Mosquita muerta es el pseudónimo que utiliza Pablo Molviedro Ichaso -nodiscípulo aventajado de Isaac Alexander- para lo que él ha titulado Crónicas del presente, una serie de artículos sobre el mundo de hoy (sea lo que sea hoy/mundo/presente/crónica)
Desde el fuego que en la carretera el viento introduce por las ventanas, siento la mano de la estupidez acariciando con cierta sorna la nuca de la Humanidad.
Sudo y no quiero poner el aire acondicionado. Ensueño en el sopor que arde, el cuerpo de la mujer con la que mantengo una no-relación desde hace ya tantos años y sonrío mientras fuera los que quieren dirigir mi vida y mi pensamiento -como quieren dirigir la vida y el pensamiento de miles de millones de seres humanos y animales y flora y minerales y cielos y aguas y fuegos y tierras y subsuelos y espacios siderales- son una pandilla tosca y simplona con aires de grandeza.
Siempre renuncié a los pastores. No soporto sus cayados ni a sus perros guardianes los quiero y tampoco soporto su grey, sus rebaños -animales sometidos a pasiones idiotas que tan sólo consiguen ennegrecer el cielo y promover infelicidades-.
Prefiero arder en las carreteras.
Prefiero denunciar desde mi tribuna porque la labor intelectual de la denuncia, es decir, la denuncia con argumentos, es tan revolucionaria como los paisanos que se juntaban en las plazas y arrancaban los adoquines para lanzarlos contras las fuerzas que monopolizan la violencia del Estado.
Prefiero observar desde la soledad de la atalaya el puritanismo de izquierdas que me pone los pelos de punta y me genera una nostalgia que no sé dónde puede acabar y leer sus ridículos comentarios de apoyo a lo que se debe apoyar con olvido absoluto de algo que era en sí mismo espíritu, alma de la ideología humanitaria y ecologista: la crítica. La famosa y perdularia autocrítica.
Vacío de contenido, el neocapitalismo liberal nos quiere llenar la mente de cosas, quiere cosificar la existencia porque haciéndolo así lo que hace es despojarla del alma.
El alma siempre fue el punto de arranque de cualquier cambio -llámese ahora al alma mente si nos sentimos más acorde con la era científica que nos domina-. No me pelearé por una tonta cuestión nominal.
Yo te diría que levantásemos los puños de nuevo. A los puños del alma me refiero y con esos puños en alto desafiáramos a los que quieren convertirnos en cosas.
Te animaría a ti, sí, a ti, a que mañana cuando vayas camino del concesionario de automóviles o a la agencia de viajes para contratar un crucero por las aguas cementerio del mediterráneo, te pararas y razonaras una exaltación mental, un auge de hasta aquí he llegado y aullaras una bonita canción de lobos o emitieras zureos como si fueras una paloma enamorada.
Con el calor que arde. Entre tanta hojarasca y tanta simplonería que llega a ser basta. Agarrado al brazo de tu destino, con un pie sobre el cuello de las Furias, sin espejo delante, sin atender aplausos, sólo en ti, en tu mente, en tu alma, gallardo, orgullosa, mirada al frente, un foulard al viento, el horizonte sin muros, respirar por fin...
Despojarse del terror
Vivir la utopía (ut topos: sin lugar)
Sudo y no quiero poner el aire acondicionado. Ensueño en el sopor que arde, el cuerpo de la mujer con la que mantengo una no-relación desde hace ya tantos años y sonrío mientras fuera los que quieren dirigir mi vida y mi pensamiento -como quieren dirigir la vida y el pensamiento de miles de millones de seres humanos y animales y flora y minerales y cielos y aguas y fuegos y tierras y subsuelos y espacios siderales- son una pandilla tosca y simplona con aires de grandeza.
Siempre renuncié a los pastores. No soporto sus cayados ni a sus perros guardianes los quiero y tampoco soporto su grey, sus rebaños -animales sometidos a pasiones idiotas que tan sólo consiguen ennegrecer el cielo y promover infelicidades-.
Prefiero arder en las carreteras.
Prefiero denunciar desde mi tribuna porque la labor intelectual de la denuncia, es decir, la denuncia con argumentos, es tan revolucionaria como los paisanos que se juntaban en las plazas y arrancaban los adoquines para lanzarlos contras las fuerzas que monopolizan la violencia del Estado.
Prefiero observar desde la soledad de la atalaya el puritanismo de izquierdas que me pone los pelos de punta y me genera una nostalgia que no sé dónde puede acabar y leer sus ridículos comentarios de apoyo a lo que se debe apoyar con olvido absoluto de algo que era en sí mismo espíritu, alma de la ideología humanitaria y ecologista: la crítica. La famosa y perdularia autocrítica.
Vacío de contenido, el neocapitalismo liberal nos quiere llenar la mente de cosas, quiere cosificar la existencia porque haciéndolo así lo que hace es despojarla del alma.
El alma siempre fue el punto de arranque de cualquier cambio -llámese ahora al alma mente si nos sentimos más acorde con la era científica que nos domina-. No me pelearé por una tonta cuestión nominal.
Yo te diría que levantásemos los puños de nuevo. A los puños del alma me refiero y con esos puños en alto desafiáramos a los que quieren convertirnos en cosas.
Te animaría a ti, sí, a ti, a que mañana cuando vayas camino del concesionario de automóviles o a la agencia de viajes para contratar un crucero por las aguas cementerio del mediterráneo, te pararas y razonaras una exaltación mental, un auge de hasta aquí he llegado y aullaras una bonita canción de lobos o emitieras zureos como si fueras una paloma enamorada.
Con el calor que arde. Entre tanta hojarasca y tanta simplonería que llega a ser basta. Agarrado al brazo de tu destino, con un pie sobre el cuello de las Furias, sin espejo delante, sin atender aplausos, sólo en ti, en tu mente, en tu alma, gallardo, orgullosa, mirada al frente, un foulard al viento, el horizonte sin muros, respirar por fin...
Despojarse del terror
Vivir la utopía (ut topos: sin lugar)
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Tags : Mosquita muerta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/07/2019 a las 17:30 | {0}