Mosquita muerta es el pseudónimo que utiliza Pablo Molviedro Ichaso -nodiscípulo aventajado de Isaac Alexander- para lo que él ha titulado Crónicas del presente, una serie de artículos sobre el mundo de hoy (sea lo que sea hoy/mundo/presente/crónica)
[...] La filosofía era una reflexión sobre la felicidad humana. Pero esta felicidad no procedía de un esforzado empeño teórico que, a través del conocimiento, pudiese trazar las directrices esenciales de un comportamiento político. El conocimiento que podía lanzar sus redes hacia sutiles proyectos de convivencia, como enseñaban algunas de las obras de Platón y Aristóteles, quedaría siempre sometido al distante dominio de la teoría. El sustento de todos los empeños intelectuales era un cuerpo humano, sometido al dolor y a la muerte; pero, al mismo tiempo, henchido de posibilidades, de misterios de organización y sensibilidad. Sumido en plena naturaleza el cuerpo era también en sí mismo naturaleza. Como el aire y el espacio que lo circunda, este cuerpo mortal podía gozar también de momentos perfectos, de floraciones constantes, de infinitas y variadas alegrías. El cuerpo humano, que había llegado a sentir su lugar privilegiado en el mundo, constituía una deliciosa frontera donde el placer hacía consciente la oscura soledad de la carne. En los confines de la naturaleza había surgido, pues, esta redonda posibilidad de inteligencia y gozo. En los entresijos de la piel, en el callado territorio de la propia estructura corporal, yacía el fundamento ineludible, la armonía inequívoca, la serenidad para poder descubrir la hermandad con la naturaleza y con el mundo. Cada latido del cuerpo, cada mirada perdida entre las cosas, cada sonrisa, cada voz que hablase ese lenguaje de la vida, ese ininterrumpido río de solidaridad en cuyas orillas nos ha dejado crecer la naturaleza, para poder sumirnos en ella a nuestro placer, y también para, desde el firme territorio de la sabiduría, poder contemplarla, entenderla y, sobre todo, sentirla, era el reconocimiento de una nueva actitud teórica. Una actitud que, a pesar de todas las dificultades de la mente, de todas las limitaciones del cuerpo, significaba el descubrimiento de verdadero territorio en el que se asienta el hombre y del que arrancan sus más amplias y rigurosas posibilidades [...]
Al cuerpo hemos de volver y renegar de sus pestilencias bíblicas, ésas que marcaron para siempre nuestro encuentro con la carne aquí en occidente; al cuerpo que goza, al cuerpo que encuentra, al cuerpo que es también inmateria y fluido a un mismo tiempo; ese cuerpo que recorre los caminos, que trilla la mies, que besa la boca y alza en brazos; ese cuerpo que mide distancias y maneja los cabellos, el que duerme y sonríe, el que calla y se emociona. ¡A las barricadas de los cuerpos que huelen a cuerpo! ¡Al asalto de los ombligos y las ingles! ¡A por las lenguas! ¡A por los intestinos! ¡A por los páncreas! Para abrazarlos y mirarlos y someterlos a la tiranía de los besos y los océanos.
Sólo gloso lo goloso
del ensayo de Lledó
El Epicureísmo (fragmento)
Emilio Lledó
Emilio Lledó
Al cuerpo hemos de volver y renegar de sus pestilencias bíblicas, ésas que marcaron para siempre nuestro encuentro con la carne aquí en occidente; al cuerpo que goza, al cuerpo que encuentra, al cuerpo que es también inmateria y fluido a un mismo tiempo; ese cuerpo que recorre los caminos, que trilla la mies, que besa la boca y alza en brazos; ese cuerpo que mide distancias y maneja los cabellos, el que duerme y sonríe, el que calla y se emociona. ¡A las barricadas de los cuerpos que huelen a cuerpo! ¡Al asalto de los ombligos y las ingles! ¡A por las lenguas! ¡A por los intestinos! ¡A por los páncreas! Para abrazarlos y mirarlos y someterlos a la tiranía de los besos y los océanos.
