Al alimón con Isaac Alexander
¡Cojamos a los rijosos y cortémosles en rodajitas sus putos cojones!
Que se queden secos de su lefa asquerosa que debe saber a amarga leche venida de la amarga leche de su padre.
Cojámosles en vivo y a cada palabra ofensiva arranquémosles un trozo de escroto y dejemos sus gónadas en carne viva y cantemos entonces un tema de Sex Pistols mientras aporreamos sus pollas con nuestras guitarras y bailamos desnudos alrededor de su miseria y su ordinariez.
Extirpemos a los hijos de puta de este mundo que en todo podría ser bello y audaz y peligroso. Esos que en voz baja alardean de sus conquistas y establecen comparaciones de órganos que no les pertenecen.
Hay una frontera, exponemos, entre el sexo y la desvergüenza; hay una belleza en la suciedad de los olores y los sabores y hay un enfangarlo todo con viejas represiones de curas lanzando sermones de cierto dios cavernoso.
Inventemos el castigo del olvido. Enarbolemos la paz entre los seres. Seamos felices con nuestras propias mendacidades. Agrupémonos para defendernos de los miserables que utilizan sus auditorios para corear sus escabrosidades.
Porque tenemos que defender la belleza. Porque tenemos que apaciguar la matanza del buen gusto a base de fuerza y de coraje y arces en otoño y de selvas vírgenes. Tenemos que defender el humor que no daña y la crítica que abarca el error y su acierto.
A esos rijosos, a esos que se inquietan y alborotan a la vista de la hembra y escupen babas por no saber vencer su moral de sacristía y bata negra; a esos, decimos, cortémosles las pelotas y que como castrati canten alabanzas al Señor de los Descojonados mientras nosotros, juntas nuestras manos, entonamos cantos de sexos enamorados del cuerpo, de todo lo que el cuerpo dona a los sentidos.
¡Ah, miserables! ¡Cuánto mal hacéis a la belleza de dos cuerpos -o tres o mil- que se enlazan en el baile germinal de los placeres! ¡Cuánto denigráis la condición de piel de nuestros hábitos! ¡Qué mal conocéis el cuerpo de la mujer del que tanto os vanagloriáis y al que con tanto desprecio os referís!
Tenemos que acabar con ese miedo que sale por vuestras bocas en forma de ofensa, con esa sonrisita meliflua de tenorio de cartón piedra, con esas manos fofas que no saben apreciar la textura de una piel, con esas miradas de sapos que no ocultan a príncipe alguno, antes de que la epidemia de estos bestias nos llegue a todos y nos olvidemos de que el propósito de la vida es vivir la alegría del goce y que el cuerpo de la mujer -como el del hombre- es un territorio fértil, lleno de descubrimientos, suave y brusco, pequeño y eterno sin mácula ninguna, sin belleza estándar.
¡A por ellos! ¡A por los canallas! ¡A callar sus bravuconadas! ¡A la batalla, camaradas, a la batalla!
Que se queden secos de su lefa asquerosa que debe saber a amarga leche venida de la amarga leche de su padre.
Cojámosles en vivo y a cada palabra ofensiva arranquémosles un trozo de escroto y dejemos sus gónadas en carne viva y cantemos entonces un tema de Sex Pistols mientras aporreamos sus pollas con nuestras guitarras y bailamos desnudos alrededor de su miseria y su ordinariez.
Extirpemos a los hijos de puta de este mundo que en todo podría ser bello y audaz y peligroso. Esos que en voz baja alardean de sus conquistas y establecen comparaciones de órganos que no les pertenecen.
Hay una frontera, exponemos, entre el sexo y la desvergüenza; hay una belleza en la suciedad de los olores y los sabores y hay un enfangarlo todo con viejas represiones de curas lanzando sermones de cierto dios cavernoso.
Inventemos el castigo del olvido. Enarbolemos la paz entre los seres. Seamos felices con nuestras propias mendacidades. Agrupémonos para defendernos de los miserables que utilizan sus auditorios para corear sus escabrosidades.
