Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Pinturas Negras de Goya. Duelo a garrotazos o La riña 1823
Pinturas Negras de Goya. Duelo a garrotazos o La riña 1823

Palada primera
Hay un momento en la vida de los hombres en el que sabemos que vamos a morir. Entonces ocurre algo prodigioso y es que ya nada importa. Vivimos vidas sujetas a unas normas la mayoría de las cuales no nos las impusimos nosotros a nosotros mismos porque si así fuera esas normas estarían fuera de toda duda. La vida se convierte para la mayoría de nosotros en una renuncia a nuestro ser en bien de la comunidad. Sólo repugna que las comunidades humanas sean necesariamente mediocres. No tenemos más que mirar en nuestro rededor para sentir la profunda insatisfacción en la mayoría de las comunidades humanas y cómo basta cualquier pequeña aspiración para convertir a un humano en masa humana que adora el primer becerro de oro que se le presente ya sea una idea de un ser superior que a todos nos ampara, que de cada uno de nostros lo sabe todo -lo pasado y lo porvenir- y que en todas partes se encuentra a un mismo tiempo; ya sea la idea de unos límites geográficos que normalmente van unidos a unos límites idiomáticos para sentir cómo todos somos uno, un mismo destino, una misma fuerza. Los hombres necesitamos de los hombres para sentirnos hombre y por ese afán de sentirnos ser en el grupo, aceptamos despojarnos de una parte de nosotros mismos, una parte en general muy grande, para sentir que eso que resta está a salvo. La vida se compone de una extraña y desagradable sensación de renuncia unida a una aparentemente plena sensación de pertenencia. Vivimos gran parte de nuestra vida para pertenecer y dejamos morir gran parte de nuestra vida para pertenecer.

Palada segunda
Estos días estamos viviendo en España una especie de tribalización de la existencia; de repente hay una masa en el noreste del país que se ha unido, en su gran mayoría, en torno a la idea de que han sido maltratados por España, de que están siendo reprimidos por España y de que necesitan el aire puro de su independencia para volver a respirar y al mismo tiempo en eso que se ha dado en llamar España hay muchos que denuncian el victimismo de los llamados catalanes e insultan a esos llamados catalanes con todos los viejos tópicos que se utilizan contra ellos, incluso algunos de los llamados españoles dejan de comprar productos de ese lugar llamado Catalunya para joderles un poquito más y todo va llenándose de mierda nacional, ya sea la mierda nacional de España o la mierda nacional de Catalunya y el pertenecer a uno de los dos bandos se va haciendo cada día más acuciante como si no pertenecer a uno de los dos supusiera una rareza, supusiera un extravío. La comunidad humana exige de nuevo el sacrificio de la individualidad.
Y cuando esto ocurre en mi país recuerdo lo que ocurrió en otros países y con otros grupos: los judíos en toda Europa durante cientos de años; los kurdos en Irak y en Turquía; los tutsis en Ruanda y así podríamos seguir nación por nación, continente por continente encontrando viejas rencillas entre comunidades humanas muchas de las cuales acaban en baños de sangre, en carnicerías fundamentalmente de jóvenes en los frentes de batalla y en las retarguardias el horror de las humillaciones y las venganzas. Es el sacrificio que de tanto en tanto exige la Comunidad por pertenecer a ella. Comunidades siempre necesariamente mediocres, gobernadas por hombres necesariamente mediocres.

