Damage (Herida se tituló la película en español. Damage en inglés se podría traducir como perjudicar, dañar. Damage en francés quiere decir apisonado/a. Aunque el título en Francia -la producción es británica- fue Fatale) de Louis Malle (1992). Las heridas. Los heridos. Anne Barton, la protagonista de la película, está herida. Sus heridas la conducen a la destrucción. Para ella amar es dañar (apisonar) -en última instancia- al sujeto amado. La heridas supuran cuando no cicatrizan.
Herido yo. Como lo sé ando con mucho cuidado. Debo -pienso- sanar las heridas. Siento que están sanando. Tengo muchas cicatrices en mi cuerpo: tres en el cráneo, una en la barbilla; tengo una larga cicatriz en el pubis -larga y dolorosa. Me operaron a los doce años de una criptorquidia en el testículo derecho. La cicatriz se infectó y con los puntos aún puestos, pocos días después de la operación, hube de ir con mi padre al cirujano, el doctor Tamames. Me tumbaron en la camilla. Me extrajeron el pus apretando la cicatriz. No me pusieron ningún tipo de anestesia. Mi padre me dijo, Los hombres no lloran. No lloré-; tengo cuatro cicatrices en mi pierna derecha: una abarca la parte posterior de la rodilla, otra recorre longitudinalmente toda la tibia, una tercera, más pequeña, se encuentra en el lateral derecho de los inexistentes gemelos, la cuarta recorre toda la articulación del tobillo. Quizá tenga otras tantas cicatrices en mi alma.
Si no cierran, se infectan y supuran. A veces cicatrizan bien y alguien te la abre de nuevo -a mí me ocurrió con la cicatriz que recorre longitudinalmente toda la tibia de mi pierna derecha. Llegó el día de quitarme la escayola. Tenía 14 años. El enfermero me avisó de que la sierra con la que iba a abrir el yeso funcionaba no cortando sino quemando. Antes de empezar me dijo, Cuando notes que está llegando, que sientes un poco de calor, avísame. Y empezó a serrar. Pronto sentí el calor y se lo dije y él me respondió, Pero si acabo de empezar, chico. No te acojones. Y siguió serrando. Y yo le avisé de nuevo. Y él, de malas maneras, paró y mientras decía, ¡Joder, mierda de acojonados!, la intentó abrir con unas tenazas y, en efecto, se abrió. El tipo me miró y me dijo, ¡Vaya, tenías razón! Al quitar la escayola vimos que me había quemado toda la piel de la cicatriz. Cuando mis padres entraron les dijo, Mira que le he dicho al chico que me avisara cuando sintiera calor y ni se ha enterado. Y miren el estropicio que ha armado por no avisar-.
Una vez cerradas las heridas, una vez cicatrizadas, la piel que las cubre es extraordinariamente suave, muy, muy delicada, parece a punto de quebrarse. Y si la toca alguien, alguien que no sea uno mismo, se siente grima en el ombligo como si esa mano tuviera el terrible poder de rajar la piel que cubre la cicatriz y descubrir de nuevo la herida.
Una sensación parecida siento cuando me tocan la piel de las cicatrices del alma.
Herido yo. Como lo sé ando con mucho cuidado. Debo -pienso- sanar las heridas. Siento que están sanando. Tengo muchas cicatrices en mi cuerpo: tres en el cráneo, una en la barbilla; tengo una larga cicatriz en el pubis -larga y dolorosa. Me operaron a los doce años de una criptorquidia en el testículo derecho. La cicatriz se infectó y con los puntos aún puestos, pocos días después de la operación, hube de ir con mi padre al cirujano, el doctor Tamames. Me tumbaron en la camilla. Me extrajeron el pus apretando la cicatriz. No me pusieron ningún tipo de anestesia. Mi padre me dijo, Los hombres no lloran. No lloré-; tengo cuatro cicatrices en mi pierna derecha: una abarca la parte posterior de la rodilla, otra recorre longitudinalmente toda la tibia, una tercera, más pequeña, se encuentra en el lateral derecho de los inexistentes gemelos, la cuarta recorre toda la articulación del tobillo. Quizá tenga otras tantas cicatrices en mi alma.
