Escrita por Isaac Alexander entre el 31 diciembre de 2010 y el 1 de enero de 2011.
El autor la subtitula: Comedia escrita para cuatro actos caníbales
ESCENA III
Pasa el tren.
La lluvia se ha ido secando y ahora gotea. Muy a lo lejos se escucha el final de unos truenos. También las ruedas de los coches siguen girando a intervalos regulares sobre el asfalto.
Durante los parlamentos sin voz de Ella, Él adecuara su gesto a lo que le está contando.
Ella: No, mi padre no era un canalla… (sigue hablando sin emitir los sonidos de las palabras) en el patio de la escuela (misma acción sin sonidos)… (ríe) fue precioso… (misma acción sin sonidos)…. (cambia su gesto, es triste) recuerdo la ausencia de mi padre en su cadáver. Ya no estaba.
Él hace ademán de cogerle la mano que reposa sobre la mesa. No lo hace.
Él: ¿Y el primer desvanecimiento?
Hablan los dos sin que escuchemos los sonidos.
Ella: (Surge la voz )…quizá por oposición a mi madre. O quizá no tenga ella nada que ver, sea una aventura que viene desde mucho antes de, de…
Él: ¿de qué?
Vuelve a entablarse un diálogo sin sonidos entre ambos. Durante el mismo, Ella ha tocado la mano derecha de Él.
Ella: Te vi y ya está. Te vi con belleza, con inteligencia y con dolor, así te vi.
Él: No, no, no es eso lo que quiero saber sino cómo te veías tú al verme a mí así. Yo también estaba buscando. Te recuerdo franca y sensual.
Ella ríe y ahora vuelven a hablar sin sonidos. Sus gestos se han ido acercando.
Dialogan.
Se concentran.
En el reloj de pared de la casa frontera dan las tres.
Ella se levanta. Desaparece de escena.
Él se levanta y suspira aliviado. Abre la ventana y respira hondo el aire húmedo que ha dejado la lluvia.
Vuelve Ella con una botella de vino y dos vasos.
fin del tercer acto
Pasa el tren.
La lluvia se ha ido secando y ahora gotea. Muy a lo lejos se escucha el final de unos truenos. También las ruedas de los coches siguen girando a intervalos regulares sobre el asfalto.
Durante los parlamentos sin voz de Ella, Él adecuara su gesto a lo que le está contando.
Ella: No, mi padre no era un canalla… (sigue hablando sin emitir los sonidos de las palabras) en el patio de la escuela (misma acción sin sonidos)… (ríe) fue precioso… (misma acción sin sonidos)…. (cambia su gesto, es triste) recuerdo la ausencia de mi padre en su cadáver. Ya no estaba.
Él hace ademán de cogerle la mano que reposa sobre la mesa. No lo hace.
Él: ¿Y el primer desvanecimiento?
Hablan los dos sin que escuchemos los sonidos.
Ella: (Surge la voz )…quizá por oposición a mi madre. O quizá no tenga ella nada que ver, sea una aventura que viene desde mucho antes de, de…
Él: ¿de qué?
Vuelve a entablarse un diálogo sin sonidos entre ambos. Durante el mismo, Ella ha tocado la mano derecha de Él.
Ella: Te vi y ya está. Te vi con belleza, con inteligencia y con dolor, así te vi.
Él: No, no, no es eso lo que quiero saber sino cómo te veías tú al verme a mí así. Yo también estaba buscando. Te recuerdo franca y sensual.
Ella ríe y ahora vuelven a hablar sin sonidos. Sus gestos se han ido acercando.
Dialogan.
Se concentran.
En el reloj de pared de la casa frontera dan las tres.
Ella se levanta. Desaparece de escena.
Él se levanta y suspira aliviado. Abre la ventana y respira hondo el aire húmedo que ha dejado la lluvia.
Vuelve Ella con una botella de vino y dos vasos.
fin del tercer acto
Escrita por Isaac Alexander entre el 31 diciembre de 2010 y el 1 de enero de 2011.
