Me levanto a las ocho.
El cielo sigue nublado.
Hago el café y preparo el polen.
Bebo el café mientras me hago un cigarrillo.
Leo el pensamiento oceánico.
Medito y oleadas de imagenes vienen y van de mi mente como si quisieran decirme algo.
He de tomar varias decisiones.
Bebo el polen.
Me pongo otro café.
Enciendo el ordenador y cierro las ventanas tras airear la casa.
Repaso la prensa.
Escucho la radio.
Tengo un poco de frío.
Son las nueve y diez.
El cielo sigue nublado.
Hago el café y preparo el polen.
Bebo el café mientras me hago un cigarrillo.
Leo el pensamiento oceánico.
Medito y oleadas de imagenes vienen y van de mi mente como si quisieran decirme algo.
He de tomar varias decisiones.
Bebo el polen.
Me pongo otro café.
Enciendo el ordenador y cierro las ventanas tras airear la casa.
Repaso la prensa.
Escucho la radio.
Tengo un poco de frío.
Son las nueve y diez.
Arce japonés
...y me regalé un arce japonés (que recogí el domingo, en un vivero que se encuentra entre Galapagar y Villalba. Me atendió Marzuq y nos dimos la mano y el árbol, aún joven, cupo en el coche y Violeta e Iris -a las que Marzuq creyó hermanas- me ayudaron a llevarlo hasta la terraza y sus hojas caducas alfombraron el suelo del coche) y me levanté por la mañana con el día nublado e hice mis rutinas como si no pasara nada, como si fuera un día normal hasta que decidí que no era un día normal y entonces me entró cierta melancolía porque el día de cumpleaños me produce melancolía y entonces me fui a nadar y nadé con fuerzas y luego me fui a la piscina pequeña y anduve porque mis piernas están perdiendo fuerzas y he decidido que eso no es posible y así las voy a fortalecer caminando bajo el agua, empujando la resistencia del agua, suavemente al principio, poca distancia al principio y así, suavemente, ir fortaleciendo hasta que no me vuelva a ocurrir el no poder subir una cuesta empinadísima en la ciudad de Cuenca de una sola vez (me tuve que parar. Tuve que respirar. Me dolían los glúteos y eso que la nalga izquierda es una auténtica piedra). Volví a casa y descansé y medité y decidí publicar el primer audiolibro en la empresa que junto a Marina Domecq he creado Dom and Loy a la cual publicitaré desde ahora en adelante en estas páginas y a cuya dirección te dirijirás si cliqueas en su nombre y tras muchas dificultades logré colgarlo en la web y ya está ahí, Bartleby, el escribiente de Herman Melville y luego me bebí un vino y descansé y me fui a dormir porque ayer fue mi cumpleaños y cumplí cincuenta y un años y me siento en la edad de aprender y desaprender a un mismo tiempo y deseo, con todas mis consciencias, que la vida siga siendo tan intensa como lo ha sido durante este último medio siglo más uno.
¡Ay, el arce japonés! ¡Qué ganas tengo de verlo crecer!
¡Ay, el arce japonés! ¡Qué ganas tengo de verlo crecer!
Ivan Zulueta a la izquierda y Will More durante el rodaje de Arrebato
Esta noche ponen en la 2 de Televisión Española Arrebato de Iván Zulueta, una de las películas emblemáticas de los años 80 en Madrid. La veré sobre todo porque Will More -el actor que interpreta el papel de Pedro- es mi primo Joaquín y Carmen, su hermana, la mujer a la que, según dicen, Antonio Vega dedicó La Chica de Ayer, es mi prima.
Yo recuerdo a Joaquín y Carmen en los años sesenta cuando pasaron alguna vez por casa de mis padres. Yo debía tener unos ocho años y ellos rondaban los veinte. Lo que más me llamaba la atención es que ambos iban vestidos con la moda hippie (tengo la imagen de Joaquín con un amplio sombrero y un abrigo tres cuartos de mujer. Ellos vivían entonces, si no me equivoco, en Londres)) -algo totalmente desconocido en el Barrio de Salamanca de Madrid en aquella década-. Ambos eran hijos de mi tía Carmen, hermana de mi padre.
