Documento 14 de los Archivos de Isaac Alexander. 24 de diciembre de 1946. Port de la Selva
Podría, Pepa, leerte el diario que escribí entre aquella primavera de 1935 y la siguiente de 1936 o recitarte de memoria párrafos enteros de las más de trescientas cartas que le escribí a Hanna a un apartado de correos de la ciudad de Salem, en el estado de Oregon.
Pepa me rogó que sí, que por favor, le recitara alguno de los párrafos de aquellas epístolas amatorias. Al recordarlos me sacudió el primer quebranto que pude disimular respirando hondo y levantándome de un salto mientras paseaba por el salón como si estuviera haciendo acopio de memorias antes de lanzarme a recitar. Lo cierto es que la tristeza empezó a invadirme. Lo cierto es que aunque nunca me arrepiento de nada en aquella ocasión me dije, Has valorado en exceso tus fuerzas. Comencé a recordar y como si estuviera escribiendo en aquel instante pronuncié en voz alta lo siguiente:
Salzburgo se me ha hecho amarga. Ya ni la música me agrada ni la compañía de las prostitutas hasta altas horas de la madrugada; seres que son ángeles desnudos y con sexo. Vago por las calles y cuando llueve no puedo sino recordar la noche en que la rosa de mi pecho se empezó a fraguar entre tus manos. Hanna tu ausencia no tiene nombre. Si por lo menos algún día hubiera pensado, ¡Oh, moderna Salomé que has cortado mi cabeza al alejarse tus cabellos en aquel transatlántico! O si te hubiera podido maldecir más fuerte. Pensar por ejemplo, Asesina, manipuladora, Gran Masturbadora... Nada de eso ocurre porque cuando logro pensar -y apenas puedo- acuden frases como, ¿Esa ráfaga de viento me trajo tu olor? ¡Oh, ingenuo yo que sucumbí al embrujo de tu voz! ¡Cómo me duele cuando cada mañana me veo la rosa tatuada en el pecho y sé que bajo mi piel tu sangre conforma sus pétalos!
Había comenzado a nevar -con el mar a lo lejos- cuando le recité un párrafo de otra carta:
He remado, Hanna, hasta desmayarme. Quería alejarme de ti. Pensaba que en el mar, rodeado de ese azul turquesa que al tomarlo en las manos desaparece, tú también te irías. He venido a España para que el paisaje no me recuerde a ti. He venido hasta el desierto, a un lugar llamado Almería donde las mujeres tienen la tez quemada por un sol inclemente y los hombres huelen a pescado y arena. Bebo por las noches en la única taberna del puerto y cuando estoy borracho y la madrugada no me dice nada me lanzo al agua y nado hacia la luna símbolo de ti: siempre cercana, siempre inalcanzable. Hanna, no dejes que muera antes de verte...
Callé. Se escuchaba -como un recuerdo muy lejano- el sonido de la nieve en la grava del jardín. Como estaba de espaldas a Pepa pude llorar mientras con una voz falsamente firme entonaba otro párrafo que me vino al pecho, lugar donde los recuerdos de Hanna anidan :
¿Qué pueden significar quince días? La otra noche tras leer tu última carta en la que me decías "Amor mío hoy he galopado montada en Moriarti, un caballo veloz como los huracanes, negro como los días que han pasado sin ti, fuerte como tu fuerza y cuando atravesábamos una pradera inmensa y solitaria he sentido en cada pisada el anhelo de ti; cada inspiración del aire me evocaba tus manos y la libertad que se siente al galopar me atravesaba el vientre como si fuera tu sexo sajándome el alma. Te quiero, Isaac. Apenas vivo sin ti. Soy un cadáver", he gritado blasfemias y he salido a la calle a odiar al mundo. ¿Qué pueden significar quince días en el tiempo de un hombre al que se le arrebató el tiempo cuando te fuiste? ¿Cómo entiende un hombre sin tiempo la duración de quince días? ¿Y qué significará cuando tan sólo quede un día y yo pueda decirte: Mañana, dime que es mañana el día./ Dime. Avísame. Mañana el día nuevo./ Dime que vas a apretarme hasta dolerme/ y que tus besos sabrán a cebolla/ y que tu pecho se abrirá continuamente./ ¡Dime, dime que es mañana el día!
