Entrada de Droga en el Tomo II del Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de J. Corominas & J. A. Pascual. Editado por Gredos.
Derivas a cargo de Fernando Loygorri.
Bloch, que también se inclina por la etimología neerlandesa, se hace eco sin embargo de una tentativa reciente de derivar el italiano droga de un bajo latín farmacéutico drogia (de donde también el griego bizantino droggaia, droggarios), alteración de dragea, del mismo origen que nuestro gragea (en su opinión del griego τράγημα 'golosina'); aunque esto es apoyar lo desconocido en lo problemático (vid. GRAGEA), y aunque por ahora no parece el vocablo ser muy antiguo en Italia (falta en Edler, Gloss. of Medieval Terms of Business, y en el Lexicon Imperfectum de Arnaldi), la idea de relacionar droga y dragea no es absurda,
Porque te mira no lo es, no, no lo es. Llegará ese día cuando no se hará la luz y en la tampoco oscuridad es casi seguro que dejará de sentir la gravedad de estar vivo. Sí, sí, se dice como si hubiera descubierto una razón para seguir, será levedad, será levedad. Cierra los ojos. Respira despacio. recuerda el Lexicon Imperfectum y quisiera tener la certeza de si Arnaldi se sintió satisfecho cuando pudo adjetivar su léxico como la existencia se percibe...
y la existencia del vocablo en el griego medieval sería argumento grave contra el origen nórdico, pero el hecho es que no se halla en diccionarios bizantinos ni romaicos (Suidas, Sophocles, Du Cange, Somavera, etc.); en definitiva, no es posible tomar en serio la idea no conociendo el texto original de esta tentativa etimológica, y no tengo por qué dudar que Wartburg ha tenido buenas razones al borrarla en la nueva edición de Bloch.
No puedo, damas y caballeros, terminar mi conferencia sin apelar, cariñosamente, a su generosidad y si el título de la misma es La desnudez bien pensante en las islas de Timor Oriental durante los primeros días de la Revolución Francesa, ¿por qué no nos despojamos de nuestros trajes y vestidos? ¿por qué no nos desprendemos de nuestras ropas interiores y nos quedamos en pelota picada y así, como nuestras madres nos trajeron al mundo, nos despedimos y damos por inaugurada la temporada nudista en nuestro querido y vetusto balneario?
Otras etimologías pueden rechazarse sumariamente. Contra la de Saleman y Bartholomae (ZFSL, XXX, 354), de que viene del iránico medio dārūk (más tarde dārōg, y después del S. VIII dārū) 'hierba', 'hierba medicinal', 'medicina', 'pólvora', está el hecho de no encontrarse huellas de este vocablo en árabe, turco ni griego, lenguas que hubieran debido servir de intermediario hacia Occidente.
No sé por qué siento tal relajación cuando leo y transcribo las elucubraciones de los etimólogos acerca de alguna palabra. Pienso si será por la seguridad que me proporciona el mundo hecho con letras que se llama Literatura porque también es literatura la escritura del diccionario -estos hombres son escritores- como también lo son los filósofos. La Filosofía debería ser ofrecida como un género literario. Miro muy concienzudamente las tipografías, las busco en la red, las transcribo y así pasan los minutos de esta mañana de julio mientras tras de mí escuchó las brazadas y las patadas de los nadadores olímpicos. A veces es tanta la concentración en la transcripción que me olvido de que estoy cociendo unos judiones de La Granja con los que haré una ensalada de verano. Me sienta bien creerme rata de biblioteca durante una mañana.
