Entonces, ese día (ni el latido, ni aunque se lo hubieran puesto en bandeja y hubiera decidido escribir -como lo hizo Matute- cuando se van a servir los emparedados se colocan en una bandeja o plato con servilleta, dejaría que la verdad, la sensación de estar equivocado... como si un almotacén hubiera decidido su valor, Tanto valen sus ojos. Tanto valen sus ideas, Tanto valen sus razones y su impiedad pesa más que el guijarro que se deja pulir en el lecho del arroyo) hubo la solemnidad de la lluvia y todo lo que le rodeaba se quedó quieto como si el giro de la Tierra con la lentitud de la Tortuga Cósmica se hubiera ido frenando a lo largo de miles de años y hubiera llegado por fin el instante de la absoluta inmovilidad.
Ese día fue, desengañado.
Ese día iba a pasar la sangre una vez más aunque en algún meandro de alguna arteria (probablemente una cercana al cuello, una que uniera pulmón y cerebro) sintiera el desencanto tras el olor de la higuera (y podría recordar lo escrito, en esta ocasión por Navarro, Sus ojos no acusaban ni ira ni desencanto). Escarcha era el tacto y una gran humedad, una gran humedad en todo que marcaba el tempo de la vida como tras lo agudo lo marca el bajo en los cuartetos de jazz; escarcha y humedad y lo viscoso que asomaba como la cara en el culo del diablo que tanto atrae la natural fantasía de los hombres; viscosidad en la última flexión de una voz que había escuchado a unos quinientos metros justo donde -tituló una vez Torrente Ballester- da la vuelta el aire para no volver. Y allí, en ese extremo de su ser, se sintió desencarnado y le vino al recuerdo la voz de su padre esgrimiendo como argumento la catadura moral de un sinvergüenza y sonaron en los recuerdos sonoros de su existencia un entrechocar de vasos en la barra de un bar y la risa alegre de un señor que acababa de hacer un chiste afortunado y apreció en su cuello un mordisco de una mujer apasionada que le dejó una marca como si él fuera, por fin, res de su ganadería.
Entonces, ese día aporreó las teclas de un piano y dejó que la risa se fuera al pairo y arguyó excelentes razones para sus lágrimas y se desquitó de tantos años de vergüenza y vomitó unos cuantos alardes y descansó a hora intempestiva sin saber que todo aquello, todo aquel desenfreno tenía su base en un cabás y en un cabello porque ni ese día fue capaz de someterse, rendirse para siempre, acuñar algún principio que fuera deseable y quedar así dormido como hacen los niños cuando aprenden lo que debían del cuento repetido. El exaltamiento tuvo algo de vergonzoso (quizá porque todo exaltamiento lo es e iba a someter a crítica la sociedad en la que vivía cuando un freno le impuso el silencio suave, ése que se lleva a cabo para no arriesgarse) porque consistió en atreverse al entorno y dejar que las garras, los retorcimientos, los insultos, las miradas cruzadas, la bondad a raudales, la saña, la esperanza, la llaga, la llama, la vanidad, la ironía, la gracia, la espuma, el sortilegio, la comida, la esponja, la llave, el cuaderno, la pared, el libro, la letra, la lámpara, la mano, la angina, el compás, la astucia, la medicina, la ortopedia, las capas pluviales, la atmósfera, la siega, el oleaje, el firmamento, el estado de la luna, el giro de la libélula, la mostaza, la batería, la ausencia, el colchón, la idiosincrasia, el fascismo, la alternativa, el tragaluz, la aspirina, el arce, la gana, la rabia, la madre, la muerte, el alma, la ensoñación, la agrimensura, el escolar, la bata, el altillo, la mojama, la almadraba, el aceite, el colon, la menstruación, el toro, el muérdago, la escolástica, el simposio, el ensayo, la filosofía, la máquina, el telar, el vapor, las albondiguillas, enero, la hora y el autobús se hicieran cargo de él para lo que tuvieran a bien disponer.
Entonces, ese día tuvo miedo por si alguna vez...
Entonces, ese día entorpeció los abusos y se volvió austero.
