Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Glicinias Claude Monet 1925
Glicinias Claude Monet 1925
20h. 31m.
Someterme a ti, quedarme en ti.
Pequeño armazón de horas. Como la cigüeña (o halcón ligero que desde lo alto del cielo mira la carrera de la liebre). Quedarme en ti. Resguardado de algo que me asusta (no es la muerte. Ni el hecho de morir. No es el tiempo de  las máquinas y la longevidad que se augura estremecedora) cuando camino solo por las montañas y a lo lejos intuyo que puede ser niebla lo que se aviene o peor: aliento de un dios enfermo.
Confieso que he caminado y he sentido antes, entre los estantes de un supermercado, el deseo viejo del pecho de una mujer. La cabeza se me ha ido hacia otra parte (podría describirse como las hilachas de color de los cuadros de Monet y las variaciones cromáticas que sobre un mismo tema ejercía con mano delicada y poderosa. Eran tiempos finiseculares. Eran cuando Dios agonizaba. Era cuando se levantaban los primeros colosos de hormigón y por el aire Nijinski ejecutaba sus danzas como si estuviera desnudo en el claustro de un convento femenino de clausura). El pecado de la carne nos perseguía entre pizzas congeladas y latas de atún; desde algún pasillo, quizás en aquel en donde se destilaban los aromas de distintos sabores de natillas, se escuchaban las risas de un hombre y una mujer cogidos de la mano mientras cerca (cachorro que camina por delante. Libertad pura en la inocencia de los ojos. Manos torpes aún para la caricia o el trazo) corría la cría que en no mucho tiempo inventaría el nano robot que aliviaría durante horas la jaqueca de su madre.
Pasa el tiempo. Un paso y otro paso. Entre los matorrales el cuerpo de un conejo descabezado. Gritan a lo lejos los patios y producen en el aire un temblor de maremoto. Bandadas de ánades surcan un cielo de finales de invierno (son flechas en partículas. Extrañas líneas negras que se recortan contra un sol que declina y firma la paz. Los ojos del hombre que mira la disposición de la bandada, sueñan un arco que llegara hasta el manantial donde Artemisa, desnuda, se baña. Nos gorjean aves. Los ruiseñores se han acobardado y no van a esperar a que la espesa oscuridad de la noche sin luna les permita cantar sin ser vistos. Aunque el mundo derive en negro. Aunque la diva se quede muda. Aunque la mano alcance su objetivo).
Junto a los tres tomos el hombre ensueña la aventura. Palidece el cabo de la vela. Se sonroja el talle de la rosa. Se acerca cauto el cuervo ante el brillo de la aurora. Deja escapar un gemido la carpa. Sueña la flor. Revive el aire. Muere el adiós.

Narrativa

Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/02/2020 a las 20:35 | Comentarios {0}


Recado de escribir de mi abuelo Ángel. ca. 1906
Recado de escribir de mi abuelo Ángel. ca. 1906
0h 12m
Sé que a veces me diluyo. Sé que a veces el paisaje me engulle y me devuelve al mundo (durante un rato cuando menos) brizna de hierba o gota de manantial. Sé que a veces me dejo llevar por los ciclos de la luna y que el estruendo que se me produce en el corazón me estruja las tripas, presiona mi páncreas y vuelve al hígado insidioso. Sé que no tengo cultura para llegar a tanto. Sé que el peldaño de madera durará poco tiempo, menos en todo caso que aquel otro de mármol. Sé que los gobiernos no tienen el menor reparo en asesinar con un virus de laboratorio a unos cuantos miles de personas. También que la alegría se esconde debajo de las piedras y que hay grandes humoristas que consiguieron hacer de su capa un sayo. Sé que en algún lugar me perdí y desde entonces lucho contra mi carácter como si la acritud, la amargura y el enfado no tuvieran cabida en un mundo de colores donde para estar triste hay que pedir permiso a los psicólogos y a los farmacéuticos. Sé que los seres vivos no conscientes de su ser nos sacan una gran ventaja y que el pensamiento es una de las grandes fallas que el gen creó en esta máquina de hacer genes que somos los humanos. Defiendo que el gran vencedor de la selección natural, el verdaderamente fuerte, el que ha subyugado al que se cree el emperador es el trigo. El trigo dobló nuestros lomos. El trigo nos arraigó a una tierra. El trigo nos inmovilizó para siempre sólo para que él se perfeccionara y se extendiera. El trigo nos obligó a cuidarlo. El trigo nos devanó los sesos para crear los pesticidas. El trigo generó en nosotros la idea de la herencia y nos hizo mirar al cielo no ya con la nostalgia de no poder volar sino con la mente de un relojero.
A veces me diluyo: cuando no quiero hacer gracia, toso sin motivo, me altero por una correa que se tensa más de lo esperado, escucho el grito de bestia de un niño que juega, las carreras en el piso de arriba, el agua que cae por la bajante como si anhelara ser cascada en un continente que quedó olvidado tras una guerra colonial. Me diluyo como grasa sometida a producto químico. Me diluyo como el semen que ha quedado en el vientre tras haber follado mucho y haber pensado en algún momento del coito que la eternidad se hizo para ese momento. Me diluyo en la risa de una mujer que arrastra la silla de ruedas de un viejo bajo un sol de febrero que se diría de mayo. Me diluyo en la roca sobre la que me sentaré algún día para dibujar un paisaje, yo a quien los enviados de Dios cercenaron para siempre la capacidad de dibujar. A veces me diluyo entero en uno de mis pies y otras basta una cabello en la almohada para sentir que todo mi cuerpo está en él. Me diluyo mucho en los libros. En los libros cerrados. No en sus páginas. Me diluyo en su aspecto macizo cuando reposan como a la espera en una de la baldas de la estantería. Porque sé que dentro está bullendo lo que cuentan. Porque sé que bastará que los tome y los abra para que sus mundos se desparramen ante mis ojos y quizás un fogonazo me deslumbre y me deje momentáneamente ciego.
Ya estoy cerca de la frontera. Es recta como los confines del desierto que he ido atravesando. Sólo me sorprende que no haya guardianes, ni puertas ni alambradas: tan sólo hay extensión. Y en ella me diluiré y seré yo también extensión de la frontera como los miles y miles de vidas que llegaron hasta aquí, para como yo, irla conformando.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/02/2020 a las 00:11 | Comentarios {0}