El autor la subtitula: Comedia escrita para cuatro actos caníbales
ESCENA II
Él está sentado en la misma silla y en la misma posición de la escena anterior. Está de espaldas a Ella.
Ha empezado a llover. Al principio de la escena la lluvia es dulce como un manto de sonido que cayera sobre ellos, arropándoles de su propio silencio.
Se escucha a intervalos regulares las ruedas de los coches girando sobre el asfalto mojado.
Ella, desde la ventana, mira la espalda de Él. Está con los brazos cruzados y las piernas cruzadas, apoyada con el perfil de su brazo en la jamba de la ventana. Se pasa una mano por la boca. Suspira.
Él se acaricia el muslo izquierdo con la mano izquierda.
Llueve más fuerte.
Pasan dos coches seguidos.
Dan las once en el reloj de pared de una casa frontera.
Él: (Cuando terminan de dar las campanadas). Las once.
Ella descruza los brazos y deja que éstos caigan. Se mesa los cabellos.
Ella: No sé qué hacer con los brazos.
Él: Siéntate. Ponlos encima de la mesa.
Ella mira por la ventana. Llueve más fuerte. Empieza a ser una lluvia con aires de furia. Casi como reacción animal se aparta un poco de la ventana. Y en ese movimiento duda tan sólo un instante, no llega a detener el movimiento quizá tan sólo un imperceptible cambio de dirección o menos: su pensamiento, para al final encaminarse hacia una silla, separarla un poco de la mesa y sentarse.
Él está de espaldas a la ventana.
Ella se ha sentado a su izquierda, de cara al público.
Él mira al frente.
Ella mira al público.
La lluvia suena fuerte.
Pasan los coches.
fin del acto segundo
Él está sentado en la misma silla y en la misma posición de la escena anterior. Está de espaldas a Ella.
Ha empezado a llover. Al principio de la escena la lluvia es dulce como un manto de sonido que cayera sobre ellos, arropándoles de su propio silencio.
Se escucha a intervalos regulares las ruedas de los coches girando sobre el asfalto mojado.
Ella, desde la ventana, mira la espalda de Él. Está con los brazos cruzados y las piernas cruzadas, apoyada con el perfil de su brazo en la jamba de la ventana. Se pasa una mano por la boca. Suspira.
Él se acaricia el muslo izquierdo con la mano izquierda.
Llueve más fuerte.
Pasan dos coches seguidos.
Dan las once en el reloj de pared de una casa frontera.
Él: (Cuando terminan de dar las campanadas). Las once.
Ella descruza los brazos y deja que éstos caigan. Se mesa los cabellos.
Ella: No sé qué hacer con los brazos.
Él: Siéntate. Ponlos encima de la mesa.
Ella mira por la ventana. Llueve más fuerte. Empieza a ser una lluvia con aires de furia. Casi como reacción animal se aparta un poco de la ventana. Y en ese movimiento duda tan sólo un instante, no llega a detener el movimiento quizá tan sólo un imperceptible cambio de dirección o menos: su pensamiento, para al final encaminarse hacia una silla, separarla un poco de la mesa y sentarse.
Él está de espaldas a la ventana.
Ella se ha sentado a su izquierda, de cara al público.
Él mira al frente.
Ella mira al público.
La lluvia suena fuerte.
Pasan los coches.
fin del acto segundo
Escrita por Isaac Alexander entre el 31 diciembre de 2010 y el 1 de enero de 2011.
El autor la subtitula: Comedia escrita para cuatro actos caníbales
ESCENA PRIMERA
El: Posiblemente...
Ella:: ¿Cuándo?
Se escucha el sonido de un tren.
El: Si supieras...
Ella: No.
Pasa el tren bajo la ventana y tiemblan los cristales
El se quita el abrigo.
El: Déjame quedarme aunque sólo sea un rato. Para no olvidarme nunca...
Ella:: ¿Toca un poco de patetismo? ¿Voy a la cocina, traigo un par de vasos y sirvo vino? ¿Saco las cuartetas de Omar Kayyam?
