18h 14m
Estos días son febriles y por las noches me suelo ir a los universos paralelos donde me encuentro con seres fantásticos con los que charlo.
La fiebre tiene, para mí, un cualidad sedante. Llevo meses ahondando en la idea de que las sinapsis neuronales que se generan en la alta infancia -llamo alta infancia a la que media entre los días previos a nacer y los tres años- marcan el devenir de los primates. Pongo un ejemplo muy simple para explicarlo: suele ocurrir que un natural de Francia se alegre cuando un compatriota gana en algún evento deportivo; lo evidente es que si ese sujeto hubiera nacido en Islandia, se alegraría no cuando ganara un francés sino un islandés y eso es así porque en nuestra infancia se nos inculcan determinadas conexiones neuronales una de las cuales nos provoca una reacción de simpatía cuando alguien que ha nacido en un ente absolutamente aleatorio llamado Francia, gana. Pues bien si cosas tan sencillas siguen produciendo la misma reacción ¿qué no pasará con las importantes?
Desde niño fui enfermizo. Puedo albergar la idea más o menos plausible de que debido a las circunstancias en las que me iba viendo envuelto, una parte de mi mente quería morir y así una y otra vez enfermaba; otra posibilidad es que enfermara porque tan sólo en ese estado sentía por una parte que me cuidaban y por otra que me dejaban en paz.
A parte de la enfermedad más grave que tuve cuyas secuelas arrastro todavía hoy, yo solía caer enfermo de anginas lo que provocaba unas fiebres altísimas, de más de 40 grados. Durante días estaba metido en la cama, en la habitación de mi hermana -la única en la que se me podía aislar- y pasaba la horas entre lecturas de Los Cinco, Sandokán, Los Siete Secretos o Los Tres Investigadores además de los álbumes de Dumbo o de Flash Gordon. Las mañanas eran más frescas y a mí me calmaba mucho el trajín de las criadas haciendo la casa y la voz de mi madre hablando por teléfono. Las tardes, en cambio, eran de fuertes subidas de temperatura y empezaba a alucinar pero yo no decía nada porque disfrutaba con ello y con lo lejana que me parecía la voz de Julia o de mi madre cuando me tomaban la temperatura y preocupadas decían, Tiene casi 41 o Vamos a ver si le baja y si no llamamos al doctor Quintana. Fueron tantas las anginas y tantas las fiebres que se me creó una sinapsis neuronal que me dice que la fiebre me mantiene a salvo y es grata.
La fiebre tiene, para mí, un cualidad sedante. Llevo meses ahondando en la idea de que las sinapsis neuronales que se generan en la alta infancia -llamo alta infancia a la que media entre los días previos a nacer y los tres años- marcan el devenir de los primates. Pongo un ejemplo muy simple para explicarlo: suele ocurrir que un natural de Francia se alegre cuando un compatriota gana en algún evento deportivo; lo evidente es que si ese sujeto hubiera nacido en Islandia, se alegraría no cuando ganara un francés sino un islandés y eso es así porque en nuestra infancia se nos inculcan determinadas conexiones neuronales una de las cuales nos provoca una reacción de simpatía cuando alguien que ha nacido en un ente absolutamente aleatorio llamado Francia, gana. Pues bien si cosas tan sencillas siguen produciendo la misma reacción ¿qué no pasará con las importantes?
Desde niño fui enfermizo. Puedo albergar la idea más o menos plausible de que debido a las circunstancias en las que me iba viendo envuelto, una parte de mi mente quería morir y así una y otra vez enfermaba; otra posibilidad es que enfermara porque tan sólo en ese estado sentía por una parte que me cuidaban y por otra que me dejaban en paz.
A parte de la enfermedad más grave que tuve cuyas secuelas arrastro todavía hoy, yo solía caer enfermo de anginas lo que provocaba unas fiebres altísimas, de más de 40 grados. Durante días estaba metido en la cama, en la habitación de mi hermana -la única en la que se me podía aislar- y pasaba la horas entre lecturas de Los Cinco, Sandokán, Los Siete Secretos o Los Tres Investigadores además de los álbumes de Dumbo o de Flash Gordon. Las mañanas eran más frescas y a mí me calmaba mucho el trajín de las criadas haciendo la casa y la voz de mi madre hablando por teléfono. Las tardes, en cambio, eran de fuertes subidas de temperatura y empezaba a alucinar pero yo no decía nada porque disfrutaba con ello y con lo lejana que me parecía la voz de Julia o de mi madre cuando me tomaban la temperatura y preocupadas decían, Tiene casi 41 o Vamos a ver si le baja y si no llamamos al doctor Quintana. Fueron tantas las anginas y tantas las fiebres que se me creó una sinapsis neuronal que me dice que la fiebre me mantiene a salvo y es grata.
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/02/2020 a las 18:14 |