Escrito por Isaac Alexander
Edición y notas de Fernando Loygorri
La mañana en la que se le vio en el prado que había frente a la fachada occidental del edificio, amaneció con un vendaval que traía y se llevaba nubes cargadas de agua; a media mañana pareció despejarse y la señora L. decidió sacar a pasear a su perrita Nelly, una pekinesa negra cuya rasgo más distintivo es que le aterraban las vacas, el de la señora L. era sus lentes con montura nacarada de ojos de gato, unas gafas que no eran imitación de las de los años cincuenta sino que era la montura que su abuela, la siempre recordada señora Alp (así llamada por sus amistades, Pásame el azúcar, Alp, querida, decían por ejemplo), le dejó en herencia; también le legó la casa a la que se acababa de trasladar y un huerto de no más de media hectárea a las afueras del pueblo. Pero no nos desviemos del tema que nos ocupa, queridas y volvamos al principio: la mañana en la que se le vio en el prado [...] la señora L. -viuda en realidad desde hacía un par de años- se fijó en él y dicen, algunas, las que estaban sentadas en los merenderos a la vera del camino, que desde el primer momento se produjo entre ellos eso que antiguamente se llamaba un flechazo...*
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* En otro lugar ya he comentado que Isaac Alexander se definía -literariamente- como nuevo realista; en alguna de las conferencias, muy pocas, que dio en un club de lectura de alguna villa de no más de cincuenta mil habitantes y sólo en dos ocasiones en una metrópoli como Madrid, siempre muy escasas de público, Alexander explicaba la preceptiva de este movimiento del cual -por cierto- él era el único miembro. Una de las características que más definían el nuevorrealismo -así lo escribía él: uniendo en una sola palabra el adjetivo y su sujeto- es que las historias acababan muchas veces como ocurre en la vida: de golpe y porrazo, de una forma imprevista, con muchos frentes abiertos como ocurre tantas veces en eso que llamamos de forma tan pomposa realidad.
El texto que he transcrito es buena muestra de ello; una de las más audaces diría yo por lo propiamente inmediato que se produce la interrupción de la vida y a partir de esa interrupción surge un intenso abanico de preguntas: ¿Qué o quién es lo que se vio en el prado? ¿Pudo ser, por ejemplo, un jacinto? ¿Pudo ser un gato que ronroneaba al amanecer como si en ello le fuera la fortuna del día? ¿Fue un hombre de edad parecida a la de ella y en parecidas circunstancias? Y si fue un hombre ¿lo era más joven? ¿era un buscavidas? ¿era un viajero que se había extraviado? Si nos vamos a otras partes de la historia llama la atención el que dedique tanto espacio -dado lo breve del mismo- al nombre de la abuela. ¿Era una anticipación? ¿Un casualidad que se resolvería gracias a ese apodo en relación con el encuentro entre él -sea lo que sea eso él- y la señora L.? Y qué decir del temor de la pekinesa Nelly. Por cierto, ¿el nombre de la perra nos sitúa la acción en un país anglosajón o es simple excentricidad de la dueña?
El nuevorrealismo es lo que intenta trasmitir: la muerte, en nuestra realidad, no hace más que abrir el foso de las preguntas que ya nunca se podrán responder. Vivir, como expresa uno de los epígrafes del Manifiesto nuevorrealista es dejar preguntas sin responder. La literatura nuevorrealista tiene por lo tanto que desarrollar de forma clara ese principio.
Escrito por Isaac Alexander
Edición y notas de Fernando Loygorri
* Unión Postale Universelle Rusie (principios de siglo XX)
Querido Pseudo Lucilo:
Sí, las nieblas son densas en lo alto de las montañas. M. se quedó muy dormida y por la mañana no quería levantarse. Ya sabes que ella es muy friolera y mi casa es muy fría. Me preguntas también cómo puedo vivir en la cuasi indigencia. Esas son las palabras que utilizas, ¡Ay, querido sobrino si tú supieras hasta dónde puede llegar la miseria!
