Monólogo para una sola voz y varios sonidos
Mismo decorado que en la escena 1ª.
Día siguiente. Acaba de anochecer.
FERNANDO:
Sé que he dormido demasiadas horas. Hay épocas en las que prefiero estar dormido. Me levanto a media mañana. Me viene el primer pensamiento que no quiero repetirme.
Fernando se queda mirando más allá de la pared que tiene enfrente como si quisiera precisar algo en la oscuridad.
¿Me estás mirando? ¿Serías capaz de mirarme? Podrías subir a mi casa. Llamar a la puerta. Dejar caer la mirada mientras a mis espaldas el sol despunta y la montaña se vuelve rosa. (Pausa. Da un trago a una taza de café) Sería capaz de desnudarme frente a ti. Te mostraría mi vergüenza. No abriría la boca aunque me viniera a la mente aquella mujer con la que dormí más de tres mil noches de las cuales no recuerdo más que cinco o seis. Así es volverse viejo. Volver a la máquina de escribir. Mover los dedos. Mantener ágiles los dedos... por si mañana.
Pausa. Escudriña la posible oscuridad que hay ante él. Se restriega los ojos. Mira la caja donde guarda la marihuana. Abre uno de los cajones del escritorio y se hace una medición de glucosa. Saca un cuaderno. Apunta la cifra.
Ciento dieciséis. Puedo decir ese número Sé lo que significa. No sé, en cambio, lo que significa vivir esto. No, no lo sé. No soy hegeliano. No soy teleológico. No albergo ese tipo de creencias. El tiempo me parece tiempo y sólo eterno en su presente. Todo lo que no sea presente no es eterno y sólo lo presente es definitivo. No tengo más ideas. No sé ni siquiera si eso es una idea. Esta mañana hemos caminado duro. Nos hemos encontrado con cuatro vacas en mitad del camino. No nos molestamos. Éramos tres especies de mamíferos frente a frente. (Pausa. Mira la hora) Es el tiempo de la página porno. Apenas permanezco en ella. Sólo me quedo si me encuentro con una mujer atractiva -atractiva para mí, claro- haciéndose una paja. Hace unos días recuerdo que me encontré a una que hablaba a cámara como si hablara sólo conmigo y me decía lo que iba a hacer, lo que se iba a imaginar mientras se frotaba el clítoris. Decía, Me imaginaré a vos... o alguna pavada por el estilo. ¿Cómo me va a poder imaginar a mí si jamás me vio? Ya sé, ya sé que es un juego. Ya lo sé. ¿A quién se lo decís? A uno que se leyó todo el siglo de Oro español y jamás tachó la comedia de capa y espada como del todo inverosímil. Yo acepto lo inverosímil. Cómo no.
Pausa larga
...como no...
Pausa larga
No será fácil... no... no lo será. A punto he estado de comprar una botella de vino. A punto he estado. Aguanté. Hay recompensa en la renuncia. Aguanté. Quiero decirte que a lo lejos se ven adornos de navidad en los árboles y que la melancolía a veces es una tristeza con motivo. Ahora he de seguir. Sí, ahora he de seguir.
Fernando se levanta. Se acerca al gran ventanal. Intenta mantenerse firme pero le es difícil por la atrofia.
TELÓN
Día siguiente. Acaba de anochecer.
FERNANDO:
Sé que he dormido demasiadas horas. Hay épocas en las que prefiero estar dormido. Me levanto a media mañana. Me viene el primer pensamiento que no quiero repetirme.
Fernando se queda mirando más allá de la pared que tiene enfrente como si quisiera precisar algo en la oscuridad.
¿Me estás mirando? ¿Serías capaz de mirarme? Podrías subir a mi casa. Llamar a la puerta. Dejar caer la mirada mientras a mis espaldas el sol despunta y la montaña se vuelve rosa. (Pausa. Da un trago a una taza de café) Sería capaz de desnudarme frente a ti. Te mostraría mi vergüenza. No abriría la boca aunque me viniera a la mente aquella mujer con la que dormí más de tres mil noches de las cuales no recuerdo más que cinco o seis. Así es volverse viejo. Volver a la máquina de escribir. Mover los dedos. Mantener ágiles los dedos... por si mañana.
Pausa. Escudriña la posible oscuridad que hay ante él. Se restriega los ojos. Mira la caja donde guarda la marihuana. Abre uno de los cajones del escritorio y se hace una medición de glucosa. Saca un cuaderno. Apunta la cifra.
