21h. 59m.
Clamaba a los cuatro vientos por la paz en los cementerios, Si es el patio de los callados -decía- ¡Silencio! Más tarde se dieron las cifras de los muertos; siempre, a la misma hora, se daba la cifra de los muertos como si con esa puntualidad quisieran los funcionarios generar en las mentes de todos los ciudadanos con un medio de comunicación a su alcance, la sinapsis que relacionaría las 19 h. con el momento diario de la muerte
Los funcionarios por su parte se frotaban las manos. Un ujier -que se fue de la lengua en madrugada de alcohol y puticlub- comentó que en la planta 7ª de su Ministerio se escucharon varios ¡Hip, hip, hurra! ¡Hip, hip, hurra! mientras lanzaban al aire sus mascarillas. Funcionarios con funcionarios, funcionarias con funcionarias, funcionarias con funcionarios, todos en la planta 7ª del Ministerio -según el relato del ujier alcohólico- se empezaron a magrear encima de las mesas, en los despachos, en los urinarios, en los pasillos; se comían los coños y las bocas, se metían puños enteros por el ano y gritaban como si la planta 7ª fuera la selva, una selva de acero y cristal; selva de bolígrafos y tabletas; una selva de cables , de contraseñas, de programas que cubrían cientos y cientos de pantallas con números y números y números que se lanzaban unos a otros como si fueran vítores.
¡Qué hermoso y libre era el Apocalipsis en la planta 7ª! Apenas importaba ya que por las calles de la ciudad cientos de ciudadanos con bolsas de plástico transparente cubriendo sus cabezas, se dedicaran a la caza de sus semejantes para posteriormente hacerse con sus bienes y rebanarles el pescuezo. Todo se había teñido de rojo en la ciudad. Por las televisiones se retransmitía la masacre en otras partes del mundo. La orgía de sangre y codicia había por fin explotado.
Una de las imágenes que más gustaron fue la de unos encapuchados con bolsas de plástico transparente que rodean a un hombre que clama silencio en los cementerios y cómo uno a uno le van clavando estiletes en el cuerpo hasta que el hombre cae y vomita un nido de serpientes.
Los funcionarios por su parte se frotaban las manos. Un ujier -que se fue de la lengua en madrugada de alcohol y puticlub- comentó que en la planta 7ª de su Ministerio se escucharon varios ¡Hip, hip, hurra! ¡Hip, hip, hurra! mientras lanzaban al aire sus mascarillas. Funcionarios con funcionarios, funcionarias con funcionarias, funcionarias con funcionarios, todos en la planta 7ª del Ministerio -según el relato del ujier alcohólico- se empezaron a magrear encima de las mesas, en los despachos, en los urinarios, en los pasillos; se comían los coños y las bocas, se metían puños enteros por el ano y gritaban como si la planta 7ª fuera la selva, una selva de acero y cristal; selva de bolígrafos y tabletas; una selva de cables , de contraseñas, de programas que cubrían cientos y cientos de pantallas con números y números y números que se lanzaban unos a otros como si fueran vítores.
¡Qué hermoso y libre era el Apocalipsis en la planta 7ª! Apenas importaba ya que por las calles de la ciudad cientos de ciudadanos con bolsas de plástico transparente cubriendo sus cabezas, se dedicaran a la caza de sus semejantes para posteriormente hacerse con sus bienes y rebanarles el pescuezo. Todo se había teñido de rojo en la ciudad. Por las televisiones se retransmitía la masacre en otras partes del mundo. La orgía de sangre y codicia había por fin explotado.
Una de las imágenes que más gustaron fue la de unos encapuchados con bolsas de plástico transparente que rodean a un hombre que clama silencio en los cementerios y cómo uno a uno le van clavando estiletes en el cuerpo hasta que el hombre cae y vomita un nido de serpientes.
22h 03m.
Ella se acercaba muy despacio. Glosa: La velocidad a la que ella se acercaba es tan relativa como la calma en la ola. Digamos que a él le venía bien para su idea el que ella se acercara más despacio que deprisa.
Era la mañana de los últimos días de viento. Tras los vientos vendrían las lluvias y todo quedaría anegado: los caminos, los campos, los pueblos, incluso algunas ciudades medianas. No las grandes ciudades y menos aún las grandes ciudades de occidente.
