Ayer por la noche llovía. Serían las nueve y media. Bajé con Nilo, mi perro, al que no le gusta nada el agua, a darle un paseo. Atravesamos rápido el patio que nos separa de la puerta de salida (para que Nilo aprenda a que no se puede hacer pis dentro del recinto) y al abrir la puerta exterior entró un perro. Tras él había una pareja de unos treinta años que se quedaron mirando a Nilo, a mí y al perro que acababa de entrar. Les pregunté si el perro era suyo y me dijo ella -con ligero acento rumano- que no, debía de haberse perdido. Los cuatro (Nilo incluido) nos quedamos mirando al perro que husmeaba en el arenero que hay en el centro del patio para que los niños jueguen. Llovía. Tras un momento de indecisión ella dijo, Bueno, voy a cogerle y ya vemos. Su pareja le contestó, Ten cuidado, no te vaya a morder. Y ella con una seguridad y una amabilidad a partes iguales, encaminándose hacia el perro, le contestó, ¿Cómo me va a morder a mí un perro? Llegó hasta él, se puso en cuclillas y el perro, mansamente, se dejó coger por ella.
Yo me fui con Nilo a dar el paseo. Al abrir la puerta exterior de mi casa, me encontré de nuevo a la pareja. Les pregunté si habían encontrado al dueño. Ella me dijo que no, que vivían en el edificio contiguo al mío y que a la mañana siguiente llevarían al perro a un veterinario para ver si tenía chip. Yo les dije: ¡Que buena gente sois! Ellos negaron, ¡No, no, qué va, cualquiera lo haría! Al subir la escalera de mi casa me resultó extraño que fuera la primera vez que veía a esa pareja tan encantadora.
Esta mañana he sacado a Nilo, temprano. Al doblar la esquina me he encontrado con la pareja y les he preguntado si habían encontrado al dueño y me han constestado, Justamente ahora venimos de llevarle el perro. Nos hemos sonreído creo que por lo mismo y yo me he ido con la sensación de si realmente esa pareja existe, si existió el perro de ayer, si los volveré a ver porque ellos, desde el principio, me parecieron la esencia de una vieja aspiración mía: una gente que hace el bien de forma natural, sin valorarlo como virtud sino como la más elemental de las formas de vivir. Y esa forma de vivir me recordó a mi tata Julia, mi querida y siempre recordada tata Julia.
Yo me fui con Nilo a dar el paseo. Al abrir la puerta exterior de mi casa, me encontré de nuevo a la pareja. Les pregunté si habían encontrado al dueño. Ella me dijo que no, que vivían en el edificio contiguo al mío y que a la mañana siguiente llevarían al perro a un veterinario para ver si tenía chip. Yo les dije: ¡Que buena gente sois! Ellos negaron, ¡No, no, qué va, cualquiera lo haría! Al subir la escalera de mi casa me resultó extraño que fuera la primera vez que veía a esa pareja tan encantadora.
Esta mañana he sacado a Nilo, temprano. Al doblar la esquina me he encontrado con la pareja y les he preguntado si habían encontrado al dueño y me han constestado, Justamente ahora venimos de llevarle el perro. Nos hemos sonreído creo que por lo mismo y yo me he ido con la sensación de si realmente esa pareja existe, si existió el perro de ayer, si los volveré a ver porque ellos, desde el principio, me parecieron la esencia de una vieja aspiración mía: una gente que hace el bien de forma natural, sin valorarlo como virtud sino como la más elemental de las formas de vivir. Y esa forma de vivir me recordó a mi tata Julia, mi querida y siempre recordada tata Julia.
01 Lluvia en Galapagar (3.62 Mb)
He llegado hasta esta noche. Me crujen las articulaciones. Apenas he dicho unas cuantas palabras a lo largo del día. He dormido por la tarde, yo que detesto las siestas. Aunque no ha sido una siesta. Ha sido querer dormir. Se me ha secado la garganta. Creo haber estado un buen rato dormido bocarriba. Los sueños han sido inquietos. Al despertar -eran las seis y media- he bebido un zumo muy fresco que me ha devuelto la sensación de estar vivo. No he bebido un café. He intentado volver a lo cotidiano. ¿Qué es lo cotidiano? Me he preguntado ante la pantalla del ordenador. Y he sentido. Antes he jugado al ajedrez. Antes he intentado continuar el trabajo. He grabado la lluvia que escuchas. La lluvia que escuchas.