El:No.
Ella: ¿Qué coño es esto? ¿Dónde me quieres llevar? Te dije que esperaras. Nunca supiste escuchar ¿Sabes? de ti recuerdo, sobre todo, tus discursos. (Despectiva) la forma de tu orden. Cómo movías las manos, cómo tu verbo llevaba a la piedad, a la compasión.
El la mira y se echa a llorar sin más gesto que las lágrimas, sin más aspaviento.
Ella le da la espalda. Se acerca a la ventana. Sigue con la vista el último fulgor rojo del tren que pasó. Habla de espaldas a él.
Ella: ¿De qué serviría? ¿Qué aclararía? ¿Por qué una conversación que tenemos pasado el tiempo, va a servir para entender lo que vivimos juntos? Ya no somos los mismos. Si quieres te reconozco mi interés cuando te conocí. Si quieres admito el estúpido estado de enamoramiento, ¡estúpido! ¡estúpido! ¡estúpido! Una y mil veces lo maldigo. Una y un millón de veces cada vez que recuerdo que estuve enamorada de ti.
El saca un pañuelo de tela y suena los mocos.
El: No he venido a saber de nuestro amor. No me importa nada nuestro amor. No creo en ti como amante ni sentí nunca que tú fueras ¿cómo decirlo?, la llama y el oxígeno, y... ¡da igual! Yo quiero que me hables de ti para saber de mí. Yo quiero que me hables de quién eres, qué esconde ese nombre de cinco letras, qué hay realmente detrás de tus ojos, por qué me elegiste como espejo, por qué nos parecemos tanto. Porque sabiendo de ti, sabré del mundo, de las razones...
Ella: ¿Ya empiezas? ¿Tomo notas?
El: (Grita) ¡Por qué te niegas a tener esa terapia conmigo! ¿No sería yo...
Ella: (Se vuelve y se enfrenta a él) No me grites, hijo de puta, ni se te ocurra alzarme la voz ni esto. Esta es mi casa...
El: Y la mía...
Ella: Nunca lo fue...
El: Eso me decías...
Ella: Te mentí.
El: No, no me mentías. Por eso estoy aquí. Déjame preguntarte: ¿Cuándo descubriste tu mirada? ¿Cuándo te sentiste tuya? ¿Qué impresión te produjo? ¿Y el primer desvanecimiento? ¿Y la primera decisión? Y el llanto salvaje y la ira y el desconcierto y la luz y el demonio y el primer hombre que te engañó, ¿fue tu padre? ¿te violó? ¿era un canalla? Háblame de ti. Dime para que yo pueda conocerme y empezar el mundo. Porque quiero amarlo. Con todas mis fuerzas quiero amarlo.
Ella: No voy a hacerlo. No voy a responderte.
El se sienta en una silla. Acaricia lentamente la mesa. Mira enrededor.
Ella sigue junto a la ventana. Mira su reloj de pulsera. Está anocheciendo.
Ella: Es tarde.
El: Me voy a quedar.
Ella: Pero ¿qué dices? Además espero a alguien...
El: No esperas a nadie.
fin del primer acto
El: Posiblemente...
Ella:: ¿Cuándo?
Se escucha el sonido de un tren.
El: Si supieras...
Ella: No.
Pasa el tren bajo la ventana y tiemblan los cristales
El se quita el abrigo.
El: Déjame quedarme aunque sólo sea un rato. Para no olvidarme nunca...
Ella:: ¿Toca un poco de patetismo? ¿Voy a la cocina, traigo un par de vasos y sirvo vino? ¿Saco las cuartetas de Omar Kayyam?
El:No.
Ella: ¿Qué coño es esto? ¿Dónde me quieres llevar? Te dije que esperaras. Nunca supiste escuchar ¿Sabes? de ti recuerdo, sobre todo, tus discursos. (Despectiva) la forma de tu orden. Cómo movías las manos, cómo tu verbo llevaba a la piedad, a la compasión.
El la mira y se echa a llorar sin más gesto que las lágrimas, sin más aspaviento.