Glosa: Quizá se pueda ver aquí una auto-referencia. En el verano de 2015, el autor escribió una serie de poemas en los que empezaba con un verso parecido a "Porque nací en las grandes ciudades de occidente..." . También puede ser que por su mente, mediante la asociación libre, tan cara a los poetas, hubiera relacionado lo que estaba escribiendo con, por una parte, el monzón y por otra las megalópolis chinas.
Recuerda en todo caso el viento y las densas nubes cuyos tonos quería retener en la memoria para que al volver a casa y sentarse ante su mesa de estudio pudiera pintarlas al pastel. En los últimos meses se había aficionado -de nuevo- a la pintura y todo lo miraba con ojos de pintor; un pintor, en todo caso, desgraciado porque la distancia que mediaba entre su mente a la hora de imaginar una pintura y el hecho de pintarla -y su resultado- se alejaban tanto que muchas veces decaía y creía que nunca llegaría a conseguir que su mano pensara como lo hacía su mente.
No había nadie en aquellas vías pecuarias abandonadas desde que el ganado ya no trashumaba tan sólo la mujer que en la lejanía se iba acercando a una velocidad infinitesimal.
Glosa: Es evidente que aquí el autor hace una broma y parece ser que la llevó hasta unos límites que le acabaron desagradando porque en el manuscrito se ve un párrafo tachado a conciencia. Fruto de la casualidad o triquiñuela del autor, tan sólo en tan concienzuda tachadura se adivina una palabra cuántica lo que nos lleva a pensar a que a partir del adjetivo infinitesimal el autor deambuló por el mundo de lo ínfimo y quizá -paradojas del arte- la metáfora se le hizo demasiado grande.
Ella bajaba de las montañas, él comenzaba el ascenso. Al principio -como es natural dada la distancia que mediaba entre ambos- él no adivinó cómo iba vestida ella, ni si la conocía, ni, por supuesto, muy al principio -cuando apareció como un punto en su universo- supo si aquello era varón o hembra o simple entidad sin sexo. Además su cabeza andaba perdida en reproches muy antiguos, llenos de ira vieja y por lo tanto sin vigor. Él mismo se lo estaba diciendo, se decía, ¿Y qué? ¿A dónde me lleva que mañana tras mañana me persigan los mismos agravios? ¿Fueron agravios? ¿Fueron ciertos? Y si tuvieron visos de haber sido ¿Cómo ocurrieron los hechos? ¿Por qué me importa tanto? Sí, sí, es una mujer. No estaba seguro. Ahora ya lo estoy. Es una mujer. Quizá sea... no, no. En todo caso seguro que se desvía antes de que nos crucemos y me será imposible saber si era ella o no. No es verdad que me llegara a querer. Sé que hubo un momento cuando estaba a punto de morir en el que me miró por primera vez y sintió algo. ¿Será por eso? ¿Por que les dije que creía haber entrevisto un sentimiento favorable hacia mí por lo que se encerraron como si fueran una misma tortuga en un mismo caparazón y me dejaran fuera? ¡Malditos sean! ¡Cuánto me han importado! ¡Qué esfuerzo he de hacer para olvidar! ¡para no querer odiar! oh, viene con faldas nunca le había visto las piernas. Si me hubiera traído las gafas ya sabría si es ella. Sólo veo borrosamente unas piernas y a la altura de lo que creo que son los muslos una falda negra, muy corta, con este viento. Lástima que se vaya a desviar, lástima que no fuera capaz de reunirlos, obligarlos y hacerles hablar y hablar yo también, hablar o vomitar, no importa y si todos fuéramos buenos, personajes de una película con final feliz, mirarnos tras la conversación intensa, a los ojos y reconocernos, ya sin hablar, hasta que quedara el último, hasta que el último hubiera asistido al entierro de todos los demás, que el último fuera yo, reírme entonces, reírme con sal entonces, la última gran risa sobre las rosas funerales, sí, es ella, qué hermoso su pelo, que perfecta su madurez, creo que me va a sonreír y, como tantas veces, pasará de largo manejando con soltura el vaivén de sus brazos; siento pensar que me gustaría que justo poco antes de cruzarnos, una ráfaga de aire levantara el vuelo de su falda y me regalara de esta forma la visión de su monte velado por unas bragas no del todo opacas.
