10 de noviembre
...como ya voy dando señales de estar viva (debe ser mi sistema límbico, una tendencia al gozo, extraña en la amalgama de células cerebrales si es en el cerebro, allí, la nuez, sabor a madera de nuez; allí digo) la última línea de luz del día, algo con verde, me produce placer. Pienso: aún ves. Luego: ¿Cuánto has visto? O: ¡Cuánto has visto! Aquí, alejada. Los primeros días. Él me ha dicho que pasaré mucho frío, que las montañas son otra cosa; me ha dicho más. Pienso: No quiero abandonarme. Tengo que esforzarme en no hacerlo. No saldré despeinada jamás. Nunca con greñas. Hacer entonces. He de hacer. He de hacer por hacer. Se es lo que se hace. Alguien escribió: el ser humano es aquel animal que hace pan. Ha pasado el día. He caminado con la perra por un valle. Diría que ya estoy dentro del valle cuando inicio el camino. No lo puedo afirmar. No sé expresarme con términos y conceptos rurales. Miro las montañas que tengo frente a mí y supongo que cada una tendrá su nombre como el camino que he tomado hoy tendrá el suyo. Todavía, como ayer, siento temor cuando paso junto a unos bóvidos (no sé si son bueyes o vacas o terneras o toros) que abrevan en los abrevaderos colocados a tal fin a la vera del camino. Paso junto a ellos, sí, no asustada, sí con temor (precaución)
Leo sobre la tiranía del mérito en un ensayo así titulado La tiranía del mérito y como subtítulo ¿Qué fue del bien común? escrito por el filósofo Michel J. Sandel. Lo recuerdo cuando un muchacho emigrante que me coloca un cable de fibra de vidrio, me cuenta, mientras hace su labor, su sueño que es el de convertirse en un gran actor. Me cuenta una historia terrible: sus hermanos pequeños y una joven encinta que los acompañaba iban en un motoconcho por la ciudad de Santo Domingo en la república dominicana cuando los arrolló un ricachón con su super ranchera y -así lo expresa el muchacho- los asesinó a todos. Él es el único de sus hermanos que queda vivo. El ricachón ni tan siquiera ha ido a juicio. Esa es la justicia en su país. Él será actor. No volverá a su país natal en el que la corrupción permite que el asesino de sus hermanos se vaya de rositas. Yo no aconsejo. Escucho y opino. Opino que debe formarse en una escuela porque ese será el primer lugar donde buscar trabajo. Opino que el azar no ha sido aún domesticado. Opino que debe confiar en que un día estará en el sitio exacto en el momento oportuno. Opino que hay que hacerlo. Somos lo que hacemos. El muchacho es quien me ha llevado a la idea del mérito y al libro de Sandel.
La noche. Crece la luna. Escucho a Bob Dylan. Estoy sola en un lugar muy hermoso del mundo. Los colores de noviembre se han quedado fijados en mi memoria. Aún sigo inestable. Nunca, nunca dejaré de serlo. La soledad no me vuelve loca. No me aturde. Sólo echo de menos, calor de cuerpo macho en la noche. No todas las noches. Bastantes sí. El cuerpo macho de Ángel. El cuerpo sexuado de Ángel. Hoy lo quisiera para mí. La luna crece, sí, la luna crece.
Hace tiempo que venía esperando esto. No sé todavía si ha llegado. Esta mañana me he mirado el pecho. Luego el cuello. He palpado detrás de las orejas buscando bultos, señales, ausencias. A veces me busco garrapatas. Las busco desde que una vez, hace muchos años, descubrí una inmensa detrás de la oreja de un tío mío, un tío carnal, el hermano pequeño de mi madre, que era un borrachín y tenía mucho estilo. Por eso me sorprendió tanto encontrar una garrapata detrás de una oreja tan distinguida. Debía llevar tiempo instalada porque cuando la extirpé, observamos que estaba bien hermosa, ahíta de la sangre de mi tío. ¡Qué alivio! dijo mi tío; Ángel se llamaba. Ya murió.