Palada tercera
Cuando una persona va a morir, decía, ya nada importa y entonces parece liberarse en ella algo así como la nostalgia de aquel ser al que tuvo que renunciar para ser aceptado y a veces, si hay un poquito de tiempo, incluso esa persona se puede permitir el lujo de ser ante un miembro de su comunidad como también es y así, por ejemplo, tres días antes de morir, una mujer llamada Isabel, nacional católica de los pies a la cabeza por la gracia del Santísimo Dios en el que cree, recta, seca, inflexible, sin imaginación, atacada por un cáncer pulmonar, aislada en una residencia de ancianos, recibe la visita de una vieja amiga, casi familia, una amistad que se fraguó con renuncias que harían temblar al mismísimo Dios en el que cree, tan sólo por la necesidad imperiosa que esa mujer sentía por ser aceptada en un grupo al que las circunstancias de la vida le abocaron porque de otro modo, si todo hubiera sido como debía ser, ella nunca habría sentido la necesidad -ni hubiera tenido la posibilidad- de acceder a él. Sólo que en esa figura que Isabel ofrecía a la comunidad, de repente, de manera sorprendente se abrió paso una esencia suya, una esencia que le llevó a desafiar a su propio Dios -o al pensamiento que ella y la secta católica dicen tener de los mandatos de ese Dios- y a la comunidad en la que vivía y una vez cometida semejante transgresión volvió al redil de la comunidad aunque ungida para siempre de un estigma que para lavarse -como siempre hicieron los conversos- le llevó a ser más papista que el Papa. Pues bien, esta mujer, poco antes de morir, en la visita de la vieja amiga a la que me refiero, con una dosis suficiente de morfina para mitigar el dolor, de repente, en mitad de una conversación banal, necesariamente para no hablar de lo verdaderamente importante que era su muerte, le dijo a su vieja amiga, May -así llaman cariñosamente a la amiga-, no sé si deberías estar aquí. Y May, muy ceremoniosa, le pregunta a Isabel, ¿Y por qué Isabel? e Isabel le responde, Porque me va a venir a visitar un meteorito y no sé si le gustará que estés.

Pausa entre paladas
Esta mañana he escuchado bajo el sol cálido de finales de este octubre abrasador, la tierra cayendo sobre el féretro de Isabel en el cementerio de la Almudena de la ciudad de Madrid. Era un sonido seco y hermoso. Casi absoluto porque había otro que surgía en sus silencios. Y sin buscarla he encontrado la metáfora de que la vida está marcada por el ritmo de las paladas de los sepultureros cuyas pausas nos permiten escuchar el alboroto de los pájaros.
 

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/10/2017 a las 00:40 | Comentarios {0}


Ahoritita, en cuanto termine esto, iré al cuarto de baño, me pondré de rodillas y empezaré a vomitar. No será por la mañana que ha amanecido hermosa como las postales de mi abuelo cuando estaba de embajador en La Haya. Mi padre me regaló las postales de su padre y en ellas se pueden intuir retazos de aquel hombre que engendró nueve hijos entre destino y destino. Tampoco será porque al caminar en esta hermosa mañana de otoño, me ha venido a las mientes (no he recordado sino que el recuerdo me ha recordado a mí y a mí ha venido) una noche con Rosa -que era una muchacha preciosa y sorda- en un tugurio que se llamaba Palma 13. Yo sabía que Rosa y yo íbamos a follar esa noche. Llevaba persiguiéndola algún tiempo y por fin, por fin, sus brazos y mis brazos; su boca y mi boca... esas cosas. A Rosa aquella noche en el Palma 13 le apetecía fumarse unos porros y yo, todo caballero, me ofrecí a buscar un camello para conseguir la droga. Salí a la calle, un tipo me abordó y me puso una navaja en el cuello. Le di todo lo que tenía. Lo que él nunca supo es que me robó más que el dinero, me robó una noche de amor con una muchacha preciosa y sorda. No, no es por ese recuerdo que se ha atrevido a atracarme el corazón esta mañana mientras paseaba por lo que voy a vomitar ahoritita, en cuanto acabe esto. Voy a hacerlo para ver si es que tengo dentro, en las tripas, el gusano de la mediocridad de estos días. Voy a hacerlo para descubrir si esta mediocridad que vivo no es tal sino que en realidad es la vida del gusano que se anida en mí. Eso voy a hacer porque reside en mí también el espíritu del investigador (ése no es gusano; ése es búsqueda de luz) y a tientas siempre urde formas de conocer. Conocer por el vómito, por ejemplo. Así es que aquí dejo este ensayo de decir algo de lo que me rodea: unos voceros pregonando una libertad y una república que seguirán machacando a los de siempre; otros que esperan que la fortuna les permita aplastar a sus contrarios; otros más que deciden mirar las etiquetas para ver la procedencia del producto y si es de cierto lugar no comprarlo provocando con ello la ruina de quien lo produce no del lugar donde es producido; y aquéllos que confunden a Agamenón con su porquero.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/10/2017 a las 09:57 | Comentarios {0}


