Historia Universal de las Cifras, Georges Ifrah. Editado por Espasa Calpe.
Vishnú y Lakshmi sobre la serpiente Ananta. Del ombligo de Vishnú brota una flor de loto sobre la que está sentado Brahma.
Abab: Nombre dado al número 10 elevado a 17 (= cien mil billones).
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Abhra: [S] Valor = 0. Atmósfera. El siimbolismo se explica a traves de la identificación de la atomósfera con el "vacío". Ver Shunya; Cero.
Abja: Valor = 1. Luna. Debido probablemente a la unicidad del astro. Pero puede haber otra razón para esta asociación de ideas: la tradición india considera la Luna como fuente y símbolo de la fecundidad, y se la identifica con las Aguas Primordiales de las que procede la Manifestación, siendo así considerada como receptáculo de los gérmenes del renacimiento cíclico. En suma, se trataría de la unidad como punto de partida.
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Abuelo. Valor = 1. Ver Pitamaha; Uno.
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Akshara: Valor = 1. Indestructible. Palabra sánscrita que designa, en la filosofía hindú, la parte "imperecedera" del sonido ocal correspondiente a cada manifestación del *Brahman. La atribución numerica deriva probablemente del término *ekakshara, "Única e Imperecedera", con que se designa a menudo la Sílaba Sagrada *AUM. Ver Trivarna; Mística de las letras; Uno.
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Aliento: Valor = 5. Ver Prana; Pavana; Cinco.
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Amara: Valor = 33. "Inmortal". En alusión a los 33 dioses. Ver Deva; Treinta y tres.
Henri Bergson. La Risa. Ensayo sobre la significación de lo cómico. Primera edición 1899. Editorial Losada.
Charlot. Tiempos Modernos
pags. 63-64
Que un hombre se decida a decir lo que piensa, aunque haya de "enristrar la lanza contra todo el género humano", no tiene por qué ser cómico: eso es vida, y de la mejor especie. Que otro hombre, por dulzura de carácter, por egoísmo o por desdén, prefiera decir a las gentes lo que les halaga, también es eso vida, y nada hay en ello que nos haga reír. Podréis hasta reunir en uno solo a estos dos hombres y hacer que nuestro personaje titubee entre una franqueza que ofenda y una cortesía que engañe. Tampoco esta lucha entre dos sentimientos contrarios será todavía cómica; antes parecerá muy seria, mucho más si los dos sentimientos llegan a compenetrarse, a crear un singular estado del alma, y a adoptar, en suma, un modus vivendi que nos dé, pura y simple, la impresión compleja de la vida. Pero supongamos ahora en un hombre estos dos sentimientos irreductibles y rígidos: haced que este hombre oscile entre uno y otro; haced, sobre todo, que esta oscilación llegue a ser francamente mecánica y que adopte la forma consabida de un aparato simple e infantil. Entonces hallaréis la imagen que hemos encontrado en todos los objetos ridículos, habréis dado con lo mecánico de lo vivo, habréis hallado lo cómico.
[...] la fantasía cómica convierte poco a poco un mecanismo material en un mecanismo moral[...]
Que un hombre se decida a decir lo que piensa, aunque haya de "enristrar la lanza contra todo el género humano", no tiene por qué ser cómico: eso es vida, y de la mejor especie. Que otro hombre, por dulzura de carácter, por egoísmo o por desdén, prefiera decir a las gentes lo que les halaga, también es eso vida, y nada hay en ello que nos haga reír. Podréis hasta reunir en uno solo a estos dos hombres y hacer que nuestro personaje titubee entre una franqueza que ofenda y una cortesía que engañe. Tampoco esta lucha entre dos sentimientos contrarios será todavía cómica; antes parecerá muy seria, mucho más si los dos sentimientos llegan a compenetrarse, a crear un singular estado del alma, y a adoptar, en suma, un modus vivendi que nos dé, pura y simple, la impresión compleja de la vida. Pero supongamos ahora en un hombre estos dos sentimientos irreductibles y rígidos: haced que este hombre oscile entre uno y otro; haced, sobre todo, que esta oscilación llegue a ser francamente mecánica y que adopte la forma consabida de un aparato simple e infantil. Entonces hallaréis la imagen que hemos encontrado en todos los objetos ridículos, habréis dado con lo mecánico de lo vivo, habréis hallado lo cómico.
