Cuando al salir de casa a las ocho menos veinte para llevar a Violeta al colegio, el cielo ha clareado y la luna creciente se perfila en el cielo como en las uñas, respiro hondo y advierto que la vida late y es salvaje. Vivir es una aventura pasmosa, es una ley sin argumento. Vivir es sopesar a cada instante lo ocurrido sin pensar siquiera en ello. Vivir adolece de premura. Vivir no permite correcciones y por eso la novela de cada uno es tan hermosa. Vivir es adelantar un coche, es ver el fulgor del sol que se eleva, es tomarse un café y la espera en un vestíbulo con olor a libro nuevo. Vivir es realizar un mural en una feria lleno de colores y de apuestas y vivir es contemplarlo y visitar a un hombre enfermo que guarda en su mirada algo muy triste como si su enfermedad supusiese el fin de algo. Vivir es creer que algo se acaba y al mismo tiempo saber que siempre y nada es lo mismo.
En el número de febrero de este año, la revista Investigación y Ciencia publica dos artículos muy curiosos (imagino que los científicos y los técnicos disfrutarán mucho con esta revista. Yo la vengo comprando desde hace unos seis años. Desde siempre he tenido un interés no sé si por la ciencia o científico. Me llama la atención la medicina, la física, la química, las matemáticas, la cosmología. Y siempre he tenido una gran dificultad para entenderlas. De hecho cuando empecé a leer esta revista me resultaba como si estuviera leyendo sanscrito la mayoría de las veces. Yendo a lecturas más sencillas fui entendiendo los entresijos de alguna de las materias. Y aún hoy siempre que termino un artículo me pregunto si realmente habré entendido lo leído. Por ejemplo en uno de los artículos de los que quiero hablar, El largo brazo de la segunda ley, que trata sobre el desarrollo de una teoría termodinámica del no equilibrio ya que toda la teoría termodinámica actual está basada en modelos en equilibrio, el texto termina de la siguiente forma: En resumen, mis colegas y yo hemos mostrado que la transición del orden al caos, lejos de contradecir la segunda ley, se ajusta a una concepción más amplia de la termodinámica. Pues bien yo creo que hay un error de transcripción y que en realidad debería estar escrito lo siguiente: En resumen mis colegas y yo hemos mostrado que la transición del caos al orden, lejos de contradecir la segunda ley etc...) uno de ellos se llama Sigue la busca de una vacuna, está escrito por David I. Watkins y trata sobre la dificultad para encontrar una vacuna para el VIH. El doctor Watkins investiga los mecanismos biológicos de la inmunidad. En su artículo describe la forma de ataque del VIH y la forma de defensa del cuerpo. Toda esta lucha que se da dentro del cuerpo se dirime entre unas sustancias alucinantes, pura química que lucha contra otra química, y esa lucha entre estas químicas, esa lucha donde los virus se replican a una velocidad pasmosa y mutan en cada replicación de tal forma que confunden a las células T asesinas, todo eso si alejáramos la cámara del lugar de la batalla -una zona del páncreas por ejemplo- y saliéramos de él y atravesáramos el tejido epitelial y nos alejáramos aún más hasta ver el cuerpo entero del huésped, se estaría desarrollando en, por ejemplo, ese hombre que camina por la calle y siente de repente un ligero escalofrío. Somos un universo ignorante de sí mismo. Este tipo de artículos al llegar al primerísimo plano de un ser humano que sería la contemplación de las sustancias químicas que navegan por el cuerpo, lo desnudan hasta tal punto de trascendencia que me llego a sentir el trailer que transporta la mercancía, donde lo realmente importante no es el trailer sino la mercancía.
El segundo artículo versa sobre la Segunda Ley de la Termodinámica. Su autor, J. Miguel Rubí, catedrático de la Universidad de Barcelona, especialista en la termodinámica del no equilibrio y en los procesos estocásticos, escribe: Los esfuerzos por desarrollar una tal teoría (la del no equilibrio) empezaron con el concepto de equilibrio local. Se comprendió que, aunque un sistema puede no estar en equilibrio globalmente, las pequeñas porciones en que podamos dividirlo sí pueden estarlo (...) Hemos demostrado que muchos de los problemas de teorías anteriores desaparecen con un cambio de perspectiva. La idea principal: la percepción de lo abrupto depende de la escala de tiempo con que se observen los procesos. Y en ese momento me da la impresión de que -en vez de estar leyendo un artículo sobre la física de los fluidos- estoy leyendo una meditación de Marco Aurelio.
