Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
William Blake, The agony in the garden c. 1799
William Blake, The agony in the garden c. 1799


Siendo como soy un hombre débil, de pocas convicciones y tremendas dudas todo lo que a continuacion escriba tiene el valor de una impresión. Añádase a estas incapacidades la muy importante de la influencia de Schopenhauer en mi pensamiento sobre el mundo para abortar, ya desde el principio, la fortaleza del argumento que paso a proponer y que en una primera instancia se podría resumir así: el padre acompaña, no guía. Tal es mi temblor al escribir semejante afirmación que, preso de lo políticamente correcto, pienso: el padre, la madre o el educador o el adoptador o... no sólo el padre, y me pregunto: ¿lo resumo en la palabra cuidador? ¿le añado la gilipollez y cuidadora? ¿añado que como muy bien dijo un prestigioso lingüista -de cuyo nombre no logro acordarme- las palabras tienen género y no sexo?
Entre las tribus aborígenes de Australia en las que aún la forma del Mito habita entre ellas, cuando se produce el nacimiento de un niño toda la tribu le acompaña en su primer recorrido; nadie se pone por delante, nadie porta un totem, nadie toma la palabra por delante de otros. No hay jerarquía. Sencillamente acompañan, le vienen a decir: nosotros vamos a estar tu lado hasta que entres en la edad adulta y será entonces cuando tú te pongas al lado del siguiente.
Sería capaz de argumentar, desde mi feble concepción de todo lo que expreso, que la tradición educacional de esta parte del mundo que habitamos (también parte de Oriente) se basa y hunde sus raíces en la concepción monoteísta que habita entre nosotros; desde que tenemos conciencia de ser como civilización, siempre ha habido entre nuestros pueblos un guía, un líder, un padre y en última instancia un dios y así, de generación en generación, se nos han transmitido dos conceptos fundamentales en nuestra relación con los hijos: la auctoritas y la jerarquía. Estos dos elementos no pueden por menos que imprimir carácter, es decir si una persona accede a ser padre, de inmediato asume una responsabilidad doble: por una parte tiene que tener razón en lo que imponga a su hijo (auctoritas) y como consecuencia de este primer aserto está por encima de él (jerarquía). Consecuencia de estas dos premisas se deduce que un padre ha de tener férreos principios, ha de convertirse en un ser con ideas precisas sobre multitud de cosas, ha de ser inamovible y estas características conllevan, necesariamente, un saberse a sí mismo. Desde este argumento establezco el error del sistema educativo que solemos utilizar porque, si algo nos descubre el siglo XX, es que no tenemos ni puta idea de los que somos, de quiénes somos, de por qué hacemos esto y no aquello; somos arenas movedizas en un cuerpo en apariencia sólido; somos en primera instancia -y hasta que no aparezca un nuevo gurú/científico/profeta que lo desmienta- condensación de polvo de estrellas; y la mayor parte de esa condensación estelar es agua y el agua fluye y no se detiene si no existe obstáculo que impida su fluir. Y así la idea de acompañamiento del ser que empieza su camino, me parece más adecuada a lo que la vida nos muestra.
La oposición entre acompañar/imponer se establece desde el momento en que el padre no debe decirle al hijo lo que ha de hacer sino hacerle ver por su propia experiencia lo que para la buena vida parece ser lo mejor; acompañar implica, desde mi personal representación del mundo, enseñar la duda y por lo tanto hacerle partícipe de la temeridad que es hacerle creer en la existencia de verdades absolutas, es más de verdades supremas. Y así la responsabilidad en la educación del niño se comparte con el propio niño; si acompañamos dejaremos que sea el niño quien decida su camino y cuando tropiece y caiga, estaremos ahí para levantarlo y hacerle ver (si nosostros mismos lo hemos aprendido) que es mejor no tomar atajo que tenga abruptas pendientes si no estamos física y mentalmente preparados para atravesarlos.
Por otra parte al negarnos la auctoritas y la jerarquía, afirmaremos en el niño su responsabilidad consigo mismo y un segundo elemento quizá más importante: inculcaremos en su visión del mundo el principio de igualdad.
Termino con lo que quizá sea el inicio de la segunda parte de esta impresión despaternalizada: muchos padres dicen: Yo no soy amigo de mis hijos, soy su padre. Muchos de estos mismos padres suelen también afirmar: La amistad es la más hermosa de las relaciones. Ahí lo dejo porque ahora tengo que articular el camino que me lleve a ser amigo de mi hijo siendo padre que le acompaña.

