El día ocho de septiembre, ocho meses y cinco días tras San Blas, Rubén escribió en su Cuaderno Marrón:
El día en que el diablo apareció por las calles de Moscú, Bulgakov creó a Margarita. Quizá la creara para armarse de belleza porque hay en la belleza la salvación; el día en el que Eleazar en la ciudad de Masala fortificada con treinta y ocho torres, arengó a la población para que se suicidara ante el asedio de los romanos al mando del general Flavio Silva, tuvo que asomar en su conciencia todo el horror del martirio, del hambre, de la tortura, de la vejación que sufriría su gente si se entregaba y hubo de pensar -como nos dice Flavio Josefo- que menos sufrirían a manos propias que en manos romanas y así los habitantes de la ciudad judía murieron; el día tiene que tener algo de belleza para poder asegurarse el mañana y así cuando miro mis manos y veo en ellas la podredumbre que las va inundando recuerdo a Laura y casi canto; porque mi encuentro tuvo la magia de canto antiguo, del canto que emana de ese sentimiento arraigadísimo de pertenencia; somos humanos porque queremos pertenecer; hay en la pertenencia el cobijo, la lumbre que nos espera tras la estepa en invierno; ese abrazo de un cuerpo en otro cuerpo; esa caricia que se otorga libremente y que recorre -por fuera- las vísceras; hay en la pertenencia un himno que no proclama batallas sino paces como cuando el río ya no baja crecido y se remansa en el valle sobre el que el sol derrama sus últimos rayos; hay en pertenecer a Laura la promesa de todas las religiones soteriológicas; la salvación por su piel, por su boca, por sus piernas, por su vientre; pesebre el cuerpo de Laura; lluvia de estrellas su voz; hay en la pertenencia la negación de la arena (arena como polvo de roca; arena como negación de la solidez del mundo); en la promesa de la pertenencia a Laura se esconde el secreto de estar vivo. Yo lo sé. Lo saben mis manos que se pudren por su ausencia; me dicen las manos que la busque y yo, levantado hoy, con la mirada puesta en la lluvia, las manos ante mí, les prometo que aunque se deshagan nunca dejaré de buscarla y la atraeré, por mujer y por Laura, porque en el componente femenino del cosmos se haya el inicio y el fin de todo lo posible.
El día en que el diablo apareció por las calles de Moscú, Bulgakov creó a Margarita. Quizá la creara para armarse de belleza porque hay en la belleza la salvación; el día en el que Eleazar en la ciudad de Masala fortificada con treinta y ocho torres, arengó a la población para que se suicidara ante el asedio de los romanos al mando del general Flavio Silva, tuvo que asomar en su conciencia todo el horror del martirio, del hambre, de la tortura, de la vejación que sufriría su gente si se entregaba y hubo de pensar -como nos dice Flavio Josefo- que menos sufrirían a manos propias que en manos romanas y así los habitantes de la ciudad judía murieron; el día tiene que tener algo de belleza para poder asegurarse el mañana y así cuando miro mis manos y veo en ellas la podredumbre que las va inundando recuerdo a Laura y casi canto; porque mi encuentro tuvo la magia de canto antiguo, del canto que emana de ese sentimiento arraigadísimo de pertenencia; somos humanos porque queremos pertenecer; hay en la pertenencia el cobijo, la lumbre que nos espera tras la estepa en invierno; ese abrazo de un cuerpo en otro cuerpo; esa caricia que se otorga libremente y que recorre -por fuera- las vísceras; hay en la pertenencia un himno que no proclama batallas sino paces como cuando el río ya no baja crecido y se remansa en el valle sobre el que el sol derrama sus últimos rayos; hay en pertenecer a Laura la promesa de todas las religiones soteriológicas; la salvación por su piel, por su boca, por sus piernas, por su vientre; pesebre el cuerpo de Laura; lluvia de estrellas su voz; hay en la pertenencia la negación de la arena (arena como polvo de roca; arena como negación de la solidez del mundo); en la promesa de la pertenencia a Laura se esconde el secreto de estar vivo. Yo lo sé. Lo saben mis manos que se pudren por su ausencia; me dicen las manos que la busque y yo, levantado hoy, con la mirada puesta en la lluvia, las manos ante mí, les prometo que aunque se deshagan nunca dejaré de buscarla y la atraeré, por mujer y por Laura, porque en el componente femenino del cosmos se haya el inicio y el fin de todo lo posible.
