¿Viene? La paz de espaldas. Siempre de espaldas. ¿Hay juego en la nueva fotografía? Es demasiado tarde. Viejo león. Sonríe. Hoy no has ido a la montaña. Los juegos de luces de la tarde. Enero. Miras. Vislumbras. Atiende el oído. Antigüedad y caos en cualquier civilización. Saldrás. Irás al lugar de encuentro. Tienes miedo a la embriaguez. No sospechas la turba. No sabes que el iceberg navega firme. No hay imágenes. Sulfuro. Retorta. Plomo. Sí afirmarías que existe un país llamado Canadá mientras te preguntas de nuevo por la nueva fotografía. ¿Qué lacera? ¿Qué extraña emoción? Iguales. Siempre iguales. Si no fuéramos conscientes de nuestro propio morir no tendríamos inquietud por la espera. Porque vivir es aguardar el momento de morir. ¿Porque vivir es aguardar el momento de morir? Llano el llano. A lo lejos la niebla. ¿Viste la niebla a través del rosetón de la iglesia? Niebla verde. Niebla roja. Niebla azul. No hay tregua. No debes descansar. Fija la mirada y podrás ver a la pequeña saltando a la comba. Una de las últimas combas. Verás también una larga franja de horizonte y deberás dirigirte hacia allí sin viático, ni bordón, ni esportillas. Que no te den de beber a ti, sediento. Que no te den de comer a ti, hambriento. Mantén la mirada. Es importante mantener la mirada. Los flujos y reflujos del mundo. La emanación gris de la discordia. Amuletos para poder vivir. Muletas de la razón. Acompañamiento espiritual. ¿Viene? ¿Ya llega? ¿Esperabas esta visita? ¿Te fue grata? ¿A sabor a manzana? ¿A sabor a nuez? ¿Y esa carrera? ¿Y ese viento? ¿Por qué se unía a viento la sensación de maldito? ¿Dejaste para más tarde tu labor? ¿Te empeñaste con Heidegger? ¿Dasein? ¿Daqué? Turba sientes. Campanas locas sientes. Vibración de rezo sientes. Olor de musgo sientes. Deberías partir ahora hacia la noche; enfrentarte con el animal en su terreno; medir tus pasos y oler tus huellas. Nada te lo impide. Estás sereno y el mundo se relaciona. ¿Ese ruido de automóvil? ¿Este estar despierto? El sonido de la noche en el teclado. Tus gafas pendientes de un hilo. ¿Lleva las perlas en los lóbulos? ¿Sonríe a la quimera? ¿Está la curva limpia? ¿Mantienes tus manos sin heridas? No, no te des la vuelta. La lluvia no apacigua nada. Lo sabes desde hace demasiado tiempo para venir ahora con cuentos. La lluvia no apacigua nada y además todo el día se mantuvo despejado. Sólo el frío de este sol de enero. Sólo la quietud de un día sin viento. Todas las maravillas quietas. Desde el lejano norte. Desde el angosto sur. Desde el oeste último. Desde el principio este. Mantén tus manos sin heridas. Eso es lo importante. Lo demás, lo sabes, no vendrá dado. Nadie viene dado nunca. Sólo el tiempo, te dices. El tiempo viene dado, te dices. El tiempo es ajeno a mí, te dices. Te preguntas por ese mi y tienes un atisbo de congoja. Sólo la posibilidad de que venga. Sólo la posibilidad de que ya esté aquí, pudiera, sería, potencialmente, condicionadamente. Sé prudente. No anticipes la victoria. Quizá tus cenizas generen vida. Y vuelvas de nuevo a esta condena de aguardar. Salpica con tu saliva la puerta de la terraza. Inspira hondo. Traslada esta emoción. Aparca tu mirada fija aunque siga fija, aunque cumpla su cometido de aceptar la luz. Vamos, sólo una palabra más. Un aliento más en esta noche de sábado frente a ti mismo. Solitariamente tú. A lo lejos huele a chocolate y a beso en la boca. No muerdas. No aceleres. Revoca la imagen del viejo león. Lánzate al agua de ese mar profundo y frío. No bracees. Déjate hundir. El líquido es el elemento. Despacio. Con buena letra. Así, despacio. ¿Viene? Despacio. Pregúntatelo otra vez despacio como si nadaras en aceite. Suavemente te va matando el corazón. Suavemente estás llegando. ¿Viene? Vas.
