Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
En correo ordinario y con matasellos del 20 de julio de 2017 -1972 años después de que Cicerón comenzara a escribir sus Disputaciones Tusculanas- he recibido hoy 30 de julio un sobre en cuyo remite se lee: Olmo Z. Grande ha sido mi contento pues desde hacía meses le daba por muerto -si tú, ¡Oh, lector! quisieras saber los motivos de esta suposición sólo tienes que clicar sobre el título en verde que aparece a continuación http://www.fernandoloygorri.com/Noticias-de-Acra_a1517.html - y ahora reaparece en un pueblecito del Mato Grosso do Sur, Porto Esperança, donde según me escribe ha ido tan sólo para enviarme estos textos que ha ido recopilando a partir de unas asambleas que realizan todas las noches una tribu a la que él los titipíes y que ha titulado Homilías de un orate bancario para que yo haga lo que tenga a bien disponer. Y escribe en nota aparte: Si quisiera usted publicar estas homilías en el Blog Inventario que con mano férrea dirige, no deje de hacerlo pues quizás en alguna de ellas encuentre el lector ocioso regocijo, enseñanza o burla.
Voy a leerlas a lo largo de día de hoy (y quizá de mañana pues son 31 homilías y algunas algo extensas) y a partir del martes 1 de agosto comenzaré a publicarlas en Inventario a no ser, claro, que mi gusto se disguste y decida devolvérselas a su hacedor.

P.D.: Si quisieran conocer más sobre la vida de Olmo Z en el manicomio de Acra pueden hacerlo consultando este mismo blog entre las siguientes fechas: marzo/septiembre de 2016.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/07/2017 a las 14:31 | Comentarios {0}


El día sagrado ha vuelto a ser como siempre. En la lejanía de ti vive él. Como una cumbre. Playa sin arena. Mar sin sal. Tiene ante sí el polvo y quisiera disponer de la fuerza para demoler el muro. Respira hondo el animal. Se sacude la noche la oscuridad. Luz de farola. Miedo antiguo. Decían que la escarcha. Es extraño a quién se extraña. La vereda. Quizá decida a las cuatro menos veinticinco de la madrugada hacerse una leche con cacao. Una leche caliente. Tiene siempre más frío el lado derecho. O la mano derecha. Su mano izquierda parece tener más dilatadas las venas. No quiere irse a la cama. No tiembla. Ni nadie. Ha visto las dos cartas. No las ha releído. Fue prófugo pero ya se la ha olvidado. No sabe cuándo escapó. Realmente no sabe si ha escapado. Sólo sabe que ayer no existió. Es bueno el veneno. Macera el corazón el pensamiento. Los números apenas cuentan para un corazón que vive en noviembre. El echarpe produce la sensación de abrazo. El camino quedó atrás. Sometido a la evasión no piensa en nada. Se deja ir. Cometa sin hilo. Es un piano a sus espaldas. Es la posibilidad de un chelo. Con constancia recuerda a la mujer moribunda que desea ver al hombre al que amó. Escalas de madrugada. Canción sin son. Los dedos en las teclas algunas de cuyas letras desaparecieron por el uso. El uso las borró. Quizá ese sea el destino de toda canción. Dobla las piernas. Cojea como el boxeador que, en la penúltima genuflexión, tras un jack directo a la mandíbula, se torció el tobillo. Pero se levantó. Y siguió apoyado contra las cuerdas. Siguió recibiendo el castigo. Orgulloso de no ceder. Teclas. Boxeador. Canción. Leche caliente. El cuarto tras él. La cama tras él. La ausencia de la lluvia que se anunciaba. La joven que le miraba esta mañana. El anciano que se atrevió a bajar por las escaleras. Un libro vendido. Un peinado. El noble arte. No acabará contando las colillas aunque recuerde un verso que en algún momento le pareció decente. ¿Qué es? Se pregunta sin retorcerse. Hay más calma. Hay una sentencia que ha sido recurrida. Nada es aún firme. Vaga el cansancio. Acaba. No existió. Luz sin llama. Llama sin fuego. Fuego vacío.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/03/2017 a las 03:31 | Comentarios {0}


