Navego plenamente vanguardista. Soy pura vanguardia si entendemos por tal aquélla que tiene como principio primero épater les bourgeois.
¿Cómo se escandaliza hoy a los burgueses? No asisto a clanes, tertulias, foros, convenciones, vacaciones, fiestas. Escribo generosamente, sin buscar el beneficio económico y necesitándolo tanto como el aire que respiro. Reniego de las llamadas redes sociales - expresión que ya en sí misma es un pleonasmo-. Me gusta el campo y las ciudades -todas las ciudades- me parecen feas -por más que, evidentemente, no pueda evitar la fascinación por determinados edificios o construcciones pero si los comparara con casi cualquier conformación natural [de ámbito parejo] siempre encuentro más hermoso el segundo que el primero). No me atraen las multitudes ni sus conmemoraciones ni sus atuendos ni sus complementos.
El estilo es pura basura para la literatura.
Me gustan las fronteras, aquellos lugares como los deltas donde lo salado se une a lo dulce y crean una fauna y una flora frutos del mestizaje de las aguas.
Al mirar la belleza suelo sentir nostalgia.
Siendo mayor, mi alma sigue siendo la de un niño aislado. De ahí mi atracción por espacios callados donde tan sólo se escucha el rumor de la naturaleza que huye de mí como de la peste (que huye de los hombres como de la peste).
Así soy vanguardista a 14 de diciembre de dos mil veintiuno y me importa poco. Lo pensaba hoy mientras caminaba y los colores de las nubes en el cielo me retrotraían al principio de la vida, hace quinientos millones de años.
Luego vino la tarde y por primera vez en mi vida hablé con mi madre.
¿Cómo se escandaliza hoy a los burgueses? No asisto a clanes, tertulias, foros, convenciones, vacaciones, fiestas. Escribo generosamente, sin buscar el beneficio económico y necesitándolo tanto como el aire que respiro. Reniego de las llamadas redes sociales - expresión que ya en sí misma es un pleonasmo-. Me gusta el campo y las ciudades -todas las ciudades- me parecen feas -por más que, evidentemente, no pueda evitar la fascinación por determinados edificios o construcciones pero si los comparara con casi cualquier conformación natural [de ámbito parejo] siempre encuentro más hermoso el segundo que el primero). No me atraen las multitudes ni sus conmemoraciones ni sus atuendos ni sus complementos.
El estilo es pura basura para la literatura.
Me gustan las fronteras, aquellos lugares como los deltas donde lo salado se une a lo dulce y crean una fauna y una flora frutos del mestizaje de las aguas.
Al mirar la belleza suelo sentir nostalgia.
Siendo mayor, mi alma sigue siendo la de un niño aislado. De ahí mi atracción por espacios callados donde tan sólo se escucha el rumor de la naturaleza que huye de mí como de la peste (que huye de los hombres como de la peste).
Así soy vanguardista a 14 de diciembre de dos mil veintiuno y me importa poco. Lo pensaba hoy mientras caminaba y los colores de las nubes en el cielo me retrotraían al principio de la vida, hace quinientos millones de años.
Luego vino la tarde y por primera vez en mi vida hablé con mi madre.
Sin el café con leche de la mañana (y desde diciembre de 2017 con algo sólido: tostadas con queso fresco o con mantequilla) todo se trastoca. Despertarse es volver a vivir a una distancia tan sideral del día anterior que necesito hacer algo que me una a mi yo (no a mi ego) y me asiente en este hombre que camina como un lobo estepario por los años. Que me asiente cuando menos con el hombre de ayer. Salir al mundo con el estómago vacío es darse de bruces con la realidad (por supuesto la realidad de un pesimista).
Tenía que suceder el atasco monumental. Tenía que empezar a sentir que quizá me diera una hipoglucemia. El mundo era un continuo de coches, autobuses, motos y camiones envueltos en una niebla gris, rodeados de asfaltos grises y quitamiedos grises y medianas grises. Sin café con leche la grisura tenía ecos de ausencias, de navidad.
Volver, he pensado. Y cuando pensaba volver me ha recordado la risa fiera de una oftalmóloga. En la espera todo se confunde. No habrá paz, no, no habrá paz. De vez en cuando surgirá un furor divino (a la manera de los furores que nos cuenta Ficino) y el mundo podrá dibujarse de otras maneras. Eso será más tarde. Eso será algún día antes de morir.
Terminado el ayuno sucede un gran malestar y es necesario que el café y la leche y la mantequilla y el pan hagan su función para que el cuerpo parezca encontrarse consigo y quede para el resto del día la sensación amarga de haber descendido un peldaño más hacia el infierno (el infierno son los otros).