Ciento dieciséis. Puedo decir ese número Sé lo que significa. No sé, en cambio, lo que significa vivir esto. No, no lo sé. No soy hegeliano. No soy teleológico. No albergo ese tipo de creencias. El tiempo me parece tiempo y sólo eterno en su presente. Todo lo que no sea presente no es eterno y sólo lo presente es definitivo. No tengo más ideas. No sé ni siquiera si eso es una idea. Esta mañana hemos caminado duro. Nos hemos encontrado con cuatro vacas en mitad del camino. No nos molestamos. Éramos tres especies de mamíferos frente a frente. (Pausa. Mira la hora) Es el tiempo de la página porno. Apenas permanezco en ella. Sólo me quedo si me encuentro con una mujer atractiva -atractiva para mí, claro- haciéndose una paja. Hace unos días recuerdo que me encontré a una que hablaba a cámara como si hablara sólo conmigo y me decía lo que iba a hacer, lo que se iba a imaginar mientras se frotaba el clítoris. Decía, Me imaginaré a vos... o alguna pavada por el estilo. ¿Cómo me va a poder imaginar a mí si jamás me vio? Ya sé, ya sé que es un juego. Ya lo sé. ¿A quién se lo decís? A uno que se leyó todo el siglo de Oro español y jamás tachó la comedia de capa y espada como del todo inverosímil. Yo acepto lo inverosímil. Cómo no.
Pausa larga
...como no...
Pausa larga
No será fácil... no... no lo será. A punto he estado de comprar una botella de vino. A punto he estado. Aguanté. Hay recompensa en la renuncia. Aguanté. Quiero decirte que a lo lejos se ven adornos de navidad en los árboles y que la melancolía a veces es una tristeza con motivo. Ahora he de seguir. Sí, ahora he de seguir.
Fernando se levanta. Se acerca al gran ventanal. Intenta mantenerse firme pero le es difícil por la atrofia.
TELÓN
Monólogo para una sola voz y varios sonidos
Un despacho a medio colocar. A la derecha del espectador una puerta que da a un jardín que se pierde en un paisaje de montaña.
Un tablero sobre dos caballetes con recado de escribir. Una máquina de escribir Olivetti lettera 47. Un portátil Mac.
Cuatro estanterías llenas de libros.
A la izquierda del espectador varías cajas aún sin desembalar.
Cae la tarde.
FERNANDO:
No, no me pliego. Las nubes no podrán conmigo. Eso me digo. Esta mañana me lo he dicho. Alguien corría por la ladera de una de las montañas a las que nadie puso nombre. No puedo acostumbrarme. Es olor de tierra seca. Olor de mierda que es al fin y al cabo. No puedo acostumbrarme a ella. Inspiro. Por los grandes ventanales contemplaba el paisaje de las cumbres del mundo. No puedo aislarme aún. Sé que el tránsito no puede esperar. Por eso no me pliego. Un ejercicio de paciencia. Acuarela aguada. Días de nieblas. Por ellos navegaré. Ácido sulfúrico ha atravesado alguna circunvolución. Caminar es eso. No rendirse. Irse para volverse. No es mirar atrás y tampoco exactamente mirar hacia delante. Caminar con vuelta tiene ese precio. No me puedo plegar. Muchísimas noches la emoción es intensa. Podría intentar mirarme desde fuera. No lo intento. Una vez lo hice. Era muy joven. Me salí de mi cuerpo. Llegué hasta el techo. Decidí si lo atravesaba o no. Sentí que si lo atravesaba podría perderme y no podría volver. Me quedaría vagando, en mente, por los aires de Madrid. No lo atravesé. Decidí quedarme entre los muros de la habitación donde dormía y que era al mismo tiempo almacén de cuadros y habitación para escribir. Eso ocurrió en la calle Amor de Dios. Éramos jóvenes. Vivía en el taller de mi amigo pintor. Vivía entre sus cuadros. Tenía su olor a trementina. Entonces, quizás entonces, me habría plegado como lo hice al no dejar a mi mente que atravesara el techo. Será ausencia de temeridad. No me pliego aún. Sé que está al caer el día en el que empiece a recordar el atardecer en el que he de morir. Cuando eso ocurra quizá me pliegue. Abandone la lucha. Me quede sin armas y probablemente sin esperanza que es la peor de las esperas porque ilusiona. No ha llegado aún. No me veo ahí. No estoy escondido. Camino de frente por las mañanas. Juego con mi perro y él también divaga. Hacemos nuestros quehaceres, nos sometemos a juicio, curioseamos el mundo para poder más tarde cobijarnos en nuestro hogar, algo frío es cierto pero no por eso menos hogar. No me pliego porque no desdeño el recuerdo del musgo que me lleva a mi padre los días del invierno cuando íbamos a los montes del Pardo para cogerlo y colocarlo en el gran belén que construía cada año. ¡Qué gran belenista fue mi padre! Por eso no me pliego. Tienen que existir emociones semejantes.. Una emoción que dulcifique el gesto incluso que haga dudar. Ahora anochece pronto y las nubes se mantienen silentes en un espacio abierto y oscuro. No me pliego, no. No abandono. Mañana lo haré de nuevo. Juro que mañana lo haré de nuevo. Por amor. Por valentía. Por abundancia. Por sabrosura.
