Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Libro del desasosiego de Bernardo Soares escrito por Fernando Pessoa. Editado por Seix Barral. Traducción Ángel Crespo.


Así como, lo sepamos o no, todos tenemos una metafísica, así también, lo queramos o no, todos tenemos una moral. Tengo una moral muy sencilla: no hacer a nadie ni mal ni bien. No hacer a nadie mal, porque no sólo reconozco en los demás el mismo derecho, que creo que me corresponde, de que no me molesten, sino porque me parece que los males naturales bastan para el mal que tenga que haber en el mundo. Vivimos todos, en este mundo, a bordo de un navío zarpado de un puerto que desconocemos hacia un puerto que ignoramos; debemos tener los unos para con los otros una amabilidad de viaje. No hacer bien, porque no sé lo que es el bien, ni si lo hago cuando me parece que lo hago. ¿Sé yo qué males causo si doy limosna? ¿Sé yo qué males causo si educo o instruyo? En la duda, me abstengo. Y me parece, además, que auxiliar o ilustrar es, en cierto modo, hacer el mal de intervenir en la vida ajena. La bondad es un capricho temperamental: no tenemos derecho a hacer a los demás víctimas de nuestros caprichos, aunque sean de humanidad o de ternura. Los beneficios son cosas que se infligen; por eso abomino fríamente de ellos.
Si no hago el bien, por moral, tampoco exijo que me lo hagan. Si me pongo enfermo, lo que más me pesa es que obligo a alguien a cuidarme, cosa que me repugnaría hacer a otro. Nunca he visitado a un amigo enfermo. Siempre que, habiéndome puesto enfermo, me han visitado, he sufrido cada visita como una molestia, como un insulto, una violación injustificada de mi intimidad decisiva. No me gusta que me den cosas; parecen con ello, obligarme a que también las dé: a los mismos, o a otros, sea quien fuere.
Soy altamente sociable de un modo altamente negativo. Soy la inofensividad encarnada. Pero no soy más que eso, no quiero ser más que eso, no puedo ser más que eso. Tengo para con todo cuanto existe una ternura visual, un cariño de la inteligencia -nada en el corazón. No tengo fe en nada, esperanza en nada, caridad para nada. Abomino con náusea y pasmo de los sinceros de todas las sinceridades y de los místicos de todos los misticismos o, antes y mejor, de todas las sinceridades de todos los sinceros y de los misticismos de todos los místicos. Esta náusea es casi física cuando esos misticismos son activos, cuando pretenden convencer a la inteligencia ajena, o mover a la voluntad ajena, encontrar la verdad o reformar el mundo.
Me considero feliz por no tener ya parientes. No me veo así en la obligación, que inevitablemente me pesaría, de tener que amar a alguien. No tengo añoranzas sino literariamente. Recuerdo mi infancia con lágrimas, pero con lágrimas rítmicas, en las que ya se prepara la prosa. La recuerdo como algo exterior y a través de cosas exteriores; recuerdo sólo las cosas exteriores. No es el sosiego de las veladas de provincia el que me enternece por la infancia que viví en ellas, es la disposición de la mesa del té, son los bultos de los muebles por la casa, son las caras y los gestos físicos de las personas. Es de cuadros de lo que tengo nostalgia. Por eso me enternece mi infancia como la de otro: son ambas, en el pasado que no sé el que es, fenómenos puramente visuales que siento con la atención literaria. Me enternezco, sí, pero no es porque recuerdo, sino porque veo.
Nunca he amado a nadie. Lo más que he amado son sensaciones mías -estados de visualidad consciente, impresiones de audición despierta, perfumes que son una manera de que hable conmigo la humildad del mundo exterior, me diga cosas del pasado (tan fácil de recordar con los olores)- es decir, de darme más realidad, más emoción, que el simple pan cociéndose allá dentro de la panadería honda, como aquella tarde lejana en que venía del entierro de mi tío, que me había amado tanto, y había en mí vagamente la ternura de un alivio, no sé bien de qué.
Es ésta mi vida moral, o mi metafísica, o yo: Transeúnte de todo -hasta de mi propia alma-, no pertenezco a nada, no deseo nada, no soy nada: centro abstracto de sensaciones impersonales, espejo caído sintiente vuelto hacia la variedad del mundo. Con esto no sé si soy feliz o desgraciado; ni me importa.
18-9-1931
Fernando Pessoa -con sombrero- jugando al ajedrez con Aleister Crowley, también conocido como Frater Perdurabo o La Gran Bestia que fue un influyente ocultista, místico y mago ceremonial
Fernando Pessoa -con sombrero- jugando al ajedrez con Aleister Crowley, también conocido como Frater Perdurabo o La Gran Bestia que fue un influyente ocultista, místico y mago ceremonial

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/06/2011 a las 17:30 | Comentarios {0}


Tomado de El mundo en el oído escrito por Ramón Andrés editado por Acantilado. Cap. II La evocación del grito.
El texto que se transcribe a continuación puede ser obra del autor chino Ying Shao que vivió en el 200 d.C.