Porque tenemos que defender la belleza. Porque tenemos que apaciguar la matanza del buen gusto a base de fuerza y de coraje y arces en otoño y de selvas vírgenes. Tenemos que defender el humor que no daña y la crítica que abarca el error y su acierto.
A esos rijosos, a esos que se inquietan y alborotan a la vista de la hembra y escupen babas por no saber vencer su moral de sacristía y bata negra; a esos, decimos, cortémosles las pelotas y que como castrati canten alabanzas al Señor de los Descojonados mientras nosotros, juntas nuestras manos, entonamos cantos de sexos enamorados del cuerpo, de todo lo que el cuerpo dona a los sentidos.
¡Ah, miserables! ¡Cuánto mal hacéis a la belleza de dos cuerpos -o tres o mil- que se enlazan en el baile germinal de los placeres! ¡Cuánto denigráis la condición de piel de nuestros hábitos! ¡Qué mal conocéis el cuerpo de la mujer del que tanto os vanagloriáis y al que con tanto desprecio os referís!
Tenemos que acabar con ese miedo que sale por vuestras bocas en forma de ofensa, con esa sonrisita meliflua de tenorio de cartón piedra, con esas manos fofas que no saben apreciar la textura de una piel, con esas miradas de sapos que no ocultan a príncipe alguno, antes de que la epidemia de estos bestias nos llegue a todos y nos olvidemos de que el propósito de la vida es vivir la alegría del goce y que el cuerpo de la mujer -como el del hombre- es un territorio fértil, lleno de descubrimientos, suave y brusco, pequeño y eterno sin mácula ninguna, sin belleza estándar.
¡A por ellos! ¡A por los canallas! ¡A callar sus bravuconadas! ¡A la batalla, camaradas, a la batalla!
¿Es la lluvia? La manada de manos. Tiende hacia arriba. Quisiera atravesar el techo abovedado. Se originan gritos en las voces más jóvenes.
Más lejos: caricias sobre los muslos de la mujer amada mientras ella cierra los ojos y exhala sangre por sus carcajadas.
Más allá: centauras galopan el vientre de un onagro y lo patean y resuelven cavar pozos con sus pezuñas y hozan en su ombligo para afilar sus dientes.
¿Es el horizonte? ¿Cómo se definía? ¿Invento, de nuevo, el término aguaire? ¿Acudo a la llamada y contesto con la elegancia del vendedor de condones? ¿Me sumerjo en Salfumán? ¿Me despiojo a diestro y siniestro? ¿Admiro la potencia de los insectos? ¿Reniego de la Santa Madre Salvadora de todos los Orgasmos? ¿Elevo el tono? ¿Me río de mi propia inconsistencia y sierro a conciencia mis tímpanos?
¿Es la lluvia? ¿Es Vivaldi? Ese campo de flores silvestres resuelve en melodía la disonancia que se avecinaba; ese camino rojizo entre márgenes verdísimos armonizan lo que se aventuraba despliegue de fuegos artificiales ¿Añado la lluvia? ¿Añado el brezo por alguna cuestión eucarística? Desde ayer manaba este texto. Ha sido necesaria la noche y la ausencia de sueños para que cociera en mi sesera y se atreviera a surgir entre mis dedos y sonara como cuerdas bien afinadas de guitarra (por supuesto española).
Elevo el canto una octava más. Será capaz la soprano de vibrar sus cuerdas sin que parezca más tembleque que tremoló. El público se emocionará. El telón se quedará enganchado para que las salvas de aplausos no puedan detenerse, no puedan y duelan, al final, las manos y quieran los aplaudidores detenerse y rueguen al dios de las ovaciones que permita que el telón baje y puedan ellos detener sus manos, enrojecidas por el esfuerzo, algunas sangran ya, algunas se han partido; llegan las ambulancias que de inmediato se ponen a aplaudir también con el consiguiente descalabro de camillas y camilleros y la soprano, sorda a los ruegos, sigue elevando el tono de su voz y resquebraja el techo de la Ópera de Salvesequienpueda y así puedo enlazar con el principio de este impromptu y repetir: La manada de manos tiende hacia arriba etc...