Ensayo

Tags : Sobre las creencias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/03/2014 a las 09:38 | Comentarios {0}


Anécdota contada por Josep Campbell


Josep Campbell acudió a un congreso sobre religión en Japón. En uno de los descansos entre conferencias escuchó cómo un filósofo social de la ciudad de New York le preguntaba a un monje sintoísta:
- He asistido a sus ceremonias y a sus ritos y no he logrado vislumbrar ideología ninguna ni tampoco atisbo de teología. ¿Dónde se encuentran?
El monje sintoísta calló un rato y meneó la cabeza al responder
- Nosotros no tenemos ideología ni tampoco teología. Nosotros bailamos.

Ensayo

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/03/2014 a las 23:10 | Comentarios {0}


Arie van't Riet Lechuza
Arie van't Riet Lechuza



El genio es aquel cuyo intelecto traiciona a su destino (Schopenhauer)

Hay en la historia de los hombres un afán de reacción y no tanto un afán de acción

Afán

Al ver una película tan sencilla como The Artist que procura una emoción tan encendida... sin derroches... una mujer, un perro y un hombre

No creo en el hombre como centro de nada

Creo más en los hombres que admiten el mundo como representación propia

En los hombres que sienten la herida de saberse ignorantes del Mundo (que intuyen que existe El Mundo y saben que no pueden acceder a él)

Miradas que son puntos de vista

Acción entonces

Tres elementos conforman este viaje: nacer, vivir, morir: se nace para la vida; se vive para que la Vida viva; se muere para que la Vida siga viviendo

Somos en nosotros

Importa en tanto en cuanto accedemos a la sencillez de una Mujer, un Perro y un Hombre

Si con esos tres elementos somos capaces de construir un mundo ese afán entonces lo es todo

Arte como análisis

Arte fenoménico

El sudor de sentarse un día más, una vez más, en este silencio, el perro duerme en el sillón, el viento está rugiendo, mientras todo se acaba, en esta cabeza que funciona en su aire (o ventolera), deja que surjan las frases, sin solución de continuidad, despaciosamente, como se saborea un buen vino frente a una mujer bonita, en un lugar donde está lloviendo, la chimenea apagada, la cristalera frente al lago de aguas oscuras, un macizo de piedra a lo lejos, los restos de la nieve que cayó hace días, los ojos verdes de ella, los ojos con algo de amarillo de él -glaucos-

Las puertas

Las tuberías

El paseo con viento demoniaco que altera la calma de las verjas, la quietud de las tejas, la templanza de los arbustos y la terrenalidad de la tierra

Temor de que el aliento del mundo se lleve el tuyo

Tengo, en esta noche, ansiedad en el pecho por lo que aún no ha pasado

Tan humano

En este vergel de vidas (la serpiente que sólo se come los huevos que no están fecundados) el búho, superdepredador que espera a que la noche caiga para llevar la liebre que cazó al caer la tarde a sus polluelos casi, casi, de algodón carnívoro







Ensayo

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/03/2014 a las 23:41 | Comentarios {0}


