Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Reflexiones acerca de dos silencios: la de Velocidad de escape y la de un amigo.


Ya sé que los grandes escritores del siglo XIX escribían sus textos en folletines, por capítulos, que se publicaban al día siguiente de escritos en los diarios (de ahí creo yo el verdadero surgimiento del naturalismo en la literatura: no fue tanto un imperativo de movimiento literario cuanto un imperativo de las rotativas de los diarios. Escribir natural es la forma más sencilla de escribir). Así empecé a escribir Velocidad de escape -al modo de los folletineros del siglo XIX- y podría haber seguido pero no quiero. Ha llegado un momento en el que uno de los escritores que habita en mí, necesita llevarse a los personajes y a las situaciones fuera del ojo de los lectores. Que te lean es jodido. Todo escritor aspira por supuesto a que llegue ese momento y cuando llega jode porque, ya lo habré escrito varias veces, lo que se lee no es lo que se escribe. Y esa distancia, a veces, es tragicómica. Hasta puede llegar a romper amistades y amores y vínculos aún más fuertes...

Mi amigo ha apagado la luz. Ya no se ve el cuadrado de su ventana en la noche del mundo, una ventana iluminada que era como un faro entre tanto dolor y tanta estúpida...; una ventana que marcaba longitudes y latitudes y parecían, al ser vistas, asentarte en un espacio donde la dulzura y la guerra, el amor y la Bestia, la ausencia y el universo se daban las manos en cada frase colgada, en cada preposición sin destino, en cada adjetivo sin nombre. Respetaré su silencio y sentiré saudade...

...entonces hay que irse, recogerse entre los cuatro ángulos de la mesa, someterse a las inclemencias de la imaginación, aguardar al pie del cañón las embestidas de las frases, construir con la paciencia del oso la levedad de las ideas, llorar si es preciso, reir a pleno pulmón o extasiarse ante el milagro de convertir en signos el asalto al castillo, el encuentro en los campos de heno recién segados, la partida sin mirar atrás o la resurrección de la luz en la llama que se había extinguido...

Porque entiendo la necesidad de mi amigo, no le pediré que vuelva pronto. Porque sé que su silencio será bellísimo, no le contaré lo mucho que pesará en el mío. Porque deseo la paciencia, no exhortaré a Diana Cazadora para que vuelva pronto, él tan cazador de pájaros, tan al acecho de sobrentendidos, tan escueto...

Llegará el día en que la historia necesite la luz de los Otros, mes semblables, mes frères. Hasta entonces Velocidad de escape entra en el mundo ausente del taller del escritor...

En nuestro regreso a casa/ noviembre no terminaba en las manos/ cortadas por el frío/ en la carretera rapidísima -veinticinco veintiséis veintisiete baldosas negras-/ ni en la esquina que nos daba miedo/ No.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/07/2011 a las 18:13 | Comentarios {0}


¿Cuándo se generó la vida?
Química y electricidad: eso somos.
¿Y el alma entonces? Yo aventuraría que el alma es el tiempo.
Química para sobrevivir.
Electricidad para tomar decisiones.
Tiempo para devenir nuestra química y nuestra electricidad.
Cuando hablamos de tiempo necesitamos espacio. No ocurre lo mismo cuando hablamos de espacio. El espacio no necesita tiempo. Así el alma. Así el cuerpo.
Los que, desde el conocimiento racional, han estudiado las etapas de la vida hablan de una evolución: desde los primeros entes químicos que, tras sucesivas transiciones de fase, llegaron a autorreplicarse dando lugar lugar a lo que entendemos por vida mientras la tierra se iba enfriando y surgían los protovirus, las protobacterias hasta llegar, en lentísimos transcurrires geológicos, a los mamíferos cuya esencia eléctrica supera a la química y la conduce. Y en esa marcha (me cuesta llamarlo evolución por su inevitable cercanía con los conceptos de progreso, avance, perfeccionamiento) surge el hombre y en el hombre surge la sensación del tiempo y el tiempo le lleva al descubrimiento del alma.
Sin poder generalizar (ni querer) el tema del alma es una cuestión meramente temporal. Como el tiempo, el alma es invisible, ubicua e inasible. Los Dioses, quintaesencia de las Almas, son sólo Tiempo. Pueden, en algún momento, transfigurarse en animal o planta pero es sólo para que nuestra parte espacial (la sometida a la química y a la electricidad) pueda percibirlos. Las religiones sin Dios promueven la fe en la trasmigración de las almas y en el alma de las cosas en sí ¿Y qué es trasmigrar y ser en sí sino atributos del Tiempo?
Porque si el espacio se contrajera hasta quedar convertido en un agujero negro supermasivo, el tiempo seguiría existiendo y no podría ser absorbido. Sencillamente porque el Tiempo como el Alma al no existir (es decir al no conducirse mediante parámetros de autorreplicación y decisiones), existe siempre. En un universo contraído o expandido el Tiempo (acelerado o ralentizado) sería invariable, es decir: seguiría siendo tiempo. No ocurre así con el espacio que deja de serlo si desaparece.
Tiempo y Alma.
Química y electricidad.
Exaltación y pausa.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/07/2011 a las 09:27 | Comentarios {0}