¡Oh, Dios misericordioso (piensa: si le quito la segunda r se lee: misericodioso que podría ser definido como: Usurpador de tiendas de campaña).
Bésame, querida. No me vengas con remilgos. Bésame y cállate. Yo también lo haré ¿Qué importa que nos encontremos en la casa del Señor? ¿Hay, acaso, lugar más a propósito para mostrar el amor que este espacio elevado con sus vitrales y sus ecos? ¡Tócame! ¡Móntate! ¡Cabalga sobre mí! ¡Despiojemos a la Virgen con Niño! Repartamos hostias sin ton ni son. Y salgamos de aquí recién casados, listos para la eternidad y la desventura ¡Oh, usura de tus huesos! ¡Carne de mi carne! ¡Bendita virginidad perdida! ¡Membrana de terciopelo! ¡Amor de tres al cuarto!
¡Qué descanso! Y ahora venga, a cantar, a bailar y a decir frases del tipo: Tu dolor me vino estupendamente.
Más lejos: caricias sobre los muslos de la mujer amada mientras ella cierra los ojos y exhala sangre por sus carcajadas.
Más allá: centauras galopan el vientre de un onagro y lo patean y resuelven cavar pozos con sus pezuñas y hozan en su ombligo para afilar sus dientes.
¿Es el horizonte? ¿Cómo se definía? ¿Invento, de nuevo, el término aguaire? ¿Acudo a la llamada y contesto con la elegancia del vendedor de condones? ¿Me sumerjo en Salfumán? ¿Me despiojo a diestro y siniestro? ¿Admiro la potencia de los insectos? ¿Reniego de la Santa Madre Salvadora de todos los Orgasmos? ¿Elevo el tono? ¿Me río de mi propia inconsistencia y sierro a conciencia mis tímpanos?
¿Es la lluvia? ¿Es Vivaldi? Ese campo de flores silvestres resuelve en melodía la disonancia que se avecinaba; ese camino rojizo entre márgenes verdísimos armonizan lo que se aventuraba despliegue de fuegos artificiales ¿Añado la lluvia? ¿Añado el brezo por alguna cuestión eucarística? Desde ayer manaba este texto. Ha sido necesaria la noche y la ausencia de sueños para que cociera en mi sesera y se atreviera a surgir entre mis dedos y sonara como cuerdas bien afinadas de guitarra (por supuesto española).
Elevo el canto una octava más. Será capaz la soprano de vibrar sus cuerdas sin que parezca más tembleque que tremoló. El público se emocionará. El telón se quedará enganchado para que las salvas de aplausos no puedan detenerse, no puedan y duelan, al final, las manos y quieran los aplaudidores detenerse y rueguen al dios de las ovaciones que permita que el telón baje y puedan ellos detener sus manos, enrojecidas por el esfuerzo, algunas sangran ya, algunas se han partido; llegan las ambulancias que de inmediato se ponen a aplaudir también con el consiguiente descalabro de camillas y camilleros y la soprano, sorda a los ruegos, sigue elevando el tono de su voz y resquebraja el techo de la Ópera de Salvesequienpueda y así puedo enlazar con el principio de este impromptu y repetir: La manada de manos tiende hacia arriba etc...
¡Oh, Dios misericordioso (piensa: si le quito la segunda r se lee: misericodioso que podría ser definido como: Usurpador de tiendas de campaña).
Bésame, querida. No me vengas con remilgos. Bésame y cállate. Yo también lo haré ¿Qué importa que nos encontremos en la casa del Señor? ¿Hay, acaso, lugar más a propósito para mostrar el amor que este espacio elevado con sus vitrales y sus ecos? ¡Tócame! ¡Móntate! ¡Cabalga sobre mí! ¡Despiojemos a la Virgen con Niño! Repartamos hostias sin ton ni son. Y salgamos de aquí recién casados, listos para la eternidad y la desventura ¡Oh, usura de tus huesos! ¡Carne de mi carne! ¡Bendita virginidad perdida! ¡Membrana de terciopelo! ¡Amor de tres al cuarto!