Entonces, ese día, al anochecer, se rindió por penúltima vez y pensó al socaire de su mente cosas deshilvadas como De tono elevado o formal o Mueve los fuelles del órgano o Bordado que llevan en las mangas como distintivo los militares o algunos altos funcionarios o Hacer torpe o Medio ambiente o Deslumbramiento o Acción que implica exceso o Desmadejada o Bastante líquidas o Sobre la cola de la válvula o El padre murió en la cárcel o Cometer un error o Que hace bien o Roma no paga traidores o En buena armonía o A costa de emplear sus privilegios y dineros o Raro o Con elegancia u Honrada o Aunque o Introduce una pregunta acerca de las consecuencias o Tiene buen humor o Algo de juego o Ramírez o Aletargamiento... esas cosas pensaba al socaire de su mente.
Entonces, ese día, comprendió que aleteaba y que al acto de hacer no podía añadirle juicio alguno.
Ese día fue, desengañado.
Ese día iba a pasar la sangre una vez más aunque en algún meandro de alguna arteria (probablemente una cercana al cuello, una que uniera pulmón y cerebro) sintiera el desencanto tras el olor de la higuera (y podría recordar lo escrito, en esta ocasión por Navarro, Sus ojos no acusaban ni ira ni desencanto). Escarcha era el tacto y una gran humedad, una gran humedad en todo que marcaba el tempo de la vida como tras lo agudo lo marca el bajo en los cuartetos de jazz; escarcha y humedad y lo viscoso que asomaba como la cara en el culo del diablo que tanto atrae la natural fantasía de los hombres; viscosidad en la última flexión de una voz que había escuchado a unos quinientos metros justo donde -tituló una vez Torrente Ballester- da la vuelta el aire para no volver. Y allí, en ese extremo de su ser, se sintió desencarnado y le vino al recuerdo la voz de su padre esgrimiendo como argumento la catadura moral de un sinvergüenza y sonaron en los recuerdos sonoros de su existencia un entrechocar de vasos en la barra de un bar y la risa alegre de un señor que acababa de hacer un chiste afortunado y apreció en su cuello un mordisco de una mujer apasionada que le dejó una marca como si él fuera, por fin, res de su ganadería.
Entonces, ese día aporreó las teclas de un piano y dejó que la risa se fuera al pairo y arguyó excelentes razones para sus lágrimas y se desquitó de tantos años de vergüenza y vomitó unos cuantos alardes y descansó a hora intempestiva sin saber que todo aquello, todo aquel desenfreno tenía su base en un cabás y en un cabello porque ni ese día fue capaz de someterse, rendirse para siempre, acuñar algún principio que fuera deseable y quedar así dormido como hacen los niños cuando aprenden lo que debían del cuento repetido. El exaltamiento tuvo algo de vergonzoso (quizá porque todo exaltamiento lo es e iba a someter a crítica la sociedad en la que vivía cuando un freno le impuso el silencio suave, ése que se lleva a cabo para no arriesgarse) porque consistió en atreverse al entorno y dejar que las garras, los retorcimientos, los insultos, las miradas cruzadas, la bondad a raudales, la saña, la esperanza, la llaga, la llama, la vanidad, la ironía, la gracia, la espuma, el sortilegio, la comida, la esponja, la llave, el cuaderno, la pared, el libro, la letra, la lámpara, la mano, la angina, el compás, la astucia, la medicina, la ortopedia, las capas pluviales, la atmósfera, la siega, el oleaje, el firmamento, el estado de la luna, el giro de la libélula, la mostaza, la batería, la ausencia, el colchón, la idiosincrasia, el fascismo, la alternativa, el tragaluz, la aspirina, el arce, la gana, la rabia, la madre, la muerte, el alma, la ensoñación, la agrimensura, el escolar, la bata, el altillo, la mojama, la almadraba, el aceite, el colon, la menstruación, el toro, el muérdago, la escolástica, el simposio, el ensayo, la filosofía, la máquina, el telar, el vapor, las albondiguillas, enero, la hora y el autobús se hicieran cargo de él para lo que tuvieran a bien disponer.
Entonces, ese día tuvo miedo por si alguna vez...
Entonces, ese día entorpeció los abusos y se volvió austero.
