Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
La cruz ha sido quemada en el campo.
Nadie ha visto nada. Tan sólo cuando la cruz ardía se reflejó su llama inmensa en el cristal de la ventana del dormitorio de la muchacha y ésta que quizá duerma con los ojos entreabiertos -como dicen que duermen los que han temido mucho- se fue despertando como -relataba- si estuviera inmersa en el Infierno y el Diablo que era Dios (-porque es el Diablo el dios de esta tierra; porque la voz tronante del dios veterotestamentario es el Diablo que se adueñó de esta tierra que sí es cierto que fue obra de un dios, de uno de los infinitos dioses que pueblan los universos infinitos, como también lo es que cual ventosidad que nos aligera los intestinos y una vez realizada su función olvidamos, así le ocurrió a ese dios con esta tierra: que una vez expulsada y aligerada de esta forma la infinita capacidad creadora de un dios en todo infinito, la olvidó y fue colonizada por uno de sus ángeles caídos también infinitos en número como corresponde a todo lo que humee a divinidad.) fuera lanzando a su rostro llamas de fuego y calor y se despertó temerosa del mundo oscuro en el que estaba y se despertó empapada en sudor y lágrimas mientras en los cristales de la ventana observaba los reflejos amarillos y rojizos de la madera crucificada. Más tarde confesó -pues confesarse parecía que era lo que hacía- que cayó en el suelo, abrió los brazos y de hinojos rezó al Diablo que ella creía Dios para que no castigara su visión de la cruz ardiendo y elevando la vista hacia nosotros concluyó la muchacha que Dios posó su mano en sus senos y arrancó para siempre el ahogo de ellos. Desde entonces respira como si sus pulmones contuvieran menta y hierbabuena y ya no teme las cruces ardientes ni el que dirán por empeñarse en llevar los senos descubiertos para que todos admiren la huella indeleble de Dios en su carne mortal y nutricia.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/03/2017 a las 18:06 | Comentarios {0}


Eran flechas las gotas de lluvia, furiosas como el grito de una madre hacia el hijo que no ama. Era la tarde oscura y temblaban de terror las hojas del roble. Algo iba a pasar, se decían las unas a las otras. Sin medida el terror. Sin fin la tenebrosidad del último golpe de luz. Volaba el caballo sin montura por la desierta, inacabable llanura del cielo; iba en busca de su amazona, que había muerto sin cura del veneno de la maldad y aún así él la amaba; la había amado siempre, desde el primer día que acarició su crin y sintió la sangre caliente de su mano; desde el día en que lo montó a horcajadas y lo espoleó con rabia para que volara, para que volara; al oído le gritaba, ¡Vuela, caballo, vuela! ¡Vuela hacia el bosque! ¡Vuela lejos de aquí!
Luego fue testigo de la maldad de su dueña; le vio tratar con la crueldad de una flor carnívora al joven que la amaba; le vio arrancar los cabellos a una muchacha más lozana que ella; le vio envenenar el agua de un bebedero de mirlos; le vio dejarse abrazar por un gañán que nada le importaba mientras a lo lejos el joven que la amaba apretaba las mandíbulas y se alejaba del lugar donde por primera vez amó mientras ella le miraba. Y aún así cuando ella acariciaba su crin por las mañanas y colocaba la silla española en su lomo y sentía el peso ligero de su pie en el estribo y cómo tomaba las riendas y cómo lo espoleaba, sentía por ella un amor que le hacía olvidar el mal y juntos corrían por la estepa, por el bosque, por las umbrías de los ríos y atravesaban vados y subían por laderas peligrosas  y descendían por barrancos horribles y descansaban en cualquier parte hasta que al anochecer ella lo llevaba a la cuadra, le ponía su forraje, cepillaba su pelo alazán y lo despedía con un, Mañana te obligaré a más.
Así un día y otro día, viendo la crueldad de su amazona y queriéndola más que a su propia vida.