Disfruto de una casita alquilada. Vivo en un pueblo muy pequeño donde las gentes aún tienen un deje de cortesía -eso ya es riqueza, querido mío-; por la mañanas, al levantarme huelo aún el aire limpio de un valle y son los pájaros -soslayo los ruidos de los hombres que son muchos y muy diversos y que me suelen parecer -los ruidos- metáforas de sus desconsuelos- los que pueblan los sonidos de mis días. Aún en invierno. Eso es ya riqueza, querido mío. Afirmo además, por muy trillada que la idea sea, de que es más rico quien menos necesita que quien más tiene. Que se lo pregunten a los jugadores de póker de las grandes timbas mundiales. Sí, es cierto que paso frío, que mis ropas van envejeciendo con el paso de los años, que a veces miro con salivar de mi boca una manjar que antaño tomé o que quisiera, alguna vez, estar en otro sitio; es cierto que algo de estas carencias me pasarán factura pero también que las facturas que yo he de pagar son cada vez menos. Incluso he conseguido que por mi indigencia -como tú la llamas- ya no te duela que M. venga de vez en cuando a follar conmigo. Te imagino, perdona la broma, arrodillado ante uno de tus ídolos y pidiendo paciencia y comprensión ante la prueba que el buen ídolo/dios te está poniendo, a saber: que a M., tu novia y futura mujer según me cuenta, le hago tilín y viene, unas veces más y otras menos, a que nos demos un gusto al cuerpo y al alma porque -como muy bien sabrás- el sexo hace gozar y mucho lo inmaterial del ser. Ese gozo es ya riqueza, querido sobrino mío.
Y claro que echo de menos ciertas comodidades que en otros tiempos tuve, también echo de menos las miradas primeras a las cosas o los descubrimientos verdaderos porque no sé cuánto descubrimos a lo largo de nuestras vidas; no sé cuánto descubre la persona más descubridora del mundo; no sé cuánto de lo que creemos descubrir son en realidad reelaboraciones de otros que descubrieron antes. Te lo escribo porque creo que estoy en un momento en el que estoy a punto de descubrir algo. Lo siento cuando miro a M. mientras fuma un cigarrillo y observa de forma casi te diría pura el paisaje que tiene frente a ella; yo estoy a sus espaldas y me fijo en la posición de su cadera, en un matiz de traslucidez en sus cabellos o en la relación de grises entre el mundo y el humo del café que surge de la taza que coge con su mano izquierda sin que le tiemble el pulso. Cuando observo esa composición y cuando intuyo que de una forma consciente ella no sabe que la observo, creo descubrir cómo M. se diluye en todo lo demás y todo lo demás se diluye en ella y parece que Brahma o alguno parecido a Brahma se mostrara complacido en las fronteras de mi percepción, de mi casa, de la taza de café o de la silueta de M. No, no, aún no lo he descubierto. No sé si lo que te escribo es realmente lo que quiero decir o si voy a dar por terminada esta carta y me voy a pegar a M. mientras me emociona pensar que alguna vez, alguna vez el universo pudo detenerse.
Cuida tus ideas, querido Pseudo Lucilo pero no por un afán de mejorar sino por un deseo de no juzgar, un deseo real de no juzgar, un deseo real de mezclarte con, cuando menos, las percepciones sin emitir, previamente, un juicio de valor. Los hechos morales existen y son constantes. Los juicios de valor son caprichosos como las corrientes en los cabos.
Siempre te quiere tu tío Alexander
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* La fotografía que acompaña la carta de Isaac Alexander pertenece a los recados de escribir que conservo de mi abuelo Ángel García-Loygorri Atienza. Estos recados eran notas que se enviaban entre los miembros de las embajadas -mi abuelo era diplomático-. Los que conservo corren entre los años de 1905-1918 , en su mayor parte fueron escritos en San Petersburgo y en Berlin. En estos recados de escribir se podía enviar desde unos buenos días hasta la hora y el lugar de una reunión importante o ser la tarjeta que acompaña un ramo de rosas rojas enviado para celebrar una pasión.