La de Seybold (Zeitschr. f. deutsche Wortfoschg. X, 1908-9, 218-22), árabe dawâ' 'medicamento' (también pronunciado dowâ'), tropieza con la imposibilidad de explicar la r⁶. Pero mucho peor es la de Kluyver (ibid. XI, 7-10), árabe durawa 'granzas, tamo, paja y polvo que vuelan al beldar' pues a la dificultad fonética invencible⁷ se agrega aquí la total inverosimilitud semántica: que el tamizado de especias como la pimienta tiene importancia, es cierto, pero Kluyver no logra aportar prueba alguna de su idea de que droga significó primitivamente 'cerniduras de especias', y el propio Wartburg (FEW, III, 189-90), a pesar de aceptar con reservas esta etimología, sienta categóricamente el carácter secundario, y por lo general muy reciente, de las demás acepciones del francés drogue, que Kluyver quería explicar directamente por el árabe, y que constituían el argumento máximo en que basó su etimología; en cuanto a droe, drogue, droge, 'joyo' 'cizaña', que tan importante pareció a este autor, hoy sabemos que es palabra distinta, procedente del galo DRAVŎCA. Pero también es inaceptable partir de éste para droga
derramarse entera, querer huir de la celebración cuando es su hermana, su hermana gemela, la que está a punto de contraer matrimonio con ese puto chulazo al que nada más verle le han dado ganas de darle una patada en los cojones y cuando la ha agarrado por la cintura y le ha dicho a su hermana, Vaya, nena, no sabía que iba a tener dos por el precio de una y ha acercado su asquerosa boca a su mejilla, en ese momento ella sabía que tenía que derramarse, salir huyendo si no quería aguar una fiesta que no iba con ella. Así es que cuando el maromo la tenía por la cintura, estaba acercando su boca a la comisura de la suya (porque tenía la intención de besar parte de su boca) y empezaba a sentir la tela de su camisa en su pezón izquierdo, ella se pone de puntillas, acerca sus labios a los orejas de él y en un susurro le dice, Apártate ahora mismo de mí si no quieres que te vuele las pelotas y sonríe cuando me separe, cerdo asqueroso. El gañán lo hace.
como sugiere Spitzer, ZRPh, XLII, 194n., pues aparte de que es arbitraria la base semántica de Kluyver, que él acepta al mismo tiempo que rechaza su étimo, necesita Spitzer suponer un occitano antiguo *drauga, que no ha existido nunca. En definitiva, pues, no había aparecido hasta ahora otra etimología razonable que la neerlandesa, que está mal apoyada en su aspecto semántico e histórico-cultural, y salvando la posibilidad de que investigaciones futuras rectifiquen la creencia general de que no puede ser de origen anglosajón⁸, no se ve entre las pistas exploradas hasta ahora ninguna que pueda conducir a alguna parte.
Despídeme del mar ahora que me adentro. No quedará en la orilla huella alguna mía y los siglos pasarán por encima del momento en el que miré hacia atrás por última vez; el cielo estaba gris y una mancha muy a lo lejos se diría una nave. No quiero decir más. No me da el alma.
Entrada de Droga en el Tomo II del Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de J. Corominas & J. A. Pascual. Editado por Gredos.
Derivas a cargo de Fernando Loygorri.
DROGA, palabra internacional de historia oscura, que en castellano parece procedente del Norte, probablemente de Francia; el origen último es incierto,
tantas cosas son inciertas. La vida misma. Ser un lobo estepario que sufre estar en la estepa, ser lobo y ser anacoreta.
quizá sea primitiva la acepción 'cosa de mala calidad' y proceda de la palabra céltica que significa 'malo' (bretón droug, galés drwg, irlandés droch), que se habría aplicado a las sustancias químicas y a las mercancías ultramarinas, por el mal gusto de aquéllas y por la desconfianza con que el pueblo mira toda clase de drogas. 1ª doc.: fin del siglo XV en Fz de Navarrete, Col. de los Viajes y Descubr., citado en Zaccaria, s. v.; 1523, N. Recopil., xvi,¹
Sería de gran importancia en palabras de esta naturaleza poseer indicaciones exactas acerca de su aparición en varios idiomas europeos; por desgracia falta una indagación sistemática desde este punto de vista, y mientras no se haga, ni siquiera podremos estar bien seguros de si el vocablo es de origen nórdico o mediterráneo. He aquí los datos que podemos reunir provisionalmente.
¿no es esto la vida? Un no poder estar seguros, recopilar los pocos datos que se posean, interpretarlos. Si la vida son palabras y hay tantas palabras inciertas...
En Portugal, además de García da Orta (1563), figura en Freire de Andrade (med. S. XVII) y el derivado drogaria está ya en Mendes Pinto (1541) y en Juan de Barros, poco más tarde.