Es una pena -o no- que en mi casa se hablara nada de ellos y así supe por casualidad, mucho después de ver por primera vez la película, que aquel actor (que tanto se parecía a mi padre) era el Joaquinito que nos visitaba de vez en cuando y del que si no recuerdo mal nuestra madre (o padre) nos advertía: Y no les hagáis (a él y a Carmen) mucho caso que están un poco locos. Y digo una pena porque yo que también me he dedicado al cine -desde el guión- quizás hubiera podido conocerle a él, hablar sobre nuestro mundo, e incluso de su mano llegar a conocer a Iván Zulueta o a Eusebio Poncela o Cecilia Roth.
Así son los secretos de familia: a veces se descubren demasiado tarde y yo lo descubrí cuando Will More había desaparecido del mundo y se había convertido, entre los de su medio, en una leyenda viva que vivía allende los mares.
Buceando un poco he encontrado este artículo escrito por Céfiro y algunas fotos:
...El cineasta vasco [Iván Zulueta] nos ha dejado también este año pasado (murió en 2009). Como tantos otros. Como Antonio Vega. Su película más famosa, Arrebato, estaba interpretada por un actor muy joven, Will More (Pedro en la película) y por Eusebio Poncela. Arrebato es la película del caballo de los ochenta por antonomasia. Zulueta era heroinómano y lo fue hasta su muerte. Como Will More, como Eusebio Poncela y como Antonio Vega. ¿Y qué tiene que ver Antonio Vega con todo esto aparte del común vicio de la heroína? Will More era un esquelético hombre de piel transparente, rostro anguloso y cara de ángel caido. Como Antonio Vega, aunque la historia que vengo a contar tiene más que ver con la hermana de Will More que con el propio Will. Que por cierto no se llama Will More sino Joaquín Alonso Colmenares-Navascúes García Loygorri de los Ríos. Ahí es nada. Su hermana se llamaba Carmen (María del Carmen) y era una de las chicas más guapas que frecuentaba la movida madrileña. Según Alaska, Carmen era como su hermano, blanca, alta y con unos tacones de impresión. Eso lo contaba Rafa Cervera en “Alaska y otras historias de la movida”. Alaska estaba enamorada de Carmen pero Carmen se lió con Antonio Vega (fue un rollo juvenil, un par de meses a lo sumo) y según cuentan fue ella la que inició a Antonio en el peligroso juego de la heroína. Luis Antonio de Villena cuenta algo de todo esto en su fabuloso “Madrid ha muerto”. Para el que quiera una crónica de lo que fue aquello, se lo recomiendo. Se cuenta también que la famosa canción de Antonio, “Chica de ayer” fue inspirada por la hermana de More. Que Carmen fue en realidad la chica de ayer de Antonio. Casi ná. Los More (Will y Carmen) provenían de una familia de alta alcurnia de San Sebastián (de ahí los apellidos). Su familia (sobre todo la de su madre Mari Carmen, muerta a los cuarenta y cuatro años, los García Loygorri de los Ríos) era una de las más adineradas de Donosti pero a los hijos Will y Carmen les tocó vivir los ochenta. Will era por aquel entonces un joven muy atractivo que hizo amistad con Iván Zulueta convirtiéndose en su actor fetiche. Protagonizó varios cortos con él antes de “Arrebato” y también uno con Julio Medem y otro con Almodóvar. A partir de ahí poco, muy poco de Will. La heroína fue devastando al símbolo sexual dejándolo en cenizas e impidiéndole trabajar. Su último trabajo fue en el noventa a las órdenes de Miguel Ángel Toledo. De su paradero poco se sabe. Desapareció sin dejar rastro. Unos dicen que se fue a vivir a Sudamérica y que allí sigue. Otros dicen que lo han visto por Madrid (2008). Y otros que murió. Poco se sabe. Y de su hermana aún menos. Fue un ángel que pasó por Madrid a principios de los ochenta, que enamoró a hombres y mujeres, que fue musa de la canción más importante de la época y que después desapareció. Se la tragó la tierra. Como a su hermano. Como a tantos otros.