Entonces, ese día, al anochecer, se rindió por penúltima vez y pensó al socaire de su mente cosas deshilvadas como De tono elevado o formal o Mueve los fuelles del órgano o Bordado que llevan en las mangas como distintivo los militares o algunos altos funcionarios o Hacer torpe o Medio ambiente o Deslumbramiento o Acción que implica exceso o Desmadejada o Bastante líquidas o Sobre la cola de la válvula o El padre murió en la cárcel o Cometer un error o Que hace bien o Roma no paga traidores o En buena armonía o A costa de emplear sus privilegios y dineros o Raro o Con elegancia u Honrada o Aunque o Introduce una pregunta acerca de las consecuencias o Tiene buen humor o Algo de juego o Ramírez o Aletargamiento... esas cosas pensaba al socaire de su mente.
Entonces, ese día, comprendió que aleteaba y que al acto de hacer no podía añadirle juicio alguno.
La constelación en la pluma que puede traerme (también podría llegar hasta la selenite... la pluma) o también hacerme recordar las palabras de Antonio Cañizares, un señor que viste de mujer por no sé qué cuestión de ser un puto cura, y darme la gana de encontrármelo en la calle y cagarme en la puta madre que lo parió y esa pluma estilográfica y nacarada puede adueñarse de mí y desearle a ese deslenguado hijo de cabrón (hijo del Diablo por lo tanto) que necesite acogerse un día en sagrado y le cierren las puertas en la mierda de boca que tiene; la constelación de la pluma es infinita, es un lugar lleno de árboles o el oficio de los roperos y también la constelación de la pluma estilográfica puede llegar hasta un sonido bronco o convertirse en la base mayor de las piedras preciosas y mientras divago sobre lo astuta y sagaz que puede llegar a ser la pluma estilográfica se me viene a la mente de nuevo la cara de mujer vieja y amargada que tiene el puto obispo Antonio Cañizares y me aterra cómo a gente tan mezquina, tan necia, tan cretina se les da pábulo un día y otro día en los medios voceros de cualquier tipo de poder... también la pluma estilográfica alcanza en ocasiones el tamaño de un pabellón y evoca en su tinta azul (en otras ocasiones es verde y en otras negra) el padecimiento de los desheredados, los que ahora mismo están en una barcaza al pairo en mitad de dos continentes o caminando por el centro de Europa siguiendo las vías de un tren que no les va a llevar a ninguna parte o cruzando el Río Grande con las espaldas mojadas o los que ven cómo sus hijos lloran y lloran y lloran y enferman y se ahogan mientras el obispo de Valencia el cabrón/diablo de Antonio Cañizares tras haber desayunado en tacita de plata avisa contra ellos no vaya a ser que muerdan la mano que les dio de comer (si es que alguna mano les da de comer). Ah, sí en su constelación ha cabido esta noche la tortera que se pone en la punta del huso y ayuda a torcer la hebra y también ha aparecido, grácil, la torrija empapada en vino u otro licor, rebozada con huevos batidos y frita en aceite o manteca y en su constelación, providencial y con algo de urgencia, ha querido escribirse la torpeza y una hierba indiana hortense semejante en las hojas a la athanasia que produce unas flores bellísimas de color anaranjado, llamadas claveles de la India y también como al tanteo, susurrando en el papel la punta del plumín ha surgido Tamorlán que fue Emperador celebérrimo de los Tártaros aunque según los historiadores era hijo de pastor, llamado Timur y por ser cojo le añadieron la voz lene y de ahí Timurlene y corrompida la voz llegó a nuestra idoma en la forma Tamorlán y así en la constelación de la pluma estilográfica reposa la pastorcilla, la mazorca donde se cría la semilla del panizo y el mijo, el compás de proporción llamado pantometra, la purga de un exceso, las palabras acristianas, amorales, indecentes del malnacido cardenal y obispo de Valencia Antonio Cañizares, la pupa en el rostro de la niña por el vaivén de las olas contra el cayuco, y el grito unánime de que me cago en las patrias, las fronteras y las identidades nacionales, me cago en todas y cada una de ellas, empezando por la española y acabando en la de las Antillas Holandesas, ahhh y sin embargo también riela en su constelación la boca que se desea, la luz una vez más (¿cuántas le quedarán?) del otoño, el penetrador de mentes, el estandarte pequeño... simples, inmensas constelaciones.