Cuando Rubén la vio al volver al café del centro, Laura estaba sentada en la misma mesa de la primera vez sólo que entonces llevaba su pelo rojizo suelto y ahora lo llevaba recogido en una coleta; estaba leyendo un libro muy grueso -de más de mil páginas pensó Rubén- y de a pocos tomaba notas en un cuaderno; bebía un té con limón; iba vestida con una minifalda vaquera, leotardos negros, botines también negros y un jersey de cuello de cisne rosa. Rubén se sintió osado -o no podía por menos que ser osado- y eligió para sentarse la mesa más próxima a la de ella. Con gesticulación forzada llamó la atención del camarero y la de ella que levantó la vista de las hojas y clavó sus ojos de miel en los verdes de él. Quizá dudó un momento si le conocía -quizá no y tan sólo fue el tiempo necesario para tomar una decisión- y le mostró una sonrisa cuando le dijo, ¡Vaya, si está aquí lo que a lo mejor espero!
El día ocho de septiembre, ocho meses y cinco días tras San Blas, Rubén escribió en su Cuaderno Marrón:
El día ocho de septiembre, ocho meses y cinco días tras San Blas, Rubén escribió en su Cuaderno Marrón:
La llamó Laura en honor a Petrarca, no porque ella se llamara Laura. Ella no le dijo su nombre. De hecho estaba convencido de que ella se llamaba Petra por el óvalo de su cara y por los labios que eran gruesos y bien dibujados como los labios -imaginaba- de David de Miguel Angel. Una mujer con ese óvalo y esa boca no podría llamarse de ninguna otra manera. La llamó Laura para no tener que llamarla por su verdadero nombre. La llamó Laura para llamarla como se llama a las Ideas.
Dijimos que cuando él la vio por vez primera fue en el mes de febrero en un café del centro. No dijimos si fue a primeros de febrero o a finales. Pues bien, fue a principios de febrero y para ser más exactos el día de San Blas y ese dato -que fuera el día de San Blas- le llevó a pensar que Laura estaba destinada a ser su esposa y la madre de sus hijos porque ya lo dice el refrán, Por San Blas la cigüeña verás.
Laura no apareció por el café del centro a lo largo de toda la semana. Él -al que tenemos que llamar de algún modo. Es condición necesaria bautizar a las personas. El nombre propio nos otorga la propiedad de ser, así es que le llamaremos Rubén, nombre que además nos puede llevar por una genealogía que emparente con una de las doce tribus de Israel aunque en este caso las mezclas con gentiles desde más allá del siglo XV dificultaría mucho la investigación- fue todos los días a la misma hora en que la vio por primera vez lo que le suponía una seria alteración de su rutina porque Rubén vivía al sur de Madrid en un pueblo llamado Aranjuez y había ido a aquel café del centro por hacer tiempo hasta que fuera la hora de acudir a una cita con una abogada laboralista que le estaba llevando los papeles de un despido improcedente.
Laura no acudió pero Rubén sí acudió a Laura.
Dijimos que cuando él la vio por vez primera fue en el mes de febrero en un café del centro. No dijimos si fue a primeros de febrero o a finales. Pues bien, fue a principios de febrero y para ser más exactos el día de San Blas y ese dato -que fuera el día de San Blas- le llevó a pensar que Laura estaba destinada a ser su esposa y la madre de sus hijos porque ya lo dice el refrán, Por San Blas la cigüeña verás.