El catalán droga ya aparece en 1437 y en otros textos del siglo XV, y drogueria es frecuente en Jaume Roig, en el año 1460 (Alcover); la variante adroga está ya en Onofre Pou,
Onofre Pou salió como todas las mañanas camino de su tienda de ultramarinos a las seis y cincuenta y seis minutos y justo antes de poner su pie derecho en la acera, se caló su bombín. La mañana era fresca, del puerto llegaba el olor intenso del salitre y cuando una mujer pasó junto a Onofre, éste aspiró hondo su olor a recién duchada y la panza de Onofre Pou pareció tirar de él para alejarlo cuanto antes de las ensoñaciones eróticas que como fuegos artificiales se habían disparado en la mente del buen cincuentón. Porque, digámoslo de una vez y para siempre, Onofre Pou a sus cincuenta y ocho años era un salido.
cuya primera edición es de 1575². Occitano droga está ya en los Fueros de Bearne (S. XV?) y drogaria en un cartulario que parece de la misma época; el primer ejemplo fechado con seguridad es de 1507. Del francés drogue se cita ejemplo en poesía del siglo XIV y en Rabelais (1552). El italiano droga, según Baist, aparecería en el siglo XV, pero no da pruebas; los testimonios de la Crusca y Tommaseo no son anteriores a 1520³; hay además testimonio del bajo latín droga en texto de 1526 escrito en Savona. En alto y bajo alemán el vocablo y sus derivados no aparecen antes de 1505, y allí son de origen francés, según Kluge. Sólo del inglés drug tenemos información abundante gracias al N.E.D. -New English Dictionary on historical principles, 21 vols., Oxford, 1884-1928-, y así sabemos que es allí muy frecuente desde 1337 (variantes drogges, dragges, variantes que suelen explicarse por confusión de los escribas
También entonces los escribas. También en aquel tiempo habría una persona que mirara por un vano en el muro y se preguntara por el sentido de las cosas. Hablo del siglo XIV en algún lugar de Inglaterra, probablemente al sur de Londres. Esa persona mira por el vano un fondo de bosque y un cielo muy gris. No me extrañaría que fuera esa armonía de los tonos la que le provocara una melancolía cercana a la saturnal.
con una vieja palabra anglosajona) y que drogges se halla ya en un texto latino de Inglaterra tan temprano como en 1327; sin embargo los filólogos ingleses se inclinan a creer que la fuente inmediata de este vocablo es francés.
Aún cuando, desde luego, no será posible asegurar nada mientras no contemos con una averiguación sistemática,
arrastrar hasta sus últimas consecuencias; el Mal, entonces, era una averiguación sistemática del dolor y esas averiguaciones llevadas a cabo en nuestros laboratorios -que otros llamaron campos de trabajo y otros campos de concentración y que nosotros tomamos de un general español apellidado Weyler que ideó una forma eficaz de reprimir a los campesinos del occidente cubano- nos llevaron a la conclusión de que el cenit del Mal era permitir que los que iban a ser exterminados fueran previamente exterminadores. ¡Dejad que los Exterminadores se acerquen a mí!
la información disponible lleva a sospechar un origen septentrional. No es imposible semánticamente la idea de Baist de que el vocablo se extrajera en Francia o Inglaterra del neerlandés y el bajo alemán droghe vate 'barriles de mercancías secas' (documentado con frecuencia en textos del s. XIV), donde droghe es adjetivo en el sentido de 'cosas secas' y vate 'barriles'; separando esta palabra conocida, los mercaderes extranjeros habrían entendido que droghe significaba 'drogas, mercancía'.
Eso digo yo, amor mío, si tú habrás entendido quizá otra cosa; si la misma palabra quiere decir para nosotros cosas distintas o más aún si entre tú y yo somos extranjeros, no sé de qué países, no sé en cuál estamos si en el de uno de nosotros o en un tercero al que podría denominar neutral. Por eso me prevengo y siento en las noches oscuras -cuando sudo y estoy desnudo y quisiera un tiempo antiguo- que desear lo antiguo es estar muerto. Por extrañas alquimias... te diría, si te parece bien que volvamos a leer a Jung...
Es muy cierto que no todas las drogas son secas, pero una generalización de esta índole es fácilmente concebible, y como las especias se transportan desecadas, es muy natural que un documento italiano del s. XVI, hablando de la importación de drogas, emplee la frase cose secche di levante, que apoya esta etimología⁴; nótese también que el francés posee un derivado indudable del neerlandés, drōghe en droguerie 'pesca del arenque' y drogueur 'pescador de arenques' (frecuentes desde el S. XVI: Jal, God). El punto flaco de esta etimología está en que el tráfico de drogas, al menos tal como hoy concebimos esta noción, en la Edad Media se practicaba sobre todo y casi únicamente por el Mediterráneo y no por el Báltico o el Mar del Norte; una investigación encaminada a confirmar el étimo germánico deberá, por lo tanto, abordar el problema desde el punto de vista de la historia comercial o averiguar si inicialmente se entendió por droga algo diferente de lo que hoy (p. ej. pescado en salazón)⁵
A los 88 años de edad ha muerto Quino uno de los más grandes pensadores de todos los tiempos.
