Querido:
Ya sabes, eres tú, el que me lleva a las lágrimas mientras comemos pollo o junto al que me dejo llevar por la emoción del amor y del amar. Ni siquiera es necesario que leas esta carta porque todo lo sabes y más que no podré escribir porque como le escribe Alain Fournier a su amigo Jacques Rivière: seulement tu ne serais pas qui tu es si tu ne savais pas qu'il y a des choses qu'on ne peut ni dire ni écrire (sólo no serás quien eres si no sabes que hay cosas que no se pueden decir ni escribir). Espero entonces saber qué es lo que puedo escribir tras habernos dicho tanto, mon semblable, mon frère. Que te quiero sería decir muy poco. Que espero que un día este trajín endiablado que es vivir se calme y podamos, alegres, sonreír y mirarnos como a veces, tú sabes, como a veces... y que esta tristeza que me lleva, estos días tan confusos, esta marejada de emociones y de angustias tontas, se acaben porque por fin, por fin, amigo, acepté que no sé nada, que nunca sabré nada y, lo que quizá sea más importante, es que no hace falta saber nada.
Te decía hoy que estaba convencido de que el bueno de Sócrates se hubo de sentir triste cuando descubrió que sólo sabía que no sabía nada. A mí me pasa (no quiero con esto, como podrás comprender, compararme con él). He querido saber toda mi vida, es quizá lo que más he perseguido y ese deseo me ha llevado a esta ignorancia en cuyo fondo no veo un suelo de rocas puntiagudas prestas a atravesarme la carne sino una piscina cubierta con hermosas mujeres que nadan a espalda y hermosos hombres que nadan a braza y perros de aguas que persiguen un pato. El día que por fin me crea que no sé nada dejaré de luchar y podré comenzar a desandar el camino. El día que no sepa que hay conflicto, el día que olvide el significado de esa palabra.
Y mientras eso ocurra estás tú que te llevas jugando la amistad por amistad en cada encuentro grave, que miras de frente con una mezcla de severidad y de ternura como si en esa mirada supieras que has de cuidarme hasta el dolor ¡Amigo mío, cuánto te agradezco todos estos años!
Todo pasará y seremos viejos y quizá nos ocurra como al personaje de la abuela en la película de Bergman Fany y Alexander cuando, ya muy mayor, le comenta a su nuera que al final de su vida, después de tanto vivido y sufrido en la madurez, ahora, a punto de morir, tan sólo le importan los sucesos de cuando era niña, uno con una bicicleta o con un alfiler o con una muñeca y todo lo demás, lo que vino después, no lo recuerda, no era importante.
Espero no haber pecado de sensiblero, ni haber escrito nada inconveniente. La duda llega cada vez más dentro y aclara.
Un fuerte, muy fuerte abrazo para ti de Fernando
Ya sabes, eres tú, el que me lleva a las lágrimas mientras comemos pollo o junto al que me dejo llevar por la emoción del amor y del amar. Ni siquiera es necesario que leas esta carta porque todo lo sabes y más que no podré escribir porque como le escribe Alain Fournier a su amigo Jacques Rivière: seulement tu ne serais pas qui tu es si tu ne savais pas qu'il y a des choses qu'on ne peut ni dire ni écrire (sólo no serás quien eres si no sabes que hay cosas que no se pueden decir ni escribir). Espero entonces saber qué es lo que puedo escribir tras habernos dicho tanto, mon semblable, mon frère. Que te quiero sería decir muy poco. Que espero que un día este trajín endiablado que es vivir se calme y podamos, alegres, sonreír y mirarnos como a veces, tú sabes, como a veces... y que esta tristeza que me lleva, estos días tan confusos, esta marejada de emociones y de angustias tontas, se acaben porque por fin, por fin, amigo, acepté que no sé nada, que nunca sabré nada y, lo que quizá sea más importante, es que no hace falta saber nada.
Te decía hoy que estaba convencido de que el bueno de Sócrates se hubo de sentir triste cuando descubrió que sólo sabía que no sabía nada. A mí me pasa (no quiero con esto, como podrás comprender, compararme con él). He querido saber toda mi vida, es quizá lo que más he perseguido y ese deseo me ha llevado a esta ignorancia en cuyo fondo no veo un suelo de rocas puntiagudas prestas a atravesarme la carne sino una piscina cubierta con hermosas mujeres que nadan a espalda y hermosos hombres que nadan a braza y perros de aguas que persiguen un pato. El día que por fin me crea que no sé nada dejaré de luchar y podré comenzar a desandar el camino. El día que no sepa que hay conflicto, el día que olvide el significado de esa palabra.