Laura no apareció por el café del centro a lo largo de toda la semana. Él -al que tenemos que llamar de algún modo. Es condición necesaria bautizar a las personas. El nombre propio nos otorga la propiedad de ser, así es que le llamaremos Rubén, nombre que además nos puede llevar por una genealogía que emparente con una de las doce tribus de Israel aunque en este caso las mezclas con gentiles desde más allá del siglo XV dificultaría mucho la investigación- fue todos los días a la misma hora en que la vio por primera vez lo que le suponía una seria alteración de su rutina porque Rubén vivía al sur de Madrid en un pueblo llamado Aranjuez y había ido a aquel café del centro por hacer tiempo hasta que fuera la hora de acudir a una cita con una abogada laboralista que le estaba llevando los papeles de un despido improcedente.
Laura no acudió pero Rubén sí acudió a Laura.
La cosa empezó en los dedos (¿o por los dedos?). No fue de improviso, más bien empezó siendo una intuición que nació al aire de su olvido. Parece que a sus dedos no les gustó su olvido y así él una mañana intuyó algo en ellos. Aún no era nada. No existía una marca física, un sarpullido, por ejemplo o un resquebrajamiento de la piel. Ahora puede decir que a finales de agosto supo que algo iba a empezar. Sin saber por qué decidió anotar las sensaciones en sus dedos en un cuaderno marrón que guardaba desde el año 1996 en uno de los últimos cajones de su escritorio. Tampoco se preguntó el por qué de ese cuaderno. Por qué había recordado ese cuaderno al que le puso pomposamente el título de Cuaderno Marrón, justo el día en el que en el intersticio entre el dedo anular y corazón de la mano izquierda surgió una mínima señal rojiza. Nada. No era nada. Él tomó su recuperado Cuaderno Marrón y escribió: 6 de septiembre. Señal rojiza entre el dedo anular y corazón de la mano izquierda. Quizá sea la última vez que me quedo mirando el teléfono como si fuera una nave interestelar. La soledad es esto: una mancha rojiza entre los dedos... o su importancia.
Eso escribió el primer día en que sus dedos empezaron a mostrar que la crisis acababa de estallar. Nunca se sabe por dónde empiezan. Nunca se sabe cómo acaban. La crisis, entonces, es la vida porque ¿cómo ocurre que el acto sexual de tus padres? Más ¿cómo ocurre que a tus padres se les ocurriera ese día, en ese instante, acoplarse? ¿Por qué ese óvulo con sus específicas mitocondrias? ¿por qué ese espermatozoide encontró el camino y le quedaron fuerzas para horadar la pared del óvulo y llegar hasta su núcleo? ¿qué ocurrió para que nada se estropeara? ¿qué jodida conjunción de astros se dio para que 40 años más tarde, un mes de febrero se encontrara con la mirada de Laura en un café del centro? ¿Por qué supo? ¿Por qué intuyó -como ahora con los dedos- que la persona que había quedado con ella le había dado plantón y que a ella ese plantón le había dolido especialmente -por qué supo ya que le había dolido especialmente-, decidió levantarse y temblando le dijo: Yo no soy a quien esperas pero a lo mejor soy lo que esperas? Y Laura rió y la risa se le mezcló con alguna lágrima (que ya se había deslizado justo antes de que él llegara) y le respondió, No creo que seas lo que espero. ¿Sabía su madre cuando le estaba abriendo las piernas a su padre que había de tener un hijo estúpido de aquel encuentro? ¿lo intuía cuando menos? ¿Sabía su padre que aquel vaivén de sus caderas montado sobre la grupa de su esposa iba a dar como resultado un vástago emocionalmente desequilibrado? ¿Sabían que su hijo sería capaz de intuir los desastres antes de que aparecieran los síntomas?