Saledizo. Fotografía de Olmo Z. de la serie Hormigón e invierno. Sin fecha.
Saledizo. Fotografía de Olmo Z. de la serie Hormigón e invierno. Sin fecha.
Si alego incapacidad. Si la lluvia emerge del suelo o la neblina para diluirse aguando la acuarela. No busco. Sólo me quedo. Resistente. Me parecen mis manos vacías. No puedo negar que el camino está verde y que ayer cantaron los pájaros para mí. La carencia supone el fin del mundo. Los astros no brillaron anoche y en la madrugada sentí unos inmensos deseos de acurracarme junto a los cubos de basura para ver si el camión me recogía y me llevaba a los vertederos para soltarme allí donde perros, ratas y carnívoro cualquiera  descubrirían mis restos y los despedazarían hasta saciar su ansia de carne. Es marzo y la astenia. Camino y sé que mis pulmones responden a la petición de esfuerzo. Hago lo que tengo que hacer y acudo a las pocas peticiones de mí que se producen a lo largo de los días. Decaigo. Sé que es un estado. Sé que nada es para siempre. Me sé en lo que sé de mí. Aunque "mí" sea en sí una patochada cruel del siglo XX. Fumo por deseo de lo evanescente. Me rinde el paso de los días. Ya no sueño. Sólo tengo pesadillas que me retrotraen al tiempo del inicio. En mi mente surge un pazo entre colinas gallegas cuando enero... No voy montado en una mula ni me acompaña un mayordomo; voy andando y el orvallo me cuece el alma como si fuera agua hirviente. Será la fiebre del que se anuncia a sí mismo. En la vuelta del camino me digo y surge entonces una canción de un joven que le canta a su padre la desdicha de una lucha perdida. Todas las luchas se pierden. Tan sólo se puede ganar lo que no se desafía. Es mi cuerpo desnudo en la cama entre blancas sábanas de hilo; es el frío de las noches oscuras; es la mortandad diaria de mis células y el nacimiento, cada vez más lento, de otras. Es la voz de Shirley Bassey. También en el viejo Glenn Gould. En sus dedos viejos. También en el hombre que me encuentro en la mañana llena de oscuridad y que me habla de un juicio, de un amor veterotestamentario, de una ilusión, de una cercanía y del sábado. No quiero  mostrar mis pies. Ni la congoja de este viernes tiene nada que ver con las hormonas. Caminaré. Porque tiene que ser así. Porque me espera el silencio. Porque el mar lleva lejos tanto tiempo que he perdido la memoria de un horizonte que se ondula. Me vendrá bien una ducha triste y sentiré -si ocurre- cierta satisfacción si mi mente es capaz de resolver un problema de ajedrez. Luego pasará el día hasta llegar al concurso del final de la tarde en el que cuatro mujeres luchan por llevarse un premio jugoso y responderé a las preguntas que a ellas les preguntan y llegará la noche. Es aún tan temprano. Esta mañana, al despertar, sufría mi cuerpo la cercanía del infierno y la certeza de que triste es tan digno como alegre. Luego supuse una situación: era domingo, lucía el sol; en el mercado callejero paseaba y compraba una cinta de máquina de escribir a buen precio; luego era el aperitivo con los amigos y al final la tarde se convertía en un lugar común y cierta modorra. Nada será así. El viernes se levanta como yo he dormido. Me quedan las manos, pienso. Me queda el café caliente al que hoy he puesto poca leche y me ha resultado más amargo que de costumbre. Me queda cumplir con mis obligaciones y contestar con educación a unos trámites que se complican un día y otro también; me queda renunciar y sentir todo el peso de lo que yo mismo me he labrado; me queda la cita en un café de siempre para hablar de un escritor único; me queda el paso del tiempo y saber que poco a poco esa fortuna mía la he ido dilapidando como se debe hacer con todas las fortunas; me queda el bolígrafo. Un buen gesto ahora. He tragado saliva y he llorado porque estoy triste sin pónticas; estoy literalmente desterrado y a mi alrededor se producen puñaladas y se marcan asteriscos en mil y un lugares del planeta; sé que todo esto no es más que una vomitera; quizá mañana cuando lo lea lo quite y me sienta a gusto o quizá piense que es cierto que estos últimos años lo que escribo está teñido de desesperanza y me diré, cautamente, que todo desesperanza tiene como lastre su opuesta porque no puede existir sino existe la espera. El cenicero está más limpio y he limpiado la casa sin entusiasmo. Hago lo que tengo que hacer y eso me avisa de que aún no he llegado hasta el fondo. No quiero llegar al fondo. No quiero escribir el fondo. Pensé también: arce que atornilla; elevación del gris; musgo mustio; vela encendida; pasión; años; tubular; veleta; cianuro; tarjeta postal; venganza; refriega; monólogo interior con braga; aniquilación con calabacín; estreñimiento; insondable tristeza; ¡malditos epítetos!; fulgor azul a mi derecha; recomendaciones de uso; novela vieja.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/03/2017 a las 12:07 | Comentarios {0}


Documento 12 de los Archivos de Isaac Alexander.
Este documento no está fechado.