[...] la fantasía cómica convierte poco a poco un mecanismo material en un mecanismo moral[...]
La Saga/Fuga de J.B. escrita por Gonzalo Torrente Ballester. Ediciones Destino
Le está corrompiendo el alma la funesta doctrina del Arte por el Arte, que, por muy francesa que sea, es una doctrina reaccionaria. El Arte, o sirve al progreso humano, o no sirve para nada. ¿Por qué pierde su tiempo en inventar sufrimientos de amor y ponerlos en verso, si sus amores sólo a usted le conciernen? Aparte, amigo mío, de que uno de los daños peores que pueden infligirse a las generaciones futuras es mantenerlas en la creencia de que el amor es cosa cuasidivina. Al amor hay que desacralizarlo, y a los jóvenes hay que imbuirlos en la idea de que eso que hasta ahora se llamó Amor, con A mayúscula, no es más que el despliegue coaccionado, cuando no impedido, de la sexualidad, actividad natural que los hombres nos hemos empeñado en mixtificar por el procedimiento de hacerla difícil o imposible. Si usted, en vez de abstenerse de todo contacto con hembras en nombre de la fidelidad imaginaria a una mujer que no existe, participase en las metódicas, casi diría en las científicas orgías a que, en fechas fijas y con sincronismo gimnástico, nos entregamos sus amigos, comprobaría que eso que llama Amor no es otra cosa que el resultado de sus perturbaciones cerebrales causadas por la acumulación de semen en las vesículas de Graaf, las cuales, una vez vacías, dejan de enviar venenos al cerebro hasta que vuelven a llenarse. No niego que el ejercicio del sexo sea una actividad placentera, pero también lo es merendarse una empanada de lampreas, y no por eso se nos ocurre inventar una metafísica de la merienda, menos aún considerar que la secreción de jugos gástricos, la masticación, la deglución, la digestión y la defecación sean operaciones trascendentales y misteriosas que una veces conducen al hombre a la ataraxia y otras a la tragedia. No, amigo mío, no hay que desquiciar las cosas, ni como vulgarmente se dice, mear fuera del caldero. El Amor no existe, existe el sexo. Y el sexo ocupa un lugar importante dentro de las actividades normales del hombre natural, pero de las meramente fisiológicas. Lo que llamamos Amor podría muy bien denominarse una complicación artificial añadida por cientos de generaciones de cerebros ociosos a la cosa más natural del mundo. Y cuento entre ellos, ante todo, a los poetas, que se han apoderado del sexo como de cosa exclusiva, han causado con ello a los hombres un daño irreparable y han pretendido, por ello mismo, constituirse en ciudadanos excepcionales, en intérpretes del Misterio Universal, en mensajeros de la Divinidad. ¿Y qué han logrado? Formar, ni más ni menos, parte de la caterva reaccionaria del oscurantismo, aún en aquellos casos eminentes en que se declaran progresistas, con la sola excepción de Lucrecio, que tuvo valor para ver la realidad como es y hacerla objeto de su Poesía. Le faltó, eso sí, confesar la nimiedad de su Arte, pero no podemos acusarle por ello, ya que en su tiempo la Ciencia no había alcanzado la prepotencia del nuestro, y quiérase o no, la Poesía aparecía entonces como una única actividad superior. Pero ¿y hoy? ¿Podemos afirmar que Víctor Hugo sea superior a Darwin? Nadie, con dos dedos de frente, se atrevería a decirlo en voz medianamente alta. Y al hablar de la Poesía, incluyo a todas las Artes y, por supuesto, a la Música, que es algo porque es una Ciencia, pero que por sí misma tiene escaso valor, por mucho que los músicos proclamen su equivalencia a la más alta Filosofía. No se dan cuenta los pobres de que la Alta Filosofía bien poca cosa es, que no hay más verdadera Filosofía que la positiva y que, a los hombres razonables y realistas, la única música que nos importa es la que se toca con las trompas de Falopio. Si alguna vez, en mis escritos y en mis conversaciiones privadas, he manifestado preferencia, entre todas las Artes, por la Poesía, se debe sólo a que es, entre todas ellas, la única que puede enseñar, la única realmente apta para ayudar al progreso, al modo quizás como las fanfarrias militares ayudan a la marcha regular de los ejércitos...