Chicas jugando a las cartas. Storyville. Bellocq ca.1907
Chicas jugando a las cartas. Storyville. Bellocq ca.1907
18h 14m
Estos días son febriles y por las noches me suelo ir a los universos paralelos donde me encuentro con seres fantásticos con los que charlo.
La fiebre tiene, para mí, un cualidad sedante. Llevo meses ahondando en la idea de que las sinapsis neuronales que se generan en la alta infancia -llamo alta infancia a la que media entre los días previos a nacer y los tres años- marcan el devenir de los primates. Pongo un ejemplo muy simple para explicarlo: suele ocurrir que un natural de Francia se alegre cuando un compatriota gana en algún evento deportivo; lo evidente es que si ese sujeto hubiera nacido en Islandia, se alegraría no cuando ganara un francés sino un islandés y eso es así porque en nuestra infancia se nos inculcan determinadas conexiones neuronales una de las cuales nos provoca una reacción de simpatía cuando alguien que ha nacido en un ente absolutamente aleatorio llamado Francia, gana. Pues bien si cosas tan sencillas siguen produciendo la misma reacción ¿qué no pasará con las importantes?
Desde niño fui enfermizo. Puedo albergar la idea más o menos plausible de que debido a las circunstancias en las que me iba viendo envuelto, una parte de mi mente quería morir y así una y otra vez enfermaba; otra posibilidad es que enfermara porque tan sólo en ese estado sentía por una parte que me cuidaban y por otra que me dejaban en paz.
A parte de la enfermedad más grave que tuve cuyas secuelas arrastro todavía hoy, yo solía caer enfermo de anginas lo que provocaba unas fiebres altísimas, de más de 40 grados. Durante días estaba metido en la cama, en la habitación de mi hermana -la única en la que se me podía aislar- y pasaba la horas entre lecturas de Los Cinco, Sandokán, Los Siete Secretos o Los Tres Investigadores además de los álbumes de Dumbo o de Flash Gordon.  Las mañanas eran más frescas y a mí me calmaba mucho el trajín de las criadas haciendo la casa y la voz de mi madre hablando por teléfono. Las tardes, en cambio, eran de fuertes subidas de temperatura y empezaba a alucinar pero yo no decía nada porque disfrutaba con ello y con lo lejana que me parecía la voz de Julia o de mi madre cuando me tomaban la temperatura y preocupadas decían, Tiene casi 41 o Vamos a ver si le baja y si no llamamos al doctor Quintana. Fueron tantas las anginas y tantas las fiebres que se me creó una sinapsis neuronal que me dice que la fiebre me mantiene a salvo y es grata.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/02/2020 a las 18:14 | Comentarios {0}


Apuntes (11)
19h. 38m.
Alguien fuma. Alguien a quien escucho. Es una conversación en France Culture sobre Koltès. Me encanta Koltès. Hablan de la vida de Koltès. Lo llaman ángel. Como evocación sonora han puesto -escribo de memoria- la banda sonora de Paris Texas.

Tengo un poco de frío.

El día ha sido largo y estoy volviendo una vez más a atrapar las rutinas. Descubro que no me suicido si amo mis rutinas. La clave de no suicidarse es hacer con amor las rutinas. Si hiciera rutinariamente las rutinas, me cortaría el cuello sin emoción alguna.

Unas nubes en el cielo han llamado mi atención.

El grupo al que hoy le he hablado de Arte -excepto dos personas- era un grupo muerto. Estaban todas -eran mujeres excepto un hombre- muertas en vida. Habían ido a escuchar hablar de arte como si hubieran ido a escuchar la homilía de un cura con aliento a bromuro.

Hablan los expertos de la sexualidad de Koltès. La sexualidad de Koltès. Detente. Me digo. Detente. Me repito. Los expertos.