Si no cierran, se infectan y supuran. A veces cicatrizan bien y alguien te la abre de nuevo -a mí me ocurrió con la cicatriz que recorre longitudinalmente toda la tibia de mi pierna derecha. Llegó el día de quitarme la escayola. Tenía 14 años. El enfermero me avisó de que la sierra con la que iba a abrir el yeso funcionaba no cortando sino quemando. Antes de empezar me dijo, Cuando notes que está llegando, que sientes un poco de calor, avísame. Y empezó a serrar. Pronto sentí el calor y se lo dije y él me respondió, Pero si acabo de empezar, chico. No te acojones. Y siguió serrando. Y yo le avisé de nuevo. Y él, de malas maneras, paró y mientras decía, ¡Joder, mierda de acojonados!, la intentó abrir con unas tenazas y, en efecto, se abrió. El tipo me miró y me dijo, ¡Vaya, tenías razón! Al quitar la escayola vimos que me había quemado toda la piel de la cicatriz. Cuando mis padres entraron les dijo, Mira que le he dicho al chico que me avisara cuando sintiera calor y ni se ha enterado. Y miren el estropicio que ha armado por no avisar-.
Una vez cerradas las heridas, una vez cicatrizadas, la piel que las cubre es extraordinariamente suave, muy, muy delicada, parece a punto de quebrarse. Y si la toca alguien, alguien que no sea uno mismo, se siente grima en el ombligo como si esa mano tuviera el terrible poder de rajar la piel que cubre la cicatriz y descubrir de nuevo la herida.
Una sensación parecida siento cuando me tocan la piel de las cicatrices del alma.
No entiendo la Teoría de Gödel y espero poder entenderla. No entiendo las cuatro gotas que han caído esta mañana ni el frío que hacía ni la frialdad.
Me he esforzado por acompasar mi nado al tiempo que llevaba sin nadar y lo he conseguido. No me era indiferente el agua y he agradecido su recorrido por mi cuerpo.
Me he sentido bien cuando, ayer, leyendo el estupendo ensayo Ideas. Historia intelectual de la humanidad de Peter Watson y editado por Crítica un gran paleontólogo esgrimía que la hipótesis de la existencia de un culto a una Gran Diosa femenina durante el Paleolítico Superior podría venir del hecho de que durante miles de años el hombre primitivo no relacionó el acto sexual con el nacimiento posterior y de esta forma la fecundidad era un misterio que engrandecía a la Mujer con respecto al hombre. Me he sentido bien, digo, porque este razonamiento lo tuve hace mucho tiempo. Lo había deducido. Lo había meditado.
La carretera estaba agradable. Apenas ha habido tráfico.
Me obligo a hacer una elipsis porque estoy contra la indiferencia.
Podría hacer una analogía.
Podría dar un rodeo.
Porque el tiempo pasa y acabaré muerto.
Seguiré...
Me he esforzado por acompasar mi nado al tiempo que llevaba sin nadar y lo he conseguido. No me era indiferente el agua y he agradecido su recorrido por mi cuerpo.
Me he sentido bien cuando, ayer, leyendo el estupendo ensayo Ideas. Historia intelectual de la humanidad de Peter Watson y editado por Crítica un gran paleontólogo esgrimía que la hipótesis de la existencia de un culto a una Gran Diosa femenina durante el Paleolítico Superior podría venir del hecho de que durante miles de años el hombre primitivo no relacionó el acto sexual con el nacimiento posterior y de esta forma la fecundidad era un misterio que engrandecía a la Mujer con respecto al hombre. Me he sentido bien, digo, porque este razonamiento lo tuve hace mucho tiempo. Lo había deducido. Lo había meditado.
La carretera estaba agradable. Apenas ha habido tráfico.
Me obligo a hacer una elipsis porque estoy contra la indiferencia.
Podría hacer una analogía.
Podría dar un rodeo.
Porque el tiempo pasa y acabaré muerto.
Seguiré...
Recomiendan indiferencia.
A mí me parece, sin embargo, que lo que recomiendan no es eso. Lo que recomiendan en realidad es ignorancia.
Ante la dificultad indiferencia. A la indiferencia se llega si no se tienen expectativas. Luego no hay que tener expectativas.