Y mientras eso ocurra estás tú que te llevas jugando la amistad por amistad en cada encuentro grave, que miras de frente con una mezcla de severidad y de ternura como si en esa mirada supieras que has de cuidarme hasta el dolor ¡Amigo mío, cuánto te agradezco todos estos años!
Todo pasará y seremos viejos y quizá nos ocurra como al personaje de la abuela en la película de Bergman Fany y Alexander cuando, ya muy mayor, le comenta a su nuera que al final de su vida, después de tanto vivido y sufrido en la madurez, ahora, a punto de morir, tan sólo le importan los sucesos de cuando era niña, uno con una bicicleta o con un alfiler o con una muñeca y todo lo demás, lo que vino después, no lo recuerda, no era importante.
Espero no haber pecado de sensiblero, ni haber escrito nada inconveniente. La duda llega cada vez más dentro y aclara.
Un fuerte, muy fuerte abrazo para ti de Fernando
Columna radiofónica del programa El Puente emitida el 5 de febrero de 2006 en la emisora Círculo de Bellas Artes
Epitafio por una isla en este domingo cinco de febrero. Islas que se podrían resumir en una de ellas, una isla mayor del pensamiento, un hombre aislado. Me refiero a Montaigne, isla que sólo habla de sí misma y al hacerlo nos habla de todos nosotros. Islas que a veces formamos archipiélagos. Islas que lanzan lenguas de tierra entre el mar, terreno movedizo de nosotros mismos, rodeados por él. Acosados.
Las islas, ya lo dijimos, atesoran dos opuestos: el aislamiento y la posibilidad de compañía. El encuentro.
Epitafio por una isla en este domingo cinco de febrero a cargo de Montaigne, extraño maestro sin discípulos:
No sabemos dónde nos espera la muerte; esperémosla en cualquier lugar. La premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. El que aprende a morir, aprende a no servir. El saber morir nos libera de toda atadura y coacción. No existe mal alguno en la vida para aquel que ha comprendido que no es un mal la pérdida de la vida.
Vigésimo ensayo del volumen I titulado De cómo filosofar es aprender a morir.
Sería una buena forma de pasar la tarde.
Las islas, ya lo dijimos, atesoran dos opuestos: el aislamiento y la posibilidad de compañía. El encuentro.
Epitafio por una isla en este domingo cinco de febrero a cargo de Montaigne, extraño maestro sin discípulos:
No sabemos dónde nos espera la muerte; esperémosla en cualquier lugar. La premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. El que aprende a morir, aprende a no servir. El saber morir nos libera de toda atadura y coacción. No existe mal alguno en la vida para aquel que ha comprendido que no es un mal la pérdida de la vida.
Vigésimo ensayo del volumen I titulado De cómo filosofar es aprender a morir.
Sería una buena forma de pasar la tarde.
Las Hilanderas Diego Velázquez
Esas son las horas que un humano adulto necesita para aprender cualquier técnica. 10.000 horas equivalen a 416,6 días o lo que es lo mismo casi 13 meses y medio o más simple aún 1 año y un par de meses.
También atañe al arte este principio (aunque yo soy más bien de la opinión de que el arte no se aprende, lo que se aprende es el oficio de ese arte), es decir: dedique usted 10.000 horas a escribir y ya habrá adquirido el oficio de escritor (o cualquiera otro: ya sea médico o arquitecto o compositor o piloto). Me parece correcta la estimación. He estado unos días con la duda de si yo habría cumplido ya con mis 10.000 horas y cuando he hecho el cálculo y no me ha quedado ni la más mínima duda de que el tiempo había sido cumplido, me he dicho, ¿Y adónde has ido? Tampoco creo que haya sobrepasado en mucho esas 10.000 horas (quede claro que si colocáramos esos casi catorce meses de seguido no cabría en ellos el dormir o el comer, en fin, todas esas cosas, la vida, hombre, la vida, escribe la vida y a otra cosa, me digo ahora, para inyectarme un poco de fluidez). En mi caso llevo 35 años escribiendo que son 420 meses o dicho de otro modo 12.600 días y descendiendo por las medidas del tiempo se convierten en 302.400 horas; 10.000 horas son más o menos un 3% de esas 302.400 y sí considero que he dedicado un 3% de mi vida a la tarea de escribir. Ya puedo decir con las estimaciones científicas en la mano (el aserto de las 10.000 horas me lo comentó César Delgado y luego lo escuché en el programa Redes de Eduard Punset) que he adquirido con los años la técnica de un oficio.
