¿El Mal tiene tres patas?
Seré completo cuando la búsqueda no dañe mi esqueleto.
Me gusta el tango y el sonido del acordeón lo aguanto diez minutos (o bandoneón).
Escuché ayer las Variaciones Goldberg en el clavecín y por primera vez me gustaron tanto (o más) que las interpretadas por Glenn Gould en su piano.
La huelga del metro dejó a los centímetros sin espacio.
Vuelvo al Sur.
Subiré mi energía hacia los aladares de mi pecho y sonreiré con la belleza de la inspiración (sin sonidos, sin anhelos, sin jadeos, sin esfuerzo como cuando el nado se acompasa y el agua en su giro gira con los brazos).
La pluma verde me dará horas de abril.
Déjame soñar contigo esta noche (estamos en una extraña confabulación de órdenes. Un actor de fama mundial interpreta un papel. Hay tonos grises y azules cobalto. La luna no brilla. Ni espanta el lobo. La huella de tu media se instala en mi hombro y huele la brisa a tronco del Brasil -una mezcla de gardenia, jazmín y dondiego-).
¡Ah, sí y la bachata! Esas caderas de mujer morena que se cimbrean con un compás sincopado ¡Vuela, mi negra, y enséñame esa boca rosa que hará las delicias de mi piel!
A ritmo de tambor la vida pasa.
Y así hoy, 29 de junio, entre silbatos y madrugón la sangre se ha limpiado y no hay versos que escalden mi alma, ni sentimientos que me lancen al dolor, ni espuma que surja de la rabia, ni desolación que alcance un grado mayor que mi alegría.
Me gusta, ahora, mientras divago, moverme al ritmo de la música que escucho. Estoy en la laguna Gri-Gri de Río San Juan, en la república dominicana. El manglar está ahí. Y también una princesa taína con la que haré el amor toda la noche y cuando llegue la mañana se habrá convertido en una mujer pelirroja de blanca piel y ojos azules y al llegar la tarde será ya una barca que abre las aguas y las cierra tras de sí.
Atrás los hombros.
De frente la mirada.
Las nubes son agua.
Seré completo cuando la búsqueda no dañe mi esqueleto.
Me gusta el tango y el sonido del acordeón lo aguanto diez minutos (o bandoneón).
Escuché ayer las Variaciones Goldberg en el clavecín y por primera vez me gustaron tanto (o más) que las interpretadas por Glenn Gould en su piano.
La huelga del metro dejó a los centímetros sin espacio.
Vuelvo al Sur.
Subiré mi energía hacia los aladares de mi pecho y sonreiré con la belleza de la inspiración (sin sonidos, sin anhelos, sin jadeos, sin esfuerzo como cuando el nado se acompasa y el agua en su giro gira con los brazos).
La pluma verde me dará horas de abril.
Déjame soñar contigo esta noche (estamos en una extraña confabulación de órdenes. Un actor de fama mundial interpreta un papel. Hay tonos grises y azules cobalto. La luna no brilla. Ni espanta el lobo. La huella de tu media se instala en mi hombro y huele la brisa a tronco del Brasil -una mezcla de gardenia, jazmín y dondiego-).
¡Ah, sí y la bachata! Esas caderas de mujer morena que se cimbrean con un compás sincopado ¡Vuela, mi negra, y enséñame esa boca rosa que hará las delicias de mi piel!
A ritmo de tambor la vida pasa.
Y así hoy, 29 de junio, entre silbatos y madrugón la sangre se ha limpiado y no hay versos que escalden mi alma, ni sentimientos que me lancen al dolor, ni espuma que surja de la rabia, ni desolación que alcance un grado mayor que mi alegría.
Me gusta, ahora, mientras divago, moverme al ritmo de la música que escucho. Estoy en la laguna Gri-Gri de Río San Juan, en la república dominicana. El manglar está ahí. Y también una princesa taína con la que haré el amor toda la noche y cuando llegue la mañana se habrá convertido en una mujer pelirroja de blanca piel y ojos azules y al llegar la tarde será ya una barca que abre las aguas y las cierra tras de sí.
Atrás los hombros.
De frente la mirada.
Las nubes son agua.