Desierto de Somalia
Desierto de Somalia
La palabra secreta no sale de mis labios. En el alba, cuando los vencejos vuelan y comen, la palabra secreta digiere contenidos y sonríe a este mundo bellísimo e infame donde cuerdas y alambradas, segmentos y longanizas, lombardas y estrellas, manos y espaldas se entrecruzan a un ritmo frenético y luego, lentamente, en la noche -metáfora en este caso de descanso y silencio- se desligan y vagan por los alrededores de los encuentros y las alamedas.
La palabra secreta, La que no se pronuncia, adquiere el tono de los colores de la tarde, aquéllos del otoño cuando es verano o aquéllos del invierno cuando dos galaxias, en los bordes del Universo, se encuentran y crean un agujero negro supermasivo. La palabra secreta alienta los dones de los hombres sin ser jamás pronunciada. Hay algo en ella de ancestral, de tiempo de caverna, de bajo que marca la pauta de un ritmo africano, de seda en la calma del gusano, de aire en los vientos australes, de rapsoda en los desiertos más solitarios.
Nunca sometida. Siempre libre. Siempre jocosa. Puerto. Casa. Refugio.
En la invocación libre. Cuando el quehacer de un hombre desrritualiza lo que en sí, realmente, no trasciende. Sobre la mar de los pensamientos libres. Agua clara. Fuego limpio. Aire envuelto en densidades. Tierra fértil. ¡Verde, verde, verde, verde! Madera en el bosque virgen.
Música sin elaboración. Musgo sin sol. Camino que se cierra y se abre a merced de un ritmo sin medida. Eléboro. Madreselva. Jipi-japa. Caftán. Soliloquio. Faro.
La palabra secreta no guarda ningún misterio.
Ni es ningún arcano.
Ni se somete a arquetipo alguno.
Ni es propiedad de los iniciados.
No es dominada por soberbios sacerdotes.
Ni casta alguna la atesora.
Ni viento la levanta, ni ola la cubre, ni fuego la quema, ni tierra la germina.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/07/2011 a las 10:51 | Comentarios {1}


Cuentan los científicos efectos y causas. No será cuestión de desdecirlos. Sólo que el método científico es un método de análisis del mundo no el método.
Cuando escuchas con la mente abierta otras indagaciones, resulta que te puedes llegar a plantear cuál es el sentido de la comprensión del mundo y creo que ese sentido último sería: vivir sin miedo.
¿Por qué indagamos? ¿Por qué buscamos explicaciones? ¿Por qué nos arrimamos a una y normalmente nos anclamos a ella? ¿Por qué nos cuesta tanto desapegarnos?
Si el sentido último del conocimiento no es el conocimiento en sí (y esta condicional en realidad no tendría por qué ser tal, dado que, si analizamos el camino del conocimiento del hombre, veremos que conocer significa en muchas ocasiones negar el conocimiento anterior) sino la recta comprensión del orden del Mundo, la mejor forma de conocer será estar siempre abierto a las nuevas vías.
Durante muchos años pensé que la vida era un cuento contado por un idiota que no significa absolutamente nada (William Shakespeare) y esa idea me castró la posibilidad contraria y al mismo tiempo justificó los infortunios (palabra que emite ya un juicio de valor y que por lo tanto califica lo que, en puridad, no se puede calificar si no es por comparación) que, como a todo ser humano, me ocurrían. Con los años, con las experiencias, escuchando y leyendo a otros esa idea nihilista/destructiva del vivir ha ido girando hacia una forma de comprensión más despojada de juicio. La primera piedra de toque para ir eliminando esta sensación de hondo pozo, de fatum incontrolable, fue el descubrimiento de la ausencia de culpa o, por mejor decirlo, la sospecha de que en un lugar muy recondito del propio ser, el juicio moral de culpa estaba lastrando toda mi existencia.
Otro concepto que juega a favor del miedo, es el de la suerte o fortuna porque, en verdad, nunca sabemos si es suerte o no, si son afortunadas o no, las cosas que nos ocurren. El ejemplo más palmario, por repetido, es el de la persona agraciada con el gordo de la lotería y que al cabo de poco tiempo ve cómo su vida se ha roto en pedazos (no afirmo que ocurra siempre así, sino que ha ocurrido muchas veces). La manía mental de calificarlo todo sin dejar tiempo al tiempo, nos atrapa y marca nuestro devenir; el esfuerzo de no analizar sino dejar ser es ímprobo y desde luego no nos lo enseñan en las escuelas.
A medida que podemos aceptar la inferencia de fuerzas invisibles en nuestras propias fuerzas; a medida que miramos el paso de los días como una forma natural de aprendizaje; a medida que nos vamos despojando de los términos: esfuerzo, trabajo, sufrimiento y los vamos cambiando a los términos: constancia, gozo y placer, el ritmo de la vida cambia el paso y se instala un cierto laissez faire, laissez passer vital que alivia la penosa obligación de estar vivo por la mucha más luminosa de estar vivo sin más.
Cuentas las últimas investigaciones científicas que la clave del amor (la necesidad de fundirse con otro) se encuentra en unos determinados genes. Esta declaración la realizaron las científicas Adriana Villela, Barbara J. Taylor y Margit Foss de tres universidades de los Estados Unidos, las de Stanford, Brandeis y Oregon las cuales se centraron en el estudio de un gen de la mosca del vinagre (Drosophila melanogaster) llamado fruitless (sin fruto, estéril) que es uno de los trece mil genes del genoma de la mosca del vinagre. Los tres laboratorios habían descubierto que ese gen es el que controla el elaborado rito del cortejo. Parece ser que si en el laboratorio se inactiva dicho gen en los machos, éstos pierden todo interés por las hembras; pero hay más: si lo activan en las hembras, éstas ejecutan el apareamiento específico del sexo opuesto. La explicación anterior está extraída del libro de Eduardo Punset El viaje al amor. A mí me surgen unas preguntas ante semejante explicación mecanicista del sexo/amor entre moscas: Inactivada la elaboración del cortejo en los machos o activada en las hembras, ¿cómo se sienten? ¿qué piensan al ser incapaces de amar ? Es más ¿si no lo muestran, no lo sienten? Y en el caso de las hembras que realizan el ritual del macho, no se preguntarán, ¿pero qué coño estoy haciendo? ¿Qué nos indica realmente la aberración que se consigue al mutilar o alterar el orden físico de un animal?
El conocimiento es como las moscas: da vueltas y vueltas sobre lo mismo, una vez y otra, y en ocasiones acaba atrapado por un ser que lo desmembra y lo deja sin alas.
El cortejo de las moscas del vinagre
El cortejo de las moscas del vinagre