Michel de Montaigne. Ensayos. Tomo II. Cap. XII. Edición de María Dolores Picazo. Editado por Cátedra
Los ojos humanos sólo pueden percibir las cosas por las formas de su conocimiento. Y no olvidemos el salto que dio el pobre Faetón por querer manejar las riendas de los caballos de su padre con mano mortal. Nuestra mente cae en igual profundidad, se deshace y se rompe también por su temeridad. Si preguntáis a la filosofía de qué materia es el cielo o el sol, ¿qué os responderá sino que de hierro, o como Anaxágoras, de piedra o de cualquier tejido usado por nosotros? ¿Pregúntanle a Zenón qué es la naturaleza? Un fuego artista, dice, apto para crear, que procede ordenadamente. Arquímedes, maestro de esa ciencia que se atribuye la primacía sobre todas las demás en cuanto a verdad y certeza, dice: El sol es un dios de hierro incandescente. ¡No es ésta una hermosa idea producida por la belleza y la inevitable necesidad de las demostraciones geométricas! No tan inevitable ni tan útil sin embargo, como para que Sócrates no estimara que bastaba con saber lo imprescindible para medir la tierra que se daba y recibía, y como para que Políeno, que había sido famoso e ilustre doctor en ellas, no llegara a despreciarlas, en cuanto llenas de falsedad y de evidente vanidad, tras haber gozado de los dulces frutos de los jardines poltrones de Epicuro.
Sócrates, según Jenofonte, a propósito de Anaxágoras, considerado en la antigüedad como el más entendido en las cosas celestiales y divinas, dice que se le perturbó el cerebro como a todos los hombres que escrutan inmoderadamente los conocimientos que no son de su incumbencia. Al considerar que el sol era una piedra ardiente, no se percataba de que una piedra no reluce con el fuego, ni, peor aún, de que se consume en él; al hacer del sol y del fuego una misma cosa; de que el fuego no tuesta a los que miran; de que podemos mirar fijamente el fuego; de que el fuego mata las plantas y las hierbas. En opinión de Sócrates y la mía, el juicio más sensato sobre el cielo es no juzgar sobre él.
Platón, habiendo de hablar de los demonios en el Timeo, dice: Es una empresa que no está a nuestro alcance. Hemos de creer a aquellos antiguos que se consideraron engendrados por ellos. No es razonable no dar crédito a los hijos de los dioses, aunque lo que digan no esté establecido por razones necesarias ni verosímiles, puesto que nos garantizan que hablan de cosas domésticas y familiares.
Veamos si vemos algo más claro en las cosas humanas y naturales.
¿No es ridícula empresa forjar otro cuerpo y prestar una forma falsa, de nuestra propia invención, a las cosas que, según confesamos nosotros mismos, nuestro conocimiento no puede alcanzar, como pasa con el movimiento de los planetas, al que por no poder llegar a él nuestra mente ni imaginar su conducta natural, prestámosle, de nuestra propia cosecha, resortes materiales pesados y corporales?
temo aureus, aurea summae
Curvatura rotae, radiorum argenteus ordo
El timón era de oro, de oro el círculo de la rueda y los radios de plata (Ovidio, Metamorfosis, II. 107-108).
Diréis que hemos tenido cocheros, carpinteros y pintores que levantaron allá en lo alto artilugios con movimientos diversos y colocaron los engranajes y encadenamientos de los cuerpos celestes de color abigarrado alrededor del huso de la necesidad, según Platón.
Mundus domus est maxima rerum,
Quam quinque altitonae fragmine zonae
Cingunt, perquam limbus pictus bis sex signis
Stellimicantibus, altus in oliquo aethere, lunae
Bigas acceptat
El mundo es una morada inmensa rodeada de cinco zonas y atravesada oblicuamente por un borde adornado por dos signos brillantes de estrellas que acoge a la luna y a su carro tirado por dos caballos (Varrón).