Glosa: Es así como transcribe el autor el monólogo interior del personaje. En la técnica que utiliza vemos cómo de nuevo recurre a su propia vida para dotar de la misma al personaje de papel. Se sabe que el autor terminó sus días encerrado en un manicomio y que la autorización para su encierro fue firmada -ante la muerte de los padres- por su hermano mayor en representación de los otros tres -en total eran cinco hermanos: tres chicos y dos chicas-. El episodio que está ya a punto de terminar, parece ser que le ocurrió al autor el mismo día en que fue retenido por los sanitarios y tras inyectarle un calmante de efectos devastadores para el sistema simpático fue llevado al manicomio de donde nunca más salió y donde murió solo y sin haber sido visitado ni una sola vez por ningún ser vivo. Por este motivo nos parece que el relato que está punto de terminar tiene un grado tal de patetismo que se podría comparar -sin caer en la exageración- al pathos de cualquier tragedia de la Grecia antigua.
Sí. Todos muertos. Una hilerita de tumbas en el cementerio de la ciudad con sus lápidas en las que, inscritas a cincel y a conciencia, se pudieran leer sus nombres, sus fechas de nacimiento y muerte y un epitafio escrito por mí. Por ejemplo, Fulanito de Tal y Pascual que nació el tanto de tantos de tantos y murió el tantos de tantos de tantos. Fue valiente con los débiles y cobarde con los fuertes. Es el otoño, su gesto es la hoja que cae del árbol y que alimentará la tierra para la primavera. Hoy no se desvía. Hoy viene hacia mí... y me mira. Si fuera capaz de decirle algo, decirle, Querida señora, hay el mundo fuerzas que no se pueden domeñar. Arráseme el alma para siempre, quémeme por dentro, destroce mi descanso pero le ruego, querida señora mía, que sólo por una vez me permita aspirar el olor de su cuello.
Glosa: aquí termina el relato de nuestro autor el cual, fiel a su último estilo (tuvo más de siete), deja el relato en suspenso. Nosotros hemos indagado en la posibilidad -anteriormente apuntada- de que este episodio le hubiera ocurrido a él así es que tomamos la decisión de viajar hasta el lugar donde vivió sus últimos meses libre y allí, indagando, buscando la vía pecuaria abandonada, conocimos a una mujer que respondía a la breve descripción que se da de la mujer del relato y tras sentarnos en un merendero y contarle nuestro propósito, nos relató lo siguiente: que en efecto había conocido a nuestro autor, que a ella también le atrajo, que estaba casada por aquel entonces y lo sigue estando y que una mañana de viento salió con una falda muy corta -cosa de la que se arrepintió aunque en su descargo comentara que cuando empezó su paseo la calma del aire era absoluta-, que se encontró con nuestro autor y que cuando se cruzó con él y ante la mirada de ilusión y de deseo y de timidez que le lanzó, ella le dijo, Yo siento lo mismo. Y que siguió andando y no se volvió y que el corazón le ardía y que en contra de todo lo que ella pensaba y había decidido, estaba dispuesta a volverse a encontrar con aquel hombre y que fuera -así no los dijo- lo que Dios quisiera.
14h. 32 m.
Ha visto el paso del tiempo en un dibujo hiperrealista. Las arrugas. Los telómeros a punto de morir.
Ha sabido que es más fácil matar al padre que matar a la madre. Luego ha soñado un relación erótica con una prima hermana. Más tarde se ha comprado un bolso de colores vivos, un bolso de mujer -porque todavía hay objetos que pertenecen a un solo sexo- siendo un hombre del que escribo; más tarde bajo la ventana de una casa que nunca ha existido se producía una manifestación entre distintas facciones de árabes lo que no impedía que fuera a una especie de club donde se sentaba a charlar -cree que junto a una mujer- con un hombre que decía ser -y de hecho era- Premio Nobel. Lo interesante de la escena no era tanto la importancia del contertulio cuanto que las demás personas que había alrededor no tenían interés ninguno por él.
