace años

B:
No llego a saber. ¿Por qué ahora? ¿Cuántos años dices?

A:
A lo mejor digo treinta años. O puedo variar y decir veinte años. No sé. El tiempo se me perdió hace unos días. Te reconozco que estaba distraída. Quizá fue en el tanatorio. O la lluvia justo antes. O que me desorienté. Andaba buscando una salida y me encontré una entrada. Tú no habías aparecido. Nunca habías aparecido. Nunca había recordado la noche en la que te atracaron y llegaste temblando al lugar en el que yo te esperaba. Eras tan joven y tenías tanto miedo que no te creí.

B:
No recuerdo. Me da la impresión de que me confudes con otro. Yo no recuerdo ese miedo. Sí recuerdo en cambio que hubo un tiempo en mi vida en el que me atracaron varias veces, en pocos años. Los años yonkies.

A:
¿No te gustó mi pecho? Esta noche digo...

B:
Te conservas muy bien...

A:
Entonces me recuerdas...

B:
No recuerdo nada. Ya te lo he dicho. Digo que te conservas bien para la edad que tienes. No, no me digas la edad que tienes. Digo que tu pecho... en realidad no me importa nada tu pecho. En realidad estoy aquí porque... porque soy (desolado) un macho, un macho...

A:
Delante del muerto estabas más hermoso.

B:
Era mi amigo. Le debía entereza. A la sexta intentona lo consiguió.

A:
El tiempo ha hecho estragos en tu piel y en tus formas. Eras tan delgado. Fuiste tan delgado. Eras fibra la noche que te acostaste conmigo. Eras fibra y miedo. Aquella noche se juntaron tanto la muerte y el sexo en ti que...

B:
Te digo que no recuerdo aquella noche. No puede ser que no la recuerde. Ni que pasen treinta años. Ni que pasen veinte. No hace falta que inventes excusas para acostarte con un hombre. Cuando ha estado cerca la muerte ha sido hoy. ¿De qué lo conocías?

A:
¿A quién?

B:
Al muerto... a mi amigo... ¿a quién va a ser?

A:
Mientras le mirabas se notaba que estabas viajando en el tiempo. Estarías recordando los momentos junto a él. No pestañeabas. No te movías. Parecías no escuchar los murmullos a tu alrededor ni mi zapato de tacón. Luego sí, luego los escuchaste. Creo, dime si me equivoco, que cuando me insinué a ti pensaste, Este polvo va por ti, colega. ¿Fue así? dime...

B:
Fue así.

A:
Yo pago la habitación. No te quedes aquí. No te haría bien. ¿Tienes familia? ¿Tienes mujer, hijos?

B:
Tú no me conoces.

A. se ha terminado de vestir. Se escucha el taconeo de sus zapatos de tacón que rodean la cama donde B sigue tumbado.
B. se levanta de un salto y agarra a A. por un brazo.


B:
Tú no me conoces. Nunca estuvimos juntos. ¿Cómo se llamaba el muerto? ¿Díme cómo se llamaba?

A:
Abel.

B:
Se llamaba Abel y tú (le suelta el brazo) no me conoces. Estás vieja.

A:
Sí, estoy vieja.

B:
No me ha gustado follar contigo. Ha habido un momento en el que he sentido asco de mí mismo. No me gusta cómo hueles.

A:
Eso está mejor. Darse cuenta. No te quedes aquí. El neón rojo recuerda siempre al infierno. Olvida lo que ha pasado. Hasta dentro de otros treinta años cuando me veas y no me recuerdes de nuevo...

B:
¡No, no te recordaré! Me has usado.

A:
Parece tu lamento cojera de perro.

A. besa en la mejilla a B.
A. sale de la habitación.
B. se acerca a la ventana. La abre.

 

Teatro

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/05/2015 a las 17:40 | Comentarios {0}


Escena única


A: ...entonces fuera de aquí, donde nos perderíamos. Imagina. Atrás la curva pronunciada, la alameda, el campanario y el campo de fútbol...

B: También el campo de fútbol.

A: ...entonces yo me fundiría a blanco, dejaría que la estepa se uniera a mí, entre ella y yo nada. Espuma encontraríamos. Una nueva flora.

B: También una nueva flora.

A: ...entonces descansaríamos en el arroyo que fluye hacia el afluente que desemboca el el río que va a parar, como siempre, al mar.

B: También el mar.

A: ... fíjate, fíjate bien. Más allá de aquel horizonte. Más allá de la Siberia. Más allá de las creencias. Más allá de la energía oscura. Fíajte bien porque será allí donde entonces, donde entonces.

B: También donde entonces.