Pepa me rogó que sí, que por favor, le recitara alguno de los párrafos de aquellas epístolas amatorias. Al recordarlos me sacudió el primer quebranto que pude disimular respirando hondo y levantándome de un salto mientras paseaba por el salón como si estuviera haciendo acopio de memorias antes de lanzarme a recitar. Lo cierto es que la tristeza empezó a invadirme. Lo cierto es que aunque nunca me arrepiento de nada en aquella ocasión me dije, Has valorado en exceso tus fuerzas. Comencé a recordar y como si estuviera escribiendo en aquel instante pronuncié en voz alta lo siguiente:
Salzburgo se me ha hecho amarga. Ya ni la música me agrada ni la compañía de las prostitutas hasta altas horas de la madrugada; seres que son ángeles desnudos y con sexo. Vago por las calles y cuando llueve no puedo sino recordar la noche en que la rosa de mi pecho se empezó a fraguar entre tus manos. Hanna tu ausencia no tiene nombre. Si por lo menos algún día hubiera pensado, ¡Oh, moderna Salomé que has cortado mi cabeza al alejarse tus cabellos en aquel transatlántico! O si te hubiera podido maldecir más fuerte. Pensar por ejemplo, Asesina, manipuladora, Gran Masturbadora... Nada de eso ocurre porque cuando logro pensar -y apenas puedo- acuden frases como, ¿Esa ráfaga de viento me trajo tu olor? ¡Oh, ingenuo yo que sucumbí al embrujo de tu voz! ¡Cómo me duele cuando cada mañana me veo la rosa tatuada en el pecho y sé que bajo mi piel tu sangre conforma sus pétalos!
Había comenzado a nevar -con el mar a lo lejos- cuando le recité un párrafo de otra carta:
He remado, Hanna, hasta desmayarme. Quería alejarme de ti. Pensaba que en el mar, rodeado de ese azul turquesa que al tomarlo en las manos desaparece, tú también te irías. He venido a España para que el paisaje no me recuerde a ti. He venido hasta el desierto, a un lugar llamado Almería donde las mujeres tienen la tez quemada por un sol inclemente y los hombres huelen a pescado y arena. Bebo por las noches en la única taberna del puerto y cuando estoy borracho y la madrugada no me dice nada me lanzo al agua y nado hacia la luna símbolo de ti: siempre cercana, siempre inalcanzable. Hanna, no dejes que muera antes de verte...
Callé. Se escuchaba -como un recuerdo muy lejano- el sonido de la nieve en la grava del jardín. Como estaba de espaldas a Pepa pude llorar mientras con una voz falsamente firme entonaba otro párrafo que me vino al pecho, lugar donde los recuerdos de Hanna anidan :
¿Qué pueden significar quince días? La otra noche tras leer tu última carta en la que me decías "Amor mío hoy he galopado montada en Moriarti, un caballo veloz como los huracanes, negro como los días que han pasado sin ti, fuerte como tu fuerza y cuando atravesábamos una pradera inmensa y solitaria he sentido en cada pisada el anhelo de ti; cada inspiración del aire me evocaba tus manos y la libertad que se siente al galopar me atravesaba el vientre como si fuera tu sexo sajándome el alma. Te quiero, Isaac. Apenas vivo sin ti. Soy un cadáver", he gritado blasfemias y he salido a la calle a odiar al mundo. ¿Qué pueden significar quince días en el tiempo de un hombre al que se le arrebató el tiempo cuando te fuiste? ¿Cómo entiende un hombre sin tiempo la duración de quince días? ¿Y qué significará cuando tan sólo quede un día y yo pueda decirte: Mañana, dime que es mañana el día./ Dime. Avísame. Mañana el día nuevo./ Dime que vas a apretarme hasta dolerme/ y que tus besos sabrán a cebolla/ y que tu pecho se abrirá continuamente./ ¡Dime, dime que es mañana el día!
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Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/05/2017 a las 21:17 | {0}