Por cierto: ¡Cómo vuelan las horas!
También atañe al arte este principio (aunque yo soy más bien de la opinión de que el arte no se aprende, lo que se aprende es el oficio de ese arte), es decir: dedique usted 10.000 horas a escribir y ya habrá adquirido el oficio de escritor (o cualquiera otro: ya sea médico o arquitecto o compositor o piloto). Me parece correcta la estimación. He estado unos días con la duda de si yo habría cumplido ya con mis 10.000 horas y cuando he hecho el cálculo y no me ha quedado ni la más mínima duda de que el tiempo había sido cumplido, me he dicho, ¿Y adónde has ido? Tampoco creo que haya sobrepasado en mucho esas 10.000 horas (quede claro que si colocáramos esos casi catorce meses de seguido no cabría en ellos el dormir o el comer, en fin, todas esas cosas, la vida, hombre, la vida, escribe la vida y a otra cosa, me digo ahora, para inyectarme un poco de fluidez). En mi caso llevo 35 años escribiendo que son 420 meses o dicho de otro modo 12.600 días y descendiendo por las medidas del tiempo se convierten en 302.400 horas; 10.000 horas son más o menos un 3% de esas 302.400 y sí considero que he dedicado un 3% de mi vida a la tarea de escribir. Ya puedo decir con las estimaciones científicas en la mano (el aserto de las 10.000 horas me lo comentó César Delgado y luego lo escuché en el programa Redes de Eduard Punset) que he adquirido con los años la técnica de un oficio.
Por cierto: ¡Cómo vuelan las horas!
Ayer leí un artículo de Jesús Bonilla sobre Vicente Ferrer. Hay vidas valientes. Ya llego tarde a esas vidas (esto es falso. Quede anotado. Hoy empieza todo).
Yo sé -o creo saber- que Vicente Ferrer era un hombre y que por lo tanto albergaría en sí eso que llamamos -maniqueamente- defectos. Quizá fuera sucio o quizá fuera seco o quizá fuera terco, ¡yo qué sé! Era un hombre, me digo, y luego, luego que es toda una vida, intuyo su obra (un artículo no da más que para una intuición ), su ingente obra de amor por los demás, de entrega a los demás, de riesgo por los demás, de fuerza de voluntad, de concordia, de esfuerzo, de trabajo constante, infatigable, con la consigna del Deus providebit (Dios proveerá) en la mente, cada día, más el brazo firme y físico y material para conseguir una heredad para los desheredados.
Me crea una emoción muy intensa (que me nace en las tripas y me transmite esa terrible certeza de que hay personas valientes, seguras y fuertes, que luchan por un sentimiento muy extraño y muy bello el cual a veces me alcanza y tantas veces me huye) la evidencia de que la mejor manera de vivir es hacia los demás, es abandonarse, dejarse de una vez, olvidarse de uno mismo, mirar lo que ocurre y actuar, actuar, sin descanso. Siempre por los demás (los valientes son los que dejan de ser para sí mismos).
La fraternidad debe crear hábito. Si se ejerce la fraternidad ya no te puede dejar, ya no te huirá.
Cuando conozco retazos de estos valientes deseo que la reencarnación exista por si en alguna de mis futuras vidas pudiera vivir sin mí.
Yo sé -o creo saber- que Vicente Ferrer era un hombre y que por lo tanto albergaría en sí eso que llamamos -maniqueamente- defectos. Quizá fuera sucio o quizá fuera seco o quizá fuera terco, ¡yo qué sé! Era un hombre, me digo, y luego, luego que es toda una vida, intuyo su obra (un artículo no da más que para una intuición ), su ingente obra de amor por los demás, de entrega a los demás, de riesgo por los demás, de fuerza de voluntad, de concordia, de esfuerzo, de trabajo constante, infatigable, con la consigna del Deus providebit (Dios proveerá) en la mente, cada día, más el brazo firme y físico y material para conseguir una heredad para los desheredados.
Me crea una emoción muy intensa (que me nace en las tripas y me transmite esa terrible certeza de que hay personas valientes, seguras y fuertes, que luchan por un sentimiento muy extraño y muy bello el cual a veces me alcanza y tantas veces me huye) la evidencia de que la mejor manera de vivir es hacia los demás, es abandonarse, dejarse de una vez, olvidarse de uno mismo, mirar lo que ocurre y actuar, actuar, sin descanso. Siempre por los demás (los valientes son los que dejan de ser para sí mismos).