Escribo que hace tiempo que venía esperando esto. No sé si he aprendido algo en esta puñetera vida sólo que ahora espero un poco mejor. U hoy espero un poco mejor. No sé mañana.
Me sigue gustando mi pecho. Sí, claro, lo reconozco, ya está caído pero no me llega al ombligo y guarda aún relación con aquel pecho lozano, el de una juventud que ya se ha ido y nunca más volverá (en absoluto deseo que la juventud vuelva. Algo tendré que escribir sobre ella porque si no sería difícil de entender los pensamientos de hoy. O eso pienso que tendré que hacer. Hoy no le voy a dar más vueltas).
Me voy. Me lo he dicho esta mañana ante el espejo mientras abría la bata, observaba mi pecho y bajaba mi mano izquierda hasta el inicio de las bragas para quedarme ahí, palpando el lacito rosa que sirve de distintivo a mi marca preferida de ropa interior. Me gusta dejarme abierta la bata sobre mi cuerpo casi desnudo; me gusta pasear casi en cueros por mi casa antes de que el frío llegue y la piel desaparezca bajo capas y capas -¡hasta cinco en los más profundo del invierno!- de ropa. No voy descalza. Nunca me gustó ir descalza. Dentro de poco esta casa ya no será mi casa.
Hace exactamente diez años que no follo. Sé que no debería escribir esto. Menos aún publicarlo aunque sea la verdad. Y aún sabiéndolo cuando esta mañana he decidido que tenía que escribir sobre lo que está ocurriendo, tenía que ser una voz más en este océano de voces que contara sus pensamientos como si fuera la cronista de un tiempo que se definirá dentro de unos siglos como el tiempo de la culminación del Yo y el inicio de la aniquilación del Yo, en ese mismo instante, escribía, he recordado que tal día como hoy, 11 de octubre de 2011, fue la última vez que otro ser humano me acarició el cuerpo con ánimos sexuales y tuve varios orgasmos antológicos de los cuales aún no me he recuperado.
¿Desde dónde voy a empezar? Podría tomar como inicio el éxito de la serie El juego del calamar y a partir de su análisis elaborar la tesis del Aniquilamiento del Yo, el cual por cierto no lo colocaría en este año de 2021, ni siquiera el año anterior, El año de la Pandemia, del que habré de escribir, del que escribiré mucho, por este afán, pienso, que me ha entrado esta mañana al observar las areolas de mis pezones de un color anaranjado, muy parecido al color de las hojas de mi arce japonés cuando el otoño llega a noviembre.
Hoy, en todo caso, he sentido temor. Hasta que no me vea fuera de este particular infierno, seguiré sintiéndolo. Me voy a un lugar muy nuevo para mí. Ya no queda mucho para que haya desaparecido de esta realidad genérica.
Me llamo Soledad. Estoy casi sola. Me voy casi sola. Me acompañan mi perro Tigris y mis huéspedes interiores.
Narrativa
Tags : Diarios de la Garganta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/10/2021 a las 12:36 | {0}
Escrito por Isaac Alexander
Edición y notas de Fernando Loygorri
Inicio esta entrada de El libro de la soledades de Isaac Alexander con una glosa mía. La última entrega de estas memorias o diarios de Isaac la publiqué en julio de este año 2021. Desde entonces arrumbé a Isaac en un cajón de mi vieja mesa de convento por una razón que quiero explicarte a ti, seguidor de las andanzas de este viejo amigo que se resiste a morir por lo mucho que escribió. Porque escribir (crear en general) tiene, a mi entender, el mismo propósito que el de tener hijos: permanecer tras la muerte, trascenderla. De ahí la famosa máxima de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro: las tres actividades -salvo catástrofe- sugieren la continuidad en la vida tras la muerte. Escrita esta digresión, y muy sucintamente, quería aclarar que si dejé de publicar estas memorias fue porque empecé a sentir que Isaac se estaba adueñando de mi voluntad. Muchas veces me pasó con él y nos reíamos con la sensación que yo tenía (y tengo) de que Isaac Alexander tiene una carga electromagnética que me atrae indefectiblemente hacia él; hay un momento -tanto cuando estaba vivo como ahora muerto- en que si me mantengo mucho tiempo cerca de él, acaba atrapándome en su órbita como si él fuera un astro en el universo cuya fuerza de gravedad me atrajera a mí, su luna pequeña, sometida a las leyes de la física de un sistema planetario. Planeta él entonces, luna suya yo.