Sólo gloso lo goloso
del ensayo de Lledó
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Mosquita muerta
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Mosquita muerta es el pseudónimo que utiliza Pablo Molviedro Ichaso -nodiscípulo aventajado de Isaac Alexander- para lo que él ha titulado Crónicas del presente, una serie de artículos sobre el mundo de hoy (sea lo que sea hoy/mundo/presente/crónica)
Desde el fuego que en la carretera el viento introduce por las ventanas, siento la mano de la estupidez acariciando con cierta sorna la nuca de la Humanidad.
Sudo y no quiero poner el aire acondicionado. Ensueño en el sopor que arde, el cuerpo de la mujer con la que mantengo una no-relación desde hace ya tantos años y sonrío mientras fuera los que quieren dirigir mi vida y mi pensamiento -como quieren dirigir la vida y el pensamiento de miles de millones de seres humanos y animales y flora y minerales y cielos y aguas y fuegos y tierras y subsuelos y espacios siderales- son una pandilla tosca y simplona con aires de grandeza.
Siempre renuncié a los pastores. No soporto sus cayados ni a sus perros guardianes los quiero y tampoco soporto su grey, sus rebaños -animales sometidos a pasiones idiotas que tan sólo consiguen ennegrecer el cielo y promover infelicidades-.
Prefiero arder en las carreteras.
Prefiero denunciar desde mi tribuna porque la labor intelectual de la denuncia, es decir, la denuncia con argumentos, es tan revolucionaria como los paisanos que se juntaban en las plazas y arrancaban los adoquines para lanzarlos contras las fuerzas que monopolizan la violencia del Estado.
Prefiero observar desde la soledad de la atalaya el puritanismo de izquierdas que me pone los pelos de punta y me genera una nostalgia que no sé dónde puede acabar y leer sus ridículos comentarios de apoyo a lo que se debe apoyar con olvido absoluto de algo que era en sí mismo espíritu, alma de la ideología humanitaria y ecologista: la crítica. La famosa y perdularia autocrítica.
Vacío de contenido, el neocapitalismo liberal nos quiere llenar la mente de cosas, quiere cosificar la existencia porque haciéndolo así lo que hace es despojarla del alma.
El alma siempre fue el punto de arranque de cualquier cambio -llámese ahora al alma mente si nos sentimos más acorde con la era científica que nos domina-. No me pelearé por una tonta cuestión nominal.
Yo te diría que levantásemos los puños de nuevo. A los puños del alma me refiero y con esos puños en alto desafiáramos a los que quieren convertirnos en cosas.
Te animaría a ti, sí, a ti, a que mañana cuando vayas camino del concesionario de automóviles o a la agencia de viajes para contratar un crucero por las aguas cementerio del mediterráneo, te pararas y razonaras una exaltación mental, un auge de hasta aquí he llegado y aullaras una bonita canción de lobos o emitieras zureos como si fueras una paloma enamorada.
Con el calor que arde. Entre tanta hojarasca y tanta simplonería que llega a ser basta. Agarrado al brazo de tu destino, con un pie sobre el cuello de las Furias, sin espejo delante, sin atender aplausos, sólo en ti, en tu mente, en tu alma, gallardo, orgullosa, mirada al frente, un foulard al viento, el horizonte sin muros, respirar por fin...
Despojarse del terror
Vivir la utopía (ut topos: sin lugar)
Sudo y no quiero poner el aire acondicionado. Ensueño en el sopor que arde, el cuerpo de la mujer con la que mantengo una no-relación desde hace ya tantos años y sonrío mientras fuera los que quieren dirigir mi vida y mi pensamiento -como quieren dirigir la vida y el pensamiento de miles de millones de seres humanos y animales y flora y minerales y cielos y aguas y fuegos y tierras y subsuelos y espacios siderales- son una pandilla tosca y simplona con aires de grandeza.