La sincronicidad (es curioso que esta palabra aún aparezca como errónea en los procesadores de texto) entre la muerte de Zenani Mandela y el inicio del Mundial de Fútbol de Suráfrica junto al estribillo de la canción de Shakira, Porque esto es África -creo recordar- muestra algo que el espíritu inquieto quizá pueda vislumbrar.
La traducción y los datos han sido tomados de la edición de Vicente Cristóbal López para la Editorial Gredos
Los versos que en Blues de Madrugada van en cursiva pertenecen a Ovidio y fueron extraídos de Amores, El Arte de Amar, Sobre la cosmética del rostro femenino y Remedio contra el amor. No sé a qué libro pertenece tal o cual verso porque mientras escribía el Blues... iba abriendo el libro al azar y escribía el verso sobre el que mi mirada se posaba.
Ovidio tuvo un sólo trabajo conocido en la política (ésa era la función a la que estaba destinado por familia) el de triunvir capitalis cuyo cometido era el de inspeccionar las cárceles y vigilar la ejecución de las sentencias. Poco tiempo estuvo desempeñándolo. Descubrió que su verdadera inclinación era la poesía y a ella se dedicó.
Todo podría haber transcurrido dentro de los cauces normales en la vida de un romano de la clase ecuestre pero su obra y su vida le llevaron a sufrir un castigo por orden del emperador Augusto: la relegatio a la ciudad de Tomis, en el país de los getas, en el litoral del Mar Negro. Allí, desterrado, escribiría sus Tristes y Pónticas (no sé si este último se podría traducir por Marinas. Si fuera así, me gustaría más). Allí murió tras ocho años de agonía. Ni Augusto, ni Tiberio, ni Germánico revocaron el castigo.
Según se cree (Ovidio siempre fue oscuro en cuanto a los motivos de su destierro) dos fueron las causas de sus desgracia: haber escrito el Ars amatoria y haber visto algo que nunca debió de ver. Lo que vio es conjetura: unos dicen que vio a Julia, la nieta de Octavio Augusto, en actos sexuales (e incluso que Ovidio prestó su casa a la nieta para recibir a uno de sus amantes); otros que vio desnuda a Livia -la mujer de Octavio- en los rituales de la Bona Dea los cuales estaban reservados a las mujeres y otros -sobre todo J. Carcopino en su texto El destierro de Ovidio, poeta neopitagórico- aventuran la idea de que Ovidio pertenecía a esta secta y que por lo tanto asistía a prácticas adivinatorias -actividad ésta prohibida expresamente por el Emperador- y en ellas había visto algo que nunca debió ver.
Viejo y bárbaro (siendo él romano se sentía bárbaro en la tierra de los getas) el mundo jugó con Ovidio y la metamorfosis le llegó y le convirtió, a lo largo de los ocho años de su destierro -fue desterrado a los 52 y murió a los 60-, en una tortuga de gran caparazón, lenta y vieja, sin apenas armas para defenderse del frío escita.
Él amaba Roma, la amaba por encima de todas las cosas y amaba a su tercera mujer. Augusto supo muy bien qué castigo merecía este poeta que cometió un clásico pecado de juventud: narrar con alegría y pasión lo que se desea. Y pecado sólo en un sentido: que descubre al enemigo la debilidad propia.
Los últimos versos de su primera obra conocida, Amores -escrita aproximadamente 30 años antes de su destierro-, son los siguientes: Delicadas elegías, graciosa Musa, obra que se mantendrá viva aún después de cumplirse mi destino.
Ovidio tuvo un sólo trabajo conocido en la política (ésa era la función a la que estaba destinado por familia) el de triunvir capitalis cuyo cometido era el de inspeccionar las cárceles y vigilar la ejecución de las sentencias. Poco tiempo estuvo desempeñándolo. Descubrió que su verdadera inclinación era la poesía y a ella se dedicó.
Todo podría haber transcurrido dentro de los cauces normales en la vida de un romano de la clase ecuestre pero su obra y su vida le llevaron a sufrir un castigo por orden del emperador Augusto: la relegatio a la ciudad de Tomis, en el país de los getas, en el litoral del Mar Negro. Allí, desterrado, escribiría sus Tristes y Pónticas (no sé si este último se podría traducir por Marinas. Si fuera así, me gustaría más). Allí murió tras ocho años de agonía. Ni Augusto, ni Tiberio, ni Germánico revocaron el castigo.