Parece que la primera idea de lo que hoy llamamos Homo Sapiens se produjo hace entre 1,7 millones de años y 1,2 millones. Esta primera idea es la "estandarización" en la fabricación de las hachas de piedra. La produjeron los llamados Homo Erectus.
Yo imagino que si desde el principio la norma humana hubiera sido la indiferencia todavía estaríamos chocando una piedra contra otra a ver si se producía la lasca.
No es buen camino la indiferencia ni la falta de expectativa. Porque otra de las grandes ideas del ser humano es el experimento y en el experimento se producen dos opuestos a la indiferencia y la no expectiva: la inferencia y el resultado.
La agresividad ante el argumento en contrario. La pasividad a la hora de argumentar. La falta de argumento son caminos seguros hacia la animalidad.
Hay que inferir. Hay que experimentar. Porque esos caminos nos llevan al error y sobre el error se construye por mucho que nos duela y en nuestra soberbia nos avergoncemos.
Soberbia de creernos elegidos por Dios.
Soberbia por creer que Dios nos creó y no fuimos nosotros, ante nuestro terror, quienes creamos a Dios.
Otra de las grandes ideas del Homo Sapiens sería el alma.
La idea del Alma, la idea de Europa y la idea del Experimento son para Peter Watson tres hitos en la historia de la intelectualidad humana. La tres ideas son contrarias a la indiferencia y la ausencia de expectativas.
Seguiré...
A mí me parece, sin embargo, que lo que recomiendan no es eso. Lo que recomiendan en realidad es ignorancia.
Ante la dificultad indiferencia. A la indiferencia se llega si no se tienen expectativas. Luego no hay que tener expectativas.
Parece que la primera idea de lo que hoy llamamos Homo Sapiens se produjo hace entre 1,7 millones de años y 1,2 millones. Esta primera idea es la "estandarización" en la fabricación de las hachas de piedra. La produjeron los llamados Homo Erectus.
Yo imagino que si desde el principio la norma humana hubiera sido la indiferencia todavía estaríamos chocando una piedra contra otra a ver si se producía la lasca.
No es buen camino la indiferencia ni la falta de expectativa. Porque otra de las grandes ideas del ser humano es el experimento y en el experimento se producen dos opuestos a la indiferencia y la no expectiva: la inferencia y el resultado.
La agresividad ante el argumento en contrario. La pasividad a la hora de argumentar. La falta de argumento son caminos seguros hacia la animalidad.
Hay que inferir. Hay que experimentar. Porque esos caminos nos llevan al error y sobre el error se construye por mucho que nos duela y en nuestra soberbia nos avergoncemos.
Soberbia de creernos elegidos por Dios.
Soberbia por creer que Dios nos creó y no fuimos nosotros, ante nuestro terror, quienes creamos a Dios.
Otra de las grandes ideas del Homo Sapiens sería el alma.
La idea del Alma, la idea de Europa y la idea del Experimento son para Peter Watson tres hitos en la historia de la intelectualidad humana. La tres ideas son contrarias a la indiferencia y la ausencia de expectativas.
Seguiré...
My Favorite Poet
Es tal mi desapego, tal mi incredulidad, tales mis desconocimientos de las causas y los efectos que apenas llego a entender qué escuché ayer en una conferencia sobre la obra de un poeta (...) encuadrada dentro de un ciclo dedicado a su obra titulado (...).
A nadie quitaré razón pues no entendí las razones. Imagino que el arte de la retórica de la conferencia tendrá sus reglas, que algunos las aplicarán y otros se dejaran llevar por su propio talento discursivo.
Merodea por todo esto un nuevo pensamiento que se me aparece cuando acudo a ensayos o estudios: la excesiva atención que el ser humano se dedica a sí mismo. Es enfermizo.
También, para mi propio agravio, razono que al no tener yo unos estudios universitarios estándar, el lenguaje filológico-metafísico-metalingüístico se me pierde y desvanece de sentido y todo lo que escucho es una concatenación de términos cuasi técnicos que vacían al objeto del discurso de su virtud primera: el ser arte.
La Mesa redonda era una mesa rectangular orientada al frente, sobre un escaño, de tal forma que los miembros de dicha mesa estaban por encima del público, de tal forma que no se veían las caras entre ellos.