Pasados unos meses, siento que me he alejado lo suficiente de su atracción como para poder volver a él. Lo hago con alegría como quien se encuentra por un sendero con un viejo amigo al que hace años que no vemos. No sé cuánto tiempo resistiré esta vez su gravedad o si, quizá, se hayan tornado los papeles y el que era planeta sea ahora luna y el que era luna se haya convertido en planeta porque -remedando a Wittgenstein- "todo lo que se puede expresar es posible ".
Hecha esta nota previa, paso a retomar el Libro de Isaac.
Anoche, frente a la primera chimenea del otoño, recordé un encuentro furtivo con un amigo. No suelo quedarme en los recuerdos del campo de concentración en el que pasé dos años y medio. Cuando vienen, los desecho como si fueran basura mental. No los censuro. Los desecho. No permanezco en ellos. No me regodeo en ellos. Sé que están y que forman parte no sólo de mi biografía sino de la biografía del mundo. La mierda es elemento esencial de la historia del planeta. El recuerdo ha llegado por el frío. Sin querer extenderme mucho -sobre todo porque hay ahora una calma que va más allá del silencio. Es la alta madrugada y fuera acaba de pasar un ráfaga de viento que ha movido cual si fueran bailarinas las hojas del arce que ya empiezan a tomar sus tonos ocres. Los perros y las gatas dormitan a mi alrededor y me sosiega mucho el sonido del fuego en la cocina y el inicio del olor a café que ya empieza a llegar- vi bajar a mi amigo O. (pongo tan sólo su inicial porque O. se avergonzaba de haber estado en un lugar como aquel y pedía a todo el mundo que fuera discreto porque O. hasta el estallido de la guerra había sido uno de los más elegantes y conocidos dandys de la ciudad suiza de Zürich). Sería largo de contar cómo fue apresado y más larga aún y terrible la peripecia que hubo de vivir antes de llegar al campo de concentración. Lo vi bajar del tren de ganado en el que nos traían a los campos. Su vagón quedó justo enfrente de mí que en ese momento cortaba las malas hierbas de unos parterres que había mandado hacer el Obersturmführer del campo (creo que en otro lugar escribí el nombre del campo; también recuerdo el nombre del oficial pero, pasados los años, me parece que son datos que humaniza lo que en realidad no era sino una cuestión de lugares y escalafones de lo atroz. Negarles los nombres es un acto que busca negarles la identidad.) en los que quería plantar flores silvestres. En cuanto apareció en la puerta del vagón, nuestras miradas se encontraron y, amaestrados ya, disimulamos de inmediato y cada uno siguió con lo suyo. Sólo que desde ese momento tanto a él como a mí se nos había metido una idea en la cabeza: teníamos que entrar en contacto y vernos...
Han pasado varias horas desde que escribí "teníamos que entrar en contacto y vernos". Donjuán tiene una diarrea espantosa. Cuando ya no puede más me avisa con jadeos, vueltas sobre mi butaca, arrastra su culo por el suelo. Salimos. La noche es fría y oscura. Se alivia. Nada más volver se queda de nuevo dormido, un dormir inquieto, poblado de pesadillas. Despierta. Vuelta a empezar. Me ha resultado curioso el hecho de que justo haya sido esta noche en la que después de tanto tiempo volvía a escribir sobre mi estancia en los campos de concentración, cuando Donjuán enferme de las tripas y tenga su mierda un olor insoportable a descomposición. Lo tendré en cuenta.
Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/09/2021 a las 12:48 | {0}
Estos desfallecimientos. Suspirar de improviso. Es la mañana. Camino por una calle que a nada me recuerda. El sol es el de agosto, cruel como los ocres que cubren los campos de Castilla. En esa calle. Bajo ese sol. El desfallecimiento. Respiro. Dejo que la emoción afloje. Respirar. Escuchar la voz de María Creuza en la Fusa con Vinicious de Moraes y el joven Toquiño. Eu sé que voy t'amar. Estos desfallecimientos ante los dolores que se suceden un día y otro día en este medio hostil en el que vivo desde hace demasiados años. Demasiados, demasiados. También ocurre en el campo. Salgo al caer la noche con Nilo. En esas soledades. Con la verdad en la respiración y la emoción de nuevo, el deseo terrible de ser abrazado. Desfallecimientos en estos tiempos de desolación y resurgimiento de las ideas totalitarias. Eso veo en el cauce de los ríos secos. Eso siento cuando los gritos de unos borrachos me despiertan en mitad de la madrugada. Soledades en los desfallecimientos. Como si me faltara el Otro. Como si sin el Otro lo Uno no fuera nada. No ser nada. Caer en el olvido como hacían los totalitarios con sus enemigos: condenarlos a las costas del olvido. Desfallecimiento por el olvido mientras miro el rojo encendido del sol cuando muere un día más y siento en mí, punzadita de burgués romántico, añoranzas, un tiempo que recuerdo como otro, cuando parecía que allí estaba lo que se había de alcanzar, cuando parecía... Sí, en agosto. Escondido. Habitando en un medio hostil. Nacer. Sufrir. Morir.
Desfallecer en agosto. Recuerdos de la Alpujarra. ¡Ay, la espalda! Desfallecer cuando pasé de largo el cenit de mi existencia y he de iniciar, con dignidad, la retirada hasta arribar al bello puerto de la Nada. ¿Estará allí el Otro? Mon semblable, mon frère y oui, aussi, ma soeur, ma petite soeur, toi aussi, juste a la fin. Desfallecer en agosto ahora que navego multidimensionalmente entre Argentina, Brasil, Francia de la Belle Époque y España pandémica. La epidemia del mal ha vuelto. ¿El mal que nos está contagiando a todos es el que me hace desfallecer? El Mal de la Dominación que ha vuelto, que vuelve siempre, como muy bien saben los que alguna vez han sabido de nuestro pasado sin banderías. El Mal ha vuelto. Estuvo aplacado algunos decenios en Occidente. Dormitaba y se hacía fuerte. El Mal ha vuelto. Desfallezco. Reconozco que tengo ganas de morir pero no aquí, no, no aquí. Reconozco que tengo ganas de morir pero no ahora, no si dejo a Nilo solo. Desfallecer en esta tarde de agosto mientras tecleo y busco en mi interior un mensaje de socorro que no alarme demasiado. María Creuza. Vinicious de Moraes. Toquiño.
Desfallecer... agosto.. una calle que no es nada... vuelto el Mal a las miradas... (me quedo quieto. Miro el fondo de la pared. Hay un agujero que se roe por dentro. Me quedo quieto. Quizá mis dedos. Mis dedos largos. Mis dedos que nunca palparon la cubierta de una nave espacial. Mis dedos quizá se muevan. Dibujen arcos en el aire, jueguen a acercarse a los dedos de dios -El que no puede ser omnipotente. El estéril-.).
Desfallecer en agosto. Recuerdos de la Alpujarra. ¡Ay, la espalda! Desfallecer cuando pasé de largo el cenit de mi existencia y he de iniciar, con dignidad, la retirada hasta arribar al bello puerto de la Nada. ¿Estará allí el Otro? Mon semblable, mon frère y oui, aussi, ma soeur, ma petite soeur, toi aussi, juste a la fin. Desfallecer en agosto ahora que navego multidimensionalmente entre Argentina, Brasil, Francia de la Belle Époque y España pandémica. La epidemia del mal ha vuelto. ¿El mal que nos está contagiando a todos es el que me hace desfallecer? El Mal de la Dominación que ha vuelto, que vuelve siempre, como muy bien saben los que alguna vez han sabido de nuestro pasado sin banderías. El Mal ha vuelto. Estuvo aplacado algunos decenios en Occidente. Dormitaba y se hacía fuerte. El Mal ha vuelto. Desfallezco. Reconozco que tengo ganas de morir pero no aquí, no, no aquí. Reconozco que tengo ganas de morir pero no ahora, no si dejo a Nilo solo. Desfallecer en esta tarde de agosto mientras tecleo y busco en mi interior un mensaje de socorro que no alarme demasiado. María Creuza. Vinicious de Moraes. Toquiño.