Eso escribió el primer día en que sus dedos empezaron a mostrar que la crisis acababa de estallar. Nunca se sabe por dónde empiezan. Nunca se sabe cómo acaban. La crisis, entonces, es la vida porque ¿cómo ocurre que el acto sexual de tus padres? Más ¿cómo ocurre que a tus padres se les ocurriera ese día, en ese instante, acoplarse? ¿Por qué ese óvulo con sus específicas mitocondrias? ¿por qué ese espermatozoide encontró el camino y le quedaron fuerzas para horadar la pared del óvulo y llegar hasta su núcleo? ¿qué ocurrió para que nada se estropeara? ¿qué jodida conjunción de astros se dio para que 40 años más tarde, un mes de febrero se encontrara con la mirada de Laura en un café del centro? ¿Por qué supo? ¿Por qué intuyó -como ahora con los dedos- que la persona que había quedado con ella le había dado plantón y que a ella ese plantón le había dolido especialmente -por qué supo ya que le había dolido especialmente-, decidió levantarse y temblando le dijo: Yo no soy a quien esperas pero a lo mejor soy lo que esperas? Y Laura rió y la risa se le mezcló con alguna lágrima (que ya se había deslizado justo antes de que él llegara) y le respondió, No creo que seas lo que espero. ¿Sabía su madre cuando le estaba abriendo las piernas a su padre que había de tener un hijo estúpido de aquel encuentro? ¿lo intuía cuando menos? ¿Sabía su padre que aquel vaivén de sus caderas montado sobre la grupa de su esposa iba a dar como resultado un vástago emocionalmente desequilibrado? ¿Sabían que su hijo sería capaz de intuir los desastres antes de que aparecieran los síntomas?
La cueva lacustre
Mis ojos entonces. Mis ojos se hacen a la luz amarilla de la luna que se filtra al interior de la montaña por grietas que deben herir la cima en su exterior.
Mis ojos entonces. Mis pulmones. Mi ansia de vida. El sonido que resuena en la amplia cavidad donde me encuentro.
Pienso, Es curioso no saber por dónde pisamos. ¿Cuántos seres vivos habrán subido y bajado por el acantilado sin saber que sus entrañas están huecas?
Poco a poco voy viendo los contornos y descubro en el centro de la laguna una gran piedra. Un altar, me digo. Su fuste es más delgado que su parte superior, la cual parece lisa y suave; su base se hunde en las aguas del mar.
Mil sonidos. Un millón de sonidos. Mil millones de sonidos. Casi todos líquidos. Y el maullido de Lilith desde las alturas, en alguna parte de la cueva. Otra cueva, me digo. Siempre en una cueva, me digo. Condenado a las cuevas, me digo.
Establezco una referencia para saber dónde se encuentra el túnel. Luego empiezo a nadar rodeando el perímetro de la cueva. Busco un lugar seco. Una cala en miniatura. Algo de arena. Nado a braza y el eco de la braza me recuerda al paso de una manada de búfalos por un río. Maúlla de nuevo Lilith. ¿Por qué ha entrado en la gruta? Me detengo. Consigo ver la silueta de una repisa a media altura entre el lago y la cima. Una repisa de piedra. No podría llegar hasta allí. O sí. Tengo frío. Necesito salir del agua. Vuelvo al punto de partida. No hay cala. Las dimensiones de la gruta. No sabría decirlas. Nado hasta el ara de piedra en el centro de la laguna. Es más alta de lo que había calculado. Intento escalar por su fuste. Me escurro. Decido ir hasta la zona donde vi la repisa e intentar subir. Me estoy cansando. En ninguna zona he hecho pie. Llego hasta la pared y empiezo a subir. La luna ilumina lo justo para que pueda ir agarrándome a la piedra. Una piedra que parece pómez, esponjosa, áspera. Subo lentamente. Me pregunto, ¿Qué habrá? Alcanzo la repisa y me encaramo a ella sin problemas. Antes de dejarme ir saco las velas de la bolsa y las enciendo. El foco de luz de las velas hace que el espacio de la gruta se oscurezca. No hay signos de vida en la repisa. Pensé mientras subía si habría una colonia de murciélagos. Inspecciono el suelo. No parece haber restos de excrementos. Apago las velas. Me tumbo. Descanso.