Siempre renuncié a los pastores. No soporto sus cayados ni a sus perros guardianes los quiero y tampoco soporto su grey, sus rebaños -animales sometidos a pasiones idiotas que tan sólo consiguen ennegrecer el cielo y promover infelicidades-.
Prefiero arder en las carreteras.
Prefiero denunciar desde mi tribuna porque la labor intelectual de la denuncia, es decir, la denuncia con argumentos, es tan revolucionaria como los paisanos que se juntaban en las plazas y arrancaban los adoquines para lanzarlos contras las fuerzas que monopolizan la violencia del Estado.
Prefiero observar desde la soledad de la atalaya el puritanismo de izquierdas que me pone los pelos de punta y me genera una nostalgia que no sé dónde puede acabar y leer sus ridículos comentarios de apoyo a lo que se debe apoyar con olvido absoluto de algo que era en sí mismo espíritu, alma de la ideología humanitaria y ecologista: la crítica. La famosa y perdularia autocrítica.
Vacío de contenido, el neocapitalismo liberal nos quiere llenar la mente de cosas, quiere cosificar la existencia porque haciéndolo así lo que hace es despojarla del alma.
El alma siempre fue el punto de arranque de cualquier cambio -llámese ahora al alma mente si nos sentimos más acorde con la era científica que nos domina-. No me pelearé por una tonta cuestión nominal.
Yo te diría que levantásemos los puños de nuevo. A los puños del alma me refiero y con esos puños en alto desafiáramos a los que quieren convertirnos en cosas.
Te animaría a ti, sí, a ti, a que mañana cuando vayas camino del concesionario de automóviles o a la agencia de viajes para contratar un crucero por las aguas cementerio del mediterráneo, te pararas y razonaras una exaltación mental, un auge de hasta aquí he llegado y aullaras una bonita canción de lobos o emitieras zureos como si fueras una paloma enamorada.
Con el calor que arde. Entre tanta hojarasca y tanta simplonería que llega a ser basta. Agarrado al brazo de tu destino, con un pie sobre el cuello de las Furias, sin espejo delante, sin atender aplausos, sólo en ti, en tu mente, en tu alma, gallardo, orgullosa, mirada al frente, un foulard al viento, el horizonte sin muros, respirar por fin...
Despojarse del terror
Vivir la utopía (ut topos: sin lugar)
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Mosquita muerta
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Tags : Mosquita muerta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/07/2019 a las 17:30 |
Mosquita muerta es el pseudónimo que utiliza Pablo Molviedro Ichaso -nodiscípulo aventajado de Isaac Alexander- para lo que él ha titulado Crónicas del presente, una serie de artículos sobre el mundo de hoy (sea lo que sea hoy/mundo/presente/crónica)
De repente el ultimo julio y en este último julio se me viene a las mientes mi nomaestro Isaac Alexander cuando me miraba tras mis ojos y gritaba, ¡Tienes que hacer añicos tus espadas de Damocles! Luego solía sulfurarse y lanzaba una de sus famosas diatribas, ¿Quién os dijo que hubiera que sufrir por esto o por aquello? ¿Qué puto Dios descendió hasta este canijo extremo del universo para introducir en nuestras mentes la idea de la culpa? Si hubiera un solo Dios que se hubiera permitido semejante debilidad, sería entonces un Dios de tercera regional, un Dios de mierda, un Dios digno de ser sodomizado -sin su consentimiento-por su reverso. No, los dioses nunca se ocuparon de la moral de los hombres; somos nosotros, débiles aún, mentalmente en pañales, los que creamos las condiciones del sufrimiento; sufrir es una opinión sobre la vida y esa opinión viene dada por los patrones de comportamiento que nos inocularon nuestros parientes en nuestra niñez y como nuestros parientes -al igual que la mayoría de nosotros- son unos putos descerebrados, generaron en nosotros nociones tales como sufrimiento, dolor, angustia, culpa, responsabilidad, esfuerzo, remordimiento, arrepentimiento, expiación. ¡Hay que hacer arder en las hogueras del olvido todas esas nociones! ¡Vosotros, los desdichados que generáis nuevos criaturas humanas para que vengan a pasarlo como el culo, al menos dadles