La cara no es el espejo del alma. La cara es el alma (Rafael Sánchez Ferlosio. El Alma y la Vergüenza). Sobre el mundo de esas palabras secas, de esas sintaxis áridas, las caras adoptan un gesto sagrado, de misa de domingo, justo antes del aperitivo (también aperitivo del cura), en el momento de la homilía. Ese gesto cansino, de falta de esperanza. Ese gesto que no es devoto.
Ni siquiera me atreveré a afirmar que, cuando menos, una conferencia sobre un poeta, que quiere festejar su obra y ensalzarla, debería lanzarnos como bestias sobre sus versos para recorrer maravillados sus milagros.
A nadie quitaré razón pues no entendí las razones. Imagino que el arte de la retórica de la conferencia tendrá sus reglas, que algunos las aplicarán y otros se dejaran llevar por su propio talento discursivo.
Merodea por todo esto un nuevo pensamiento que se me aparece cuando acudo a ensayos o estudios: la excesiva atención que el ser humano se dedica a sí mismo. Es enfermizo.
También, para mi propio agravio, razono que al no tener yo unos estudios universitarios estándar, el lenguaje filológico-metafísico-metalingüístico se me pierde y desvanece de sentido y todo lo que escucho es una concatenación de términos cuasi técnicos que vacían al objeto del discurso de su virtud primera: el ser arte.
La Mesa redonda era una mesa rectangular orientada al frente, sobre un escaño, de tal forma que los miembros de dicha mesa estaban por encima del público, de tal forma que no se veían las caras entre ellos.
La cara no es el espejo del alma. La cara es el alma (Rafael Sánchez Ferlosio. El Alma y la Vergüenza). Sobre el mundo de esas palabras secas, de esas sintaxis áridas, las caras adoptan un gesto sagrado, de misa de domingo, justo antes del aperitivo (también aperitivo del cura), en el momento de la homilía. Ese gesto cansino, de falta de esperanza. Ese gesto que no es devoto.
Ni siquiera me atreveré a afirmar que, cuando menos, una conferencia sobre un poeta, que quiere festejar su obra y ensalzarla, debería lanzarnos como bestias sobre sus versos para recorrer maravillados sus milagros.
Hace dos días volví a ver Der Untergang (El Hundimiento). Hoy he visto Das weisse Band (La cinta blanca). De la primera siempre me ha causado malestar esa mirada compasiva con que la cámara recorre el búnker de la Cancillería del Reichstag. Porque en la derrota siempre hay compasión. La interpretación de Bruno Ganz. Aires de Leni Reinfenstahl en las tomas picadas de las columnatas. No acabo de sentir el miedo y el desprecio que mi juicio moral sobre la vida y las personas exige. Humanizar al asesino de masas sí resta fuerza al símbolo. Porque Adolf Hitler no es un hombre. Es el símbolo de lo peor del hombre. Me importa una mierda que tuviera parkinson y sintiera vergüenza de esa debilidad y lo ocultara. Su humanidad no añade nada a su perversidad. Se da por descontada (literalmente).
Das weisse Band es una alegoría. Es un cuento terrible. La aparente ausencia del mal es el germen de todo mal. El mal que se reprime es un mal que se agranda. La moral represora es el mal por excelencia. Das weisse Band cuenta la infancia de los futuros asesinos de masas. Hay unos silencios tan largos. Hay unas oscuridades tan impenetrables. Una pequeña luz se ve siempre rodeada de sombras abismales. La luz del día quema. La noche ciega. En esos claroscuros se ventila en elipsis la barbarie. En perfecto orden.
Das weisse Band es una alegoría. Es un cuento terrible. La aparente ausencia del mal es el germen de todo mal. El mal que se reprime es un mal que se agranda. La moral represora es el mal por excelencia. Das weisse Band cuenta la infancia de los futuros asesinos de masas. Hay unos silencios tan largos. Hay unas oscuridades tan impenetrables. Una pequeña luz se ve siempre rodeada de sombras abismales. La luz del día quema. La noche ciega. En esos claroscuros se ventila en elipsis la barbarie. En perfecto orden.
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/02/2010 a las 19:13 | {1}