El segundo artículo versa sobre la Segunda Ley de la Termodinámica. Su autor, J. Miguel Rubí, catedrático de la Universidad de Barcelona, especialista en la termodinámica del no equilibrio y en los procesos estocásticos, escribe: Los esfuerzos por desarrollar una tal teoría (la del no equilibrio) empezaron con el concepto de equilibrio local. Se comprendió que, aunque un sistema puede no estar en equilibrio globalmente, las pequeñas porciones en que podamos dividirlo sí pueden estarlo (...) Hemos demostrado que muchos de los problemas de teorías anteriores desaparecen con un cambio de perspectiva. La idea principal: la percepción de lo abrupto depende de la escala de tiempo con que se observen los procesos. Y en ese momento me da la impresión de que -en vez de estar leyendo un artículo sobre la física de los fluidos- estoy leyendo una meditación de Marco Aurelio.
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Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/02/2009 a las 19:13 | {0}
Aunque no la he podido oler siento en el vuelo de los petirrojos la primavera. Ese trajín que se traen por debajo de las tejas, ese revoloteo por las ramas de la encina. También el sol y su luz de esta mañana sobre el muro del jardín como ha ocurrido también en el jardín de Raquel y Raúl.
El trayecto se va haciendo. Escucho palabras muy hermosas, aliento en mi ánimo. No todo es pesar. Ni mucho menos.
El amor, la concordia, la llama, la visión, el sueño, la lectura, la escucha, la mano, el pelo suave, el gruñido, el lamido, la carrera, el agua, el aire, el color, la sirena de un barco, el faro, la silueta de una cordillera, la atención de la niña, la pelota, el renuevo, el higo, la ensalada, el chopo, el olmo, el poema.
Es sábado de febrero.
Escucho un violín que se asienta al final de su frase en un violonchelo.
Trasiega el humo por la mesa.
La voz está siempre a la espera. El viento nos ha dado una tregua y hay un silencio de descanso como el que se produce a las cuatro de la tarde en los días de verano.
Enhorabuena.
El trayecto se va haciendo. Escucho palabras muy hermosas, aliento en mi ánimo. No todo es pesar. Ni mucho menos.
El amor, la concordia, la llama, la visión, el sueño, la lectura, la escucha, la mano, el pelo suave, el gruñido, el lamido, la carrera, el agua, el aire, el color, la sirena de un barco, el faro, la silueta de una cordillera, la atención de la niña, la pelota, el renuevo, el higo, la ensalada, el chopo, el olmo, el poema.
Es sábado de febrero.
Escucho un violín que se asienta al final de su frase en un violonchelo.
Trasiega el humo por la mesa.
La voz está siempre a la espera. El viento nos ha dado una tregua y hay un silencio de descanso como el que se produce a las cuatro de la tarde en los días de verano.
Enhorabuena.
Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/02/2009 a las 13:55 | {0}
Castillo de Montaigne
Llevo desde el viernes por la tarde (o quizá sea el sábado es lo que provoca la subida de las décimas, la lenta subida casi imperceptible hasta que en un instante sientes esa suspensión de la memoria, esa lasitud, con algo de dolor, de los músculos, ese ligerísimo escalofrío que avisa, enciende en la memoria de los asuntos repetidos la sensación de fiebre, Creo que tengo fiebre y desde ese momento las manos se cansan antes, las ganas de encogerse, de buscar una manta, de llevarse algo caliente a la boca, algo ligero como una sopa de fideos, se van haciendo grandes en el deseo. Una chimenea, o como antiguamente, Julia subiéndome el embozo de las sábanas, tocándome la frente y dándome un beso. Reconozco que desde niño me gusta la fiebre. Me gustaba tener anginas. La maravillosa sensación de una tarde con una fiebre muy alta -yo llegaba a tener 41º- y esa entrada en mundos ajenos al real, a la habitación donde me ponían -solía ser la de mi hermana que era la única que tenia habitación propia- y por donde apenas paraba porque mi mente febril solía salirse por la ventana y vagaba por lugares extraños, casi todos felices. O fiebres más cercanas y sublimes. Recuerdo una fiebre que tuve viviendo en la calle Hermosilla 161, 8º. La casa donde vivía era un palomar, aislada de todos los edificios colindantes, sin refugio alguno contra las lluvias, los vientos, los fríos como tampoco tenía defensa ninguna contra los bochornos y el sol brutal que cae en el centro de España en el mes de julio. Aquella fiebre me pilló en invierno. Vivía solo. La tarde de la fiebre alta me metí en la cama y seguí leyendo un libro maravilloso -para mí el mejor de José Saramago- El Evangelio según Jesucristo. Hacia las nueve me fue a visitar una amiga y se marchó pronto. Yo me quedé adormilado, muy caliente, con muchos temblores, muy, muy a gusto. Quizá me levanté y me hice una sopa de sobre o quizá me fui ya a Getsemaní y me encontré con Jesucristo y María Magdalena. Sentados en lo alto de una duna pasamos la noche juntos y hablamos y callamos y miramos el cielo y nos miramos a los ojos. Cuando volví a mi habitación -ya amanecía y el frío en la casa era intensísimo- me encontré sentado a los pies de la cama, en la misma postura que había mantenido casi toda la noche junto a ellos. Esas fueron siempre mis fiebres. Por eso cuando llegan, cuando las articulaciones van avisando y el mundo se vuelve un poco más blando y yo me derrito ante las piernas con aparatos ortopédicos de Forrest Gump sé que quizá tras varios años sin fiebres altas ésta pueda ser la ocasión de volver a disfrutar un viaje maravilloso.) intentando escribir la quinta entrega de Sobre las Creencias y para ello iba a utilizar a uno de los más sinceros filósofos morales que yo haya leído, Michel de Montaigne, y uno de sus ensayos más vehementes (y ya es difícil decidir cuál no lo es) La Apología de Raimundo Sabunde para incidir sobre la sencillez en la demostración de la creencia. Lo haré. Lo estoy releyendo sólo que cuando entro en él, el mundo se me va a imaginar la fealdad de Sócrates o la soberbia de Platón o me meto en la cámara mortuoria de Virgilio y escucho cómo, extenuado, le pide a un discípulo que por los más venerados de los dioses eche a las llamas La Eneida porque aún no está corregida. Y entonces sé que tengo fiebre, que quiero llegar a la cama y sentir temblores y debilidades para que me transporten a un segundo encuentro con Cristo y María Magdalena o ¿por qué no? tener una charla con Michel (es que seguro que le llamaría Michel) en su biblioteca del castillo de Montaigne.
Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/02/2009 a las 21:07 | {0}
Lámina de Anatomia Japonesa
Una bata blanca. Unos conocimientos aprendidos malamente (las universidades, los centros docentes en general albergan el statu quo de las sociedades). El sacerdocio ¡El sacerdocio científico! Hoy que la ciencia es la gran religión, la panacea, la hostia en botes perfectamente clasificados con sus códigos de barras ¡Oh, los códigos de barras! Las salas de espera de las urgencias, el trajín de carros, cubos, frascos, sueros, sillas de ruedas, camillas, aparatos y más aparatos y pasillos sucios eternamente recorridos por limpiadores ¿Y esas luces de neón? ¿Y esa mujer que se sienta asustada ante el dolor de una punción? Y las jerarquías, ¡ah, las jerarquías! No nos saltemos las jerarquías y callemos la boca ante las expresiones mistéricas de los sumos sacerdotes que te miran extrañados de que un ser enfermo les hable a ellos y tome medidas por ellos y esboce un posible diagnóstico. Estos reyes del método científico son los únicos que se pueden saltar a su libre albedrío el susodicho. Ellos diagnostican sin tener las pruebas, ellos que sin prueba no son nada ¡El empirismo, señores, el empirismo!