¡Qué descanso! Y ahora venga, a cantar, a bailar y a decir frases del tipo: Tu dolor me vino estupendamente.
Así parece ser que ocurre cuando el cansancio nos asalta, que los ojos se hacen grandes. Me lo ha dicho Violeta cuando le he comentado que tenía sueño acumulado de toda la semana levantándome temprano, más la anterior pero el cansancio no ha venido por el madrugar -me he solido acostar temprano- sino por el aburrimiento tenaz de los malos profesores.
Ser pedagogo es un arte (o cuando menos un oficio) y necesita de talento y esfuerzo. Cuando te encuentras frente a una persona que no sabe transmitir sus conocimientos, teniendo tú la obligación de aprenderlos, el tiempo pasa lento y los ojos se hacen grandes. Así he pasado las dos últimas semanas: intentando aprender unos programas informáticos para poder realizar un trabajo -que en nada me atañe, puro trabajo alimenticio- enseñados por dos pésimas profesoras ¿Qué es ser un pésimo profesor? Es no tener método, ni virtud para atrapar al alumno en tu discurso. Porque estoy convencido de que el más árido de los temas se puede impartir con el más dulce de los discursos hasta hacerlo ameno, incluso querido. Me ha ocurrido leyendo matemáticas, la más antipática, para mí, de cuantas materias mi curiosidad ha tentado. Hay un libro llamado la Música de los Números Primos de Marcus du Sautoy, editado por Acantilado, en donde narra de forma brillante, emocionante en muchas ocasiones, el misterio de los números primos, ésos que sólo pueden dividirse por sí mismos y por la unidad. Y por enlazar con pequeña broma, uno siente que está haciendo el primo (en su polisemia evidente) cuando pasan las horas (seis al día) escuchando a una cotorra que salta de una cosa a la otra sin ton ni son y al mismo tiempo te obliga a que tú sepas lo que es importante o no de lo que ella parlotea y cuando levantas la mano y le dices que si lo que acaba de decir (una evidencia para ella, una incógnita absoluta para tí) es importante, te mira furibunda y te suelta algo parecido a, ¡Ah, no voy a ser yo la que te diga lo que tienes que apuntar,de eso nada! ¡Eso lo tienes que saber tú! y sigue delirando entre segmentos de clientes, portabilidades (qué horrible palabra), aplicaciones absurdas para problemas absurdos de teléfonos móviles que más parecen en boca de la que explica Naves interestelares que aparatos de toda la vida para comunicarte con otro que no está al alcance de tú voz, y planes de precios (que siempre buscan estafar al que menos tiene y premiar al que gasta más) y de ahí, como golondrina en primavera (por hacer algo bonito lo que es puro esperpento), un salto cuántico a Alta Ko en el SVP una vez validada la línea para derivar cansinamente y por poner un ejemplo a Unigis o al Cuaderno de Servicios en Clarify 10.5 que es el programa más retrasado mental que a mis oídos se ha ofrecido. De lo que estoy convencido es que no es por el programa en sí, sino por la señora formadora que no tenía ni pajolera idea de cómo se enseña un sencillo manual. Y cuando al final te sometes a la última prueba, la que decide si te pondrás a trabajar a los pocos días y haces un examen con preguntas que nunca se contestaron y no te dan la nota y te dice que de los ocho que quedábamos cuatro han de irse porque así lo quiere el todopoderoso Cliente (una famosa compañía de telecomunicaciones) y tú eres uno de ellos (y yo también) y has de irte sin saber qué nota sacaste, ni qué criterios siguieron para la selección entonces, mientras conversas con los otros tres compañeros no seleccionados (entre ellos una mujer que sabía muy bien toda la materia. La que mejor la sabía porque llevaba trabajando años en ese sector), te arrepientes un poco de no haberles dicho, con una hermosa sonrisa, antes de abandonar el aula de tortura, Si a mí me echáis porque creéis que no sabría hacer mi trabajo, a vosotras dos os tendrían que despedir ya porque habéis demostrado que no habéis sabido hacer el vuestro.