Vivir es volver a ver
Azorín (Las nubes)
No se cansarán mis ojos de describir con descuido -como siempre lo hice todo- la caída de las hojas en el bosque que transito este otoño. Ni dejaré de contarte a ti -mon semblable, mon frère- el gesto extraño de abrazarme a un roble y dejarme ser durante un tiempo uno con él. Digo roble con descuido -como siempre lo dije todo- porque bien podría ser una encina o un quejigo. Pero también digo que me importa poco su nombre común y sin embargo no quisiera que se confudiera su ser árbol con cualquier otra materia del universo. No quisiera que nadie equivocara su esencia de madera y desearía que muchos vieran tan de cerca su corteza como la vi yo ayer y olieran su capa de líquen como la olí yo ayer y escucharan sus minúsculos crujidos -en su interior como si hubiera sido capaz de escuchar la savia corriendo entre sus fibras leñosas- como ayer fui capaz o ensoñé yo escuchar. Azorín (Las nubes)
No se interrumpirá mi deseo de amar aunque sea con descuido como tanta veces hice y buscaré, ciegamente, el soplo milagroso de unos labios que se acercan y sonreiré cuando como esta mañana un hombre loco se muestre cuerdo con mi perro y me sonría por vez primera en cinco años.
Es cierto que las nubes son dibujo de la fugacidad de la vida y no lo es menos que la vida es fugaz cuando ha pasado. Cuando inicio el camino respiro con torpeza -siempre respiré al principio con torpeza- pero luego pienso en la sílaba que es el Universo y comienzo a concentrarme en el efecto que el aire hace cuando entra y cuando sale cuando entra y cuando sale cuando entra y cuando sale cuando entra y cuando sale cuando entra y cuando sale en la punta de mi nariz.
Soy dichoso al menos una vez al día; es una dicha sin medida y por eso es dicha.
Soy desdichado al menos una vez al día y esa desdicha se contiene en medidas precisas y por eso es desdicha.
No, no se cansarán mis piernas, ni tampoco mi piel; este transitar por experiencias es todo lo que tenemos y ninguna de ellas es vana. No hay pregunta que hacerse ni respuesta definitiva; a veces un objeto se aleja sin motivo y en ocasiones anticipamos lo que no ha sido. La verdad así sólo es el camino, tu camino -mon semblable, mon frère- y es hermoso cuando la verdad se detiene y te anima a que te abraces al árbol, tan aparentemente quieto, tan sin sendero.
No quisiera hurtarte algo que vi ayer: sobre el lago un arcoiris surgió entre nubes.
Y quisiera recordarte un detalle, al descuido, de Epicuro: el placer es la ausencia de dolor.
Cómo punza el corazón (porque es en el corazón)
La luz brillaba, extraña y suave, y los dedos parecían moverse gráciles como si todo un manantial callado se hubiera puesto a gritar
Porque no sé la palabra amor, no me atrevo a pronunciarla
Porque he caído, yo, que nací en las grandes ciudades de occidente, en la más absoluta de las necedades no encuentro asidero con que definir este sentimiento que lacera mi respiración, que entrecorta mis ganas, que gime en una cama ancha, solo, y expulsa el aire en los caminos de la tarde como el tísico expulsa las flemas en un sanatorio -antiguo- en las montañas
En la sonrisa que se dibuja
En el arte de la contemplación
En la evocación de un día de invierno en un lugar con lago donde el frío era tan tenaz que fuimos obligados a guarecernos en el interior suyo
En la calidad del beso
En la oscuridad que a veces todo lo ilumina
¡Oh -me digo- detente! Vuelve a la muerte o acaricia tu mano izquierda con el ritmo sincopado de una página de Debussy
Y también me digo, Deja que tu ignorancia te guíe. La lucha sólo es para los que están dispuestos a quedarse ciegos. No hay lucha en el amar (sea lo que sea la acción de ese verbo) ¡Baila una danza irlandesa! ¡Adquiere el gesto de los hombres dignos! ¡Acaba de una maldita vez con la esperanza! Y al mismo tiempo: sueña la dignidad del ganso; recoge los prmeras hojas, las menos ocres; vuela hasta agotarte porque no volverá
El horizonte se halla demasiado cerca
El aeroplano volaba demasiado bajo
Tan sólo ha sido una equivocación muy de mañana
¡Bendita equivocación!, te dices, que despertó el manantial callado e hizo gráciles las ideas en las manos
Cuánta punzada, te dices
Cuánto espejismo de repente
Y ahora -corazón punzado- vuelve a ayer porque nada ha pasado, nada pasará ya nunca
¿Nada pasará ya nunca?
Así si una mañana de otoño, una mañana de otoño, mañana...