Es la noche y resuena una conversación que tuviste por la tarde. No vas a detallarla. Sólo que has pensado que estás viviendo dentro del espejo. Todo lo que te ocurre no es a través de un espejo. Estás dentro de él. Te has preguntado cómo salir y de inmediato, como si la verdadera pregunta hubiera estado agazapada tras la primera, se ha preguntado tu cabeza, ¿Por qué salir? Luego ya en ti has reflexionado con otra pregunta, ¿Qué quiere decir estar dentro de un espejo? ¿Vivir un espejo? Has recordado entonces un día en que decidiste meditar frente a uno y cuando llevabas un rato y la respiración y el intento de no pensar habían vuelto borrosa tu mirada creíste ver reflejado en el espejo a un ser monstruoso que eras tú y recordaste las palabras de una anciana que en trance de morir te dijo, ¡Eres el diablo! ¡El diablo!
El diablo atrapado en un espejo del que no puedes salir. Tú ves el mundo que se mueve fuera y has de hacer el esfuerzo de colocar las cosas justo en el lado contrario a como las ves. Como cuando estabas fuera del espejo y al mirarte por la mañana en él sabías que el lado derecho de tu cara en el espejo correspondía en realidad al izquierdo de la realidad. Ahora, viviendo en el espejo, todo se conforma en reflejos: amas y vives sin amar; vives en el vacío; haces un trabajo inútil; los años pasan y parecen no pasar.
No te atreves a tocar las paredes del espejo por dentro. Las sabes frías. Podrían cortarte. Esta mañana escuchabas el Bolero para Jaime Gil de Biedma escrito por José Agustín Goytisolo en una versión musicada de Lidia Puyol y Silvia Comés y te sentías ese perro viejo sin dueño y sin cadena al mirarte desde dentro del espejo el cuerpo que acababas de lavar para sentir que toda la dejadez del mundo se limpia de un plumazo con un poco de agua y jabón.
Avanza la madrugada y en el interior de este espejo las piernas están frías.
Tómalo a bocanadas ahora. Baja al reflejo de la calle que habita en el espejo en el que vives. Llega hasta la plazoleta. La luna está creciendo tan fría como las paredes azogadas de tu mundo.
¿Por qué no dejas de escribir ya? ¿No te das cuenta que fuera del espejo las letras están a la inversa y son ya muy pocos los que están dispuestos a perder su tiempo en entender lo que no está claro desde el el principio? Recuerda por qué la palabra ambulancia se lee tan raro en las partes delanteras de los vehículos. Sólo se aclara el misterio cuando se lee desde un espejo retrovisor.
Vete al sueño que también es espejo de tu verdadero soñar. Envuelve tu cuerpo en el edredón e intenta mañana levantarte como si estuvieras viviendo en el mundo que se refleja y no en el reflejado quizás así no te asuste el vómito de sangre que tendrás tras el café.
El diablo atrapado en un espejo del que no puedes salir. Tú ves el mundo que se mueve fuera y has de hacer el esfuerzo de colocar las cosas justo en el lado contrario a como las ves. Como cuando estabas fuera del espejo y al mirarte por la mañana en él sabías que el lado derecho de tu cara en el espejo correspondía en realidad al izquierdo de la realidad. Ahora, viviendo en el espejo, todo se conforma en reflejos: amas y vives sin amar; vives en el vacío; haces un trabajo inútil; los años pasan y parecen no pasar.
No te atreves a tocar las paredes del espejo por dentro. Las sabes frías. Podrían cortarte. Esta mañana escuchabas el Bolero para Jaime Gil de Biedma escrito por José Agustín Goytisolo en una versión musicada de Lidia Puyol y Silvia Comés y te sentías ese perro viejo sin dueño y sin cadena al mirarte desde dentro del espejo el cuerpo que acababas de lavar para sentir que toda la dejadez del mundo se limpia de un plumazo con un poco de agua y jabón.
Avanza la madrugada y en el interior de este espejo las piernas están frías.