Ser pedagogo es un arte (o cuando menos un oficio) y necesita de talento y esfuerzo. Cuando te encuentras frente a una persona que no sabe transmitir sus conocimientos, teniendo tú la obligación de aprenderlos, el tiempo pasa lento y los ojos se hacen grandes. Así he pasado las dos últimas semanas: intentando aprender unos programas informáticos para poder realizar un trabajo -que en nada me atañe, puro trabajo alimenticio- enseñados por dos pésimas profesoras ¿Qué es ser un pésimo profesor? Es no tener método, ni virtud para atrapar al alumno en tu discurso. Porque estoy convencido de que el más árido de los temas se puede impartir con el más dulce de los discursos hasta hacerlo ameno, incluso querido. Me ha ocurrido leyendo matemáticas, la más antipática, para mí, de cuantas materias mi curiosidad ha tentado. Hay un libro llamado la Música de los Números Primos de Marcus du Sautoy, editado por Acantilado, en donde narra de forma brillante, emocionante en muchas ocasiones, el misterio de los números primos, ésos que sólo pueden dividirse por sí mismos y por la unidad. Y por enlazar con pequeña broma, uno siente que está haciendo el primo (en su polisemia evidente) cuando pasan las horas (seis al día) escuchando a una cotorra que salta de una cosa a la otra sin ton ni son y al mismo tiempo te obliga a que tú sepas lo que es importante o no de lo que ella parlotea y cuando levantas la mano y le dices que si lo que acaba de decir (una evidencia para ella, una incógnita absoluta para tí) es importante, te mira furibunda y te suelta algo parecido a, ¡Ah, no voy a ser yo la que te diga lo que tienes que apuntar,de eso nada! ¡Eso lo tienes que saber tú! y sigue delirando entre segmentos de clientes, portabilidades (qué horrible palabra), aplicaciones absurdas para problemas absurdos de teléfonos móviles que más parecen en boca de la que explica Naves interestelares que aparatos de toda la vida para comunicarte con otro que no está al alcance de tú voz, y planes de precios (que siempre buscan estafar al que menos tiene y premiar al que gasta más) y de ahí, como golondrina en primavera (por hacer algo bonito lo que es puro esperpento), un salto cuántico a Alta Ko en el SVP una vez validada la línea para derivar cansinamente y por poner un ejemplo a Unigis o al Cuaderno de Servicios en Clarify 10.5 que es el programa más retrasado mental que a mis oídos se ha ofrecido. De lo que estoy convencido es que no es por el programa en sí, sino por la señora formadora que no tenía ni pajolera idea de cómo se enseña un sencillo manual. Y cuando al final te sometes a la última prueba, la que decide si te pondrás a trabajar a los pocos días y haces un examen con preguntas que nunca se contestaron y no te dan la nota y te dice que de los ocho que quedábamos cuatro han de irse porque así lo quiere el todopoderoso Cliente (una famosa compañía de telecomunicaciones) y tú eres uno de ellos (y yo también) y has de irte sin saber qué nota sacaste, ni qué criterios siguieron para la selección entonces, mientras conversas con los otros tres compañeros no seleccionados (entre ellos una mujer que sabía muy bien toda la materia. La que mejor la sabía porque llevaba trabajando años en ese sector), te arrepientes un poco de no haberles dicho, con una hermosa sonrisa, antes de abandonar el aula de tortura, Si a mí me echáis porque creéis que no sabría hacer mi trabajo, a vosotras dos os tendrían que despedir ya porque habéis demostrado que no habéis sabido hacer el vuestro.