Supone Hendrich que la marea al volverse roja dejará de tener vértigos. También supone que hay algo que se degenera cuando un niño es capaz de aprender los idiomas sin estudiar y un adulto es incapaz de hacerlo.
Suphi asegura que la melancolía sigue siendo humor negro y que los caudalosos ríos del Tigris y el Éufrates tuvieron algo que ver en el asunto. En el presente estos ríos han decidido, de mutuo acuerdo, abandonar a los hombres y sus destinos.
Supone Hartman Hilckenberg que si el Derecho es un orden en las relaciones, sin Derecho habría un Nuevo Orden (tras esta afirmación el bueno de Hilkenberg reía).
Cuando Pomme en el siglo XVIII curó a una histérica haciéndole tomar baños de diez a doce horas por día durante doce meses, describió la terapia y sus consecuencias y más que un informe de clínica parecía un fragmento del paseo de Dante y Virgilio por los Infiernos.
Supone Cynthia Balovich que la masa total del universo cabe en la cabeza de alfiler de un hada.
Así supone Bisbadrhasa Nerutpurta que empieza la mañana.
Vale.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/10/2017 a las 12:40 | Comentarios {0}




En el principio fue la sopa

 

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/10/2017 a las 11:52 | Comentarios {0}


Los cañones aún están huecos por dentro. No, no quiero hablar de cañones quiero hablar de la última mariposa que vi esta mañana y que era blanca, no, no tan blanca, un poco menos blanca como la blancura de la escarcha cuando aún el sol no ha roto del todo la oscuridad. Los cañones escupen balas de metal pero aún están huecos y la mariposa no tan blanca deambulaba esta mañana entre jara y encina y entre encina y quejigo y entre quejigo y enebro. Yo no perseguía a la mariposa no tan blanca ni tampoco tenía especial interés en la oquedad de los cañones tan sólo seguía el rastro de un ritmo, de un ritmo de agua que se había ido secando. Sobre la mariposa no tan blanca, sobre la estructura del cañón, trataba el ritmo que perseguía, abiertos los oídos a la ráfaga de viento, al canto del mirlo, al reptar de la serpiente o al lejano sonido de un bimotor que se iba acercando, casi amenaza, desde el oeste. Mariposa blanca. Hueco y cañón. Ritmo de agua.
La tarde ha llegado y he sentido la impresión de una huella en mis pulmones que me ha hecho inspirar fuerte y me ha mantenido tenso durante un buen rato. La espalda, como siempre, se ha mantenido firme y el escrúpulo a sentir vergüenza ha hecho que me girase para que los habitantes del mundo no pudieran ver si lloraba. Llorar no es de hombres -me decían- y a mí no me alegraba. La tarde, digo, ha convertido el ojo hueco del cañón en una metáfora y la mariposa no tan blanca de seguro que sigue vagabundeando entre la jara y la encina, entre la encina y el quejigo, entre el quejigo y el enebro.
No puedo llamar más que milagro estas emociones que siento. No puedo más que agradecer a mi sufrir por haberme entrenado en la observación. Nunca sabemos si el mal es tal ni a dónde nos llevará y por lo mismo no podemos llamar a nada bien si no sabemos cómo devendrá. Con el paso de los años las palabras se me van volviendo flexibles y lo que ayer era roble hoy es junco y estoy convencido de que lo que hoy es roca se convertirá en ninfa y así, en sucesivas metamorfosis, sé que el mundo que ha pasado ante mis ojos no es más que esclavo de mis pobres apetitos y que él, en sí, es mucho más libre que lo que yo pueda percibir.
Mariposa casi blanca. Hueso de cañón (¡sí, sí, ahora es hueso!). Jirón de claridad. Ritmo de agua.

Ensayo

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/10/2017 a las 19:14 | Comentarios {0}


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