El paisaje no ha ejercido su influjo hoy.
Me gustaría embriagarme con opio.
Tenía que suceder el atasco monumental. Tenía que empezar a sentir que quizá me diera una hipoglucemia. El mundo era un continuo de coches, autobuses, motos y camiones envueltos en una niebla gris, rodeados de asfaltos grises y quitamiedos grises y medianas grises. Sin café con leche la grisura tenía ecos de ausencias, de navidad.
Volver, he pensado. Y cuando pensaba volver me ha recordado la risa fiera de una oftalmóloga. En la espera todo se confunde. No habrá paz, no, no habrá paz. De vez en cuando surgirá un furor divino (a la manera de los furores que nos cuenta Ficino) y el mundo podrá dibujarse de otras maneras. Eso será más tarde. Eso será algún día antes de morir.
Terminado el ayuno sucede un gran malestar y es necesario que el café y la leche y la mantequilla y el pan hagan su función para que el cuerpo parezca encontrarse consigo y quede para el resto del día la sensación amarga de haber descendido un peldaño más hacia el infierno (el infierno son los otros).
El paisaje no ha ejercido su influjo hoy.
Me gustaría embriagarme con opio.
Storyville Portraits. New Orleans. E. J. Bellocq aprox. 1915
Ruidos de cacharros en la casa contigua antes del amanecer. No llega a entender cómo se puede tener tan mala educación. Se pregunta qué es exactamente lo que ella entiende por educación. No sabe si es una palabra/idea demasiado vaga. En esa duda se queda de nuevo dormida. Despierta una hora y media después. Los mismos ruidos. Piensa la palabra perversión.
Cuando se levanta tarda un rato en vestirse. Son varias capas: las bragas, unos leotardos, encima de estos unos calcetines de lana, un pantalón, una camiseta interior, una camiseta, un jersey bien gordo y una bufanda alrededor del cuello (aunque ésta no se la pone por la mañana. Duerme con ella. Si no durmiera con ella tendría contracturas en el cuello. Muy dolorosas. Durante semanas. Cuando llega el frío tan sólo se descubre el cuello cuando se ducha o va a nadar).
Se tiene que abrigar bien porque es de esas personas que no puede poner la calefacción ni todo el día, ni medio día, ni todos los días. Sólo la pone cuando hace mucho frío. La pone un par de horas para que la casa se caldee. Luego aguanta bien abrigada. Tiene suerte porque las ventanas tienen doble cerramiento y se conserva bien el calor. No se queja del frío. Le gusta el frío. Puede controlarlo dentro de la casa.
Pobreza y desigualdad, ésas son las directrices del siglo XXI. Desayuna. Sólo lleva dos años desayunando algo sólido. Antes sólo se tomaba un café con leche y tiraba toda la mañana con ese café y otro más. Piensa a veces que eso fue debido a que de niña nunca le dieron de desayunar. Iba al colegio con un cacao con leche. En el recreo todas las niñas llevaban el almuerzo. Ella no lo llevó nunca. Piensa que era porque su madre había decidido que no era de buen tono almorzar. Luego creyó saber que quizá fuera porque es difícil hacerse la elegante siendo pobre.
Durante el desayuno ha recordado la decisión. Es una decisión incómoda. Y rebatible. Si los destinatarios de su decisión se la echaran en cara, no tendría muchos argumentos para defender su postura. Luego se dice que no tiene que defender ninguna postura. Llega más lejos, se dice que no hay postura y sonríe cuando alcanza a vislumbrar un pequeño giro: lo que hay, lo que siempre ha habido es más bien impostura. Su decisión no tiene que ver con una postura sino con una impostura.
Siente cierta paz en su pobreza (o en su justeza económica. Aunque estadísticamente ella sea pobre, no se siente pobre).
Camina envuelta en un cielo cubierto de densas nubes azulinas. Camina y camina por un camino desierto. Tan solo su perra y ella. Camina en silencio. Asciende. Conversa consigo misma. Respira con ritmo y se siente eufórica cuando recuerda que la galaxia en la que habita recorre cada día cincuenta millones de kilómetros y eso quiere decir, sencillamente, que cada instante dista tanto del anterior que apenas se puede ver. Todo en el vivir es continuo horizonte... de sucesos.