la oportunidad de cierta actitud crítica creando improntas dialécticas -y no de ciega obediencia- en sus blandos cerebritos de cachorros listos para pasar un tiempo en el matadero! ¡Vosotros, débiles criaturas que queréis trascender transmitiendo vuestros genes mediante la única manera con las que se os puede engañar (un instante de placer. Tan caro se vende), tenéis la obligación moral de contarle a vuestros vástagos la leyenda de cómo se hizo añicos la espada de Damocles. Y les tendréis que hablar de Damocles y de qué metal estaba forjada la espada que sobre él pendía y qué circunstancias concurrieron para que llegara el día en el que aquel arma quedara convertida en arena de playa o ceniza de muerto o aire del mar. Ahora, también os digo, mis queridos nodiscípulos: sólo podréis inventar vuestra historia si antes os la contáis y os convencéis a vosotros los primeros. Miradme a mí, que me hice la vasectomía al cumplir los quince años, tras haber estado una noche con la bella Clara, a la que le comí el coño hasta tener agujetas en la lengua mientras ella arreciaba sus manos en mi polla y sorbía mi escroto como si fuera horchata. Estábamos en un granero que emanaba olores de heno y mierda de caballo. El coño de Clara olía a primavera y cuando estaba relamiendo sus labios menores se me vino al pensamiento la cabeza de nuestro hijo abriéndose paso por el canal del parto. Un hijo que se gestaría esa noche. Un hijo que vendría a morir y a sentir a lo largo de su vida sus propias espadas de Damocles y entonces queridas mías, mis queridas nodiscípulas, a vosotras especialmente me dirijo, me entró tan grande languidez que abracé a Clara y le rogué que nos estelirizáramos juntos para poder amarnos sin piedad. Ella me dijo si estaba gilipollas, que a qué venía eso, que siguiera comiéndole el coño y que me dejara de chorradas pero yo abandoné el granero -con sus olores de heno, primavera y mierda de caballo- y al día siguiente me fui a un médico al que le gustaba más el dinero que la ética y por un buen precio me hizo la vasectomía sin preguntar.
Hace mucho de aquella nolección. Aún le veo cómo nos miraba. Estábamos en Casa Mingo. Pidió más sidra. Y es hoy, casi treinta años después de aquella noche, cuando empiezo a sentirme preparado para contarme la historia de cómo se hizo añicos la espada de Damocles... y convencerme.
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Tags : Mosquita muerta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/07/2019 a las 16:42 |
Mosquita muerta es el pseudónimo que utiliza Pablo Molviedro Ichaso -discípulo aventajado de Isaac Alexander- para lo que él ha titulado Crónicas del presente, una serie de artículos sobre el mundo de hoy (sea lo que sea hoy/mundo/presente/crónica)
Ayer me invadió como todos los meses el inicio de una ansiedad. Al mismo tiempo crece la luna. Decía mi maestro Alexander (en realidad lo primero que me decía es que jamás lo llamara maestro. Me decía que los maestros suelen ser petimetres y que los mayores petimetres de entre ellos son los que jactan de ser maestros de algo. Me recordaba entonces a una escenógrafo conocido suyo que se enorgullecía de que sus alumnos en un instituto de enseñanza de artes escénicas, no le llamaban profesor sino Maestro y que le pedían que él los llamara Discípulos. Isaac Alexander le respondió que un maestro como dios manda lo primero que tenía que hacer era imponer una disciplina absurda a sus discípulos, por ejemplo prohibirles comer coles de Bruselas, y luego hacer un rito de iniciación bárbaro como cortarse delante de sus discípulos la lengua), en todo caso esa es una pequeña digresión que vendrá al caso más adelante. Decía mi querido Isaac que cómo no iba a influir en nosotros la luna si tenía la fuerza de atraer las aguas de los océanos y que me calmara y dejara que esa ansiedad o ese disgusto recorriera el camino que le tocara porque -seguía diciendo- vivir es una aventura extraordinaria y como en toda buena aventura nunca sabes lo que viene detrás así es que es mejor mantenerse alerta y dejar que fueran los paisajes los que marcaran el ritmo del paso.
