20h. 31m.
Someterme a ti, quedarme en ti. Pequeño armazón de horas. Como la cigüeña (o halcón ligero que desde lo alto del cielo mira la carrera de la liebre). Quedarme en ti. Resguardado de algo que me asusta (no es la muerte. Ni el hecho de morir. No es el tiempo de las máquinas y la longevidad que se augura estremecedora) cuando camino solo por las montañas y a lo lejos intuyo que puede ser niebla lo que se aviene o peor: aliento de un dios enfermo.
Confieso que he caminado y he sentido antes, entre los estantes de un supermercado, el deseo viejo del pecho de una mujer. La cabeza se me ha ido hacia otra parte (podría describirse como las hilachas de color de los cuadros de Monet y las variaciones cromáticas que sobre un mismo tema ejercía con mano delicada y poderosa. Eran tiempos finiseculares. Eran cuando Dios agonizaba. Era cuando se levantaban los primeros colosos de hormigón y por el aire Nijinski ejecutaba sus danzas como si estuviera desnudo en el claustro de un convento femenino de clausura). El pecado de la carne nos perseguía entre pizzas congeladas y latas de atún; desde algún pasillo, quizás en aquel en donde se destilaban los aromas de distintos sabores de natillas, se escuchaban las risas de un hombre y una mujer cogidos de la mano mientras cerca (cachorro que camina por delante. Libertad pura en la inocencia de los ojos. Manos torpes aún para la caricia o el trazo) corría la cría que en no mucho tiempo inventaría el nano robot que aliviaría durante horas la jaqueca de su madre.
Pasa el tiempo. Un paso y otro paso. Entre los matorrales el cuerpo de un conejo descabezado. Gritan a lo lejos los patios y producen en el aire un temblor de maremoto. Bandadas de ánades surcan un cielo de finales de invierno (son flechas en partículas. Extrañas líneas negras que se recortan contra un sol que declina y firma la paz. Los ojos del hombre que mira la disposición de la bandada, sueñan un arco que llegara hasta el manantial donde Artemisa, desnuda, se baña. Nos gorjean aves. Los ruiseñores se han acobardado y no van a esperar a que la espesa oscuridad de la noche sin luna les permita cantar sin ser vistos. Aunque el mundo derive en negro. Aunque la diva se quede muda. Aunque la mano alcance su objetivo).
Junto a los tres tomos el hombre ensueña la aventura. Palidece el cabo de la vela. Se sonroja el talle de la rosa. Se acerca cauto el cuervo ante el brillo de la aurora. Deja escapar un gemido la carpa. Sueña la flor. Revive el aire. Muere el adiós.
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Narrativa
Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/02/2020 a las 20:35 | {0}