Todo eso son sueños y fanáticas locuras. ¡Por qué no querrá la naturaleza abrirnos un día su seno y mostrarnos la realidad de sus medios y la conducta de sus movimientos, y preparar nuestros ojos para ello! ¡Dios! Cuánto engaño y cuánto error hallaríamos en nuestra pobre ciencia: o mucho me equivoco o no hay en ella una sola cosa correcta y en su sitio; y me iré de aquí más ignorante de todo lo que no sea mi propia ignorancia.
¿No he visto acaso en Platón esa divina frase de que la naturaleza no es sino una poesía enigmática? O, por así decirlo, una pintura velada y tenebrosa que brilla de tarde en tarde con infinita variedad de falsas luces en las que ejercer nuestras conjeturas.
Y en verdad que la filosofía no es más que una poesía sofisticada. ¿De quién sino de los poetas tienen su autoridad los autores antiguos? Y los primeros fueron ellos mismos poetas y tratáronla según su arte. Platón no es más que un poeta desligado. Timón lo llama, para injuriarlo, gran forjador de milagros.
Sócrates, según Jenofonte, a propósito de Anaxágoras, considerado en la antigüedad como el más entendido en las cosas celestiales y divinas, dice que se le perturbó el cerebro como a todos los hombres que escrutan inmoderadamente los conocimientos que no son de su incumbencia. Al considerar que el sol era una piedra ardiente, no se percataba de que una piedra no reluce con el fuego, ni, peor aún, de que se consume en él; al hacer del sol y del fuego una misma cosa; de que el fuego no tuesta a los que miran; de que podemos mirar fijamente el fuego; de que el fuego mata las plantas y las hierbas. En opinión de Sócrates y la mía, el juicio más sensato sobre el cielo es no juzgar sobre él.
Platón, habiendo de hablar de los demonios en el Timeo, dice: Es una empresa que no está a nuestro alcance. Hemos de creer a aquellos antiguos que se consideraron engendrados por ellos. No es razonable no dar crédito a los hijos de los dioses, aunque lo que digan no esté establecido por razones necesarias ni verosímiles, puesto que nos garantizan que hablan de cosas domésticas y familiares.
Veamos si vemos algo más claro en las cosas humanas y naturales.
¿No es ridícula empresa forjar otro cuerpo y prestar una forma falsa, de nuestra propia invención, a las cosas que, según confesamos nosotros mismos, nuestro conocimiento no puede alcanzar, como pasa con el movimiento de los planetas, al que por no poder llegar a él nuestra mente ni imaginar su conducta natural, prestámosle, de nuestra propia cosecha, resortes materiales pesados y corporales?
temo aureus, aurea summae
Curvatura rotae, radiorum argenteus ordo
El timón era de oro, de oro el círculo de la rueda y los radios de plata (Ovidio, Metamorfosis, II. 107-108).
Diréis que hemos tenido cocheros, carpinteros y pintores que levantaron allá en lo alto artilugios con movimientos diversos y colocaron los engranajes y encadenamientos de los cuerpos celestes de color abigarrado alrededor del huso de la necesidad, según Platón.
Mundus domus est maxima rerum,
Quam quinque altitonae fragmine zonae
Cingunt, perquam limbus pictus bis sex signis
Stellimicantibus, altus in oliquo aethere, lunae
Bigas acceptat
El mundo es una morada inmensa rodeada de cinco zonas y atravesada oblicuamente por un borde adornado por dos signos brillantes de estrellas que acoge a la luna y a su carro tirado por dos caballos (Varrón).
Todo eso son sueños y fanáticas locuras. ¡Por qué no querrá la naturaleza abrirnos un día su seno y mostrarnos la realidad de sus medios y la conducta de sus movimientos, y preparar nuestros ojos para ello! ¡Dios! Cuánto engaño y cuánto error hallaríamos en nuestra pobre ciencia: o mucho me equivoco o no hay en ella una sola cosa correcta y en su sitio; y me iré de aquí más ignorante de todo lo que no sea mi propia ignorancia.