¿He dormido? ¿He soñado con Caín y las posibles muertes de Abel? Abro los ojos. Aún es la noche. Vislumbro primero una variedad de luz verde que se refleja en el techo de la cueva y que juega con las rugosidades de la roca y parece conformar ángeles y demonios sobre mi cabeza. Pienso, Una capilla sixtina sin amor. Me siento y me asomo al borde de la repisa y mi corazón sufre un golpe, una excitación estética. La luz verde emana de las aguas. Toda la masa de agua despide lo que mi mente científica quiere llamar flúor y mi mente mística asocia con almas vagabundas ahogadas en el mar.
Sobre el ara está Lilith. Y Lilith danza. Pienso, ¿Cómo ha llegado hasta ahí? ¿Por qué danza? ¿Está seca?
Recuerdo, Paredes de cristal, vigas de cedro; plata y oro, finas vasijas de cristal, aceites costosísimos, lechos, escabeles, baldaquines, candelabros de oro, perlas; vigas de madera de olivo; plata, cristal, oro puro, vidrio, fragancias de Líbano, lechos de plata, lechos de oro, dulces especias, paños rojos y púrpuras hilados por hábiles hilanderas y trenzados por ángeles urdidos.
Escucho a Lilith que canta mientras danza,
Mis ojos entonces. Mis pulmones. Mi ansia de vida. El sonido que resuena en la amplia cavidad donde me encuentro.
Pienso, Es curioso no saber por dónde pisamos. ¿Cuántos seres vivos habrán subido y bajado por el acantilado sin saber que sus entrañas están huecas?
Poco a poco voy viendo los contornos y descubro en el centro de la laguna una gran piedra. Un altar, me digo. Su fuste es más delgado que su parte superior, la cual parece lisa y suave; su base se hunde en las aguas del mar.
Mil sonidos. Un millón de sonidos. Mil millones de sonidos. Casi todos líquidos. Y el maullido de Lilith desde las alturas, en alguna parte de la cueva. Otra cueva, me digo. Siempre en una cueva, me digo. Condenado a las cuevas, me digo.
Establezco una referencia para saber dónde se encuentra el túnel. Luego empiezo a nadar rodeando el perímetro de la cueva. Busco un lugar seco. Una cala en miniatura. Algo de arena. Nado a braza y el eco de la braza me recuerda al paso de una manada de búfalos por un río. Maúlla de nuevo Lilith. ¿Por qué ha entrado en la gruta? Me detengo. Consigo ver la silueta de una repisa a media altura entre el lago y la cima. Una repisa de piedra. No podría llegar hasta allí. O sí. Tengo frío. Necesito salir del agua. Vuelvo al punto de partida. No hay cala. Las dimensiones de la gruta. No sabría decirlas. Nado hasta el ara de piedra en el centro de la laguna. Es más alta de lo que había calculado. Intento escalar por su fuste. Me escurro. Decido ir hasta la zona donde vi la repisa e intentar subir. Me estoy cansando. En ninguna zona he hecho pie. Llego hasta la pared y empiezo a subir. La luna ilumina lo justo para que pueda ir agarrándome a la piedra. Una piedra que parece pómez, esponjosa, áspera. Subo lentamente. Me pregunto, ¿Qué habrá? Alcanzo la repisa y me encaramo a ella sin problemas. Antes de dejarme ir saco las velas de la bolsa y las enciendo. El foco de luz de las velas hace que el espacio de la gruta se oscurezca. No hay signos de vida en la repisa. Pensé mientras subía si habría una colonia de murciélagos. Inspecciono el suelo. No parece haber restos de excrementos. Apago las velas. Me tumbo. Descanso.
¿He dormido? ¿He soñado con Caín y las posibles muertes de Abel? Abro los ojos. Aún es la noche. Vislumbro primero una variedad de luz verde que se refleja en el techo de la cueva y que juega con las rugosidades de la roca y parece conformar ángeles y demonios sobre mi cabeza. Pienso, Una capilla sixtina sin amor. Me siento y me asomo al borde de la repisa y mi corazón sufre un golpe, una excitación estética. La luz verde emana de las aguas. Toda la masa de agua despide lo que mi mente científica quiere llamar flúor y mi mente mística asocia con almas vagabundas ahogadas en el mar.
