A Caroline
Hablo con madame L. del vacío fértil y luego yo mismo me asombro. Ella sugiere si esa idea me viene de mis meditaciones y a mí me gustaría decirle que sí, que de ahí viene, de esos instantes en los que la mente quedó libre para que hiciera lo que le viniera en gana; me hubiera gustado sentir que era así. No voy a afirmarlo. No puedo afirmarlo. El oximoron me viene de un viejo amigo el cual aludía con frecuencia a él cuando su imaginación y sus ganas se habían detenido y se dedicaba a un dolce far niente. Quizá nada y vacío no sean la misma cosa. Y aunque sea sincero no digo la verdad porque la verdad es tan sólo lo que más nos conviene (o satisface) de un hecho. Por eso tampoco diré que es verdad si esa expresión viene dada por la vacuidad de mi propia vida y por esta soledad tan testaruda que según dicen no hace más que marchitar a quien la vive. Me estaré marchitando entonces. Estaré aceptando la decepción y me estaré acercando a paso quedo a Cioran cuando dice no corremos hacia la muerte, huimos de la catástrofe del nacimiento.
Hablo con madame L. y arguyo y califico la palabra amor y cuando dejamos de hablar y ella se va con unos amigos por las calles de su querida Granada (llena de tormentas y presagios) me desdigo de todos y cada uno de los calificativos y oraciones más o menos acertadas que he pronunciado al calor de una amistad que ciega la razón porque -querida madame L.- no se puede hablar de amor y por eso el tema amoroso ha sido tema principal de la poesía porque el tema de la poesía es lo inefable. Creo que esto que digo me hace ser muy moderno porque según escuché el otro día este no tener asidero ninguno en ningún área de la condición humana es lo más genuinamente postmoderno aunque tengo para mí que si hubiera nacido en la época de Hroswitha de Gandersheim no andarían muy lejos mis sensaciones del mundo de las que ahora tengo.
No sé así si existe el vacío fértil, no me atrevo a negar el amor ni a afirmarlo, ni tampoco sé si la soledad necesariamente marchita. Sólo sé sensaciones físicas y sí me atrevo a afirmar que todo aquello que cause dolor anula el placer y si alguien adujera que el masoquismo o el sadismo generan placer yo argüiría que la emoción que generan esas actitudes no son placer sino sentir, exaltación del sentir si se quiere, éxtasis de sentirse vivo pero no más.
Quizá sea esta soledad terca la que me hace dudar en cada conversación que mantengo -escasas conversaciones, alguna alguna mañana, alguna al caer alguna tarde, alguna sorprendente por la hora y por la excepcionalidad- de lo justo de mis respuestas y de si realmente escuché lo que mi interlocutor decía o ya mi cerebro, acostumbrado a soliloquios, respondía más sobre la interpretación que sobre el original.
Al final, madame L., me parece que la animo desde mi propia decepción. Por eso yo le rogaría que no me hiciera ni puñetero caso porque soy un asno que rebuzna palabras ante la zanahoria que un palo me hace inalcanzable de que un día acierte a rebuznar algo inocente.
Hablo con madame L. y arguyo y califico la palabra amor y cuando dejamos de hablar y ella se va con unos amigos por las calles de su querida Granada (llena de tormentas y presagios) me desdigo de todos y cada uno de los calificativos y oraciones más o menos acertadas que he pronunciado al calor de una amistad que ciega la razón porque -querida madame L.- no se puede hablar de amor y por eso el tema amoroso ha sido tema principal de la poesía porque el tema de la poesía es lo inefable. Creo que esto que digo me hace ser muy moderno porque según escuché el otro día este no tener asidero ninguno en ningún área de la condición humana es lo más genuinamente postmoderno aunque tengo para mí que si hubiera nacido en la época de Hroswitha de Gandersheim no andarían muy lejos mis sensaciones del mundo de las que ahora tengo.
No sé así si existe el vacío fértil, no me atrevo a negar el amor ni a afirmarlo, ni tampoco sé si la soledad necesariamente marchita. Sólo sé sensaciones físicas y sí me atrevo a afirmar que todo aquello que cause dolor anula el placer y si alguien adujera que el masoquismo o el sadismo generan placer yo argüiría que la emoción que generan esas actitudes no son placer sino sentir, exaltación del sentir si se quiere, éxtasis de sentirse vivo pero no más.
Quizá sea esta soledad terca la que me hace dudar en cada conversación que mantengo -escasas conversaciones, alguna alguna mañana, alguna al caer alguna tarde, alguna sorprendente por la hora y por la excepcionalidad- de lo justo de mis respuestas y de si realmente escuché lo que mi interlocutor decía o ya mi cerebro, acostumbrado a soliloquios, respondía más sobre la interpretación que sobre el original.
Al final, madame L., me parece que la animo desde mi propia decepción. Por eso yo le rogaría que no me hiciera ni puñetero caso porque soy un asno que rebuzna palabras ante la zanahoria que un palo me hace inalcanzable de que un día acierte a rebuznar algo inocente.
Siempre suyo, ya lo sabe. Siempre atento.
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/10/2015 a las 12:14 | {2}