¿No he visto acaso en Platón esa divina frase de que la naturaleza no es sino una poesía enigmática? O, por así decirlo, una pintura velada y tenebrosa que brilla de tarde en tarde con infinita variedad de falsas luces en las que ejercer nuestras conjeturas.
Y en verdad que la filosofía no es más que una poesía sofisticada. ¿De quién sino de los poetas tienen su autoridad los autores antiguos? Y los primeros fueron ellos mismos poetas y tratáronla según su arte. Platón no es más que un poeta desligado. Timón lo llama, para injuriarlo, gran forjador de milagros.
Extracto del capítulo Humaniora de la novela La Montaña Mágica escrita entre 1911 y 1923 por Thomas Mann.
Traducción de Mario Verdaguer
Editado por Plaza & Janés
Habla el doctor Behrens con Hans Castorp y su primo Joachim en el gabinete de su casa
- Así pues, ¿la piel...? ¿Qué quiere que le cuente de esa superficie de sus sentidos? Es un cerebro externo, ¿lo comprende? Ontogénicamente hablando, tiene el mismo origen que nuestros pretendidos órganos superiores, aquí arriba, en nuestro cráneo: el sistema nervioso central. El sistema nervioso central, y esto es muy conveniente que lo sepa, no es más que una forma evolucionada de la epidermis, y en las especies inferiores no hay diferencias entre el centro y la periferia, esos animales huelen y saborean por la piel, ¡imagínese!, no tienen más sentido que el de su piel, lo que debe ser muy agradable si nos ponemos en su lugar. Por el contrario, en los seres como usted y yo la ambición de la piel se reduce a mostrarse quisquillosa, porque no es más que un órgano de defensa y transmisión, pero presta una atención infernal hacia todo lo que se acerca demasiado al cuerpo, puesto que se extiende más allá de los órganos del tacto, a saber: los pelos, el vello del cuerpo, que no se compone más que de pequeñas células de piel endurecidas y que permiten distinguir la menor aproximación antes de que la piel misma sea tocada [...]
- Doctor -dijo Hans Castorp, y contempló el retrato que estaba sobre sus rodillas (el retrato es el de madame Clawdia Chauchat, pintado por el doctor Bherens y de la cual Hans está perdidamente enamorado)-, desearía saber... Usted hablaba hace unos momentos de los fenómenos interiores, del movimiento de la linfa y de cosas análogas... ¿Qué es eso? Me gustaría saber algo más sobre el movimiento de la linfa, por ejemplo: si fuese tan amable, eso me interesa vivamente.
- Lo supongo -replicó Behrens-. La linfa es lo más fino, lo más íntimo y delicado que hay en toda la actividad del cuerpo. Supongo que usted se da claramente cuenta de ello puesto que me lo pregunta. Hablo de la sangre y sus misterios, pues se considera a la sangre un líquido muy especial. Pero la linfa es el jugo de los jugos, la esencia, ¿sabe usted?, una leche sanguínea, un líquido absolutamente delicioso que después de una alimentación grasa tiene precisamente el aspecto de la leche.
Y muy vivamente comenzó, en un lenguaje lleno de imágenes, a describir cómo esa sangre, ese caldo de un rojo de capa de teatro, producido por la respiración y la digestión, saturado de gas, cargado de quilo alimenticio, hecho de grasa, albúmina, hierro, azúcar y sal, es impelido, a una temperatura de 38 grados, por la bomba del corazón a través de los vasos y mantiene en todas partes del cuerpo la nutrición, el calor animal, en una palabra: la vida misma; cómo esa misma sangre no llega a las células, sino que la presión bajo la cual se halla hace traspirar un extracto lechoso de la sangre a través de las paredes de los vasos y lo infiltra en los tejidos, de tal manera que penetra en todas partes y llena cada hendidura, dilata y tensa el elástico tejido conjuntivo-. Eso es la tensión de los tejidos, la turgor, y es gracias a esa turgor cómo la linfa, después de haber recorrido amablemente las células y asegurado su nutrición, es enviada a los vasos linfáticos, a los vasa lymphatica, y vuelve a la sangre, a razón de un litro y medio cada día.