Yo recuerdo a Joaquín y Carmen en los años sesenta cuando pasaron alguna vez por casa de mis padres. Yo debía tener unos ocho años y ellos rondaban los veinte. Lo que más me llamaba la atención es que ambos iban vestidos con la moda hippie (tengo la imagen de Joaquín con un amplio sombrero y un abrigo tres cuartos de mujer. Ellos vivían entonces, si no me equivoco, en Londres)) -algo totalmente desconocido en el Barrio de Salamanca de Madrid en aquella década-. Ambos eran hijos de mi tía Carmen, hermana de mi padre.
Es una pena -o no- que en mi casa se hablara nada de ellos y así supe por casualidad, mucho después de ver por primera vez la película, que aquel actor (que tanto se parecía a mi padre) era el Joaquinito que nos visitaba de vez en cuando y del que si no recuerdo mal nuestra madre (o padre) nos advertía: Y no les hagáis (a él y a Carmen) mucho caso que están un poco locos. Y digo una pena porque yo que también me he dedicado al cine -desde el guión- quizás hubiera podido conocerle a él, hablar sobre nuestro mundo, e incluso de su mano llegar a conocer a Iván Zulueta o a Eusebio Poncela o Cecilia Roth.
Así son los secretos de familia: a veces se descubren demasiado tarde y yo lo descubrí cuando Will More había desaparecido del mundo y se había convertido, entre los de su medio, en una leyenda viva que vivía allende los mares.
Buceando un poco he encontrado este artículo escrito por Céfiro y algunas fotos:
...El cineasta vasco [Iván Zulueta] nos ha dejado también este año pasado (murió en 2009). Como tantos otros. Como Antonio Vega. Su película más famosa, Arrebato, estaba interpretada por un actor muy joven, Will More (Pedro en la película) y por Eusebio Poncela. Arrebato es la película del caballo de los ochenta por antonomasia. Zulueta era heroinómano y lo fue hasta su muerte. Como Will More, como Eusebio Poncela y como Antonio Vega. ¿Y qué tiene que ver Antonio Vega con todo esto aparte del común vicio de la heroína? Will More era un esquelético hombre de piel transparente, rostro anguloso y cara de ángel caido. Como Antonio Vega, aunque la historia que vengo a contar tiene más que ver con la hermana de Will More que con el propio Will. Que por cierto no se llama Will More sino Joaquín Alonso Colmenares-Navascúes García Loygorri de los Ríos. Ahí es nada. Su hermana se llamaba Carmen (María del Carmen) y era una de las chicas más guapas que frecuentaba la movida madrileña. Según Alaska, Carmen era como su hermano, blanca, alta y con unos tacones de impresión. Eso lo contaba Rafa Cervera en “Alaska y otras historias de la movida”. Alaska estaba enamorada de Carmen pero Carmen se lió con Antonio Vega (fue un rollo juvenil, un par de meses a lo sumo) y según cuentan fue ella la que inició a Antonio en el peligroso juego de la heroína. Luis Antonio de Villena cuenta algo de todo esto en su fabuloso “Madrid ha muerto”. Para el que quiera una crónica de lo que fue aquello, se lo recomiendo. Se cuenta también que la famosa canción de Antonio, “Chica de ayer” fue inspirada por la hermana de More. Que Carmen fue en realidad la chica de ayer de Antonio. Casi ná. Los More (Will y Carmen) provenían de una familia de alta alcurnia de San Sebastián (de ahí los apellidos). Su familia (sobre todo la de su madre Mari Carmen, muerta a los cuarenta y cuatro años, los García Loygorri de los Ríos) era una de las más adineradas de Donosti pero a los hijos Will y Carmen les tocó vivir los ochenta. Will era por aquel entonces un joven muy atractivo que hizo amistad con Iván Zulueta convirtiéndose en su actor fetiche. Protagonizó varios cortos con él antes de “Arrebato” y también uno con Julio Medem y otro con Almodóvar. A partir de ahí poco, muy poco de Will. La heroína fue devastando al símbolo sexual dejándolo en cenizas e impidiéndole trabajar. Su último trabajo fue en el noventa a las órdenes de Miguel Ángel Toledo. De su paradero poco se sabe. Desapareció sin dejar rastro. Unos dicen que se fue a vivir a Sudamérica y que allí sigue. Otros dicen que lo han visto por Madrid (2008). Y otros que murió. Poco se sabe. Y de su hermana aún menos. Fue un ángel que pasó por Madrid a principios de los ochenta, que enamoró a hombres y mujeres, que fue musa de la canción más importante de la época y que después desapareció. Se la tragó la tierra. Como a su hermano. Como a tantos otros.