Se regala un ensueño erótico mientras asciende. Se cruza con un hombre que apoya sus pasos en un bastón; el hombre va también con su perro; ella ha estado corriendo y está sudada; al cruzarse con el hombre, éste se tropieza y cae; ayuda al hombre cojo a incorporarse; él lo acepta; cuando lo levanta se miran a los ojos muy de cerca y entonces se besan y se masturban tras una roca mientras la perra suya y el perro de él escarban un agujero hondo y primero la perra y luego el perro hunden sus hocicos en el hoyo y parece como si el olor de la tierra húmeda los extasiara hasta el orgasmo. Terminan de correrse. Ni se despiden. Ella sigue el ascenso. Él marcha en dirección opuesta.
Educación. Elegancia. Decisión. Pobreza. Masturbación. Hoyo. Tierra húmeda.
Es la tarde. Ha de trabajar. Está sola, una soledad insólita. Duerme la perra y sueña. Ella teclea.
Cuando se levanta tarda un rato en vestirse. Son varias capas: las bragas, unos leotardos, encima de estos unos calcetines de lana, un pantalón, una camiseta interior, una camiseta, un jersey bien gordo y una bufanda alrededor del cuello (aunque ésta no se la pone por la mañana. Duerme con ella. Si no durmiera con ella tendría contracturas en el cuello. Muy dolorosas. Durante semanas. Cuando llega el frío tan sólo se descubre el cuello cuando se ducha o va a nadar).
Se tiene que abrigar bien porque es de esas personas que no puede poner la calefacción ni todo el día, ni medio día, ni todos los días. Sólo la pone cuando hace mucho frío. La pone un par de horas para que la casa se caldee. Luego aguanta bien abrigada. Tiene suerte porque las ventanas tienen doble cerramiento y se conserva bien el calor. No se queja del frío. Le gusta el frío. Puede controlarlo dentro de la casa.
Pobreza y desigualdad, ésas son las directrices del siglo XXI. Desayuna. Sólo lleva dos años desayunando algo sólido. Antes sólo se tomaba un café con leche y tiraba toda la mañana con ese café y otro más. Piensa a veces que eso fue debido a que de niña nunca le dieron de desayunar. Iba al colegio con un cacao con leche. En el recreo todas las niñas llevaban el almuerzo. Ella no lo llevó nunca. Piensa que era porque su madre había decidido que no era de buen tono almorzar. Luego creyó saber que quizá fuera porque es difícil hacerse la elegante siendo pobre.
Durante el desayuno ha recordado la decisión. Es una decisión incómoda. Y rebatible. Si los destinatarios de su decisión se la echaran en cara, no tendría muchos argumentos para defender su postura. Luego se dice que no tiene que defender ninguna postura. Llega más lejos, se dice que no hay postura y sonríe cuando alcanza a vislumbrar un pequeño giro: lo que hay, lo que siempre ha habido es más bien impostura. Su decisión no tiene que ver con una postura sino con una impostura.
Siente cierta paz en su pobreza (o en su justeza económica. Aunque estadísticamente ella sea pobre, no se siente pobre).
Camina envuelta en un cielo cubierto de densas nubes azulinas. Camina y camina por un camino desierto. Tan solo su perra y ella. Camina en silencio. Asciende. Conversa consigo misma. Respira con ritmo y se siente eufórica cuando recuerda que la galaxia en la que habita recorre cada día cincuenta millones de kilómetros y eso quiere decir, sencillamente, que cada instante dista tanto del anterior que apenas se puede ver. Todo en el vivir es continuo horizonte... de sucesos.
Se regala un ensueño erótico mientras asciende. Se cruza con un hombre que apoya sus pasos en un bastón; el hombre va también con su perro; ella ha estado corriendo y está sudada; al cruzarse con el hombre, éste se tropieza y cae; ayuda al hombre cojo a incorporarse; él lo acepta; cuando lo levanta se miran a los ojos muy de cerca y entonces se besan y se masturban tras una roca mientras la perra suya y el perro de él escarban un agujero hondo y primero la perra y luego el perro hunden sus hocicos en el hoyo y parece como si el olor de la tierra húmeda los extasiara hasta el orgasmo. Terminan de correrse. Ni se despiden. Ella sigue el ascenso. Él marcha en dirección opuesta.
Educación. Elegancia. Decisión. Pobreza. Masturbación. Hoyo. Tierra húmeda.
Es la tarde. Ha de trabajar. Está sola, una soledad insólita. Duerme la perra y sueña. Ella teclea.
Sobre el sonido de los seres vivos se esparcía la niebla. No había nadie. Ecos se escurrían por entre las ramas de las encinas. No supe decirte que la muerte es como una canción de J. J. Cale. No quise decírtelo. Luego repasé. Luego de un instante de barro. Luego de un charco traslúcido. Luego de las correrías de las multitudes por los pasillos de los suburbanos de medio mundo. Esa diferencia que existe entre la constante presencia de lo humano en las ciudades que las hace irrespirables y la vacuidad de ello en las altas praderas, en los colapsos de las torrenteras. No diré que quiero vivir seiscientos años. No quiero, te diré, vivir seiscientos años. Con los ojos cerrados te lo digo, a ti que vives allá, en el tumulto de las gentes y que a veces te recoges entre mis brazos tras haber tenido un orgasmo que te ha producido un terrible dolor de cabeza. Agudo.