He estado en muchos sitios. No quería estar en tantos sitios. También he elucubrado sobre una separación. El término mariage ha aparecido en la conversación que escucho en France Culture justo cuando escribía la palabra separación.
21h. 40m.
De nada me desdigo.

Mirad a Antonio Machado al que le tuvieron que pagar el entierro... de tan ligero.

Hay un bolígrafo de tinta verde y tres tomos de palabras antiguas, de cuando las palabras eran autoridades.

De nada me quejo. Quede en el aire esta velocidad. Por si la calma no vuelve nunca. Por si he de tumbarme a mirar las estrellas hasta quedar dormido como dicen que mueren los que murieron de frío. Sonrisas heladas. Sonrisas de invierno.

No quiero dejar mi voz enjaulada. Tengo que gritar más. Gritar más fuerte. Gritar por los perros a los que los veterinarios extirparon las cuerdas vocales para que no ladrasen... me hace recordar al niño que lleva ya tres años, en el cementerio más cercano, quejándose de un paisaje seco en la rodilla.

Breves fulguraciones de emoción (eso es Debussy)...

Breve mi canto en esta noche de enero. Mi mirada también breve. No quiero escribir hoy obscenidad alguna.

Narrativa

Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/01/2020 a las 19:37 | Comentarios {0}


Mujer semidesnuda con los ojos cerrados. Gustav Klimt ca. 1912
Mujer semidesnuda con los ojos cerrados. Gustav Klimt ca. 1912
21h 38m
Es importante  tener en cuenta la idea de velocidad o cuando menos la de un movimiento continuo para entender la Época en la que nos encontramos. Hasta el siglo XX la quietud existía y esa cualidad del vivir le imprimía otra esencia. Ahora se muere mucho más rápido como se vive mucho más rápido. Incluso las muertes provocadas pasan rápidas como ha ocurrido con el vuelo comercial ucraniano abatido -por equivocación ¿Cómo le explicas a los deudos semejante dislate? ¿Cómo se ataca un avión comercial y se destroza la vida de cientos de personas si no miles como si lo ocurrido no fuera más que una cuestión de alta política?- por misiles iraníes.

Hay días en los que la loca de la casa -así llamaba la mística española Teresa de Ávila al alma- y que hoy, modernamente, llamamos mente (como ya dije en algún otro sitio de esta extensa revista digital que cumple este año los 12), se adueña hasta de los colores de la mañana. Todo tiende a ella y ella tiende a dejarse derramar en una melancolía que no tiene ni ton ni son -como toda buena melancolía-. Intento oponerme y pronto recuerdo que no debo hacerlo. Recuerdo más, recuerdo que unos días atrás estaba eufórico y hace ya muchos años que relacioné un exceso de alegría con un inmediato exceso de pena. Todo se resume en química.

Esa química que genera los sueños. Vienen y se van rápidas figuras que han habitado esta madrugada esa parte de mi vida y a las que no puedo nombrar. Cuando no se puede nombrar, cuando no da tiempo a nombrar el pensador se pone nervioso. Hoy estoy nervioso y entonces busco actividades que confirmen mi estado histérico. También con los años, he conseguido ser consciente de ello y entonces dejo de hacer esas actividades que suelen ser además actividades con las que gozo si me salen bien y con las que sufro si las hago mal. Hoy quiero hacerlas mal por lo tanto he dejado de hacerlas.

Algunas tardes, sobre todo en invierno, cuando ya ha caído la noche y salgo a pasear con Nilo, las calles por las que paso me parecen un decorado teatral y las personas con las que me cruzo personajes. También en el paseo soy consciente de que busco desplazar a Nilo mi frustración (una frustración que ha surgido de ningún sitio; una frustración que no es más que descompensación química) y también al primer gesto violento -tiene que haber un gesto- se me hace consciente ese deseo de hacer mal para sentirme con justicia mal. Lo evito. La consecuencia es que me habita el mal, dejo que esté en mí y tan sólo espero que la descompensación que se inició con la euforia de hace unos días, se vaya equilibrando. Hasta entonces respiro hondo y tengo congoja.

No es el frío que ha hecho estos días, ni la contemplación de la nieve en las cumbres de las montañas o quizá coadyuven a este estado de ánimo aunque en verdad crea que todo es una cuestión de redes neuronales que de alguna manera satisfacen una necesidad vital que desconozco y que por una paradoja que tampoco llego a explicarme me anima a seguir vivo, a permanecer vivo un día más. Por ejemplo cuando me digo, no, no cuando me digo, sino cuando me asalta el siguiente pensamiento: No quiero suicidarme por nadie, quiero suicidarme por mí.

El escritorio. Abro la obra de teatro que he de preparar y piensa mi loca de la casa, Trabajar te hace bien y para fatigarme acompaño mi labor con Las variaciones Goldberg interpretadas en dos momentos distantes de su vida por Glen Gould -una versión más atosigante, la de su juventud; la otra más dulce, interpretada en su vejez, poco antes de morir-.

Ahora tengo que ser consciente de que es jueves.

Narrativa

Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/01/2020 a las 21:38 | Comentarios {0}


1 ... « 32 33 34 35 36 37 38 » ... 92






Búsqueda

RSS ATOM RSS comment PODCAST Mobile