Y la espera antes de la consulta/confesionario en esas salas ya grises o ya amarmoladas, ya grandes o ya minúsculas. Esos pacientes (en el doble y real significado) que se miran a los ojos sin apenas atreverse como si las chiribitas también contagiasen la enfermedad (antiguamente se creía y aún hoy habrá gente que lo crea, yo lo creo -como creo en el big bang y lo divino o en los efectos curativos de la ayahuasca o en la ligereza de un sueño que se vive despierto o como creo en todo lo que es posible- que el amor entraba por los ojos por medio de una especie de rayos que llamaban chiribitas, de ahí la expresión sus ojos echaban chiribitas) hasta que por fin unos ojos se encuentran frente a frente y surge la conversación y ésta hace más llevadera la espera y cuando toca el turno el que se queda suele decir, Y que haya suerte, que no sea nada.
La consulta/confesionario suele ser tan desgarbada, tan falta de ángel, tan escasa de simpatía. Hay una zozobra de sentimientos (cuando el sentimiento es parte fundamental de la enfermedad, el paciente dice, Siento un dolor aquí.) porque éstos se intentan resolver con la razón, científica en este caso ¿Cómo se lucha contra unos papeles? ¿Cómo escapar de los protocolos? ¿Cómo conseguir que el médico no busque una enfermedad sino un enfermo?
¡Qué mal se llevan la burocracia y la enfermedad! ¡Y qué mal se llevan los hospitales y el invierno! Luego muchos se curan. Otros mueren. Otros son internados y ahí empieza otro diario. Y a veces dejas, sin quererlo, a una viejecita asustada sentada en una sala. Le han abierto una vía, está incómoda, llama sin cesar, ¡Señorita, señorita! No acude nadie. Nadie dice, Tranquila abuela, estamos aquí, vamos, estese tranquila, cada poquito vendré a ver qué tal se encuentra. Nadie lo dice. A lo mejor una paciente que está a su lado le coge la mano por ella, que por cierto se llama Gloria, y también porque al ver a la anciana desvalida se ha acordado de dos viejecitas suyas (su madre y su tata) y las ha imaginado como Gloria se encuentra ahora, asustada y sola y vieja.
No hago de la parte el todo.
Y la espera antes de la consulta/confesionario en esas salas ya grises o ya amarmoladas, ya grandes o ya minúsculas. Esos pacientes (en el doble y real significado) que se miran a los ojos sin apenas atreverse como si las chiribitas también contagiasen la enfermedad (antiguamente se creía y aún hoy habrá gente que lo crea, yo lo creo -como creo en el big bang y lo divino o en los efectos curativos de la ayahuasca o en la ligereza de un sueño que se vive despierto o como creo en todo lo que es posible- que el amor entraba por los ojos por medio de una especie de rayos que llamaban chiribitas, de ahí la expresión sus ojos echaban chiribitas) hasta que por fin unos ojos se encuentran frente a frente y surge la conversación y ésta hace más llevadera la espera y cuando toca el turno el que se queda suele decir, Y que haya suerte, que no sea nada.
La consulta/confesionario suele ser tan desgarbada, tan falta de ángel, tan escasa de simpatía. Hay una zozobra de sentimientos (cuando el sentimiento es parte fundamental de la enfermedad, el paciente dice, Siento un dolor aquí.) porque éstos se intentan resolver con la razón, científica en este caso ¿Cómo se lucha contra unos papeles? ¿Cómo escapar de los protocolos? ¿Cómo conseguir que el médico no busque una enfermedad sino un enfermo?
¡Qué mal se llevan la burocracia y la enfermedad! ¡Y qué mal se llevan los hospitales y el invierno! Luego muchos se curan. Otros mueren. Otros son internados y ahí empieza otro diario. Y a veces dejas, sin quererlo, a una viejecita asustada sentada en una sala. Le han abierto una vía, está incómoda, llama sin cesar, ¡Señorita, señorita! No acude nadie. Nadie dice, Tranquila abuela, estamos aquí, vamos, estese tranquila, cada poquito vendré a ver qué tal se encuentra. Nadie lo dice. A lo mejor una paciente que está a su lado le coge la mano por ella, que por cierto se llama Gloria, y también porque al ver a la anciana desvalida se ha acordado de dos viejecitas suyas (su madre y su tata) y las ha imaginado como Gloria se encuentra ahora, asustada y sola y vieja.
No hago de la parte el todo.
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Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/02/2009 a las 13:26 | {0}
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Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/02/2009 a las 13:14 | {0}