¿Por qué me he visto con esta opresión en el pecho? ¿Es a partir de ella por lo que ocupo una casa extraña y me avergüenza? Extraña en el sentido de que no es mía, es la casa de antiguo amigo, con el que probablemente pequé de ingratitud. Ocupo la casa para que otros amigos míos puedan descansar antes de partir al día siguiente hacia algún lugar. Les ofrezco esa casa, utilizo esa casa porque tengo noticia de que ese antiguo amigo se encuentra fuera de la ciudad y tardará unos días en volver. Lo que ocurre es que aparece y lo que más recuerdo es su enfado en el detalle de su boca y sus mandíbulas y sus dientes que en todo son iguales a los de un perro guardián. Se aúnan en mí en ese momento la rabia y la vergüenza por haber sido descubierto y la tristeza porque mi antiguo amigo no me permita usar su casa para dar cobijo.
La congoja es un arma poderosa contra el infarto de miocardio. Reconocerla. Dejarse llevar por ella como se deja el cuerpo llevar por el swing de Patti Austin. La congoja que se traduce en el cuerpo en las altas vías respiratorias ahora que las vías respiratorias están tan de moda y son la causa de la angustia de millones de seres humanos cada mañana al levantar.
Pasear bajo las nubes azulinas en un día ventoso. Respirar hondo, más, más hondo y suponer que las interpretaciones de un cuadro de Vermeer en el que una muchacha lee una carta -que ningún connaisseur duda que es una carta de amor o una carta de sexo, una carta, supongamos, en la cual un joven de la misma calle, posiblemente en la ciudad de Delft, le solicita amores que traducido al román paladino quiere decir verte desnuda es recordar la tierra o cómo amasaría tus caderas hasta convertirlas en galeras que surcaran el mar de mis deseos para en el mástil mío desplegar la vela que fecunde en ti toda la lujuria que nos quepa... como hace años yo me fui hasta Segovia para ver a una mujer desconocida y tras comer en cualquier sitio no tuve el suficiente arrojo para proponerle, cuando menos, que nos fuéramos a un hotel un par de horas para no echar nuestros viajes, hasta ese punto intermedio, en balde y así regocijarnos en nuestros cuerpos y volver a nuestros pueblos con la secreta gratificación de haber cometido una inocente inmoralidad- y su sonrojo parece prometer humedades.
Congoja, digo, hoy que he paseado por una ciudad de Londres vestida con los colores ocres de algunas acuarelas de Turner. ¡Cómo me ha gustado hoy Londres! Qué secreto goce. Qué ausencia de temor. Y la sonrisa de una mujer mayor (ella sentada en un banco, yo camino y paso a su lado. Frente a mí un gran edificio negro de arquitectura contemporánea).
Así la mañana y ahora con la sensación, más de una vez expresada, de que tecleo como si tocara el piano. La noche ya. Lo muertos de hoy. Los que han nacido al mundo en esta época fronteriza -que, dicho sea de paso, es como los deltas de los ríos, lugares de una riqueza extraña, confluencia de formas de vida que generan nuevas vidas, nuevos modos- que devendrá en maneras distintas de entenderse, de buscarse, de comprenderse.
Buscarse, ¡qué acción tan occidental de entender la vida!
Desapareció la opresión el pecho. Se fue la congoja. Vuelvo al siglo XVIII.
La primera partida de ajedrez la juega C. contra M. Gana C. pero con más dificultades de las que cabría esperar; la segunda partida la juego yo, F., contra M. Estoy nervioso porque me fastidiaría perder con alguien que sé que juega mucho peor que yo. Empieza la partida. Me veo jugar. Estoy a la derecha de mí. Parece que estoy jugando muy bien y escribo parece porque no logro ver mis movimientos. Gano a M. en pocas jugadas y con unos movimientos que deben construir una celada porque M. exclama algo así como, ¡Vaya, qué bárbaro!
Ya no está M. Estoy con C. en la casa de sus padres. En la sala. Pero la sala es mucho más grande de lo que en realidad era. La madre de C., J., está exactamente igual que cuando la conocí. Creo que lleva un vestido de color verde botella. Nos sirve un té, casi seguro que es un té. Poco después aparece el padre de C., L., completamente desnudo aunque lleva su cachimba en la boca y las gafas puestas. Es natural que L. esté desnudo. En nada nos altera. Nada nos extraña. Lo único que me llama la atención es lo parecido que es el sexo de L. al mío porque lo llego a pensar antes de que me comente que se ha comprado el último libro de Umberto Eco y me pregunta si lo he leído. Antes de contestarle, J. me acerca el libro. Sólo recuerdo que el título es muy largo y creo que va entre interrogaciones.. entonces la escena se desvanece.
En el final de todo y por lo tanto en el principio de algo. En aquellos tiempos decía, El principio de una obra dramática es el final de algo y el final de esa obra dramática es el principio de algo. También decía: la palabra mágica del drama es NO.