La Venus de Laussel
La Venus de Laussel
Dónde y cuándo tocar el laúd

Al encontrarse con un entendido en música
Al conocer a una persona que lo merezca
Para un taoísta entregado a la vida retirada
En un salón noble
Tras haber subido a un pabellón de varios pisos
En un claustro taoísta
Sentado en una piedra
Tras haber ascendido a una montaña
Descansando en un valle
Al vadear, sereno, un arroyo
En barca
Descansando en un bosque, a la sombra
Cuando las dos esencias de natura son brillantes y claras
Cuando hay Luna llena y brisa fresca


Dónde y cuándo no debe tocarse el laúd

En tiempo de lluvia, cuando sopla el viento y retumba el trueno
Cuando hay un eclipse de Sol o de Luna
En un juzgado
En una tienda o en un mercado
Para un bárbaro
Para un vulgar
Para un mercader
Para una cortesana
Después de la ebriedad
Tras haber copulado
Con ropa desaliñada y estrafalaria
Congestionado y sudoroso
Sin haberse lavado las manos y los dientes
En un lugar ruidoso

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/06/2011 a las 10:02 | Comentarios {1}


León Felipe. Ganarás la Luz. Libro III Prometeo. Editado por Austral.

A mi amigo Valentín Alvárez tras la lectura de un texto suyo (con el permiso -que estoy seguro de que me lo concedería- del poeta).


El poeta León Felipe
El poeta León Felipe
Hay poetas que trabajan con la palabra solamente, como los lapidarios;
otros trabajan con la metáfora, como los joyeros que cambian las piedras de lugar;
otros empalman y enciman los ladrillos con una musiquilla monótona e interminable de romance;
otros se valen del termómetro y del compás, como los geómetras impasibles que miden los ángulos y la temperatura del tabernáculo;
otros trabajan con el símbolo y con la fábula, como los estofadores y los que emploman los vidrios de los grandes ventanales;
algunos muy entendidos son maestros en el arabesco, en el jeroglífico y en la alegoría, como los tejedores sagrados y los criptógrafos que dejan su secreto en las cenefas de las casullas y los frisos de los cenotafios;
otros trabajan con la arcilla blanda de su ejido solamente, como el alfarero municipal;
otros cavan en las profundidades del subterráneo donde se han de apoyar un día los cimientos, como los tejones y los topos;
otros se afanan allá arriba, cerca del cielo, en las cornisas de los campanarios, como la cigüeña y las golondrinas...
Pero el Poeta Prometeico trabaja con su sangre donde van disueltos los esfuerzos de todos estos poetas especializados.
Y a todos estos artifices humildes, cuyo nombre se llevará un día despiadadamente el Viento, el Poeta Prometeico les agradece todo lo que le han dado, todo lo que han traído para edificar el templo venidero y levantar la torre donde se ha de colocar mañana el pabellón rojo del hombre.

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/05/2011 a las 11:36 | Comentarios {0}


Meditaciones de Marco Aurelio. Libro IX.
Editado por Gredos. Traducción de Ramón Bach Pellicer