En la soledad de la conferencia observo los rostros que me observan. Yo camino y hablo. Hablo de algo que podría ser explicado de forma diferente. Hablo con pasión en la casa del rico. En las salas cuadros y más cuadros y nombres de pintores famosos que relaciono mientras el público -mujeres que luchan por la igualdad- me escuchan como si ayer jueves fuera un día particular.
El cielo, fuera, era gris. La piscina del jardín lucía triste y al fondo, la escultura en bronce de La primavera, pedía a gritos un albornoz.
A veces, en mitad del discurso (in media res) siento una punzada -literal- de tristeza en el páncreas y quisiera en ese momento detenerme y llorar por la belleza que podrá vivir más de seiscientos años. Luego...luego de la conferencia, luego de las felicitaciones, luego del frío de la noche de noviembre... enfilo la carretera y veo borroso. Las luces de los coches en la autopista del Noroeste, la delicadeza del acelerador, la amplitud del parabrisas, los años y las ruedas...
...la muchacha blanca de la película indie se ha quedado preñada y no se atreve a decírselo al muchacho blanco encantador con el que ha concebido... el discreto encanto de las miserias burguesas mientras no muy lejos los espaldas mojadas están a punto de alcanzar el infierno... infierno de Sonora... los bailes de graduación... Mason y Dixon.... las tres veces que hubieron de zarpar los puritanos del Myflower... la muchacha blanca dibuja tiras para una revista... el muchacho encantador y blanco busca a su gata y sabe preparar lasagna.... un traje de novia para la hermana de la muchacha blanca... el próximo enlace... la generación de una nueva familia...
Decirte, querida, que quizá sea yo quien no se atreve a poner las cartas sobre la mesa; más, decir que soy un cobarde y no me atrevo a expresar la ofensa que siento por si el mundo se acaba, por si los astros se derriten, por si me lleva el surco que el agua ha hecho en la tierra esta mañana; volverme ácueo; deslizar la caja; lanzar el ultimatum un veintidós de noviembre a las siete y veintiseis de la tarde (llovía, cerca los gritos de las voces de los chicos que aún no han hecho el cambio; voces agudas casi más cercanas a la voz de una mujer...)...
Ahora hay que seguir. Luego... luego de la mujer madura que me deseó salud; luego de sentirme fuerte y darme una ducha de agua muy caliente tras llegar empapado de un largo paseo bajo la lluvia y en el campo (verdes, naranjas, sienas, grises: un paisaje de paleta española); luego de sentir que sigo sin recordar una palabra de toda la vida; luego de presenciar un diálogo posible entre una muerta y un vivo... quizá.
En la soledad de la conferencia observo los rostros que me observan. Yo camino y hablo. Hablo de algo que podría ser explicado de forma diferente. Hablo con pasión en la casa del rico. En las salas cuadros y más cuadros y nombres de pintores famosos que relaciono mientras el público -mujeres que luchan por la igualdad- me escuchan como si ayer jueves fuera un día particular.
El cielo, fuera, era gris. La piscina del jardín lucía triste y al fondo, la escultura en bronce de La primavera, pedía a gritos un albornoz.
A veces, en mitad del discurso (in media res) siento una punzada -literal- de tristeza en el páncreas y quisiera en ese momento detenerme y llorar por la belleza que podrá vivir más de seiscientos años. Luego...luego de la conferencia, luego de las felicitaciones, luego del frío de la noche de noviembre... enfilo la carretera y veo borroso. Las luces de los coches en la autopista del Noroeste, la delicadeza del acelerador, la amplitud del parabrisas, los años y las ruedas...
...la muchacha blanca de la película indie se ha quedado preñada y no se atreve a decírselo al muchacho blanco encantador con el que ha concebido... el discreto encanto de las miserias burguesas mientras no muy lejos los espaldas mojadas están a punto de alcanzar el infierno... infierno de Sonora... los bailes de graduación... Mason y Dixon.... las tres veces que hubieron de zarpar los puritanos del Myflower... la muchacha blanca dibuja tiras para una revista... el muchacho encantador y blanco busca a su gata y sabe preparar lasagna.... un traje de novia para la hermana de la muchacha blanca... el próximo enlace... la generación de una nueva familia...