* La fotografía que acompaña la carta de Isaac Alexander pertenece a los recados de escribir que conservo de mi abuelo Ángel García-Loygorri Atienza. Estos recados eran notas que se enviaban entre los miembros de las embajadas -mi abuelo era diplomático-. Los que conservo corren entre los años de 1905-1918 , en su mayor parte fueron escritos en San Petersburgo y en Berlin. En estos recados de escribir se podía enviar desde unos buenos días hasta la hora y el lugar de una reunión importante o ser la tarjeta que acompaña un ramo de rosas rojas enviado para celebrar una pasión.
Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Sobre la verdad Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/12/2021 a las 17:44 | {0}
Escrito por Isaac Alexander
Edición y notas de Fernando Loygorri
¿Dónde está el caballo? Miro en la mañana. Miro en la tarde. Al anochecer miro. No vuelve.
Una de las claves de las sociedades fascistas es el bulo no tanto en cuanto bulo sino como verdadera interpretación de un hecho.
Intento retener en mi cabeza la exacta relación en un claroscuro que veo al atardecer en las montañas. Hasta qué punto se corta de una forma tajante o no esa relación de luz y sombra.
Contra el fascismo en una democracia liberal y burguesa sólo cabe, mientras se pueda, la tolerancia. Es decir: en el espacio común tienen cabida las ideas que segregan, amenazan, injurian y niegan pero sólo hasta ahí. Una analogía sería ¿Cuál es el límite de la violencia? La respuesta sería: el límite es la palabra. Pues lo mismo para las ideas que niegan al Otro: el límite es la palabra. En cuanto esas palabras se pongan en acción, se inicia otra fase.
Hablo de fascismo porque es la única totalidad que amenaza la civilización occidental desde que Margareth Tatcher y Ronald Reagan accedieron, mediante el voto popular, a primera ministra y presidente respectivamente.
Hoy he ido a hacerme una copia de las llaves en una tienducha muy curiosa que hay en un pueblo cercano. Mi pueblo es tan pequeño que no tiene apenas tiendas, sólo una de ultramarinos que por supuesto es propiedad de los dueños de todo. Pero a lo que iba. La especie de ferretería es un lugar muy particular: el mostrador da a la calle, es un lugar lleno de anaqueles de metal -con cientos de cajas de cartón muy, muy antiguas en sus baldas- que se alinean a ambos lados a lo largo de una estancia bastante estrecha y muy larga en cuyo extremo opuesto a la entrada hay una puerta con cristal que da a un patio; a la izquierda según se mira el mostrador hay un recipiente para tubos de neón (siempre me produjeron una tremenda intranquilidad los neones, su luz, los tubos) ; en el mostrador hay un calendario de hace muchos años y las paredes -lo que se puede ver de ellas tras los anaqueles de metal- son de un gris oscuro como si nunca se hubieran pintado. El dueño de la tienda sigue llevando una bata azul como la que se solían poner los ferreteros antiguamente, ese azul prusia tan sufrido y haciendo, yo diría, que honor a tanta vetustez cobra en reales y muestra cierto orgullo cuando el cliente -yo en este caso- le pregunta ¿Y eso en pesetas cuánto es? Y él responde con la exactitud de un relojero suizo; como desafío y alimento de su orgullo, voy más allá y le aseguro, Pero en dólares no me lo dice. Me lo dice. Un hombre que tiene una tienducha en un pueblo perdido de una sierra perdida en cualquier lugar del mundo igual de perdido, hace la conversión en distintas monedas a una velocidad pasmosa.