The atrocity exhibition
Escucho la música. La música con su eterna evocación. Escucho ese idioma universal de las notas y los silencios. La mañana de domingo ha amanecido nublada y algo se ha liberado en mí, un nudo que tenía, una comezón en el pecho. Han sido también dos días con el relato de Simone de Beauvoir Una muerte muy dulce. ¡Qué bien relata esa mujer! Son estos primeros días de septiembre que tienen algo de nudo de sarmiento y jugosidad de uva. Navego siempre en una incertidumbre. Mi vida ha sido siempre incertidumbre. Me he ido balanceando entre el miedo mortal a caer y estrellarme y la temeraria seguridad de que podía dar un paso más en el alambre de mis días sin caer ni desequilibrarme. Tengo para conmigo el don del olvido. Hasta tal punto llega que de todo cuanto escribo -y es mucho- apenas unas cuantas líneas quedan en mi memoria y cuando tomo de los papeles -verdaderos guardianes del pasado- textos antiguos, me sobreviene casi siempre una especie de piedad para conmigo y una sensación fortísima de otreidad. Y me digo: vivir es no ser el mismo. Los artistas lo sabemos porque lo inscribimos en los materiales que perpetúan el pasado y ese saber me llena de extrañeza y presente.
Escucho las historias de personas con las que compartí mi vida. Y, como ocurre conmigo, me suelen parecer otras personas. No reconozco en ellas nada de lo que creía conocer. Y así la amistad para mí es reconocer a las personas del pasado en el presente. Como reconozco a Caroline Lahougue, mi princesa normanda, mi querida muchacha melancólica y fuerte, a la que amo por encima de ausencias y silencios; como reconozco a Pilar Torriente, inteligencia hecha mujer, años y años juntos atravesando, en una extraña concordancia, el páramo de reconocimientos y aspiraciones; o a César Delgado al que amo desde que le recuerdo en una excursión de los diecisiete años por tierras de Extremadura y Andalucía. Yo sé que estas personas no son aquéllas que conocí y sin embargo las reconozco y ellas me reconocen a mí y en el nuevo inventarse de cada día sigue habiendo entre nosotros ese cabo que nos une al paso de los años y que nos hace decir: Ese es mi amigo. En él confío.
Las historias de las personas con las que compartí mi vida... escribía. Debería calificar la palabra vida en este caso. Uno de mis yos es un ser enfermo y desquiciado que busca algo que no debería buscar y que a veces encuentra. Entonces ocurre que el mundo se le nubla y decide descansar en brazos de otro del esfuerzo de mantenerse en el alambre. Acude a él palabras como amor, normalidad, pareja, sentimientos, compromiso, mujer amada, por siempre, eternidad, vejez compartida. Es decir acude a él la necesidad de todo enfermo que es la certidumbre. La certeza es la medicina de los que van a morir. La certeza de que no ha llegado el momento, de que existe una medicina, un médico, un tratamiento capaz de alargar la ironía de saberse moribundo y creerse vivo. Cuando vivir es no saber. Cuando vivir es, sobre todo y ante todo, balancearse solo en el alambre de los días. Escribía: la vida compartida con personas y debería haber escrito que en ocasiones se comparte la vida como con César o Pilar o Caroline y a veces se comparte la muerte. Porque la vida se puede vivir o se puede morir.