42.- Siempre que tropieces con la desvergüenza de alguien, de inmediato pregúntate: "¿Puede realmente dejar de haber desvergonzados en el mundo?" No es posible. No pidas, pues, imposibles, porque ése es uno de aquellos desvergonzados que necesariamente deben existir en el mundo. Ten también a mano esta consideración respecto a un malvado, a una persona desleal y respecto a todo tipo de delincuente. Pues, en el preciso momento que recuerdes que la estirpe de gente así es imposible que no exista, serás más benévolo con cada uno en particular. Muy útil es también pensar enseguida qué virtud concedió la naturaleza al hombre para remediar esos fallos. Porque la concedió, como antídoto, contra el hombre ignorante, la mansedumbre, y contra otro defecto, otro remedio posible. Y, en suma, tienes posibilidad de encauzar con tus enseñanzas al descarriado, porque todo pecador se desvía y falla su objetivo y anda sin rumbo. ¿Y en qué has sido perjudicado? Porque a ninguno de esos con los que te exasperas, encontrarás, a ninguno que te haya hecho un daño tal que, por su culpa, tu inteligencia se haya deteriorado. ¿Y qué tiene de malo o extraño que la persona sin educación haga cosas propias de un ineducado? Procura que no debas inculparte más a ti mismo por no haber previsto que ése cometería ese fallo, porque tú disponías de recursos suministrados por la razón para cerciorarte de que es natural que ése cometiera ese fallo; y a pesar de tu olvido, te sorprendes de su error. Y sobre todo, siempre que censures a alguien como desleal o ingrato, recógete en ti mismo. Porque obviamente tuyo es el fallo si has confiado que tenía tal disposición, que iba a guardarte fidelidad, o si, al otorgarle un favor, no se lo concediste de buena gana, ni de manera que pudiese obtener al punto de tu acción misma todo el fruto. Pues, ¿qué más quieres al beneficiar a un hombre? Como si el ojo reclamase alguna recompensa porque ve, o lo pies porque caminan. Porque, al igual que estos miembros han sido hechos para una función concreta, y al ejecutar ésta de acuerdo con su particular constitución, cumplen su misión peculiar, así también el hombre, bienhechor por naturaleza, siempre que haga una acción benéfica o simplemente coopere en cosas indiferentes, también obtiene su propio fin.

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/05/2011 a las 11:20 | Comentarios {0}


Testamento literario de Ernesto Sabato el cual murió ayer a los 99 años de edad en la mítica ciudad de Buenos Aires. Editado por Seix Barral.
Siempre recordaré el impacto que provocaron en mi juventud dos de sus obras: El Túnel y Sobre Héroes y Tumbas.
Y cuánto me emocionó, en mi madurez, este librito -La Resistencia- lleno de anhelos, decepciones y esperanzas.


La Resistencia (extracto de la primera carta titulada Lo pequeño y lo grande)
El hermoso consuelo de encontrar el mundo en un alma, de abrazar a mi especie en una criatura amiga.
F. Hölderlin

HAY DÍAS en que me levanto con una esperanza demencial, momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana están al alcance de nuestras manos. Éste es uno de esos días.
Y, entonces, me he puesto a escribir casi a tientas en la madrugada, con urgencia, como quien saliera a la calle a pedir ayuda ante la amenaza de un incendio, o como un barco que, a punto de desaparecer, hiciera una última y ferviente seña a un puerto que sabe cercano pero ensordecido por el ruido de la ciudad y por la cantidad de letreros que le enturbian la mirada.
Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera. Les pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre. Todos, una y otra vez, nos doblegamos. Pero hay algo que no falla y es la convicción de que -únicamente- los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana.
Mientras les escribo, me he detenido a palpar una rústica talla que me regalaron los tobas y que me trajo, como un rayo a mi memoria, una exposición "virtual" que me mostraron ayer en una computadora, que debo reconocer que me pareció cosa de Mandinga. Porque a medida que nos relacionamos de manera abstracta, más nos alejamos del corazón de las cosas y una indiferencia metafísica se adueña de nosotros mientras toman poder entidades sin sangre ni nombres propios. Trágicamente, el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea, siendo que es allí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida. Las palabras de la mesa, incluso las discusiones o los enojos, parecen ya reemplazadas por la visión hipnótica. La televisión nos tantaliza. Quedamos como prendados de ella. Este efecto entre mágico y maléfico es obra, creo, del exceso de la luz que con su intensidad nos toma. No puedo menos que recordar ese mismo efecto que produce en los insectos y aun en los grandes animales. Y entonces, no sólo nos cuesta abandonarla, sino que también perdemos la capacidad para mirar y ver lo cotidiano. Una calle con enorme tipas, unos ojos candorosos en la cara de una mujer vieja, las nubes de un atardecer. La floración del aromo en pleno invierno no llama la atención a quienes no llegan ni a gozar de las jacarandás en Buenos Aires. Muchas veces me ha sorprendido cómo vemos mejor los paisajes en las películas que en la realidad.

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/05/2011 a las 13:07 | Comentarios {0}


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