¿Dónde está el caballo? ¿Hasta dónde llegaré a ver? Habrá que respirar una vez más. Me pide mi sobrino, mi pseudo Lucilo, que no olvide; me pide que mi memoria sirva como contención al fascismo; aunque sólo fuera una piedra, me dice. Por teléfono me habla. Me cuenta el temor que siente. Ya no es un fantasma, me dice. ¿Quién? Me gustaría aliviarle pero la esperanza la perdí para siempre y lo que no olvido -por mucho que se empeñen las modernas creencias en recluirlo en una parcela mínima del devenir- es el azar. Y así sólo puedo como mucho exclamar, ¡Se venturoso! ¡Sea tu época de ventura!
Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/12/2021 a las 19:38 | {0}
Escrito por Isaac Alexander
Edición y notas de Fernando Loygorri
Diré que venías (sólo porque los días se habían calmado y parecía diciembre aliento y ánimo). Diré más cosas aunque me resulte difícil seguir escribiendo. Seguirte escribiendo. Cuando siento el frío metérseme hasta los tuétanos, me quedo quieto, sintiéndolo, disfrutándolo, hasta que me duele el cuerpo y sonrío cuando Hamlet se chupa la herida que una astilla le hizo esta mañana en la pata derecha.
Diré que venías y que estuve la mañana inquieto. Me acercaba a la ventana. Me ponía la mano ante los ojos a modo de visera e intentaba adivinar si a lo lejos tú aparecías y yo sentía el cosquilleo propio de quien se alegra de ver llegar a quien se ama.
Sé que estoy viejo y no me importa. Aún quiero vivir. No es que espere nada. Tampoco tengo ya una gran curiosidad (ya sé que dicen que la curiosidad nos mantiene con vida pero no estoy seguro. Siempre dudo de las verdades de Perogrullo). Sólo que cuando me levanto y al ver las primera luces vuelvo a sentir un placer estético, sé que ese no es el día adecuado para morir. O mejor para dejar de estar en esta dimensión. Porque no me atrevo a aventurar nada. Porque empiezo a entender que debo ir desandando. Invadirme de aquellas experiencias que la razón quiso hacerme olvidar durante muchos, muchos años.
Diré que cuando me desvío por un sendero del camino y veo las hojas de los robles cubriendo la tierra como si fueran piedrecitas de río, me detengo y respiro y siento una extraña tristeza como si este aire tan puro me sugiriera una edad dorada, que quedó atrás, no de mí, no, que quedó atrás de todos nosotros. Algo parecido debió de ocurrir cuando a principios de los años 30 del siglo XX se decidió que el sonido se introdujera en el mundo del cine. ¿Qué hubiera ocurrido si el cine se hubiera desarrollado sin sonido? Lo primero es que no se habría convertido en literatura.
Sé que no hay necesariamente piedras filosofales (lo escribo así porque seguramente, en algún alma/espíritu/mente esa piedra filosofal exista y no sólo exista sino que también tenga uso y pueda ese alma/espíritu/mente vivir con cierta calma, con una gran dosis de ignorancia y -jugando con el verso de Cernuda- sin necesidad de olvido); sé que el hierro se fecunda en el vientre de la tierra; sé que he tenido la fortuna de vivir los últimos años de mi vida sin miedo; sé que el fascismo está volviendo y ese tedio que producen las sociedades opulentas es una de las armas favoritas de los fascistas para hacerse con el poder: mierda y miedo son sus medios. Sé que desde mi forma de lucha seguiré luchando contra el fascismo.
Diré: si vinieras como surgen las sorpresas, mi corazón se debatiría entre detenerse y continuar; si vinieras con tu sonrisa grande (la de los domingos por la tarde, cuando el mundo se diluye en el corazón de la noche y sólo queda meterse en la cama y soñar con un revoltijo de flores) me dejaría llevar por ti donde quisieras; diré también que no vendrás, que es todo un juego de un viejo que mira desde la terraza la posibilidad de verte aparecer.
También diré, y ya termino, que Euphosine ha rejuvenecido y Aglaya se reivindica parda y Donjuan se lamenta de un lance perdido mientras roe con melancolía una rodilla de res y Hamlet se lame la pata y yo vuelvo a salir a la terraza y tú no apareces, por eso mi sonrisa, mi lectura vespertina, Infancia e historia. Destrucción de la experiencia y origen de la historia de Giorgio Agamben y quizá también, porque no vienes, vierto unas gotitas de cognac en el café solo.
Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/12/2021 a las 18:21 | {0}
La tentación de san Antonio, por Pieter van der Heyden a partir del dibujo de Pieter Brueghel el Viejo, 1556
Anoche lo escuché con claridad. Mis manos bajo el edredón. Estaba muy dormida. Soñaba con violencias en los bloques de los que, puedo escribir, salí huyendo. Mis manos bajo el edredón se movían solas, sometidas al vaivén de la pesadilla; debía ser que me estaba desangrando por los muslos. Al comenzar a despertar sentí cómo mis manos -como si fueran torniquetes- apretaban con fuerza el muslo izquierdo. Probablemente esa presión fue la que me despertó. Entonces lo escuché. Lo escuché con claridad y volví a caer dormida. Luché un instante -no sé cuánto tiempo duró eso que llamo instante- por no volver al sueño convencida, como estaba, de que caería de nuevo en la pesadilla. Así fue: vuelvo al momento en que un padre está dando una paliza descomunal a uno de sus hijos mientras los vecinos, que son amigos suyos, beben alegremente y jalean la paliza; el niño no debe de tener más de ocho años y aunque sienta una antipatía rayana con el odio por él, me parece una salvajada a lo que estoy asistiendo. Yo lo veo todo desde la sala de mi casa. Tengo cerradas las cristaleras de la ventana. Ahogados me llegan los gritos del niño, el jaleo de los vecinos, la ira del padre que incansable golpea una y otra vez el cuerpo de su hijo que se va dejando vencer y cae ya de rodillas, hecho un ovillo, las piernas ensangrentadas, el rostro desfigurado, parece que se ha hecho pis y también ha defecado; de repente el niño se queda inerme, todo su cuerpo se relaja mientras el padre lo muele a patadas y puñetazos en una interminable, infatigable paliza.
Mientras paseo pienso en la idea de renuncia. Este alejamiento va a suponer renuncias. Por ejemplo he de renunciar a poder comprar comida japonesa. En estos primeros días es lo que más echo de menos: la abundancia de productos. También me ha vuelto un deseo nuevo por fumar. Lo dejé hace cuatro años. No había sentido hasta ahora un deseo tan vehemente. Una renuncia que me tienta a renunciar a ella. Mientras paseo con las primeras luces de la mañana, siento que por la noche escuché algo con claridad pero al contrario de cuando me desperté no logró saber qué fue exactamente lo que escuché y por qué al recordarlo me recorre un escalofrío por el espinazo .
De vuelta hacia la casa vuelvo a ver a un hombre viejo que pasea con dos perros más jóvenes que él; el hombre parece emanar cierta serenidad y eso me hace mirarme a mí misma y provoca un pensamiento de palabras, No eres sabia. Eso pienso, No, no eres sabia. Ese hombre con sus dos perros me da la sensación de ser tan nuevo como yo en estos campos; ambos nos movemos como si fuéramos de ciudad; hay en él -parece- un gusto por la contemplación. Cuando le he visto estaba subiendo por la ladera -no demasiado empinada- de una colina y cada poco se detenía y miraba en rededor con notable interés. Imagino que acabaremos conociéndonos. Algún día nos cruzaremos en el camino, nos saludaremos y al poco tiempo surgirá, de forma natural, una conversación. Ambos vivimos en este pueblo que no llega a los cuatrocientos habitantes. Yo vengo de una ciudad de tres millones. ¿De qué ciudad vendrá él?
¿Qué escuché en la madrugada que me aterró? ¿Por qué no ladró Persia? ¿De nuevo seres del Anima mundi?
Narrativa
Tags : Diarios de la Garganta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/11/2021 a las 19:07 | {0}
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Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/01/2022 a las 17:29 | {0}