La luz brillaba, extraña y suave, y los dedos parecían moverse gráciles como si todo un manantial callado se hubiera puesto a gritar
Porque no sé la palabra amor, no me atrevo a pronunciarla
Porque he caído, yo, que nací en las grandes ciudades de occidente, en la más absoluta de las necedades no encuentro asidero con que definir este sentimiento que lacera mi respiración, que entrecorta mis ganas, que gime en una cama ancha, solo, y expulsa el aire en los caminos de la tarde como el tísico expulsa las flemas en un sanatorio -antiguo- en las montañas
En la sonrisa que se dibuja
En el arte de la contemplación
En la evocación de un día de invierno en un lugar con lago donde el frío era tan tenaz que fuimos obligados a guarecernos en el interior suyo
En la calidad del beso
En la oscuridad que a veces todo lo ilumina
¡Oh -me digo- detente! Vuelve a la muerte o acaricia tu mano izquierda con el ritmo sincopado de una página de Debussy
Y también me digo, Deja que tu ignorancia te guíe. La lucha sólo es para los que están dispuestos a quedarse ciegos. No hay lucha en el amar (sea lo que sea la acción de ese verbo) ¡Baila una danza irlandesa! ¡Adquiere el gesto de los hombres dignos! ¡Acaba de una maldita vez con la esperanza! Y al mismo tiempo: sueña la dignidad del ganso; recoge los prmeras hojas, las menos ocres; vuela hasta agotarte porque no volverá
El horizonte se halla demasiado cerca
El aeroplano volaba demasiado bajo
Tan sólo ha sido una equivocación muy de mañana
¡Bendita equivocación!, te dices, que despertó el manantial callado e hizo gráciles las ideas en las manos
Cuánta punzada, te dices
Cuánto espejismo de repente
Y ahora -corazón punzado- vuelve a ayer porque nada ha pasado, nada pasará ya nunca
¿Nada pasará ya nunca?
Así si una mañana de otoño, una mañana de otoño, mañana...
Narrativa
Tags : Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/10/2015 a las 12:17 | {0}
La escalera de Betel en la Abadía de Bath
Si pudiera ofrecerme, me ofrecería
para satisfacer mis instintos sin culpa
Hay en lo alto de la escalera de Betel un ángel traidor
(y yo lo sé quizá porque yo sea ese ángel que aún no ha caído)
que cuando llegan los que vienen del Mundo Inferior
los aletea hasta sacarles los ojos de tal forma que los desorienta y algunos se pierden para siempre entre los brazos de un amor
Hay en el vestigio de una mirada fija y perversa
la llama devoradora del infierno y la sodomía que tiene la virtud -la llama- de encender la risa en los labios de un mancebo y la lubricidad en el culo de una novicia
Y en el Paraíso siguen yaciendo desnudos Adán y Eva, ahítos de manzanas y bajo la sombra del árbol de la ciencia; es falso que Dios los expulsara, fueron ellos los que expulsaron a Dios y ahora vaga desnudo, sin fuerza, en una oscuridad vergonzosa, Él que decía ser todo Luz -aseguraban sus exégetas-; comentan los que saben de la existencia de la eternidad que la Serpiente muda su piel cada mañana tras beber la hombría de Adán y la sangre hendida de Eva y aseguran que su reptar se hunde en la más tierna de las filosofías aquélla que asegura que la felicidad es deslizarse sin esfuerzo por la tierra
Hubo una mujer moribunda que me llamó Diablo justo antes de expirar
y el día en que visité a mi padre y le dije al oído, Muere, murió
Hubo un día en que me miré devaneando en el espejo y me infundí terror
al ver las garras del Averno en mis pestañas y un iris en todo vacío
Luego supe que el terror es la cara oculta de la risa
y que más vale saberse Demonio que creerse Virgen
En el camino las moscas me rodean
Las cabras con sus ojos verticales se han detenido ante mí y han genuflexado sus patas delanteras
Yo las he bendecido y he bebido de la ubre de la más vieja de entre ellas y esa leche dura me ha hecho fuerte
Ahora estoy preparado para la ofrenda
porque he conseguido encerrar al niño que todos llevamos dentro en el centro de la plaza pública
y así, a la luz, se ha derretido entre gemidos mientras un ciego, bajo unos soportales, destrozaba con un bandoneón una canción de ultramar
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/10/2015 a las 22:06 | {0}