Tómalo a bocanadas ahora. Baja al reflejo de la calle que habita en el espejo en el que vives. Llega hasta la plazoleta. La luna está creciendo tan fría como las paredes azogadas de tu mundo.
¿Por qué no dejas de escribir ya? ¿No te das cuenta que fuera del espejo las letras están a la inversa y son ya muy pocos los que están dispuestos a perder su tiempo en entender lo que no está claro desde el el principio? Recuerda por qué la palabra ambulancia se lee tan raro en las partes delanteras de los vehículos. Sólo se aclara el misterio cuando se lee desde un espejo retrovisor.
Vete al sueño que también es espejo de tu verdadero soñar. Envuelve tu cuerpo en el edredón e intenta mañana levantarte como si estuvieras viviendo en el mundo que se refleja y no en el reflejado quizás así no te asuste el vómito de sangre que tendrás tras el café.
Despojado de sentimentalismo observaba el atardecer mudo.
No quería expresar nada (como el atardecer en sí tampoco lo quiere. Lo bello del atardecer es una emoción animal no atmosférica).
Parpadeaba a un ritmo normal. Respiraba sin forzar la caja torácica. Respiraba más bien con el vientre.
No supo que en ese no estar (o en ese estar en trance de meditación) todo le atrevasaba sin quedarse nada en él.
No quiso filosofar. No podía filosofar porque había descubierto que en el pensamiento hay una falla monumental.
La tarde se iba volviendo roja.
Los patos platicaban en las tablas del pequeño embarcadero.
Los vencejos hacían sus últimas capturas y los jabalíes se acercaban al lago a abrevar.
El fin, como el de aquel día, siempre está cerca.
Hacía frio.
Las montañas a lo lejos se coloreaban de malva.
Algunas estrellas (quizás un par de planetas) ya brillaban.
Estaba sentado en el muro del dique con las piernas cruzadas, ligeramente encorvado hacia delante. Las manos las había metido en los bolsillos del anorak.
Dejo que por su mente transcurrieran frases y que el estómago le avisara de que no había comido.
La soledad de aquel espacio le llenó.
¿Y a partir de ahora qué? Fue una de las frases que asomó.
Macarrones con bonito. Fue otra
También le vino a las mientes Miguel de Molinos y de inmediato sus sinapsis lo relacionaron con el Príncipe Sidharta y con Jesucristo en el desierto.
Un águila volvía a casa.
Una encina dejó caer varias bellotas. Crujió una rama.
No muy lejos sabía que estaba la ciudad y que a la ciudad el jabalí no va.
¿Por qué? Se preguntó su mente.
Cerró los ojos. Notó más el viento helado del invierno. Recordó una reconstrucción. Se vio niño con unas katiuskas blancas. En blanco y negro se vio.
El rojo de la tarde devino en morado.
Bajó del muro del dique.
Se dijo, Volveré mañana.
No quería expresar nada (como el atardecer en sí tampoco lo quiere. Lo bello del atardecer es una emoción animal no atmosférica).
Parpadeaba a un ritmo normal. Respiraba sin forzar la caja torácica. Respiraba más bien con el vientre.
No supo que en ese no estar (o en ese estar en trance de meditación) todo le atrevasaba sin quedarse nada en él.
No quiso filosofar. No podía filosofar porque había descubierto que en el pensamiento hay una falla monumental.
La tarde se iba volviendo roja.
Los patos platicaban en las tablas del pequeño embarcadero.
Los vencejos hacían sus últimas capturas y los jabalíes se acercaban al lago a abrevar.
El fin, como el de aquel día, siempre está cerca.
Hacía frio.
Las montañas a lo lejos se coloreaban de malva.
Algunas estrellas (quizás un par de planetas) ya brillaban.
Estaba sentado en el muro del dique con las piernas cruzadas, ligeramente encorvado hacia delante. Las manos las había metido en los bolsillos del anorak.
Dejo que por su mente transcurrieran frases y que el estómago le avisara de que no había comido.
La soledad de aquel espacio le llenó.
¿Y a partir de ahora qué? Fue una de las frases que asomó.