Describió el sistema de conductos y aspiración de los vasos linfáticos, habló del canal galactóforo, que recoge la linfa de las piernas, del vientre y el pecho, de un brazo y un lado de la cabeza; luego de los delicados órganos que se forman en todas partes de los vasos linfáticos, llamados glándulas linfáticas y situados en el cuello, el sobaco, las articulaciones, los codos, el tobillo, y en otros lugares no menos íntimos y delicados [...]
- Así pues, ¿la piel...? ¿Qué quiere que le cuente de esa superficie de sus sentidos? Es un cerebro externo, ¿lo comprende? Ontogénicamente hablando, tiene el mismo origen que nuestros pretendidos órganos superiores, aquí arriba, en nuestro cráneo: el sistema nervioso central. El sistema nervioso central, y esto es muy conveniente que lo sepa, no es más que una forma evolucionada de la epidermis, y en las especies inferiores no hay diferencias entre el centro y la periferia, esos animales huelen y saborean por la piel, ¡imagínese!, no tienen más sentido que el de su piel, lo que debe ser muy agradable si nos ponemos en su lugar. Por el contrario, en los seres como usted y yo la ambición de la piel se reduce a mostrarse quisquillosa, porque no es más que un órgano de defensa y transmisión, pero presta una atención infernal hacia todo lo que se acerca demasiado al cuerpo, puesto que se extiende más allá de los órganos del tacto, a saber: los pelos, el vello del cuerpo, que no se compone más que de pequeñas células de piel endurecidas y que permiten distinguir la menor aproximación antes de que la piel misma sea tocada [...]
- Doctor -dijo Hans Castorp, y contempló el retrato que estaba sobre sus rodillas (el retrato es el de madame Clawdia Chauchat, pintado por el doctor Bherens y de la cual Hans está perdidamente enamorado)-, desearía saber... Usted hablaba hace unos momentos de los fenómenos interiores, del movimiento de la linfa y de cosas análogas... ¿Qué es eso? Me gustaría saber algo más sobre el movimiento de la linfa, por ejemplo: si fuese tan amable, eso me interesa vivamente.
- Lo supongo -replicó Behrens-. La linfa es lo más fino, lo más íntimo y delicado que hay en toda la actividad del cuerpo. Supongo que usted se da claramente cuenta de ello puesto que me lo pregunta. Hablo de la sangre y sus misterios, pues se considera a la sangre un líquido muy especial. Pero la linfa es el jugo de los jugos, la esencia, ¿sabe usted?, una leche sanguínea, un líquido absolutamente delicioso que después de una alimentación grasa tiene precisamente el aspecto de la leche.
Y muy vivamente comenzó, en un lenguaje lleno de imágenes, a describir cómo esa sangre, ese caldo de un rojo de capa de teatro, producido por la respiración y la digestión, saturado de gas, cargado de quilo alimenticio, hecho de grasa, albúmina, hierro, azúcar y sal, es impelido, a una temperatura de 38 grados, por la bomba del corazón a través de los vasos y mantiene en todas partes del cuerpo la nutrición, el calor animal, en una palabra: la vida misma; cómo esa misma sangre no llega a las células, sino que la presión bajo la cual se halla hace traspirar un extracto lechoso de la sangre a través de las paredes de los vasos y lo infiltra en los tejidos, de tal manera que penetra en todas partes y llena cada hendidura, dilata y tensa el elástico tejido conjuntivo-. Eso es la tensión de los tejidos, la turgor, y es gracias a esa turgor cómo la linfa, después de haber recorrido amablemente las células y asegurado su nutrición, es enviada a los vasos linfáticos, a los vasa lymphatica, y vuelve a la sangre, a razón de un litro y medio cada día.
Describió el sistema de conductos y aspiración de los vasos linfáticos, habló del canal galactóforo, que recoge la linfa de las piernas, del vientre y el pecho, de un brazo y un lado de la cabeza; luego de los delicados órganos que se forman en todas partes de los vasos linfáticos, llamados glándulas linfáticas y situados en el cuello, el sobaco, las articulaciones, los codos, el tobillo, y en otros lugares no menos íntimos y delicados [...]
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/03/2011 a las 14:11 | {0}