Cuaderno, pluma y mesa de poliuretano en gris. Fotografía de Olmo Z. de la serie Textos. 2015
Cuaderno, pluma y mesa de poliuretano en gris. Fotografía de Olmo Z. de la serie Textos. 2015
He oído la música de tus cabellos en la almohada
con los ojos abiertos la he oído
y he dejado que el ala del sombrero en primavera
cubriera para siempre mi albedrío

He sentido la cadencia del cosmos
el aleteo febril del pato en su despegue
la grácil figura del camaleón en la rama
y la usura desdichada de la mona en celo

He perseguido la melodía de una canción de Leonard Cohen
en tus caderas mientras gemías frente a mí y en la penumbra
y he saboreado tu saliva en mi lengua
como si fuera la forma consagrada y líquida de un dios

La noche nunca nos fue propicia
siempre nos rehuyó
es cierto que a veces la perseguimos
como lo es también que al final huyó

Yo he visto en tus manos La Primavera
de Botticelli y Botticelli vio en mí tus manos
Yo he visto en tu vientre El Paraíso
del Bosco y el Bosco vio en mí tu paraíso

Ante todo tu voz mantendré siempre
cuando bese tu boca y roce con mis dedos tus pezones
Ante todo tu voz mantendré ante el mundo
cuando yazca por fin junto a la muerte

Ya queda poco para que el sábado muera
y sé que cuando suenen las doce en la campana de la iglesia
no podré evitar rogar a quien no creo
que me conceda la gracia de que duermas sola

Porque yo vi en tu espalda la corriente sideral y los inicios
porque yo vi en tus espacios intercostales el rostro de Lilith
porque yo toqué con mi mano nefanda el monte pelado de tu cuerpo
y le susurré a tus pies como un melisma un canto fraternal de bienvenida

Ha de esperar el fin del mundo
No hiela tanto como para que el corazón se me congele
Un ángel revolotea entre las ramas desnudas del arce
y aulla un perro blanco en las alturas
 

Narrativa

Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/02/2017 a las 19:19 | Comentarios {0}


Dice que hubo un tiempo en el que navegó demasiadas veces. No era el oleaje ni las costas nuevas. Era el exceso de paciencia. ¿De dónde -se preguntó un día mientras manejaba el timón con cierta abulia- proviene esa palabra? Sabe que el final se encuentra muy cerca. Sabe que avistará tierra a más tardar en tres días. Intuye farallones y brezo. La soledad del navegante tiene algo de nube aislada. La soledad del navegante es dura y verde.
Sabe que no debe decir muchas más palabras aunque le apeteciera hablar tras muchas jornadas con la sola compañía de las aguas; sabe que su fracaso no es esa palabra; sabe que en el inventario de sus existencias cuidó con mimo la que hoy debe echar por la borda como lastre. Lastre ¿de dónde proviene esa palabra?
También este cuaderno de bitacora debería ir terminándolo. No sabe muy bien por qué. Es una distensión entre el emisor y el receptor. Una maroma que anda floja.
Ha oído hablar de la necesidad de silencio. Como de tantas cosas. Callarse y esperar. Hasta que se diluya la esfera como ante la fuerza del aire explota la pompa. Sabe -mientras observa la estela que la quilla del barco abre en el mar- que el dolor irá menguando y que nada vale más que poder mover los dedos. La preocupación siguiente es éter.
Jerarquía del dolor, se dice.
Pequeño burguesismo, se dice.
La perversa influencia de las historias bien narradas, se dice.
Aquella vez que le atrapó, se dice.
El vendaval lo sortea con el chubasquero amarillo, amarrado al timón. Deja que la furia del agua azote su rostro y no teme la súbita oscuridad que se ha cernido sobre él. Sabe que el barco es marinero y que sus manos han sorteado ya tardes como ésta. Siente el mar como un aseo con jardines y no se va a avenir a la pena mansamente.
La estructura del mundo, se dice.
Hay que navegar esa ola, se dice.
Nunca de frente, se dice.
Mira al perro, a sus pies, tan marino como él, cómo aguanta el miedo del embate de la masa de agua contra la embarcación. No aulla. No tiene las orejas gachas sino que se mantiene atento por si tuviera que hacer algo, empapado como está hasta los huesos.
Hay que ir hacia allá, se dice.
En tres días, se dice.
Tarde, mucho más tarde (quizá nunca) supo que paciencia proviene de padecer y lastre podría venir del germano last "peso" aunque entonces lo probable es que se hubiera tomado del neerlandés o inglés last y que hubiera servido de intermediario el francés anticuado last hoy lest.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/02/2017 a las 16:45 | Comentarios {0}


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