Macarrones con bonito. Fue otra
También le vino a las mientes Miguel de Molinos y de inmediato sus sinapsis lo relacionaron con el Príncipe Sidharta y con Jesucristo en el desierto.
Un águila volvía a casa.
Una encina dejó caer varias bellotas. Crujió una rama.
No muy lejos sabía que estaba la ciudad y que a la ciudad el jabalí no va.
¿Por qué? Se preguntó su mente.
Cerró los ojos. Notó más el viento helado del invierno. Recordó una reconstrucción. Se vio niño con unas katiuskas blancas. En blanco y negro se vio.
El rojo de la tarde devino en morado.
Bajó del muro del dique.
Se dijo, Volveré mañana.
Te ha visto a vista de pájaro
Por mucho que el hombre quiera hay en su debe una desdicha que no atempera el paso de los siglos
Ibas cogida de su mano
el monte era bajo
el rumor, a lo lejos, de aquello ahora azul (en la noche negro)
no impedía que él escuchara una conversación de amantes
No era sueño (semper dolens)
La habitación guardaba en su interior el rastro (o resto) de tu olor a mujer dormida
Cada llave no encontraba su cerradura
Cada tecla producía una nota distinta a la esperada
No agobiaba el aire ni las alas extendidas
agobiaba -a vista de pájaro- tu mano enlazada con la suya
Piensa -mientras vuela- ¡Vuelve, Ifigenia, vuelve!
Anhela la infinitud que nos espera -breve lapso es éste al que nos aferramos como el sarmiento se retuerce o la parra se monta sobre sí misma; breve lapso de este ir hacia la nada, siglo a siglo, traza a traza; breve lapso las alas desplegadas; breve, brevísimo el tiempo en que os besasteis una madrugada-; planea sobre una gran llanura con los colores propios del invierno y llega a llorar por una rama que acaba de caer del único rosal.
Tú sigues caminando a su lado, de su mano cogida, observando los avances de una obra de ingeniería en un pueblo con nombre de moñiga; él pájaro, alas abiertas, la mañana avanza, no hay huella -porque en el aire el aleteo no imprime nada-, su ojos se han distraído de tu mano al advertir la carrera de un ratón de campo hacia su madriguera y el hambre entonces, el hambre de pájaro, el hambre llama a la carne...
No mires hacia arriba, mujer a otra mano cogida, que le verás volar en círculos
y descubrirás que no es más que un buitre a la espera
largo cuello como de cisne
marisma como estanque
olor a limo como perfume
la mañana huye, tu mano enlazada se mantiene
él -pájaro en lo alto- volando en círculos, probablemente buitre
Por mucho que el hombre quiera hay en su debe una desdicha que no atempera el paso de los siglos
Ibas cogida de su mano
el monte era bajo
el rumor, a lo lejos, de aquello ahora azul (en la noche negro)
no impedía que él escuchara una conversación de amantes
No era sueño (semper dolens)
La habitación guardaba en su interior el rastro (o resto) de tu olor a mujer dormida
Cada llave no encontraba su cerradura
Cada tecla producía una nota distinta a la esperada
No agobiaba el aire ni las alas extendidas
agobiaba -a vista de pájaro- tu mano enlazada con la suya
Piensa -mientras vuela- ¡Vuelve, Ifigenia, vuelve!
Anhela la infinitud que nos espera -breve lapso es éste al que nos aferramos como el sarmiento se retuerce o la parra se monta sobre sí misma; breve lapso de este ir hacia la nada, siglo a siglo, traza a traza; breve lapso las alas desplegadas; breve, brevísimo el tiempo en que os besasteis una madrugada-; planea sobre una gran llanura con los colores propios del invierno y llega a llorar por una rama que acaba de caer del único rosal.
Tú sigues caminando a su lado, de su mano cogida, observando los avances de una obra de ingeniería en un pueblo con nombre de moñiga; él pájaro, alas abiertas, la mañana avanza, no hay huella -porque en el aire el aleteo no imprime nada-, su ojos se han distraído de tu mano al advertir la carrera de un ratón de campo hacia su madriguera y el hambre entonces, el hambre de pájaro, el hambre llama a la carne...