La Separación (Litografía) Edvard Munch
¡Qué poco tiene tuyo! Ni siquiera le queda la rutina. Te olvidó durante un tiempo pero la soledad hace claudicar a los hombres (esta frase la entresacó de un autor teatral llamado Fernando Loygorri del que no volvió a saber) y desde hace un tiempo te echa de menos. No sabe muy bien qué exactamente sólo que recurre a tus fotografías (pocas) y a las grabaciones que tiene junto a ti. En dos de ellas estás desnuda, en una de ellas hicisteis el amor más tarde. Echa de menos no haber grabado ese acto, para recordarlo, para refrescarlo. No recuerda el tacto de tu piel, ni tu olor. Sí, de vez en cuando, tu respiración, y un movimiento de las manos que siempre quería decir, Ven conmigo.
¡Qué poco tiene tuyo! ¿Por qué has vuelto? se pregunta mientras la tarde cae y abre el cajón y pasa, una tras otra, con cierta indolencia tus rostros, tus trajes, tus miradas, un verano en el Norte, un ausencia muy larga porque tan sólo se ve de ti el aire de tu pelo y al fondo un lago con piraguas en el embarcadero.
¡Qué poco tiene tuyo! La brisa -recuerda ahora- será siempre tu espíritu. Cada vez que el aire se convierta en brisa, el mundo se convertirá en ti. Así será. Te lo dijo una tarde, bajo la luz de la luna tempranera, en la habitación que fue vuestra, en la casa que fue vuestra. Y entonces cuando recuerda la frase, se llena de vergüenza y quisiera no haber vivido nunca contigo, para no recordarte tanto, para no tener nada tuyo que sería mucho mejor que tener tan poco.
Ahora tiene que hacer el esfuerzo de olvidarte porque si no no podrá dormir. Dará vueltas en la cama que ahora es grande (no es la cama vuestra, en la cama vuestra sigues durmiendo tú) y sobre el lado vacío se recuesta tu fantasma y es desolador para él no poder tocarte, no poder llegar a ti; cuando te recuerda en la noche, sin darse cuenta, se acurruca más que de costumbre y suspira un poco, casi con miedo, y cierra los ojos y se queda despierto y cuando siente que a su lado se mueve un aire, debe levantarse y encender un cigarrillo (si tuviera drogas, se haría un porro pero tuvo que dejar de drogarse para no sentir más lo poco que tiene tuyo).
También sabe que pasará. Lo achaca a un ciclo de la luna, a una constelación maliciosa, a una falta de vitamina B-12, a un salto espacio-temporal de algunas de sus neuronas, a la magia de la memoria, a la ausencia de otra mujer, a la soledad, claro, a la edad de no estar solo, al placer de sufrir un poco.
¡Qué poco tiene tuyo! vuelve a pensar y se gira para contemplar el fin del día y sabe que aún tiene tu teléfono y que podría llamarte. También sabe que no lo hará y que aguantará un día más porque todo terminó y lo que siente es la cicatriz, no la herida, ni siquiera el accidente de haberte conocido y de que tú, enamoradamente, correspondieras y que juntos fuerais por primera vez a algún sitio y acabarais con las manos enlazadas mientras caminabais por una calle de la ciudad y era ya la noche y ambos sabíais que esa noche no os iríais juntos pero también que no tardaríais mucho en hacerlo. Y así fue como también ocurrió el día del otro paseo en el que ambos os disteis cuenta de que ya no erais amantes y había que tomar la decisión de separarse. Y así lo hicisteis.
¡Oh -se lamenta- qué poco tiene tuyo! Esa poquedad le empuja a darse un baño de agua caliente o a salir a por cervezas o a asomarse al patio donde quizás unos niños peguen patadas a un balón o a barrer la casa o a silenciar la música, no, silenciar la música no, o a lavarse las manos o a esperar a que llegue la hora de las noticias en la televisión y al mismo tiempo, se dice, ha de aguantar el chaparrón de lo poco tuyo que tiene; se dice que la valentía consiste en enfrentarse a los hechos y duda sobre si lo que hace es valentía o es temeridad porque no sabe si lo podrá aguantar, porque quiere gritar, salir corriendo hacia tu casa, llamar al timbre, esperar a que abras y tras la verja declararse como nunca lo hizo, ahora que ya es inútil porque ya le conoces y porque le conoces no le quieres y porque no le quieres, tiene tan poco de ti, tan poco.