La explosión de la mañana.
Una científica afirma que la vejez es causa de enfermedad.
¿El miedo a enfermar en la sociedades abiertas las llevará a cerrarlas de nuevo?
El hombre del que escribo camina entre el viento y sus ráfagas. Nada podrá pararle. No hoy. No aún.
Ha sabido que es más fácil matar al padre que matar a la madre. Luego ha soñado un relación erótica con una prima hermana. Más tarde se ha comprado un bolso de colores vivos, un bolso de mujer -porque todavía hay objetos que pertenecen a un solo sexo- siendo un hombre del que escribo; más tarde bajo la ventana de una casa que nunca ha existido se producía una manifestación entre distintas facciones de árabes lo que no impedía que fuera a una especie de club donde se sentaba a charlar -cree que junto a una mujer- con un hombre que decía ser -y de hecho era- Premio Nobel. Lo interesante de la escena no era tanto la importancia del contertulio cuanto que las demás personas que había alrededor no tenían interés ninguno por él.
La explosión de la mañana.
Una científica afirma que la vejez es causa de enfermedad.
¿El miedo a enfermar en la sociedades abiertas las llevará a cerrarlas de nuevo?
El hombre del que escribo camina entre el viento y sus ráfagas. Nada podrá pararle. No hoy. No aún.
17h. 18m.
La ciencia, se dijo el hombre, se atrevió con mis sueños. Él se atreverá entonces. Él irá al lugar donde vivió muchos años atrás y mirará a la vieja cuyo terror a la muerte la mantiene viva. La mirará. Dirá una o dos palabras. Se sentará frente a ella y reconocerá uno por uno los objetos. Transcurrirá la tarde. Se mirará las uñas. Los visillos le recordarán el miedo que sentía cuando con ojos niños miraba a través de ellos y creía intuir en la casa de enfrente un fantasma muy blanco que resultó ser un busto de mármol. Moverá el café vertido en la tacita de porcelana con la cucharilla de plata y mientras remueve elevará la vista del café a la cara de la vieja y su mirada se fijará en su boca y recordará de nuevo y quizá pregunte sobre ese recuerdo. Llegará la hora de marcharse. Hará lo que había ido a hacer. Se marchará sin hacer ruido. Reconocerá el eco que siempre se producía en el inmueble cuando cerraba la puerta de la casa. Un inmueble grande. Un inmueble céntrico. Cinco plantas más la azotea. Antiguamente el último tramo -el que iba del quinto piso al sexto que daba acceso a las azoteas- tenía los escalones de madera. ¡Cómo crujía esa madera! La frecuencia del latido. Salir al aire de la tarde. El olor de la tarde en esa ciudad. Caminar. Alejarse. Sin prisa. Nada podrá pararle. No hoy. No aún.
Alegoría de la Vanidad de Guido Cagnacci 1641
16h. 35m.
He vuelto. Amplio el espacio. Muerto el pasado. Ahora queda empezar. Cambiar de piel. Resucitar justo antes de que la verdadera compañera venga a por mí para siempre. Tengo que aprenderlo todo. Tengo que abotonarme -metafóricamente- la camisa y que mi pecho permanezca oculto. Abotonarme hasta el cuello. Acudir sin apariencia de pecho a los lugares públicos. Si pudiera arrancármelo. Dejar mi pecho colgado de una percha en el armario de la niña. He vuelto sin grandes aspavientos. Nadie ha venido a esperarme. A nadie he avisado. Paseo por las calles de la ciudad como si fuera foráneo. No me importa. Desde hace demasiados años soy apátrida. La ciudad es lo primero de lo que uno se desliga. Así soy como exiliado. Exiliado de mí. He cambiado la voz. He cambiado de gustos literarios. Camino de forma distinta. Han sido meses entrenando la vuelta. Entrenando el camuflaje de mí. No quiero que nadie me reconozca y si alguien lo hiciera exclamar, airado, que seré un Sosias, un Sosias, eso es lo que soy señora, un Sosias de ese que dice que soy yo. Yo no soy ése. Yo vengo por vez primera a esta ciudad. Nunca pudo usted verme. Así huelo el aire de la ciudad. Camino por las calles adoquinadas colocando en mi gesto algo que parezca sorpresa como si yo viniera de un