No mires hacia arriba, mujer a otra mano cogida, que le verás volar en círculos
y descubrirás que no es más que un buitre a la espera
largo cuello como de cisne
marisma como estanque
olor a limo como perfume
la mañana huye, tu mano enlazada se mantiene
él -pájaro en lo alto- volando en círculos, probablemente buitre
En la huella del jabalí no hay nada (es cierto que la tierra está removida y hay un destrozo evidente de matorrales; es cierto que el corazón se trastoca recordando las batallas a muerte entre ellos, las jaurías y los hombres griegos -lanzas, carros, perros-; es cierto que la oscura pesadumbre de las nubes en noviembre y el conocimiento del celo de sus hembras añaden incertidumbre y riesgo). Afirmo que en la huella del jabalí no hay nada que avise -son sólo ejemplos- de muerte o de mutilación de tendones o de sangría por vena cortada con sus poderosas y afiladas navajas; en la huella del jabalí sí se encuentra un resto de deseo y en ese resto se afirma la contingencia del vivir porque la huella del jabalí en la tierra húmeda de noviembre no es más que el rastro que la vida deja en nuestras vidas. ¿Qué es ese tiempo que acaba de pasar? ¿Dónde ha ido, Areta? ¿Qué es esa concepción del Tiempo que como la huella nos dice que algo estuvo y ya no está? Todo en el tiempo es pérdida. Si no estuviste ya no estarás nunca y ese no tiempo también es pérdida. La huella del jabalí no es el jabalí como el charco formado por la últimas lluvias no es la lluvia ni las caricias que se dieron sirven para recrear las caricias que nunca se dieron. La mujer de esta mañana ya nunca volverá a ser la mujer de esta mañana ni tampoco la risa que se produjo ante un cuadro de Olga Sakarov se volverá a producir nunca. El tiempo sólo deja ruinas tras de sí. La función del tiempo es la ruina como la función de la huella del jabalí es saber que el jabalí ya no está allí (ni sus fauces, ni sus pezuñas, ni su pelo lleno de parásitos, ni sus gruñidos, ni su hocico, ni sus ojos negros y juntos, ni el aire que le rodeaba, ni las nubes que han convertido el monte en un extraño templo -tan oscuro todo como de continua pasión-; como tampoco los besos del hombre de cabellos rizados y oscuros existirán nunca jamás -¡aquellos, aquellos cabellos!- ni tampoco la sonrisa sobre la almohada de una mujer teñida de rubio que jugueteó con su tesoro hasta romperlo -así de peligroso es jugar en exceso con lo que se considere tesoro-; ni existe la decepción que acaba de pasar; la que está ahora, ésta, es nueva y ya ha dejado de ser -a veces me pregunto qué probabilidad existe de dejar una huella en exactamente la misma posición y en el mismo lugar justo en que se dejó otra-), ya nunca estará como estuvo. Así es que mañana volveré. Me dejaré llevar, paso a paso, bastón a bastón, latido a latido, hacia el final del camino donde dicen que se encuentra una banda de jabalíes dispuesta a morderme las entrañas mientras me nombran, a modo de sentencia, momentos memorables que ya nunca serán. Yo voy a ir porque quizá en la lucha que se entable surja del Hades Eurídice (como si fuera la primavera), tome partido por mí y luchemos espalda contra espalda contra el tormento de aquellas recitaciones de la banda de cerdos salvajes que escogerán, de seguro, una tarde (era frente al mar. ¿Cuánto hace que no ves el mar, Fernando? Tú que lo amas por encima de toda Naturaleza y que ensueñas tantas noches una escena de mar con las manos enlazadas. Era frente al mar -iniciará su canto la banda de jabalíes al final del camino- una tarde de agosto; la luna naranja, vanidosa de sí, vencía al azul de las aguas y su redondez tenía algo de la esencia de la felicidad pura) ¡Oh, Muerte, Creaturas del mundo subterráneo, acunadme en esta lucha contra sombras que me asombran el presente. Dejad que me muerdan las bestias, que desgarren mi carne, que corten con maestría cirujana mis venas y que pueda desangrarme al final del camino imaginando por última vez los colores del mar (...con las manos enlazadas...)
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/01/2017 a las 21:49 | {0}