Al final se rendirá -él lo sabe- y se dejará llevar por una tarde de verano cuando se contemplaron durante horas y se recorrieron y se adormecieron y se miraron con la intensidad propia del gozo y sudaron y rieron y se abrazaron largo, muy largo mientras el mirlo cantaba el amor que contemplaba y la encina impedía que sus hojas cayeran y la tarde los arropaba y él, al oído, con una mano en su pecho y la otra en la cadera, susurraba en su oreja, linda como el cabo de una isla, La brisa será siempre tu espíritu.
No, no es una pregunta retórica, ni mucho menos. La respuesta científica es conocida: hasta los 60 días el embrión humano sigue unos parámetros de desarrollo hembra y sólo a partir de ese momento aquellos embriones que tienen el cromosoma Y dejan de desarrollarse como hembra y se deciden a desarrollarse como machos.
Bien, de acuerdo. Voy a aceptarlo (aunque no sé cuánto tendría que decir sobre este tema el ADN mitocondrial, ¡ay, si el ADN mitocondrial hablase! Y comento sobre él porque este tipo de ADN sólo es transmitido por las hembras. En nuestro código genético mamífero el ADN mitocondrial masculino no tiene el más mínimo interés aunque bien pensado el ADN mitocondrial nunca puede ser macho al ser transmitido sólo por hembras, a lo mejor se podría considerar macho si se produjera una mutación en la transmisión o durante la vida de esas mitocondrias en el órgano masculino. En fin, juegos de la imaginación microscópica remedando al bueno de Julio Cortázar).
La división sexual y el desarrollo del sistema nervioso se producen en el mismo mes (entre el segundo y el tercer mes). Bien, si esto ocurre así y los pezones en los machos humanos no son más que el recuerdo, indeleble, eso sí, de que el proyecto primigenio era ser hembra, ¿por qué además llegan hasta ellos terminaciones nerviosas y capilares sanguíneos? Entiendo que ante la duda, se implante lo imprescindible, pero una vez tomada la decisión ¿por qué se siguen implantando elementos del todo inútiles para su no-función? Evidentemente ésta sería una de las muchas pruebas que desdecirían la hipótesis de Darwin, sólo que no me voy a meter más con este buen hombre al que los creacionistas ponen de vuelta y media un día sí y otro también y que además bastante tuvo con lo que vio porque se quedó para siempre aterrado con el espectáculo que Naturaleza le había mostrado (aterrado literalmente, es decir invadido por el miedo y el pavor).
Con lo cual tendría que reformular la pregunta. Sería ésta. ¿Por qué tienen pezones con terminaciones nerviosas y capilares sanguíneos los hombres? Interesante cuestión que seguro que sesudos fisiólogos y antropólogos han estudiado como se ha estudiado por ejemplo la creación de la vida desde la no vida. Una de esas teorías esboza que quizá illo tempore los hombres también dieron de mamar a las crías. La que nunca he oído y quizá también tenga sentido, es que los pezones de los hombres sean suplentes de los de las mujeres, es decir, cuando todas las mujeres tengan pechos siliquinosos y sólo sirvan para atraer con sus volúmenes a los hombres, entonces dejarán de tener su sentido primero, es decir, producir leche y esa función, gracias a la preservación de los pezones masculinos, pasarán a los hombres, de donde se sigue que en ese momento -que supondrá, obvio es decirlo, un gran salto en la humanidad y una verdadera división del trabajo- las mujeres seguirán pariendo los hijos pero serán los hombres quienes los alimenten y así, poco a poco desaparecerá el pecho en las mujeres que, de forma inversamente proporcional, irá aumentando en los hombres y por fin seremos una especie, en cuanto al cuidado de las crías se refiere, igualitaria. No sé si pellizcarme el pezón para saber si estoy despierto porque creo que esta idea que acabo de esbozar que llamaré: Hipótesis sobre el pezón suplente masculino puede abrir paso a una nueva era de concordia entre mujeres y hombres, entre pezones titulares y pezones suplentes, entre pollas y vaginas, entre labios y morritos, entre dimes y diretes, e incluso, como la ciencia avanza que es una barbaridad, podrían los científicos adelantar los lentos cambios que la naturalaleza impone e implantar esta nueva modalidad de hombres con tetas y leche y mujeres sin tetas y sin leche en dos o tres generaciones.