Yo no sé si cuando Epicteto fue desterrado de su patria sonrío pero al menos sí escribió que aunque le desterraran no podrían impedir que una sonrisa acudiera a su boca.
Este principio de que la voluntad de encarar las cosas con ánimo favorable es patrimonio del ser humano a quien le ocurre, se resume en el saber popular con un a mal tiempo buena cara.
He de reconocer que me cuesta sonreír ante la adversidad, ante los contratiempos. He de reconocer que desde que me desvalijaron la casa siento un abatimiento y una tristeza que no cesan. Y más aún cuando he de entender que todos estos asuntos no son más que pruebas que algo llamado Alma le pone a este ser humano que se llama Fernando y que aunque lo sienta muy mío, no es yo.
Yo no soy nada. Y no lo entiendo. Quiero decir que lo entiendo pero no lo entiendo. Tengo la suerte de llevar muchos años sabiendo que todo lo que se puede decir es posible. Y aunque sé que se puede afirmar que el ser humano Fernando no existe en absoluto y aunque acepto que ésa es una verdad de Perogrullo, el ser humano Fernando que ahora está tecleando estas ideas acumula desde que le robaron, desde que le asaltaron su casa, desde que entraron en la habitación de su hija, desde que se llevaron sus tres pertenencias miserables, un dolor, un abatimiento y una tensión en el ojo derecho que no logra de ninguna de las maneras convertir en sonrisa.
Y quisiera sonreír, ¡vive el cielo que quisiera!
Y quisiera agradecer a los ladrones la bendición de la putada que me han hecho (no, no me la han hecho, yo detono la posibilidad de que me hagan semejante bendición) para poder seguir aprendiendo no sé qué, y no lo puedo saber porque mi estado de conciencia es mínimo; estoy en la escala del uno al siete, en un estado uno aunque para mí que estoy en una escala inferior a uno. Soy incapaz de no sentir un turbio malestar que me lleva a estrellar unas cuantas tazas contra el suelo de la cocina, a romper un cuchillo, a gritar hasta casi romperme la garganta y a quedarme dormido y a despertarme e ir a Madrid y romper mi ley de silencio y expresar unas cuantas gilipolleces en un lugar donde debería estar callado, donde quiero estar callado y aprender, quiero aprender, quiero aprender.
Este ser cínico que ahora escribe es el ego de un ser humano llamado Fernando; este ser humano no es; si a este ser humano le arrancamos la máscara queda nada, pura tranquilidad, lago sin ondas, sin vida subacuática; este ser que siente la pérdida; este ser que no entiende el desapego; que desde hace cuatro días no gusta de su casa, ni de la ventana de la terraza; este ser que ahora está escribiendo estas cosas que no llevan a ningún sitio; cosas nada. No así Epicteto que supo sonreír ante la adversidad. La adversidad sonriente. Todo está bien. Estamos sanos. No fuimos agredidos. La salud. La integridad física. Pero si hubiera habido agresión física también debería bendecirla y además sería responsabilidad de mi Alma, no de los ladrones, que me quiere enseñar, que me quiere llevar a ese lugar donde cualquier suceso de la vida no tiene la más mínima importancia, no conlleva juicio de valor alguno, porque no sé.
Y esa sí que es una verdad que acepto con una sonrisa: no sé nada. No entiendo nada. No sé por qué me entristece no ver el ordenador con toda mi obra dentro de él encima de la vieja mesa de madera o la cámara con la que grabé momentos muy felices o la televisión que me entretenía las noches solitarias o los teléfonos a los que iba cogiendo el tranquillo; no sé por qué me enfurece que todo eso esté en manos de unas personas a las que en absoluto conozco. Personas que, como yo, tampoco existen y cuya responsabilidad en el robo no les concierne sino que le concierne a sus Almas que con semejantes actos les quieren hacer aprender algo.