Se hace la noche.
Fernando se prepara un pipa de marihuana.
TELÓN
Teatro
Tags : Saturnales Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/12/2022 a las 19:25 | {0}Monólogo sacerdotal de la Escena 4ª del Acto II de una obra sin escribir y sin titular que con muchas probabilidades jamás estrenaré.
Dados. Por supuesto que podría ser missy Florence. Todo podría ser una fabulosa, cósmica, partida de dados. No voy a ser yo quien le quite a usted ese gusto. Para mí será también un gran placer denunciarla, missy Florence. Tenía ganas, desde hace tiempo, quizá desde que naciera, de ir a una comisaría y poner una denuncia que mande a una mujer como usted entre rejas. Una mujer como usted, missy Florence, una mujer que no podía llamarse Laura o Carmen o María, simplemente María, ¿recuerda usted missy Florence? ¡Qué va usted a recordar! El asunto es que sí, pueden ser dados, pudiera ser un azar eterno que tuviera cierta tendencia al círculo, ¿me sigue, querida? Yo no le discutiría esa posibilidad. Para eso estamos aquí, para escuchar, también para advertir, también para no dejar que se engañen ustedes mismas con ideas que vienen de muy antiguo y que tienen una fácil refutación cuya base se encuentra en la fe. Sin fe no hay refutación que valga; sin fe mam, no tengo por dónde empezar y eso me lleva a un callejón sin salida y le aseguro que sé muy bien lo que es vivir en un callejón sin salida, yo viví casi doce años de mi vida en uno de ellos y le puedo asegurar que lo que mejor olía en aquel sitio era la meada de los gatos Por eso le prevengo sobre la fe. Si usted la tiene, algo podremos hacer. Si no, si su creencia en que todo es una puta partida de dados es inquebrantable como lo fue la fe en Dios de los primeros mártires que sucumbieron en las catacumbas de Roma la Viciosa con la paz de saberse prestos a encontrarse frente al rostro luminoso de Dios Nuestro Señor y Nuestra Bendita Virgen, madre de Nuestro Señor Jesucristo que vive y reina etcétera, etcétera, etcétera... si tan fuerte como la fe de los nuestros es su descreimiento, entonces, sepa missy Florence, que le esperan los gloriosos carceleros, sucios como ratas, salidos como perros sin educación, que están esperando a que llegue a sus dominios la carne fresca de una mujer fértil para preñarla una vez y otra y otra y otra para que no cesen de llegar hijos de Dios al mundo, hijos a los que adoctrinar, hijos a los que enviar a las matanzas y los trabajos diarios que forman la quintaesencia de nuestra cultura, una cultura del esfuerzo, una cultura del éxito, una cultura que nos lleva más allá de la estrellas, ¿me escuchas, missy Florence? ¿Me escuchas, hija de perra? Que como te empiece a dar hostias no voy a parar hasta que no arranque del último recoveco de la más ínfima de las circunvoluciones de tu cerebro la idea de partida de azar, de juego de dados como metáfora de la vida. Tienes cinco minutos para desdecirte y abrazar con regocijo la llegada del Mesías. Si Dios no te ilumina es que no te quiere entre nosotras. Si Dios en estos cinco minutos, no te ilumina lo que nos está diciendo es que tú perteneces a la cohorte de las Caídas y como tal has de vivir en el fuego, crepitando tu dolor por toda la eternidad. ¡Que la paz sea contigo, cerda!