Según se cree (Ovidio siempre fue oscuro en cuanto a los motivos de su destierro) dos fueron las causas de sus desgracia: haber escrito el Ars amatoria y haber visto algo que nunca debió de ver. Lo que vio es conjetura: unos dicen que vio a Julia, la nieta de Octavio Augusto, en actos sexuales (e incluso que Ovidio prestó su casa a la nieta para recibir a uno de sus amantes); otros que vio desnuda a Livia -la mujer de Octavio- en los rituales de la Bona Dea los cuales estaban reservados a las mujeres y otros -sobre todo J. Carcopino en su texto El destierro de Ovidio, poeta neopitagórico- aventuran la idea de que Ovidio pertenecía a esta secta y que por lo tanto asistía a prácticas adivinatorias -actividad ésta prohibida expresamente por el Emperador- y en ellas había visto algo que nunca debió ver.
Viejo y bárbaro (siendo él romano se sentía bárbaro en la tierra de los getas) el mundo jugó con Ovidio y la metamorfosis le llegó y le convirtió, a lo largo de los ocho años de su destierro -fue desterrado a los 52 y murió a los 60-, en una tortuga de gran caparazón, lenta y vieja, sin apenas armas para defenderse del frío escita.
Él amaba Roma, la amaba por encima de todas las cosas y amaba a su tercera mujer. Augusto supo muy bien qué castigo merecía este poeta que cometió un clásico pecado de juventud: narrar con alegría y pasión lo que se desea. Y pecado sólo en un sentido: que descubre al enemigo la debilidad propia.
Los últimos versos de su primera obra conocida, Amores -escrita aproximadamente 30 años antes de su destierro-, son los siguientes: Delicadas elegías, graciosa Musa, obra que se mantendrá viva aún después de cumplirse mi destino.
La sábana recuerda un mapa de una gran planicie
Dos jóvenes aún eran jóvenes y miraban en rededor tras el beso
Murallas. Incendio. Arrasan.
Y eso que ella echó a mi cuello sus brazos de marfil
Hay un destierro que está dentro. No hace falta atravesar un mar
ni acabar en un litoral bárbaro rodeado de añoranza.
¡Ve ahora y duda en soportar lo que él soportó!
La maraña en la mañana se desenredó
Abajo los silbatos de una multitud.
En el cielo cirros
En el mundo subterráneo un alma en pena
busca la vena que le vuelva mortal.
Sé propicia y presta atención a mis súplicas
o bien entiende que lo que el texto dice
es que el culto a Isis se realizaba
en los mismos lugares que el de Cibeles.
Me sería de provecho sacar a pasear la sombra
soltar unos montes por mi boca
y esconderme de un rostro hermoso.
¿Qué buscan los sagrados poetas
sino fama tan sólo?
Yo sólo busco un blues de madrugada
cuando la estrella alba bosteza rojo.
Dos jóvenes aún eran jóvenes y miraban en rededor tras el beso
Murallas. Incendio. Arrasan.
Y eso que ella echó a mi cuello sus brazos de marfil
Hay un destierro que está dentro. No hace falta atravesar un mar
ni acabar en un litoral bárbaro rodeado de añoranza.
¡Ve ahora y duda en soportar lo que él soportó!
La maraña en la mañana se desenredó
Abajo los silbatos de una multitud.
En el cielo cirros
En el mundo subterráneo un alma en pena
busca la vena que le vuelva mortal.
Sé propicia y presta atención a mis súplicas
o bien entiende que lo que el texto dice
es que el culto a Isis se realizaba
en los mismos lugares que el de Cibeles.
Me sería de provecho sacar a pasear la sombra
soltar unos montes por mi boca
y esconderme de un rostro hermoso.
¿Qué buscan los sagrados poetas
sino fama tan sólo?
Yo sólo busco un blues de madrugada
cuando la estrella alba bosteza rojo.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/07/2010 a las 12:17 | {0}