Menos mal que Mafalda y sus colegas seguirán viviendo en cada álbum.
Descansa maestro de la ternura.
Petite digression lo publica François-Marie Arouet -Voltaire- en el Filósofo ignorante en diciembre de 1766.
Pasa el tiempo, las actitudes se mantienen.
Sigo la traducción de Marta Salís excepto un par de matizaciones.
En los inicios de la fundación de los Trescientos*, se sabe que todos eran iguales, y que los asuntos menores se decidían por mayoría de votos. Distinguían perfectamente con el tacto la moneda de cobre de la de plata; ninguno confundía nunca el vino de Brie con el vino de Borgoña. Su olfato era más fino que el de sus vecinos que tenían dos ojos. Interpretaban perfectamente los cuatro sentidos, es decir, sabían cuanto está permitido saber de ellos; y vivieron todo lo tranquilos y felices que pueden ser los ciegos. Por desgracia, uno de sus profesores pretendió tener nociones claras sobre el sentido de la vista; consiguió que lo escucharan, intrigó, se hizo con un grupo de entusiastas y acabó reconocido como jefe de la comunidad. Empezó entonces a opinar con autoridad sobre los colores y todo se estropeó.
Este primer dictador de los Trescientos creó enseguida un pequeño consejo que le convirtió en el dueño de todas las limosnas. Por ese motivo nadie se atrevió a desafiarlo. Decidió que toda la ropa de los Trescientos era blanca; los ciegos le creyeron; sólo hablaban de su bonita ropa blanca, aunque ninguno vistiera ese color. Todo el mundo se burló de ellos; fueron a quejarse al dictador el cual los recibió de mala manera; los trató de innovadores, de descreídos, de rebeldes que se dejaban seducir por las opiniones erróneas de los que tenían ojos y como consecuencia osaban dudar de su infalibilidad. Esta disputa creó dos bandos. El dictador, para apaciguarlos, decretó que toda su ropa era roja. Ninguno de los Trescientos vestía de rojo. Se burlaron de ellos más que nunca. Se alzaron nuevas quejas por parte de la comunidad. El dictador se enfureció, los demás ciegos también. Discutieron mucho tiempo y no se restableció la concordia hasta que permitieron a todos los ciegos dejar de juzgar sobre el color de sus ropas.
Un sordo, al leer esta pequeña historia, reconoció que los ciegos habían cometido un error al querer juzgar los colores; pero se mantuvo firme en la opinión de que sólo les corresponde a los sordos juzgar la música.
* Los Trescientos -traducción de Les Quinze-Vingts- es un hospicio parisino fundado por el rey San Luis XI en 1260 en el que vivían asilados trecientos ciegos gracias a las limosnas.
Este primer dictador de los Trescientos creó enseguida un pequeño consejo que le convirtió en el dueño de todas las limosnas. Por ese motivo nadie se atrevió a desafiarlo. Decidió que toda la ropa de los Trescientos era blanca; los ciegos le creyeron; sólo hablaban de su bonita ropa blanca, aunque ninguno vistiera ese color. Todo el mundo se burló de ellos; fueron a quejarse al dictador el cual los recibió de mala manera; los trató de innovadores, de descreídos, de rebeldes que se dejaban seducir por las opiniones erróneas de los que tenían ojos y como consecuencia osaban dudar de su infalibilidad. Esta disputa creó dos bandos. El dictador, para apaciguarlos, decretó que toda su ropa era roja. Ninguno de los Trescientos vestía de rojo. Se burlaron de ellos más que nunca. Se alzaron nuevas quejas por parte de la comunidad. El dictador se enfureció, los demás ciegos también. Discutieron mucho tiempo y no se restableció la concordia hasta que permitieron a todos los ciegos dejar de juzgar sobre el color de sus ropas.
Un sordo, al leer esta pequeña historia, reconoció que los ciegos habían cometido un error al querer juzgar los colores; pero se mantuvo firme en la opinión de que sólo les corresponde a los sordos juzgar la música.