lugar más moderno en el que el adoquín es vestigio de ciudad muy antigua. He rasurado mi cabello. He dejado mi cabeza como la de esos calvos que prefieren llevar con brillo su alopecia a reconocer la honda rabia que sienten desde que supieron que su cabello moría, pelo a pelo, sin remedio ¡Oh Sansón, mi Sansón! La vida es nueva para mí. No sé leer. No sé jugar. No sé hablar. No controlo mis esfínteres. No disimulo. Me detengo en mitad de las calles. Miro la novedad de lo que está en mi memoria. Me alejo del otro. Renacido. Renegado. Con la cabeza alta. Sin saber muy bien por qué llegué hasta aquí. Cómo ni cuándo se inició este exilio interior y exterior. La ruina se había fijado en mis huesos y sabía que la única manera de reconstruirme, de edificar un nuevo yo sobre las ruinas de mí era exiliándome interior y exteriormente. Me quedé sin palabras. Me quedé sin rostros conocidos. Me quedé aislado en un campo de refugiados entre Turquía y Grecia y allí aprendí el sentido real del término eufemismo y también conocí a la perfección el efecto de la hipocresía. Sin lengua. Sin recursos. Sin amor antiguo. Sin herencia. He soportado el barro bajo mis pies. He soportado la violencia de los guardianes. He aceptado en silencio la ausencia del amor sensual. He quemado todo vestigio que quedara de mí en papel. He olvidado los rezos. He olvidado la belleza. Tuve que hacer todo eso para poder volver siendo otro. Soy otro. Soy nadie en una ciudad que no conozco, la ciudad donde nací.
14h. 06m.
¿Dónde, hermanos, se volvieron oscuras las almas? ¿Qué suceso? ¿Qué giro tomaron los acontecimientos para que hoy -reunidos bajo el amparo de Tarish- tengamos que preguntarnos cuál fue el inicio? Yo me veo aquí tras el ara, recordando a Aretha Franklin cantando I say a little prayer y al mismo tiempo bailándola en mi imaginación, más en mi recuerdo. Bailemos si queréis; hagamos como en nuestra baja adolescencia cuando aún la palabra guateque tenía cierto sentido; eran ya los estertores de la palabra, eran los últimos tiempos de las últimas palabras; eran los tiempos de la música soul y allí, en la baja adolescencia, una muchacha llamada Sandra de intensos ojos azules, intensos de color y tristes de gesto, se apretaba contra mi torso y yo sentía sus pechos nuevos, recién salidos a la vida y ella debía de sentir la dureza que se iba creando en mi entrepierna y desear, quizá, y quizá también temer lo que estaba por acontecer. No, mejor, lo que podría acontecer. Tardes de primavera, de los quince años. Tardes en una casa burguesa de la ciudad de Menish, ignorantes aún de que la vida tiene una zona en sombra en la que se oculta la semilla del diablo. Nuestros padres, Santos Cerdos de la Puta Parca, bien que se lo callaban y mantenían esa mirada arrobada hacia sus cachorros idéntica a la que hoy nosotros lanzamos a los nuestros, igual de padres cerdos, igual de padres hipócritas.
Es hora de volver a la pregunta, ¿Dónde, hermanos, se volvieron oscuras nuestras almas? ¿Por qué me elegisteis a mí como Sumo Puto y me obligasteis a seguir escuchando a Etta James y su tema At last? Vosotros conocíais las obligaciones del Sumo Puto ¿Fue por eso? ¿Fue entonces cuando nos miramos y supimos que el idóneo era yo? ¡Hijas e hijos del Puto Cabrón, cómo os maldigo! Porque sabéis que cumpliré mi obligación y llegaré hasta el final y haré la elección que me pedís y esta noche, al amparo de la luna que crece, la más bella pareja de nuestra juventud será despedazada y comida por la Comunidad de los Putos Padres mientras por los baffles suena a toda pastilla Easy de los Commodores y echamos en el inocente ponche unas gotas de ácido lisérgico -fórmula secreta que habré de transmitir a mi sucesor igual que el anterior, el siempre detestado Sumo Puto Teresión, me la transmitió a mí al oído y por el oído juro que me llegaba hasta el gusto la repugnancia de su aliento- para mayor frenesí de nuestra Comunión.
