A veces me importa. A veces me digo, ¡oh, Olmo! Y me importa. Luego suele ocurrir por el camino que esa ansiedad se diluye en una seta que ayer no vi o el removimiento de la tierra que los jabalíes hacen en esta época del año me sugiere una nueva forma de entender el mundo al que ya no llegaré; luego supongo que la soledad con la que juego a ser fuerte se convierte en mujer y me abraza hasta quedarme dormido, sujeto a sus caricias y con un ligero sonido de sus bronquios porque la soledad fuma.
A veces siento impotencia de mí mismo, siento la gravedad de mis actos y más aún la gravedad de mis no actos y cuando repaso lo escrito y veo tanto posesivo me sonrío y me dejo llevar por una ingenuidad pequeña como si de alguna forma hubiera tenido una regresión y no supiera, como cuando niños, que el que está en el espejo es uno mismo y entonces ocurre que si vuelvo a exclamarme, ¡Oh, Olmo! no me veo nombre propio sino árbol deshojado, con poca historia que contar, ya en los umbrales del invierno y soñando que quizá allá por marzo un renuevo verdee una rama y pueda entonces volver.
A veces siento este derroche de tiempo un derroche. A veces también que soy tan vengativo que he negado al mundo mi presencia y me he regalado a mí y solamente yo sé, solo yo...
No llegaré, ya lo sé y también que echo de menos una tarde, una tarde precisa, una tarde con mesa verde, máquina de escribir, un cigarrillo que le había robado a mi madre y uno de los primeros cafés que me tomaba. A mi alrededor se pobló el mundo de posibilidades y elegí una y entonces supe, como sé hoy treinta y nueve años después, que un solo camino, uno solo, es infinito.
No llegaré y a veces me inquieta.
No llegaré y a veces ese sólo pensamiento me delata.
Olmo también piensa en su contrario. Olmo piensa: Ya has llegado.
A veces siento impotencia de mí mismo, siento la gravedad de mis actos y más aún la gravedad de mis no actos y cuando repaso lo escrito y veo tanto posesivo me sonrío y me dejo llevar por una ingenuidad pequeña como si de alguna forma hubiera tenido una regresión y no supiera, como cuando niños, que el que está en el espejo es uno mismo y entonces ocurre que si vuelvo a exclamarme, ¡Oh, Olmo! no me veo nombre propio sino árbol deshojado, con poca historia que contar, ya en los umbrales del invierno y soñando que quizá allá por marzo un renuevo verdee una rama y pueda entonces volver.
A veces siento este derroche de tiempo un derroche. A veces también que soy tan vengativo que he negado al mundo mi presencia y me he regalado a mí y solamente yo sé, solo yo...
No llegaré, ya lo sé y también que echo de menos una tarde, una tarde precisa, una tarde con mesa verde, máquina de escribir, un cigarrillo que le había robado a mi madre y uno de los primeros cafés que me tomaba. A mi alrededor se pobló el mundo de posibilidades y elegí una y entonces supe, como sé hoy treinta y nueve años después, que un solo camino, uno solo, es infinito.
No llegaré y a veces me inquieta.
No llegaré y a veces ese sólo pensamiento me delata.
Olmo también piensa en su contrario. Olmo piensa: Ya has llegado.
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/10/2015 a las 21:38 |