Nadie sabe por qué ocurren los hechos. Nos aferramos a la causa y su efecto pero quizá eso sólo sirva como explicación para la ciencia y para  mentes estrechas. Podríamos decir que cuando el caballo vio a su ama bañarse desnuda en el estanque, sabiendo como sabía, que el joven que la amaba la espiaba, por su mente pasó una ráfaga de misericordia. El joven sufría eso que el corazón no sabe pensar y la muchacha se reía de eso que ella no había sentido jamás. Se burló del joven. Le hizo salir de su escondrijo. Lo embelesó con promesas. Le permitió que se acercara. Le dejó que la viera desnuda y mojada. Incluso se acercó con la intención -creyó él- de besarle pero le escupió en la cara, le ordenó que se alejara, le llamó Lascivo, Ladrón de honra; le amenazó con denunciarle a sus padres y le gritó, ¡Nunca, nunca jamás! ¡Te desprecio!

Galopaban la amazona y el caballo como un solo cuerpo, un alma única. La tormenta se acercaba tras ellos pero aún no los alcanzaba. Se oía el trueno. Fulgía el rayo. Ambos sabían que al rodear la gran roca de los Mil Años debían girar a la izquierda para evitar el abismo que se abría de improviso a su derecha; un corte en la montaña tan inesperado que llamaban a aquel recodo La Curva de los Espantos. Caballo y Amazona se sabían de memoria el movimiento. A lo largo de los años lo habían apurado hasta el milímetro. Un solo cuerpo. Sólo un alma. Cuando ella recogió la rienda izquierda, suavemente, como si fuera un sutil recordatorio de lo que no hace falta avisar, el caballo se lanzó serena y velozmente hacia el abismo y se detuvo tan de golpe al llegar al borde que la amazona salió despedida de boca y cayó sin grito, sin sorpresa hacia lo hondo de la tierra, hacia el más puro infierno.

Desde entonces dicen que el caballo vuela sin montura, herido de amor huido.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/03/2017 a las 19:13 | Comentarios {2}


Desde hace tres días cuando entro al cuarto de baño huelo el olor de un hombre que no soy yo; es el olor de un obrero que acaba de llegar de la obra y que lleva impregnado en su sudor el olor del ladrillo y el soplete. No me causa inquietud ni temor sólo pienso si quizá esté compartiendo casa con un hombre al que nunca he visto o quizá sólo comparto cuarto de baño porque en el resto de las habitaciones ese olor no existe. Incluso ayer dejé abierta la puerta del baño y el olor del obrero no se expandió, se queda ahí, en el umbral de la puerta como si no quisiera molestar.
Esta mañana, antes de salir, he dejado encima de la tapa de la cisterna un café con leche y un croissant por si quiere desayunar. Estoy deseando volver a casa para ver si lo ha hecho. Sólo así podré saber si ese olor no es tan sólo el fantasma de un cuerpo sino la huella que deja en el aire.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/02/2017 a las 11:44 | Comentarios {3}


...entonces es una ligera distorsión (un tiempo determinado. Pero sin haberlo determinado previamente. Lo consideramos determinado sólo al darnos cuenta de lo determinado que era); pudiera ser que la agonía de la bombilla -porque aún no había muerto. Se había ido sí pero aún mantenía uno de sus tubos despidiendo una tenuísima -casi penumbra- luz sobre el árbol de la colcha- fuera símbolo de lo que estaba ocurriendo. Ahí lo relacionás y queda pintiparado. Pudiera ser. No me quejo de mi ignorancia. Mi mente, literariamente, lo une porque como imagen -o sea como generador de un símbolo- era perfecto: una luz tenue que no acaba de morir.

No podía haber ocurrido otro día (es a esto a lo que me refería con el tiempo determinado de más arriba, el que también está escrito en cursiva); es más: cuando fuiste consciente de que el día en el que había surgido esta esperanza era justo este día, no te cupo la menor duda de que no podía haber sido otro y sentiste un escalofrío que recorrió despacio, desde la base del bulbo raquídeo hasta la última de las lumbares, todas y cada una de tus vértebras y ese escalofrío según la sensibilidad de cada vértebra tenía réplicas en otras zonas del cuerpo a ella unida; por ejemplo sintió una réplica de escalofrío en la fosita cística.