A: Y yo podré decirte y tú, tú podrás mirarme. Sosiégate. Apóyate en mi regazo que esta noche llena se presagia a sí misma.

B: También a sí misma se presagia. ¡Schchsst! Espera. No es la alondra porque nunca la reconocería. Ni es pisada de animal salvaje. Es sonido de viola y arpa. No quieras ahora continuar la charla porque tu regazo se me antoja intenso como la mora en septiembre. Haremos compota. Haremos si queremos febrero. Nada importará lejos de aquí. Aquí que es escape y burla y algo muy parecido al lastimero canto de un muecín borracho. Así toma mi mano y descansa de imaginar. Nada hay que imaginar. Todo está aquí. También la rama que cortaste está aquí y el cabecero de la cama que echamos hace tiempo al limo del pantano. No hay que imaginar. No hay que esperar. Ya estamos. Ya estamos. Yo en tu regazo. Tú en el regato.

A: ...entonces no hace falta la escarcha que imagino, ni el pie que se camina ni el hacho que ilumina el pasadizo del castillo: no quieras la barba del vecino ni el aire de la regla ni el vaivén cautivo en los galeones; no quieras de mí; no alardees, ¡qué callados tus labios!

B: ¡Ah!

Teatro

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/05/2015 a las 17:32 | Comentarios {0}




Olmo:
Deba o no esculpir un cristal en mi rostro; deba abrirme la cara tras los aplausos ha llegado el momento de resumirme. Desde la sensación de estar al final del alambre veo mi vacío lleno de una estupidez bien macerada, estupidez mía (porque el resumen es de mí), inacción acostumbrada veo en ese vacío estúpido, con las puntas de los pies (uno de ellos por cierto absolutamente inútil para el equilibrio y el otro apenas diestro en esas lides siendo además el siniestro) a punto de salirse de la fina anchura del alambre fiero.
Deba claudicar a ese cielo que no sé si es de amanecer o si es que anochece, intento por todos los medios que los que me quieren no sean testigos de este despeñarme, de este hacerme viejo y volverme de alguna forma inconsolable. Han sido muchas palabras para decir tan poco. Y muchos intentos -seguro que sí- de parecer lo que nunca he sido. En estas tiernas palabras, tan fuera de razón las más de la veces, tan quejumbrosas otras, cuando la única responsabilidad de la desgracia tiene como primer protagonista al que ahora escribe; dice una mujer que de joven un cura le espetó, Cuando necesites que alguien te eche una mano, mírate al final de tu brazo. También escuché ayer otra sentencia, ¡Anda, baja ya de la cruz que necesitamos la madera! Frases que son de aliento y fuerza y que muchas veces he opuesto, para defender mi debilidad, mi quebranto, mi queja, a ese lugar del ser humano en el que la indefensión es causa de tanta pesadilla, de tanta necesidad de deconstrucción, de tanto análisis como es, el lugar, la infancia. Sólo que yo, ahora, en esta hora fusca, tras haber sido joven y no tan estúpido, he llegado hasta esta cima de la extrema estulticia en la que he pensado que el Mundo me debía algo y que no tenía más que sentarme a esperar para que esa deuda se me abonara. No hay deuda ninguna. El universo no está para ser deudor de nadie y tampoco para ser acreedor. Estamos en paz. Tan sólo no estoy en paz conmigo y menos aún con mi cobardía. Porque ahora lo sé. Porque ahora lo puedo decir: ¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Cobarde! Y aunque me lo dijera mil millones de veces, no sería suficiente para aliviar mi cobardía, mi tenaz cobardía, mi cobardía generada hora tras hora en esta inacción macerada en el tiempo, en el maldito tiempo de la nada. Quizá deba esculpir un cristal en mi rostro o sajarme el saco lacrimal con la cuchilla de afeitar. Quizá debiera someterme a la vergüenza y renunciar definitivamente y buscar en la mendicidad la satisfacción a mi cobardía. Ser lo que nunca me atreví a ser: un vagabundo, un miserable, un marginado que no entendió el esfuerzo como meta, el trabajo como premio, la seguridad como perímetro vital y resumirme así, sarnoso, sentado en una esquina de una avenida de una gran ciudad y mostrando mis deformidades para avivar la caridad de los transeúntes. La mirada baja. Un sombrero que ocultara mi rostro. Y ya en la noche encaminarme a algún albergue donde me dieran una sopa y un jergón. Y esperar así la llegada de la muerte porque mi cobardía me impide por supuesto suicidarme y porque en última instancia he de reconocer que la vida aún me atrae. Por si el milagro será... por si el milagro...

 

Teatro

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/03/2015 a las 19:17 | Comentarios {3}


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