Vanitas. Naturaleza muerta de Edwaert Collier (1662)
Vanitas. Naturaleza muerta de Edwaert Collier (1662)
Carezco del más elemental sentido de la verdad. Al ser esto así me suelo dejar llevar por la belleza de las demostraciones a la hora de valorar (sí: valoro cuando cae la tarde y me entra una congoja parecida a la que debió de sentir mi padre unas horas antes de morir; la luz entonces se le iba apagando y él sentía una gran sombra que se cernía sobre él cuyo peso debía de ser tan grande que elevaba el brazo como cuando al ser vivo que pasea por un espacio se le viene algo encima. Cosa budista, leí en algún sitio, viene a decir que el agonizante ve cómo la Montaña viene a él y la teme). Sólo que una vez que he valorado algo, (lo que sea: un movimiento ajedrecístico, ésta o aquella bolsa de mandarinas; si el camino elegido para sacar a mi perro fue el más conveniente; si las palabras dichas acerca de su actitud con respecto a un problema que le hiere ahondaron más en la herida o supusieron cierto bálsamo) me abruma la niebla de mis propias valoraciones. No tengo capacidad de alabarme. No tengo capacidad para ser consciente de mis propios valores y siendo esto así (y es así) ¿cómo voy a poder mantener una valoración más tiempo del que tarda en ser expresada?
No es que no quiera valorar. Es que me gustaría hacerlo con contundencia porque vivir en la duda es estar siempre agarrado a una tabla en mitad de la noche oscura en un lago de pequeñas dimensiones las cuales desconoces (por la propia invisibilidad de los límites) y que por lo tanto te llevan a pensar que estás en el centro (si lo hubiera) del más ignoto de los océanos.
Me someto a la debilidad de estudiar, releer, acuñar, disertar, anular, promover, detestar, aprobar y tantos y tantos más verbos valorativos todo tipo de pensamientos y pensadores; entro en escuelas, salgo de ellas; valoro la niebla de esta mañana en atención a la respuesta que mis huesos dan de ella y termino deduciendo que los huesos me duelen porque la niebla es densa; observo los ojos de mi perro y sus saltos alegres cuando ha hecho sus necesidades y valoro de inmediato esa gran verdad que distingue entre los seres que excretan con naturalidad y aquéllos cuyas excreciones les cuestan notables esfuerzos.
Y sin saber por qué vuelvo a mi padre y a la tarde en la que se estaba muriendo y aún estando ahí, en esas últimas horas, él no sabía que poco después, muy poco después, no criaría ni malvas, inútil ya para la vida porque iba a ser incinerado y las vacas (o cualquier otro animalillo o planta) no podría nutrirse de sus desechos para generar el movimiento, una y otra vez, de esta rueda dinámica que se alimenta de finitudes.
No sé si me alegra el pensamiento. No sé si sería capaz de... Y me entorpece que me sigan gustando las películas románticas cuando en mi interior surge una frase que valoraré como ingeniosa y que viene a decir: el amor está tan sobrevalorado como New York. Porque de inmediato surge la catarata de preguntas: ¿Qué es el amor? (por supuesto de ahí aparecen batallones de sesudos humamos dispuestos a dar respuesta a esta pregunta) ¿Conozco el amor? ¿Cuál es la medida justa de la valoración del amor? ¿Se puede medir? ¿No será más bien que lo que me toca los cojones es la manipulación de la idea del amor? ¿La idea en su sentido platónico como cosa en sí? ¿O la idea en el sentido de Schopenhauer que según Thomas Mann guarda un grandísimo fondo erótico? ¿Erótica y amor? ¿Por qué me emociona que este muchacho y esta muchacha se vayan acercando y bajo la luz de las estrellas -de repente surge un árbol de preguntas, una de cuyas ramas es ¿Por qué por la noche el universo es negro si está iluminado por muchísimas más estrellas que por el día?- se besen por primera vez? ¿Por qué contengo mis lágrimas si está mi hija al lado? ¿Amar es amar a mi hija? ¿Comparten el amor filial y el amor enamorado algo? Y si sí, ¿qué? Podría seguir con las ramificaciones de las preguntas sólo que la idea es que al final de tanto preguntarse, de tanto intentar valorar ese todo (que también tiene bemoles llamarle todo a nada y viceversa) queda reducido a desconocimiento de límites, duda insondable, abrazo al vacío, constelación que llega demasiado tarde a consolidarse con un nombre.
Quizás una noche, tiritando de frío en las aguas del laguito que creo océano, sin apenas ya fuerzas para seguir agarrado a la tabla (¿qué simboliza la tabla? etc...) una lucecita surja tras la baranda que circunda el lago. Y tanto si creo que me estoy acercando a una costa como si descubro que el océano era un lago minúsculo quisiera no valorarlo, no sentirme ni estúpido, ni listo, ni naúfrago ni audaz; quisiera patear hacia la lucecilla (no por ser luz si no para salir de una puta vez del agua) y salir por mis propios medios (si me quedan fuerzas) o con ayuda si me la quieren dar y quedarme callado escuchando fuera de mí aquellas olas que me rodeaban y que más de una vez me hicieron vomitar.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/01/2014 a las 14:33 | Comentarios {2}


A propósito de la consideración del nasciturus


La Nurse Edgar Degas (1872)
La Nurse Edgar Degas (1872)











Un huevo no es un pollo


Ensayo

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/01/2014 a las 00:01 | Comentarios {5}


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