Crece la luna entonces y me atormenta desde ayer la sensación de rueda. No quiero ponerme orientalista y argüir que acciones pretéritas habrán de volver con una fuerza inversa hacia su actor. Tampoco quiero describir la dureza de las ausencias ni remitirme a la fuerza del apego. Tan sólo echo de menos una sensación de sentido, de dirección, es como si la canícula me impusiera en el pensamiento un afán teleológico.
¿Para qué? es la pregunta que desde ayer me acosa (aunque como refería Alexander la datación de la aparición de emociones es muy relativa; una emoción puede estar latente y ejercer al mismo tiempo su influjo de muy diversas maneras; la primera suele manifestarse en la piel; aconsejaba o mejor indicaba que ante la inquietud me pusiera desnudo ante un espejo -a ser posible de cuerpo entero- y me examinase con calma, con alma, todas y cada una de las partes de ese órgano tan extenso y sensible y tras el examen acudiera al acto amoroso tanto en compañía como en soledad y una vez culminado dejara que la piel bendijera con su éxtasis la vida. Luego se arreaba un buen trago de cognac).
¿Para qué? es una pregunta trampa. En realidad todas las preguntas que conciernen a la ontología sólo sirven para especulaciones racionales más o menos brillantes. La respuesta a esa pregunta, a todas esas preguntas primeras se encuentra en la práctica de la meditación porque meditando, es decir: dejando que el pensamiento se libere de las censuras y aceptando que su navegación al pairo puede provocar choques contra arrecifes, se alcanza un grado de indiferencia que anula la ansiedad a la que hacía referencia al principio. Sólo que en ocasiones -humana conditio- la emoción dolorosa supera en fuerza y destreza a su antídoto y es ahí es cuando Isaac decía que habíamos de acomodarnos a ese trecho de la aventura del vivir. (Siempre decía: ¡No te olvides del adjetivo extraordinaria! porque si te olvidas anulas la paradoja, porque ¿qué hay más ordinario que la vida?).
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Mosquita muerta
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Tags : Mosquita muerta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/07/2019 a las 12:31 |
Mosquita muerta es el pseudónimo que utiliza Pablo Molviedro Ichaso -discípulo aventajado de Isaac Alexander- para lo que él ha titulado Crónicas del presente, una serie de artículos sobre el mundo de hoy (sea lo que sea hoy/mundo/presente/crónica)
La tirada de un dado muestra la imposibilidad de saber el estado presente del universo.
No vayas titula Yazoo uno de sus temas. Es un grupo de los ochenta. Los que seguían la senda de un grupo alemán llamado Karftwerk. Quizás Yazoo fueran un poco más comerciales, al fin y al cabo eran hijo de la mercantil Albión.
En esa incertidumbre de la tirada del dado. En ese mirar atrás y ver un ligerísima variación se basa la gran inexactitud de la teoría del caos a la que hacía referencia en El Jilguero (si clicas sobre él accederás al artículo). No son por lo tanto idénticas las vidas de los ochenta que las vidas de los diez del nuevo siglo. Esa ligera variación es lo que el hombre de occidente, aún mecanicista, llama progreso.