Sobre el ara está Lilith. Y Lilith danza. Pienso, ¿Cómo ha llegado hasta ahí? ¿Por qué danza? ¿Está seca?
Recuerdo, Paredes de cristal, vigas de cedro; plata y oro, finas vasijas de cristal, aceites costosísimos, lechos, escabeles, baldaquines, candelabros de oro, perlas; vigas de madera de olivo; plata, cristal, oro puro, vidrio, fragancias de Líbano, lechos de plata, lechos de oro, dulces especias, paños rojos y púrpuras hilados por hábiles hilanderas y trenzados por ángeles urdidos.
Escucho a Lilith que canta mientras danza,
No te distraigas muchacho.
Mi boca se ha hecho ancha.
Mi corazón se estrecha.
No te distraigas muchacho
la barca sólo vendrá una vez
La serpiente emerge su cabeza de las profundidades de la laguna. Lentamente se enrosca en el fuste del altar. Es una serpiente inmensa, del color del oro, con ojos de rubí. Repta y rodea con sus anillos el cuerpo de Lilith. Lilith canta y parece gemir. Lilith danza y se deja enroscar. La serpiente abre su boca y empieza a engullir a Lilith. Lilith canta y se deja engullir. La serpiente se yergue sobre el altar y adquiere el color verde fosforescente de las aguas. A medida que se eleva la serpiente jadea los maullidos de Lilith. Crece cabello en su cabeza. Empieza a mudar la piel y de la muda nace un cuerpo de mujer. Una mujer desnuda. Sus cabellos negros despiden fulgores azules. Su boca es roja. Su piel blanca como la muerte. Su pecho generoso como la vida. Su cintura estrecha y sus caderas anchas. Piernas largas. Pies de ébano. Es una mujer inmensa con unos ojos verdes que parecen atraer todo lo que miran. Las sombras provocadas por la luz del mar en las paredes y el techo de la gruta le dan la bienvenida. La mujer inmensa baila la danza de Lilith. Se contonea. En su movimiento quedan restos de reptil. Me ve. Pienso, No estoy aquí. Se acerca a mí. Alarga su brazo izquierdo que termina en una mano cuyos dedos están unidos por una membrana. Pienso, Esto es morir. Los dedos de la mujer gigante rozan mi pómulo herido y siento la viscosidad de su piel y una gran excitación. Pienso, Esta mujer gigante es espantosa. Pienso, Cómo deseo el espanto que me provoca. La mujer gigante abre la boca y ríe. La mujer gigante abre las piernas y pare setenta y dos águilas blancas. La mujer gigante gira sobre sí misma y crea en la cueva un torbellino. Cuando cesa el viento la mujer gigante es un delfín hembra. Habla su idioma. Se hunde en las aguas. Huyen las águilas. Se apaga el verdor del mar. Por las grietas de la montaña se anuncia la luz del día. Me lanzo desde la repisa y busco el túnel de salida. Nado y no pienso. Nado y sé que no me voy ahogar. Pienso, Seguir. Hasta el fin.
Fin de la trancripción del cuaderno negro de Olmo.
Nota de los narradores:
Tan sólo añadir que por mor de la curiosidad que nos provocó el relato y con la ayuda de los guardias rurales, buscamos la oquedad a la que hace referencia Olmo, la cual, en efecto, se hallaba en el acantilado. Buceamos y lo único que encontramos fue un túnel de unos tres metros de largo que no llevaba a ninguna parte. Lo curioso es que sí parecía como si se hubiera producido un derrumbe. Entre las rocas amontonadas encontramos lo que podría ser una muda de serpiente.
FIN
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Tags : Las manos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/11/2016 a las 18:10 | {0}