Desfallecer... agosto.. una calle que no es nada... vuelto el Mal a las miradas... (me quedo quieto. Miro el fondo de la pared. Hay un agujero que se roe por dentro. Me quedo quieto. Quizá mis dedos. Mis dedos largos. Mis dedos que nunca palparon la cubierta de una nave espacial. Mis dedos quizá se muevan. Dibujen arcos en el aire, jueguen a acercarse a los dedos de dios -El que no puede ser omnipotente. El estéril-.).
¡Irte! así; ¡Irte! como se pide a la espuma del mar, la espuma lejana del mar, la que quedó en el recuerdo; irte como quieren los leñadores y los fogoneros cuando te cantan canciones jocosas en las que se mofan de tu pata de palo, tú que perdiste la pierna izquierda luchando en buena lid contra un escualo al que dejaste por tu parte tuerto.
Irte con canción de pirata. Irte con anillo en la oreja símbolo, antiguo, del que ha circunnavegado la Tierra.
Irte a otras montañas. Irte con tu pata de palo, fabricada con madera de balsa a falta de un buen tronco de ébano que te habría proporcionado una pierna más sólida y más dandy.
Irte por donde sopla el viento más frío. Nunca fuiste de lugares cálidos. Siempre preferiste la primavera que muere a la que nace y más te alegraste al contemplar en la mañana la nube preñada que ese sol que deslumbra nada más surgir allá, allá, tras el horizonte.
Irte al lugar donde ni hombres ni mujeres puedan darte más la murga y donde tú no tengas ya la sensación de estar siendo patoso a cada paso.
Irte por laderas escarpadas.
A las altas nieves, cerca del riachuelo por donde las truchas nadan sin temor de los anzuelos.
Con los ojos cerrados. Con el miembro aún vigoroso. Con unas inmensas ganas de ser abrazado ante la absoluta seguridad de no volver a sentir brazos cercanos. Hasta lo profundo del bosque de Diana donde a ella le espera un estanque al que quizá bautices. (No, no, no sueñes que la verás desnuda, rodeada de animales, mientras se baña y su piel divina es el oro de tu Dorado, la meta de tu ambición o la simple pesadilla que la concupiscencia te obliga a soñar un día y otro día y que te llevará al mal como está legislado).
Irte más arriba de la soga. Irte por el condado de York. Irte en busca de Shakespeare para preguntarle cuánto tiempo más habrá de pasar para que deje de ser el mejor bardo que vieron los siglos en Occidente.
Por la puerta entreabierta. Sin hacer demasiado ruido. Mejor descálzate y con los calcetines de lana camina hasta el jardín. Siéntate en el primero de los peldaños. Cálzate mientras recuerdas que has de irte, abandonarlo todo como se abandona la suerte propia al cruzar el propio cabo Bojador.
¡Irte! Rolan los vientos. Vienen ahora los fríos céfiros, los que no gusta que te atraviesen el cutis. Contra ellos has de ir. El cutis te han de cortar. ¡Irte, soldado fanfarrón! ¡Irte, tú que has desertado aduciendo razones contra el mundo y has callado hasta las razones de tu orgullo (si hubiera razones. Si alguna razón hay para sentirse orgulloso seas quien seas, hayas hecho lo que hayas hecho, no hayas hecho lo que no hayas hecho).
Irte con paso marcial. No dejes rastro. No te sientas distinto. No somos simientes de nada tan sólo luchamos por la vida. Recuérdalo, viejo soldado fanfarrón. Vete.
Vase
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Narrativa
Tags : Diarios de la Garganta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/11/2021 a las 18:29 | {0}