Me ocurrió el otro día encontrarme con una mujer con la que compartí años de muerte (creyendo durante más de la mitad de ese tiempo que lo nuestro era vivir). Salía ella de una tienda y entraba yo. La falsedad de su gesto (mueca de cuerpo que late) me hizo hacerme grande y atravesé el tiempo de ese encuentro como quien atraviesa la estela del humo de un cigarrillo. No sentí tristeza, ni alarma, ni culpa, ni nostalgia. Sentí humo. Y luego me pregunté, ¿Quién yo con quién ella? Y rogué por no volver a buscarme ese yo.
Escribía: la música con su eterna evocación. Escribía: Mañana, dime que es mañana el día;/ Dime, avísame. Mañana el día nuevo...
Escucho las historias de personas con las que compartí mi vida. Y, como ocurre conmigo, me suelen parecer otras personas. No reconozco en ellas nada de lo que creía conocer. Y así la amistad para mí es reconocer a las personas del pasado en el presente. Como reconozco a Caroline Lahougue, mi princesa normanda, mi querida muchacha melancólica y fuerte, a la que amo por encima de ausencias y silencios; como reconozco a Pilar Torriente, inteligencia hecha mujer, años y años juntos atravesando, en una extraña concordancia, el páramo de reconocimientos y aspiraciones; o a César Delgado al que amo desde que le recuerdo en una excursión de los diecisiete años por tierras de Extremadura y Andalucía. Yo sé que estas personas no son aquéllas que conocí y sin embargo las reconozco y ellas me reconocen a mí y en el nuevo inventarse de cada día sigue habiendo entre nosotros ese cabo que nos une al paso de los años y que nos hace decir: Ese es mi amigo. En él confío.
Las historias de las personas con las que compartí mi vida... escribía. Debería calificar la palabra vida en este caso. Uno de mis yos es un ser enfermo y desquiciado que busca algo que no debería buscar y que a veces encuentra. Entonces ocurre que el mundo se le nubla y decide descansar en brazos de otro del esfuerzo de mantenerse en el alambre. Acude a él palabras como amor, normalidad, pareja, sentimientos, compromiso, mujer amada, por siempre, eternidad, vejez compartida. Es decir acude a él la necesidad de todo enfermo que es la certidumbre. La certeza es la medicina de los que van a morir. La certeza de que no ha llegado el momento, de que existe una medicina, un médico, un tratamiento capaz de alargar la ironía de saberse moribundo y creerse vivo. Cuando vivir es no saber. Cuando vivir es, sobre todo y ante todo, balancearse solo en el alambre de los días. Escribía: la vida compartida con personas y debería haber escrito que en ocasiones se comparte la vida como con César o Pilar o Caroline y a veces se comparte la muerte. Porque la vida se puede vivir o se puede morir.
Me ocurrió el otro día encontrarme con una mujer con la que compartí años de muerte (creyendo durante más de la mitad de ese tiempo que lo nuestro era vivir). Salía ella de una tienda y entraba yo. La falsedad de su gesto (mueca de cuerpo que late) me hizo hacerme grande y atravesé el tiempo de ese encuentro como quien atraviesa la estela del humo de un cigarrillo. No sentí tristeza, ni alarma, ni culpa, ni nostalgia. Sentí humo. Y luego me pregunté, ¿Quién yo con quién ella? Y rogué por no volver a buscarme ese yo.
Escribía: la música con su eterna evocación. Escribía: Mañana, dime que es mañana el día;/ Dime, avísame. Mañana el día nuevo...
Ha sido en la plaza de Alonso Martínez de la ciudad de Madrid. Como en un tema de Russian Red. Esa música que cabalga hacia el punto donde el mundo y el aire se dan la mano. Así. Estaba detenido en un semáforo; una mujer ha salido del metro; esa muijer ha mirado en derredor; luego se ha dirigido a un joven; le ha preguntado; él le ha indicado con su mano; la mujer le ha sonreído y ha tomado el camino que le señalaba el joven.
También cuando las respuestas son las oportunas a las preguntas (a la intención de la pregunta). La respuesta no tiene por qué ser la afirmación o negación de la pregunta; o la explicación de la duda; la respuesta puede ser el camino hacia la verdadera pregunta. Es cierto: la verdad es poliédrica.