Bien, de acuerdo. Voy a aceptarlo (aunque no sé cuánto tendría que decir sobre este tema el ADN mitocondrial, ¡ay, si el ADN mitocondrial hablase! Y comento sobre él porque este tipo de ADN sólo es transmitido por las hembras. En nuestro código genético mamífero el ADN mitocondrial masculino no tiene el más mínimo interés aunque bien pensado el ADN mitocondrial nunca puede ser macho al ser transmitido sólo por hembras, a lo mejor se podría considerar macho si se produjera una mutación en la transmisión o durante la vida de esas mitocondrias en el órgano masculino. En fin, juegos de la imaginación microscópica remedando al bueno de Julio Cortázar).
La división sexual y el desarrollo del sistema nervioso se producen en el mismo mes (entre el segundo y el tercer mes). Bien, si esto ocurre así y los pezones en los machos humanos no son más que el recuerdo, indeleble, eso sí, de que el proyecto primigenio era ser hembra, ¿por qué además llegan hasta ellos terminaciones nerviosas y capilares sanguíneos? Entiendo que ante la duda, se implante lo imprescindible, pero una vez tomada la decisión ¿por qué se siguen implantando elementos del todo inútiles para su no-función? Evidentemente ésta sería una de las muchas pruebas que desdecirían la hipótesis de Darwin, sólo que no me voy a meter más con este buen hombre al que los creacionistas ponen de vuelta y media un día sí y otro también y que además bastante tuvo con lo que vio porque se quedó para siempre aterrado con el espectáculo que Naturaleza le había mostrado (aterrado literalmente, es decir invadido por el miedo y el pavor).
Con lo cual tendría que reformular la pregunta. Sería ésta. ¿Por qué tienen pezones con terminaciones nerviosas y capilares sanguíneos los hombres? Interesante cuestión que seguro que sesudos fisiólogos y antropólogos han estudiado como se ha estudiado por ejemplo la creación de la vida desde la no vida. Una de esas teorías esboza que quizá illo tempore los hombres también dieron de mamar a las crías. La que nunca he oído y quizá también tenga sentido, es que los pezones de los hombres sean suplentes de los de las mujeres, es decir, cuando todas las mujeres tengan pechos siliquinosos y sólo sirvan para atraer con sus volúmenes a los hombres, entonces dejarán de tener su sentido primero, es decir, producir leche y esa función, gracias a la preservación de los pezones masculinos, pasarán a los hombres, de donde se sigue que en ese momento -que supondrá, obvio es decirlo, un gran salto en la humanidad y una verdadera división del trabajo- las mujeres seguirán pariendo los hijos pero serán los hombres quienes los alimenten y así, poco a poco desaparecerá el pecho en las mujeres que, de forma inversamente proporcional, irá aumentando en los hombres y por fin seremos una especie, en cuanto al cuidado de las crías se refiere, igualitaria. No sé si pellizcarme el pezón para saber si estoy despierto porque creo que esta idea que acabo de esbozar que llamaré: Hipótesis sobre el pezón suplente masculino puede abrir paso a una nueva era de concordia entre mujeres y hombres, entre pezones titulares y pezones suplentes, entre pollas y vaginas, entre labios y morritos, entre dimes y diretes, e incluso, como la ciencia avanza que es una barbaridad, podrían los científicos adelantar los lentos cambios que la naturalaleza impone e implantar esta nueva modalidad de hombres con tetas y leche y mujeres sin tetas y sin leche en dos o tres generaciones.
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Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/11/2010 a las 19:33 | {1}