Así la rueda del mundo que yo no entiendo, de la que nada sé, a la que, estoy casi seguro, nunca llegaré porque en el fondo de mi ser humano Fernando tengo para mí... no, no tengo nada para mí. No soy. No sé cómo no soy pero no soy.
Seguiré trabajando.
Este principio de que la voluntad de encarar las cosas con ánimo favorable es patrimonio del ser humano a quien le ocurre, se resume en el saber popular con un a mal tiempo buena cara.
He de reconocer que me cuesta sonreír ante la adversidad, ante los contratiempos. He de reconocer que desde que me desvalijaron la casa siento un abatimiento y una tristeza que no cesan. Y más aún cuando he de entender que todos estos asuntos no son más que pruebas que algo llamado Alma le pone a este ser humano que se llama Fernando y que aunque lo sienta muy mío, no es yo.
Yo no soy nada. Y no lo entiendo. Quiero decir que lo entiendo pero no lo entiendo. Tengo la suerte de llevar muchos años sabiendo que todo lo que se puede decir es posible. Y aunque sé que se puede afirmar que el ser humano Fernando no existe en absoluto y aunque acepto que ésa es una verdad de Perogrullo, el ser humano Fernando que ahora está tecleando estas ideas acumula desde que le robaron, desde que le asaltaron su casa, desde que entraron en la habitación de su hija, desde que se llevaron sus tres pertenencias miserables, un dolor, un abatimiento y una tensión en el ojo derecho que no logra de ninguna de las maneras convertir en sonrisa.
Y quisiera sonreír, ¡vive el cielo que quisiera!
Y quisiera agradecer a los ladrones la bendición de la putada que me han hecho (no, no me la han hecho, yo detono la posibilidad de que me hagan semejante bendición) para poder seguir aprendiendo no sé qué, y no lo puedo saber porque mi estado de conciencia es mínimo; estoy en la escala del uno al siete, en un estado uno aunque para mí que estoy en una escala inferior a uno. Soy incapaz de no sentir un turbio malestar que me lleva a estrellar unas cuantas tazas contra el suelo de la cocina, a romper un cuchillo, a gritar hasta casi romperme la garganta y a quedarme dormido y a despertarme e ir a Madrid y romper mi ley de silencio y expresar unas cuantas gilipolleces en un lugar donde debería estar callado, donde quiero estar callado y aprender, quiero aprender, quiero aprender.
Este ser cínico que ahora escribe es el ego de un ser humano llamado Fernando; este ser humano no es; si a este ser humano le arrancamos la máscara queda nada, pura tranquilidad, lago sin ondas, sin vida subacuática; este ser que siente la pérdida; este ser que no entiende el desapego; que desde hace cuatro días no gusta de su casa, ni de la ventana de la terraza; este ser que ahora está escribiendo estas cosas que no llevan a ningún sitio; cosas nada. No así Epicteto que supo sonreír ante la adversidad. La adversidad sonriente. Todo está bien. Estamos sanos. No fuimos agredidos. La salud. La integridad física. Pero si hubiera habido agresión física también debería bendecirla y además sería responsabilidad de mi Alma, no de los ladrones, que me quiere enseñar, que me quiere llevar a ese lugar donde cualquier suceso de la vida no tiene la más mínima importancia, no conlleva juicio de valor alguno, porque no sé.
Y esa sí que es una verdad que acepto con una sonrisa: no sé nada. No entiendo nada. No sé por qué me entristece no ver el ordenador con toda mi obra dentro de él encima de la vieja mesa de madera o la cámara con la que grabé momentos muy felices o la televisión que me entretenía las noches solitarias o los teléfonos a los que iba cogiendo el tranquillo; no sé por qué me enfurece que todo eso esté en manos de unas personas a las que en absoluto conozco. Personas que, como yo, tampoco existen y cuya responsabilidad en el robo no les concierne sino que le concierne a sus Almas que con semejantes actos les quieren hacer aprender algo.