Ha sido tomando cucharadas de un helado de tarta de queso. La noche caía. Se había levantado una brisa impropia de julio, bienvenida. Son los tirantes. La habitación revuelta. La ilusión por un objeto nuevo. La fotografía de la abuela de niña a la que tanto se parece la nieta. El nombre de un pueblo de las Landas (siempre Francia en mí).
O al subir el puerto de Galapagar. Esos tres minutos deliciosos por el aroma de jara y las curvas y el paisaje que se va cerrando hasta quedar convertido en una recta con hilera de pinos piñoneros.
Ha sido los abrazos. Las risas. La ternura. La distancia de los que están creciendo. Esa mirada verde oscura tan llena de picardía.
O tomar la calle Fernando el Católico en la que viví una extraña aventura que algún día contaré. Desde hace un tiempo, camino de la autopista de La Coruña, me gusta tomar por esta calle.
Ha sido el piano. Ir a buscarla a la piscina. Su cansancio al llegar la noche. Su gusto por las series de detectives. Su cursiosidad. Su ir, a largos trancos, convirtiéndose en mujer. La belleza de las personas sin sentimiento de culpa (aunque en las que lo tienen también anida la belleza).
Ahora se está nublando. Callan los pájaros. La arena de los niños está recién rastrillada.
Ha sido una noche en la terraza de casa. Ella leía En Llamas, la segunda entrega de los Juegos del Hambre, y yo El Nombre del Viento. Levanté la vista de mi lectura. La miré a ella, tan concentrada, todo era quietud y supe que ésa era una de las mil caras de la felicidad.
Hija y padre. Violeta y Fernando en el tiempo del estío.
Ha sido viendo la última de Harry Potter.
Ahora es agosto. Tardaré un tiempo en verla de nuevo. Pero Julio permanecerá en las paredes de esta nuestra casa. Nuestra hermosa casa. Donde desierto y oasis conviven.
También cuando las respuestas son las oportunas a las preguntas (a la intención de la pregunta). La respuesta no tiene por qué ser la afirmación o negación de la pregunta; o la explicación de la duda; la respuesta puede ser el camino hacia la verdadera pregunta. Es cierto: la verdad es poliédrica.
Ha sido tomando cucharadas de un helado de tarta de queso. La noche caía. Se había levantado una brisa impropia de julio, bienvenida. Son los tirantes. La habitación revuelta. La ilusión por un objeto nuevo. La fotografía de la abuela de niña a la que tanto se parece la nieta. El nombre de un pueblo de las Landas (siempre Francia en mí).
O al subir el puerto de Galapagar. Esos tres minutos deliciosos por el aroma de jara y las curvas y el paisaje que se va cerrando hasta quedar convertido en una recta con hilera de pinos piñoneros.
Ha sido los abrazos. Las risas. La ternura. La distancia de los que están creciendo. Esa mirada verde oscura tan llena de picardía.
O tomar la calle Fernando el Católico en la que viví una extraña aventura que algún día contaré. Desde hace un tiempo, camino de la autopista de La Coruña, me gusta tomar por esta calle.
Ha sido el piano. Ir a buscarla a la piscina. Su cansancio al llegar la noche. Su gusto por las series de detectives. Su cursiosidad. Su ir, a largos trancos, convirtiéndose en mujer. La belleza de las personas sin sentimiento de culpa (aunque en las que lo tienen también anida la belleza).
Ahora se está nublando. Callan los pájaros. La arena de los niños está recién rastrillada.
Ha sido una noche en la terraza de casa. Ella leía En Llamas, la segunda entrega de los Juegos del Hambre, y yo El Nombre del Viento. Levanté la vista de mi lectura. La miré a ella, tan concentrada, todo era quietud y supe que ésa era una de las mil caras de la felicidad.
Hija y padre. Violeta y Fernando en el tiempo del estío.
Ha sido viendo la última de Harry Potter.
Ahora es agosto. Tardaré un tiempo en verla de nuevo. Pero Julio permanecerá en las paredes de esta nuestra casa. Nuestra hermosa casa. Donde desierto y oasis conviven.
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Diario
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/11/2011 a las 09:07 | {0}