Veo una serie televisiva sobre jóvenes de esta añada -Euphoria- que está causando estragos en las conciencias de muchos padres (o eso dice la propaganda o crítica) y realmente si nos colocamos en la gran corriente contracultural de los años sesenta podríamos llegar a la conclusión de que la variación es mínima. Incluso si retrocedemos a los años veinte veremos que ese mundo de la psicodelia es una herencia que viene incluso de antes, que podría venir del último tercio del siglo XIX cuando los artistas, intelectuales y pueblo llano se ponían hasta el culo de absenta, láudano y opio.
En Euphoria es cierto que hay una variante que muestra bien a las claras uno de los síntomas de la decadencia de la civilización occidental: la destrucción como única razón para traspasar estados de conciencia. (Otro de los síntomas de la decadencia de la civilización occidental es la cuasi sacralización de la comida). Estos jóvenes de un pueblo de los Estados Unidos retratados por creadores de series que enganchen al público made in HBO, no parecen tener ni siquiera un secreto afán de trascendencia con su adicción. Sencillamente parecen desafiar a uno de los estados que más aterroriza a un joven cachorro humano: el tedio.
Esa ligera variante -como podría ser una leve irregularidad en la mesa sobre la que se tira el dado- impide conocer el estado presente del universo de esos jóvenes y al mismo tiempo puede ser la inexactitud que lleve a consecuencias deseables para este observador algo escéptico: que la humanidad se vaya por fin a la mierda y en ella se diluya y en ella desaparezca y de nosotros sólo quede un rastro marrón con aroma de vertedero.
No vayas titula Yazoo uno de sus temas. Es un grupo de los ochenta. Los que seguían la senda de un grupo alemán llamado Karftwerk. Quizás Yazoo fueran un poco más comerciales, al fin y al cabo eran hijo de la mercantil Albión.
En esa incertidumbre de la tirada del dado. En ese mirar atrás y ver un ligerísima variación se basa la gran inexactitud de la teoría del caos a la que hacía referencia en El Jilguero (si clicas sobre él accederás al artículo). No son por lo tanto idénticas las vidas de los ochenta que las vidas de los diez del nuevo siglo. Esa ligera variación es lo que el hombre de occidente, aún mecanicista, llama progreso.
Veo una serie televisiva sobre jóvenes de esta añada -Euphoria- que está causando estragos en las conciencias de muchos padres (o eso dice la propaganda o crítica) y realmente si nos colocamos en la gran corriente contracultural de los años sesenta podríamos llegar a la conclusión de que la variación es mínima. Incluso si retrocedemos a los años veinte veremos que ese mundo de la psicodelia es una herencia que viene incluso de antes, que podría venir del último tercio del siglo XIX cuando los artistas, intelectuales y pueblo llano se ponían hasta el culo de absenta, láudano y opio.
En Euphoria es cierto que hay una variante que muestra bien a las claras uno de los síntomas de la decadencia de la civilización occidental: la destrucción como única razón para traspasar estados de conciencia. (Otro de los síntomas de la decadencia de la civilización occidental es la cuasi sacralización de la comida). Estos jóvenes de un pueblo de los Estados Unidos retratados por creadores de series que enganchen al público made in HBO, no parecen tener ni siquiera un secreto afán de trascendencia con su adicción. Sencillamente parecen desafiar a uno de los estados que más aterroriza a un joven cachorro humano: el tedio.
Esa ligera variante -como podría ser una leve irregularidad en la mesa sobre la que se tira el dado- impide conocer el estado presente del universo de esos jóvenes y al mismo tiempo puede ser la inexactitud que lleve a consecuencias deseables para este observador algo escéptico: que la humanidad se vaya por fin a la mierda y en ella se diluya y en ella desaparezca y de nosotros sólo quede un rastro marrón con aroma de vertedero.
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Tags : Mosquita muerta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/07/2019 a las 18:16 |
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Tags : Mosquita muerta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/07/2019 a las 13:14 |