Ella le da la espalda. Se acerca a la ventana. Sigue con la vista el último fulgor rojo del tren que pasó. Habla de espaldas a él.
Ella: ¿De qué serviría? ¿Qué aclararía? ¿Por qué una conversación que tenemos pasado el tiempo, va a servir para entender lo que vivimos juntos? Ya no somos los mismos. Si quieres te reconozco mi interés cuando te conocí. Si quieres admito el estúpido estado de enamoramiento, ¡estúpido! ¡estúpido! ¡estúpido! Una y mil veces lo maldigo. Una y un millón de veces cada vez que recuerdo que estuve enamorada de ti.
El saca un pañuelo de tela y suena los mocos.
El: No he venido a saber de nuestro amor. No me importa nada nuestro amor. No creo en ti como amante ni sentí nunca que tú fueras ¿cómo decirlo?, la llama y el oxígeno, y... ¡da igual! Yo quiero que me hables de ti para saber de mí. Yo quiero que me hables de quién eres, qué esconde ese nombre de cinco letras, qué hay realmente detrás de tus ojos, por qué me elegiste como espejo, por qué nos parecemos tanto. Porque sabiendo de ti, sabré del mundo, de las razones...
Ella: ¿Ya empiezas? ¿Tomo notas?
El: (Grita) ¡Por qué te niegas a tener esa terapia conmigo! ¿No sería yo...
Ella: (Se vuelve y se enfrenta a él) No me grites, hijo de puta, ni se te ocurra alzarme la voz ni esto. Esta es mi casa...
El: Y la mía...
Ella: Nunca lo fue...
El: Eso me decías...
Ella: Te mentí.
El: No, no me mentías. Por eso estoy aquí. Déjame preguntarte: ¿Cuándo descubriste tu mirada? ¿Cuándo te sentiste tuya? ¿Qué impresión te produjo? ¿Y el primer desvanecimiento? ¿Y la primera decisión? Y el llanto salvaje y la ira y el desconcierto y la luz y el demonio y el primer hombre que te engañó, ¿fue tu padre? ¿te violó? ¿era un canalla? Háblame de ti. Dime para que yo pueda conocerme y empezar el mundo. Porque quiero amarlo. Con todas mis fuerzas quiero amarlo.
Ella: No voy a hacerlo. No voy a responderte.
El se sienta en una silla. Acaricia lentamente la mesa. Mira enrededor.
Ella sigue junto a la ventana. Mira su reloj de pulsera. Está anocheciendo.
Ella: Es tarde.
El: Me voy a quedar.
Ella: Pero ¿qué dices? Además espero a alguien...
El: No esperas a nadie.
fin del primer acto
EL GILIPOLLAS - Veamos la singularidad. (El Gilipollas recorre el espacio vacío de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Se detiene en el centro del espacio vacío) ¿Y ahora qué? ¿Fumo? ¿Me hago una paja? ¿Me cago en tu puta madre? Sí, sí, en la tuya. No es seguro. No lo es. Tranquilo, pedazo de gilipollas ¿Me saco otro pedazo de moco? Podría irme al lado salvaje de la vida. Podría subir a la montaña de Mahoma o traerla. Traerla. Eso, sí, traerla. O me voy... he tenido miedo, lo acabo de tener, ahora se va ¡Cabrón! ¡Me cago en Dios bendito y en la puta Virgen de los cojones! Y ahora ¿qué?, ¿qué?
El Gilipollas se queda callado. Mira al cielo. Intenta aguantar un sollozo. Casi se queda sin respiración. Dos lágrimas gruesas como lupas caen a peso por sus mejillas de gilipollas.
EL GILIPOLLAS - ¡Joder! (el gilipollas se hurga en la nariz y se saca un buen pedazo de moco) ¡Joder!
Este es el fin de la 1ª parte del pedazo de moco de un monólogo interior pensado por un gilipollas.
Seguro que continúa de lo gilipollas que es.
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Teatro
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/01/2011 a las 14:38 | {0}