La fraternidad debe crear hábito. Si se ejerce la fraternidad ya no te puede dejar, ya no te huirá.
Cuando conozco retazos de estos valientes deseo que la reencarnación exista por si en alguna de mis futuras vidas pudiera vivir sin mí.
¿Por qué tienen los instrumentos tan gran poder sobre el alma?
Aulos y Lira
Está el argumento de que el alma es una cierta armonía y que la armonía existe a través de los números. Dado que la armonía en la música está compuesta de esas mismas proporciones, cuando las proporciones similares se mueven, las pasiones similares se mueven también al mismo tiempo.
Antes de descender al cuerpo, el alma (esa cierta armonía) gira, pura, junto con el soberano de este universo presente. Al descender e irse mezclando va adquiriendo ciertas apariencias de las cosas de aquí y a medida que esto ocurre se va olvidando de las cosas hermosas del lugar primigenio donde estaba y se hunde y tras pasar la esfera de la Luna pierde su forma esferoidal -perfecta- y adopta la forma humana que es membranosa y tendinosa, luego le añade el aliento húmedo de la Tierra y así se conforma un cuerpo con alma a base de superficies membranosas, líneas sinuosas y aliento con la forma de una ostra y este instrumento con forma de ostra se mantiene solidificado y encerrado aquí en la tierra.
¿Qué hay de asombroso, pues, en que el alma después de tomar por naturaleza un cuerpo similar a las cosas que mueven los instrumentos -los tendones (cuerdas) y el aliento- se mueva al mismo tiempo que éstos se mueven?
De los instrumentos los equipados con cuerdas se asemejan a la región etérea y seca y sencilla del cosmos; los de viento se parecen mucho a la región ventosa y húmeda y cambiante.
El aulos - flauta que tocaban los antiguos griegos semejante a la actual flauta dulce- pertenece a la zona húmeda y la lira a la zona seca del alma y como ya dijo Heráclito en algún lugar, Un alma seca y desecada es la más sabia y también, Para las almas volverse agua es la muerte.
El aulos preside la parte irracional del alma mientras que la lira es señora de la parte racional. Pitágoras aconsejaba a sus alumnos que tras escuchar el aulos se limpiaran los oídos corrompidos por el aliento del instrumento y purificaran los impulsos irracionales de sus almas escuchando el sonido de la lira pequeña.
Armonía de las Esferas Edición de Joscelyn Godwin Editado por Atalanta
Antes de descender al cuerpo, el alma (esa cierta armonía) gira, pura, junto con el soberano de este universo presente. Al descender e irse mezclando va adquiriendo ciertas apariencias de las cosas de aquí y a medida que esto ocurre se va olvidando de las cosas hermosas del lugar primigenio donde estaba y se hunde y tras pasar la esfera de la Luna pierde su forma esferoidal -perfecta- y adopta la forma humana que es membranosa y tendinosa, luego le añade el aliento húmedo de la Tierra y así se conforma un cuerpo con alma a base de superficies membranosas, líneas sinuosas y aliento con la forma de una ostra y este instrumento con forma de ostra se mantiene solidificado y encerrado aquí en la tierra.
¿Qué hay de asombroso, pues, en que el alma después de tomar por naturaleza un cuerpo similar a las cosas que mueven los instrumentos -los tendones (cuerdas) y el aliento- se mueva al mismo tiempo que éstos se mueven?
De los instrumentos los equipados con cuerdas se asemejan a la región etérea y seca y sencilla del cosmos; los de viento se parecen mucho a la región ventosa y húmeda y cambiante.
El aulos - flauta que tocaban los antiguos griegos semejante a la actual flauta dulce- pertenece a la zona húmeda y la lira a la zona seca del alma y como ya dijo Heráclito en algún lugar, Un alma seca y desecada es la más sabia y también, Para las almas volverse agua es la muerte.
El aulos preside la parte irracional del alma mientras que la lira es señora de la parte racional. Pitágoras aconsejaba a sus alumnos que tras escuchar el aulos se limpiaran los oídos corrompidos por el aliento del instrumento y purificaran los impulsos irracionales de sus almas escuchando el sonido de la lira pequeña.
Armonía de las Esferas Edición de Joscelyn Godwin Editado por Atalanta
Ensayo
Tags : Sobre la música Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/07/2009 a las 19:20 | {0}
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/09/2009 a las 18:59 | {0}