Y así, vuelvo de nuevo a la pregunta, ¿Dónde, hermanos, se volvieron oscuras nuestras almas? Y a renglón seguido, harto de estos hábitos rojos y de esta tiara verde amarilla, paso a proponeros un cambio en el rito. No respondáis de inmediato. Dejemos que la decisión sea votada justo en el ocaso, una hora antes de traer hasta este ara a la pareja más bella de nuestra juventud para que sea descuartizada en vivo y comida en crudo por Nos, los Putos Padres. Mi propuesta es la siguiente: ¿Por qué no giramos la rueda del suplicio hacia los Putos Viejos y mediante su sacrificio invocamos la llegada de la Primavera comiéndonos ritualmente el símbolo del Invierno que es la vejez? Escojamos a la Vieja más bella y al Viejo más bello de entre Nos, si es que tal adjetivo se puede otorgar a quien ha participado del horror de comerse a los más jóvenes durante décadas, y arranquémosles los miembros y atravesémosles las tripas con hierros al rojo y violemos sus agujeros con punzones y degustemos sus carnes secas mientras libamos con viejos vinos criados en barricas de roble.
Por el poder que me confiere mi condición de Sumo Puto, os conmino a que en el plazo de nueve horas depositéis vuestra decisión en la urna de hierro, estando excluidos de la votación los menores de quince primaveras y los mayores de cincuenta inviernos.
Es hora de volver a la pregunta, ¿Dónde, hermanos, se volvieron oscuras nuestras almas? ¿Por qué me elegisteis a mí como Sumo Puto y me obligasteis a seguir escuchando a Etta James y su tema At last? Vosotros conocíais las obligaciones del Sumo Puto ¿Fue por eso? ¿Fue entonces cuando nos miramos y supimos que el idóneo era yo? ¡Hijas e hijos del Puto Cabrón, cómo os maldigo! Porque sabéis que cumpliré mi obligación y llegaré hasta el final y haré la elección que me pedís y esta noche, al amparo de la luna que crece, la más bella pareja de nuestra juventud será despedazada y comida por la Comunidad de los Putos Padres mientras por los baffles suena a toda pastilla Easy de los Commodores y echamos en el inocente ponche unas gotas de ácido lisérgico -fórmula secreta que habré de transmitir a mi sucesor igual que el anterior, el siempre detestado Sumo Puto Teresión, me la transmitió a mí al oído y por el oído juro que me llegaba hasta el gusto la repugnancia de su aliento- para mayor frenesí de nuestra Comunión.
Y así, vuelvo de nuevo a la pregunta, ¿Dónde, hermanos, se volvieron oscuras nuestras almas? Y a renglón seguido, harto de estos hábitos rojos y de esta tiara verde amarilla, paso a proponeros un cambio en el rito. No respondáis de inmediato. Dejemos que la decisión sea votada justo en el ocaso, una hora antes de traer hasta este ara a la pareja más bella de nuestra juventud para que sea descuartizada en vivo y comida en crudo por Nos, los Putos Padres. Mi propuesta es la siguiente: ¿Por qué no giramos la rueda del suplicio hacia los Putos Viejos y mediante su sacrificio invocamos la llegada de la Primavera comiéndonos ritualmente el símbolo del Invierno que es la vejez? Escojamos a la Vieja más bella y al Viejo más bello de entre Nos, si es que tal adjetivo se puede otorgar a quien ha participado del horror de comerse a los más jóvenes durante décadas, y arranquémosles los miembros y atravesémosles las tripas con hierros al rojo y violemos sus agujeros con punzones y degustemos sus carnes secas mientras libamos con viejos vinos criados en barricas de roble.
Por el poder que me confiere mi condición de Sumo Puto, os conmino a que en el plazo de nueve horas depositéis vuestra decisión en la urna de hierro, estando excluidos de la votación los menores de quince primaveras y los mayores de cincuenta inviernos.
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Narrativa
Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/03/2020 a las 21:58 | {0}