Ahora espera la confirmación. Si fuera...

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/02/2017 a las 17:31 | Comentarios {0}


Quizá sea cuestión de encontrar un bar. Seguro que existe uno de esos bares. Ya sabes: la noche, una mesa de billar, una barra, música alta. Quizá necesito ese espacio, volver a pillar, beberme un par de rones con hielo, esperar a que aparezca. Tenía que ocurrir. El destino no es una palabra cualquiera. Recuerdo una noche. Era ya muy tarde. Una noche de reyes en Madrid. En aquellos años las noches de reyes tenían magia. Las calles estaban vacías. No pasaba un coche por la calle Fuencarral. Tampoco un taxi. Yo estaba borracho y no me sentía con fuerzas para llegar hasta mi casa andando. Vivía entonces en el Paseo de los Melancólicos. Nunca debí de dejar ese paseo. Se me ocurrió la idea de hacer dedo. Me quedé quieto en una esquina. Por allí pasaba un coche de vez en cuando. No confiaba demasiado en que parara nadie. Ya sabes: un borracho, en enero, en una calle del centro de la ciudad. Pero paró un coche. Lo conducía una mujer de mis mismos años. También borracha. Me dijo que si la llevaba a una gasolinera luego ella me llevaría a mi casa. La llevé a la gasolinera que hay en Alberto Aguilera con Vallehermoso. Cargó. Me dijo que dónde vivía. Se lo dije. Me dijo que no tenía ni puta idea de dónde estaba eso. Le indiqué. Me dijo si me apetecía meterme una raya. Nos la metimos. Me llevó a casa. Me contó antes de llegar que acababa de salir de la trena. Tenía que viajar. No sabía si iba a poder. Le dije que si quería subiera a mi casa y se tomara un café. Aceptó.
Era una mujer castigada por la cárcel y las drogas. Tenía un cuerpo agradable. Apenas se había pintado. Vestía con una minifalda de cuero negra y las medias también negras tenían carreras. Mientras hacía el café se hizo otro par de rayas. Yo puse algo de música. Me serví otro ron. Ella me dijo que dejara el café para más adelante, que le pusiera otro a ella. Lo hice. Nos metimos las rayas. Nos bebimos el ron. Le dje que parecía un Rey Mago. Rió y me dijo que más bien sería una Bruja Maga, una puta bruja, drogadicta. Le dije que no era bueno que se insultara. No es bueno que nadie se insulte. Incidí en que era un Rey Mago: me había sacado de la calle, me había traído a casa, me estaba poniendo hasta el culo, era una buena compañía. Entonces ella me contó que cuando estaba en la trena, lo que más le apetecía era que alguien le diera un masaje en los pies. Nunca le habían dado un masaje en los pies. No sabía por qué pensaba en eso en la celda. Muchas noches, decía, muchas noches lo pensaba. ¿Por qué coño pensaba yo en masajes en los pies? Ponte otro roncito que yo me voy a hacer otro par. Puse el ron. Hizo las rayas. Me puse a sus pies. Le quité las botas y le hice un masaje. Ella cerró los ojos y lloró un par de lágrimas negras. Cuando terminé, la volví a calzar. Me dijo, Podemos follar si quieres. Yo no quería follar. Le dije, No, no quiero follar pero estaría bien que te quedaras a dormir y salieras mañana. Puede haber hielo en las carreteras. Nos acostamos juntos cuando amanecía. El café se quedó frío. Ella olía a cárcel. Cuando me desperté, ya no estaba. Si la volviera a ver no la reconocería.
A veces no es más que un bar o una esquina una fría noche de reyes en el centro de una ciudad. Te quedas quieto. Más tarde sabrás que aquello era un presentimiento que sólo se reconoce cuando ha ocurrido lo presentido.
Es tarde. Ya sabes: la luz a mi izquierda, el silencio a lo largo del día, saber que no debía, la noche de reyes cerca.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/12/2016 a las 23:27 | Comentarios {0}


1 ... « 12 13 14 15 16 17 18 » ... 41






Búsqueda

RSS ATOM RSS comment PODCAST Mobile