* Los Trescientos -traducción de Les Quinze-Vingts- es un hospicio parisino fundado por el rey San Luis XI en 1260 en el que vivían asilados trecientos ciegos gracias a las limosnas.
Mosquita muerta es el pseudónimo que utiliza Pablo Molviedro Ichaso -nodiscípulo aventajado de Isaac Alexander- para lo que él ha titulado Crónicas del presente, una serie de artículos sobre el mundo de hoy (sea lo que sea hoy/mundo/presente/crónica)
[...] La filosofía era una reflexión sobre la felicidad humana. Pero esta felicidad no procedía de un esforzado empeño teórico que, a través del conocimiento, pudiese trazar las directrices esenciales de un comportamiento político. El conocimiento que podía lanzar sus redes hacia sutiles proyectos de convivencia, como enseñaban algunas de las obras de Platón y Aristóteles, quedaría siempre sometido al distante dominio de la teoría. El sustento de todos los empeños intelectuales era un cuerpo humano, sometido al dolor y a la muerte; pero, al mismo tiempo, henchido de posibilidades, de misterios de organización y sensibilidad. Sumido en plena naturaleza el cuerpo era también en sí mismo naturaleza. Como el aire y el espacio que lo circunda, este cuerpo mortal podía gozar también de momentos perfectos, de floraciones constantes, de infinitas y variadas alegrías. El cuerpo humano, que había llegado a sentir su lugar privilegiado en el mundo, constituía una deliciosa frontera donde el placer hacía consciente la oscura soledad de la carne. En los confines de la naturaleza había surgido, pues, esta redonda posibilidad de inteligencia y gozo. En los entresijos de la piel, en el callado territorio de la propia estructura corporal, yacía el fundamento ineludible, la armonía inequívoca, la serenidad para poder descubrir la hermandad con la naturaleza y con el mundo. Cada latido del cuerpo, cada mirada perdida entre las cosas, cada sonrisa, cada voz que hablase ese lenguaje de la vida, ese ininterrumpido río de solidaridad en cuyas orillas nos ha dejado crecer la naturaleza, para poder sumirnos en ella a nuestro placer, y también para, desde el firme territorio de la sabiduría, poder contemplarla, entenderla y, sobre todo, sentirla, era el reconocimiento de una nueva actitud teórica. Una actitud que, a pesar de todas las dificultades de la mente, de todas las limitaciones del cuerpo, significaba el descubrimiento de verdadero territorio en el que se asienta el hombre y del que arrancan sus más amplias y rigurosas posibilidades [...]
Al cuerpo hemos de volver y renegar de sus pestilencias bíblicas, ésas que marcaron para siempre nuestro encuentro con la carne aquí en occidente; al cuerpo que goza, al cuerpo que encuentra, al cuerpo que es también inmateria y fluido a un mismo tiempo; ese cuerpo que recorre los caminos, que trilla la mies, que besa la boca y alza en brazos; ese cuerpo que mide distancias y maneja los cabellos, el que duerme y sonríe, el que calla y se emociona. ¡A las barricadas de los cuerpos que huelen a cuerpo! ¡Al asalto de los ombligos y las ingles! ¡A por las lenguas! ¡A por los intestinos! ¡A por los páncreas! Para abrazarlos y mirarlos y someterlos a la tiranía de los besos y los océanos.
Sólo gloso lo goloso
del ensayo de Lledó
El Epicureísmo (fragmento)
Emilio Lledó
Emilio Lledó
Al cuerpo hemos de volver y renegar de sus pestilencias bíblicas, ésas que marcaron para siempre nuestro encuentro con la carne aquí en occidente; al cuerpo que goza, al cuerpo que encuentra, al cuerpo que es también inmateria y fluido a un mismo tiempo; ese cuerpo que recorre los caminos, que trilla la mies, que besa la boca y alza en brazos; ese cuerpo que mide distancias y maneja los cabellos, el que duerme y sonríe, el que calla y se emociona. ¡A las barricadas de los cuerpos que huelen a cuerpo! ¡Al asalto de los ombligos y las ingles! ¡A por las lenguas! ¡A por los intestinos! ¡A por los páncreas! Para abrazarlos y mirarlos y someterlos a la tiranía de los besos y los océanos.
Sólo gloso lo goloso
del ensayo de Lledó
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