Monólogo para dos voces
Sólo si se hace... así... levantarse para iniciar toda una serie de haceres (curioso el término faena que en español tiene el doble significado de tarea y fastidio) que lleven de nuevo a la cama, en la noche, cansados y dispuestos a dormir. Porque si no hacemos. Porque si pensamos... la huelga, los números primos, la tuerca, la vía del tren, la moldura del parabrisas, las consecuencias...mientras no hacemos nada, mientras no estamos deshaciendo cajas o estamos haciendo la comida o hemos ido al supermercado, el que está a cuarenta y dos kilómetros, ochenta y cuatro kilómetros para hacer una compra de varios días o nos duchamos y vemos caer el agua sucia de nuestro pelo y sentimos el agua correr por nuestra piel, reseca por los largos días del intenso verano de nuestra desventura o estudiamos ajedrez, nos concentramos incluso con fruncimiento de entrecejo y seguimos los movimientos de los maestros con la intención de llegar a alcanzarlos porque los hemos entendido o pasear y ascender como si el paseo tuviera algo de tortura, como si necesariamente el paseo tuviera que incluir en su rutina el esfuerzo que podría acercarse al dolor o poner en orden los libros o elegir las próximas obras a las que dedicaremos nuestro tiempo o limpiar la casa, dejarla muy limpia, fregar los suelos con lejía para sentir que la asepsia ha entrado en el hogar y tener la tonta seguridad de que algunos insectos se lo pensarán muy mucho antes de entrar en nuestro territorio o leer una novela policíaca y poner en ello los cinco sentidos o ir por la carretera camino de la gran ciudad para visitar a nuestra amante y tumbarnos junto a ella, desnudos, bajo el calor de julio para ejecutar ciertas ceremonias de interior o vestirse o afeitarse o cocinar o... Hacer, decimos, hacer como echar el I'Ching y descubrir que el Libro de las Mutaciones tiene algo de magia antigua, esa especie de comunicación con lo no estadístico que genera escalofríos en la razón y sacudidas eléctricas en el alma o venirnos hasta aquí, escuchar for Bunita Marcus o esperar con disposición abierta o poner una película en su versión original -un idioma que apenas conocemos- y verla sin subtítulos para constatar por enésima vez que una imagen casi nunca vale más que mil palabras a la hora de narrar la experiencia de las relaciones humanas o cribar lentejas o afeitarnos al caer la tarde o ver a ver si tenemos fiebre o sentir el dolor en el costado y pararnos en él, respirarlo o cortar las uñas de los pies y de las manos o dejar limpio el fregadero o mirar de cerca un espino o aspirar este verano seco en el aire taimado de la tarde... Hacer, hacer, siempre hacer... soñar con la carnosidad de unos labios o cerrar los ojos en el sofá y quedarse un rato más mientras escuchamos el runrún de unos comentaristas deportivos que cuentan las hazañas de unos atletas en unos mundiales que se están celebrando en Oregón... Oregón de nuevo (¡No, eso no -nos decimos-, eso que hemos hecho es pensar, eso que hemos pensado anula lo que hayamos hecho en las últimas diez horas!)... o abrir la terraza y sentir si la temperatura es soportable para realizar el paseo que es algo de tortura y algo de equilibrio o sentarnos...
No tengáis miedo. El invierno ha acabado. Pronto los hielos aflojaran su presión sobre el casco y sentiremos que el movimiento vuelve a ser parte de este barco.
¿Por qué no nos abrazamos, bravos compañeros que aguantamos juntos? Yo sé que la luz a veces escasea y que las galletas acabaron pudriéndose; sé que fue muy duro comerse la carne de nuestros iguales pero ése sacrificio es el que nos ha permitido llegar hasta aquí.
¿Recordáis cuando estábamos atados, de espaldas a la entrada de la gruta? ¿Recordáis los movimientos de las sombras que se reflejaban en la pared del fondo? ¿Recordáis los gemidos de un niña a la que le estaban arrancando el cuero cabelludo? ¿Recordáis el acento de los que nos salvaron?
Tanto hemos pasado que los crujidos que ahora escucho me suenan a campanas de gloria; me parecen los chirridos los de unos goznes que abrieran las puertas de un palacio en todo recubierto de sirope; el ulular del viento que atrae la lluvia es la voz de Zeus atrapando a Europa. No siento nostalgia, queridos compañeros. No quiero volver para abrazarme a nadie ni para calentarme los pies junto a una estufa mientras mis nietos se sientan a mi alrededor en el suelo para escuchar atónitos el relato de nuestra aventura. No quiero volver para que nos condecoren. No quiero volver para ver de nuevo los ojos del amor que dejé allí, no, ninguno de esos son los motivos porque tan sólo hay uno por el que quiera volver, por el que quiera brindar con vosotros y ese motivo es el hecho de producirse la vuelta. Cuando el viejo cascarón que nos ha protegido estos largos meses empiece a menearse en estas aguas frías como el infierno, entonces, sólo entonces, sentiré la emoción del deseo cumplido. Lo que venga después no importa. Lo que venga después es, sencillamente, un paso más hacia la muerte.
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Teatro
Tags : Saturnales Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/12/2022 a las 18:28 | {0}