Así la rueda del mundo que yo no entiendo, de la que nada sé, a la que, estoy casi seguro, nunca llegaré porque en el fondo de mi ser humano Fernando tengo para mí... no, no tengo nada para mí. No soy. No sé cómo no soy pero no soy.
Seguiré trabajando.
Había escrito muchas cosas.
Las he borrado todas.
De repente todo desaparece.
O alguien se lo lleva todo.
Como el 23 de diciembre cuando unos ladrones entraron en mi casa mientras mi hija y yo dormíamos y se llevaron, entre otras muchas cosas, mi trabajo.
¿En manos de quién están mis poemas, mis cuentos, mis diarios, mis guiones, mis obras de teatro, mis lucubraciones? ¿Tendrán miedo? ¿Tendrán frío? ¿Se reirán de ellos? ¿Serán maltratados? ¿Serán eliminados?
Os echo de menos. Estáis en mi corazón.
Escribo estas líneas desde un pequeño ordenador que me ha prestado mi hija.
Realmente siento un vacío inmenso.
Las he borrado todas.
De repente todo desaparece.
O alguien se lo lleva todo.
Como el 23 de diciembre cuando unos ladrones entraron en mi casa mientras mi hija y yo dormíamos y se llevaron, entre otras muchas cosas, mi trabajo.
¿En manos de quién están mis poemas, mis cuentos, mis diarios, mis guiones, mis obras de teatro, mis lucubraciones? ¿Tendrán miedo? ¿Tendrán frío? ¿Se reirán de ellos? ¿Serán maltratados? ¿Serán eliminados?
Os echo de menos. Estáis en mi corazón.
Escribo estas líneas desde un pequeño ordenador que me ha prestado mi hija.
Realmente siento un vacío inmenso.
Silencio
He terminado de escribir un prólogo.
Me he duchado.
He ido a por tabaco, papelillos y filtros.
He cogido el coche. He bajado hasta Madrid.
He ido a la gestoría y he dejado unos extractos.
Me he encontrado con Marina.
Me ha hecho regalos por mi cumpleaños y me ha invitado a comer una carne deliciosa y a beber un vino de Somontano.
He vuelto a media tarde y estaba cansado.
He leído/visto un hermosísimo mensaje de Raúl.
He meditado.
Me he quedado medio dormido. He ensoñado.
He despertado cuando iban a dar las ocho.
He tomado una decisión y la he llevado a cabo.
He visto deporte.
He hecho la cena.
He visto un rato de Luna de Avellaneda y se me han saltado las lágrimas por tanta ruptura, por tanto dolor, por tanto encubrimiento, por tan poca comprensión. Cosas así me he dicho. Cosas que te pasaron y que te seguirán pasando.
Me he levantado. Me he sentado aquí y estoy escribiendo esta segunda parte de hoy.
Me he duchado.
He ido a por tabaco, papelillos y filtros.
He cogido el coche. He bajado hasta Madrid.
He ido a la gestoría y he dejado unos extractos.
Me he encontrado con Marina.
Me ha hecho regalos por mi cumpleaños y me ha invitado a comer una carne deliciosa y a beber un vino de Somontano.
He vuelto a media tarde y estaba cansado.
He leído/visto un hermosísimo mensaje de Raúl.
He meditado.
Me he quedado medio dormido. He ensoñado.
He despertado cuando iban a dar las ocho.
He tomado una decisión y la he llevado a cabo.
He visto deporte.
He hecho la cena.
He visto un rato de Luna de Avellaneda y se me han saltado las lágrimas por tanta ruptura, por tanto dolor, por tanto encubrimiento, por tan poca comprensión. Cosas así me he dicho. Cosas que te pasaron y que te seguirán pasando.
Me he levantado. Me he sentado aquí y estoy escribiendo esta segunda parte de hoy.
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Diario
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/09/2012 a las 18:11 | {0}