Decirte, querida, que quizá sea yo quien no se atreve a poner las cartas sobre la mesa; más, decir que soy un cobarde y no me atrevo a expresar la ofensa que siento por si el mundo se acaba, por si los astros se derriten, por si me lleva el surco que el agua ha hecho en la tierra esta mañana; volverme ácueo; deslizar la caja; lanzar el ultimatum un veintidós de noviembre a las siete y veintiseis de la tarde (llovía, cerca los gritos de las voces de los chicos que aún no han hecho el cambio; voces agudas casi más cercanas a la voz de una mujer...)...
Ahora hay que seguir. Luego... luego de la mujer madura que me deseó salud; luego de sentirme fuerte y darme una ducha de agua muy caliente tras llegar empapado de un largo paseo bajo la lluvia y en el campo (verdes, naranjas, sienas, grises: un paisaje de paleta española); luego de sentir que sigo sin recordar una palabra de toda la vida; luego de presenciar un diálogo posible entre una muerta y un vivo... quizá.
Hasta la camilla la respiración se alienta y se repite el mantra que un verano, un verano de mil novecientos ochenta... un verano de mil novecientos ochenta... color azul de Mediterráneo... cueva junto a la playa... la cala... lo que nunca debe de volver aunque a veces si quisiera, sí lo quisiera... oír nuevo a John Coltrane en su A love supreme o volver a las novelas, las de los escritores hispanoamericanos de los 50, los 60 y los 70... hasta la camilla el olor del anestésico local le parece lejano y piensa que los colores fríos de los tubos de neón, lo azul No-Mediterráneo... está seguro de que no se le meterá hasta lo oscuro del alma, hasta la Sombra de sí por donde Jung revolotea y Alice Miller quisiera mostrarse tenaz y extraer... extraer el Mal... en la espera todo se resuelve en un instante... es un instante vivir y por lo tanto el dolor es aún menos que el instante de la vida... en la espera la realidad futura se hace inmensa, incapaz como es de asumir que el futuro no es... porque las manos arden un poco... porque los pasos con tacón no le resultan atractivos y escucha al hombre que intervendrá en sus ojos minutos antes... minutos antes... son todos tan jóvenes... hay un deseo de osadía, de llegar hasta el límite de los propios conocimientos... cuerpo de seda... embrión 1... la noche estrellada... hasta el inicio de las gotas el mantra parece funcionar, cuerda vibrada, alta física de nuestros abuelos... sabe que al final todo estallará en su cabeza y la aguja en el ojo no será más que una parte, mínima, del Gran Malestar... no más... no más... no más amor... no más... love loves to love love.... la carretera otra vez como símbolo de una dirección... la casa derruida... un verano de mil novecientos ochenta... en la habitación del piso superior un columpio... la luna desde el columpio de la habitación del piso superior... en la camilla la sudoración del miedo... la soledad... el esfuerzo de recordar el olor del musgo en el invierno... en el invierno... en el invierno... necesitaría las manos dispuestas... el corazón necesitaría dispuesto y que los pulmones acapararán menos aire del necesario... las manos necesitaría... agarrar con la manos el aire sobrante... el aire que los pulmones desecharon... su corazón late y lanza al torrente el líquido de la vergüenza... la Sombra... la Sombra... está ahí, se dice... baila... baila... baila... ha dicho: no, no me caigo a menudo... baila al compás imposible de un tema de Coltrane... cuando disfrutaba de Coltrane... cuando disfrutaba con los juegos de la imaginación... cuando subía la montaña porque iba a conquistar el castillo... en la camilla... la cara cubierta... un ojo al aire... el ojo ciego por el pecado de Eva de haber creado a Adán... ¡No fuiste tú, Lilith!... Tú no, Lilith... Tú no, Lilith... Tú no, Lilith... de la costilla de Eva... del coño de Eva... desde algún lugar del cuerpo de Eva... Tú no, Lilith.... tú solo te follabas los demonios... Vete Lilith, no es ti a quien convoca el ojo ciego que corresponde a un cuerpo tumbado en una camilla un doce de noviembre del año dos mil diecienueve según cuentas gregorianas... así es que camina tuerto sin ser rey de nada... no había país de ciegos... para sí se decía aquel verano de mil novecientos ochenta, aquel verano de mil novecientos ochenta, el columpio en la habitación vacía del piso superior desde el que se podía ver la luna en el vaivén... para sí se decía... sí, se decía... sí, lo decía para sí... no muy bajo para sí... podría parecer un loco hablando para sí...no muy bajo... para sí...
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Narrativa
Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/12/2019 a las 00:14 | {0}