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/06/2011 a las 12:39 | Comentarios {0}


Veo ayer un documental sobre Bob Dylan y escucho a muchas personas -músicos, escritores, críticos, fans y fons- alimentando la noción de mito.
Supongo la desolación de un hombre -si ese hombre es un hombre- al que las personas han subido a un pedestal, cualquier pedestal. El ansia de soledad que debe sentir.
Nunca fui mitómano. No entiendo muy bien cómo a nadie se le puede elevar a la categoría de semidios. Lo entiendo mejor en gentes que no han intentando lo que adoran de su mito. Me cuesta más entenderlo de quienes sí realizan una labor parecida. Porque tengo la impresión de que si alguien se dedica, por ejemplo, a escribir canciones sabrá en qué consiste ese trabajo. Se puede admirar el genio de un creador en particular pero no entiendo la elevación a ningún altar (o trono).
Como me ocurre con todo tipo de ritos o iniciaciones por muy democráticas que sean. Por ejemplo el mito del voto y la negación a admitir que la abstención en una votación no implica un rechazo del sistema -puesto que la abstención forma parte de la estadística de ese sistema- y sí puede implicar una estrategia tan válida como cualquier otra. Por ejemplo: ayer mantuve una discusión bien interesante y divertida -cosa que suele estar en contradicción- sobre este tema y aunque no pude decir todo lo que pensaba por la cascada de comentarios que se argüían, sí tengo la impresión de que si yo he concluido que el partido al que suelo votar, ha perdido su poder frente a otro (en este caso el poder económico) y se ha movido en los últimos años como una marioneta cuyos hilos ha movido este poder económico, una buena forma de hacérselo ver será no dándole de nuevo mi voto sino negándoselo hasta que vuelva a conquistar lo que, a mi parecer, ha perdido y le ha debilitado. ¡Cómo voy a entregar yo mi voto a un Poder que no es tal!
Quizás el librepensamiento -en su antigua acepción- tenga estas soledades en las que se cae al no tener siempre un pensamiento constante sobre nada y provocando, por lo tanto, cara a los demás, dudas y regaños.
Me pasa igual con Bob Dylan o con otros artistas muy queridos por mí: Julio Cortázar, William Shakespeare, Ramón María del Valle-Inclán, Miguel de Cervantes o Fernando Pessoa, en este caso escritores a los que admiro y cuya admiración parte más de su condición de saberlos hombres como cualquiera y que sin embargo han logrado hacer de cada ser humano un ser particular cuando los leen.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/05/2011 a las 11:28 | Comentarios {1}


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