Así han pasado los años. Recuerdo a Winston, personaje protagonista de 1984, la sensación de vacío que le inundaba cuando era consciente de que el Poder podía borrar toda su existencia... ¿No sabía entonces Winston que habría un tiempo en el que todas las existencias habrán sido borradas? ¿No quedará ni un fósil de lo que somos? Ese pensamiento ¿no es acaso pura angustia existencial? Postmodernidad pura.
Me asalta la ausencia en estos primeros días de enero. Jano, pienso. Luego reprimo los pensamientos que venían a derivarse de Jano para poder concentrarme en la escritura. Ni siquiera anticipo el fango asqueroso en el que la nieve se convertirá en pocos días. Aquella nieve de blancura insultante... aquella nieve... Fango. Mierda que es lo que debe arrastrar el agua que cae por la tubería que corre tras la pared frente a la que escribo. Probablemente la mierda de la vecina del segundo que es una mujer tonsurada como fraile franciscano pero sin amor a la natura.
Sí, hoy es una queja. No leas esto L. (está frase la pondré en la entradilla) No te vendrá bien. Ahora vuelvo a Quentin. Cómo me hace sufrir. Demasiadas semejanzas (había olvidado la palabra semejanza, había encontrado similitud pero yo quería semejanza). Estos años. La vuelta del fascismo a Occidente. ¡Qué pronto vuelve el Terror! ¡Qué pronto se olvida! Vuelvo a Quentin. Ahora está con Maggie... Maggie... Marilyn... Quentin habla con una verdad terrible y Maggie no soporta escucharlo. No sé si será la verdad pero es una verdad que pone los pelos de punta. La verdad del poder en las relaciones de pareja. Las miserias de los seres humanos que no saben hacerse felices o cuando menos no culpables, no, no culpables. De eso habla Quentin, él que también ha participado de esa ceremonia de interior. Entonces Maggie le recuerda lo que leyó un día, en un cuaderno, estaba encima de su escritorio, algo que había escrito Quentin: La única persona a la que amaré en mi vida será a mi hija. Ojalá yo hallara una forma digna de morir. Maggie se lo escupe a la cara y le dice, como si hablara a un invisible juez, que eso fue lo que la mató.
Entonces Quentin le cuenta por qué escribió eso. Una fiesta. Hombres. No sabía si se había acostado con alguno. Se avergonzó de ella pero lo más terrible fue cuando Maggie le acusó de lo mismo que le acusaba Louise: de ignorarla, de ningunearla y entonces pensó que él era incapaz de amar. Y por eso lo escribió. Era incapaz de amar... excepto a su hija. Tras la confesión Quentin le pregunta a Maggie qué más quiere y ella le responde, Que me quieras y hagas lo que te pida y que quites esa duna de ahí para escuchar el mar mientras follamos.
La escena llega a la lucha física por una frasco de pastillas y por la vida y es tal la violencia, lo contenido, que casi Quentin ahoga con sus propias manos a Maggie... y a su madre (en escena paralela con el día del barquito velero).
Maggie se aleja gateando de él. Un último instante de desolación y terror de Maggie (a la que tantos hombres han intentado matar) antes de caer dormida, encogida, en el suelo, en un rincón.
El día se aleja. Hoy tendré menos miedo. Quizá porque recuerdo que en Port Bou, hace un suspiro en el tiempo, Walter Benjamin esperaba un visado con el que poder huir de los nazis. Llegó un momento en el que lo vio todo perdido. La última noche de su vida. Estaba convencido de que nunca le darían el visado y sería entregado a los nazis y como judío que era sería llevado a un campo de concentración y allí sufriría probablemente más que Primo Levi. Así es que se suicidó. A la mañana siguiente le llegó, sellado, el visado con el que habría podido huir del Terror. Así es que podría decir que Walter Benjamin, el mayor y más audaz crítico literario de todos los tiempos, -como escribió sobre él años más tarde Alessandro Baricco- no se suicidó sino que fue el Terror quien lo mató. Por Walter y por los que murieron como él y por los que morirán como él hoy y por los que no podrán resistir mañana, hoy 13 de enero de 2021, intentaré vivir sin miedo.
Ya no está M. Estoy con C. en la casa de sus padres. En la sala. Pero la sala es mucho más grande de lo que en realidad era. La madre de C., J., está exactamente igual que cuando la conocí. Creo que lleva un vestido de color verde botella. Nos sirve un té, casi seguro que es un té. Poco después aparece el padre de C., L., completamente desnudo aunque lleva su cachimba en la boca y las gafas puestas. Es natural que L. esté desnudo. En nada nos altera. Nada nos extraña. Lo único que me llama la atención es lo parecido que es el sexo de L. al mío porque lo llego a pensar antes de que me comente que se ha comprado el último libro de Umberto Eco y me pregunta si lo he leído. Antes de contestarle, J. me acerca el libro. Sólo recuerdo que el título es muy largo y creo que va entre interrogaciones.. entonces la escena se desvanece.
En el final de todo y por lo tanto en el principio de algo. En aquellos tiempos decía, El principio de una obra dramática es el final de algo y el final de esa obra dramática es el principio de algo. También decía: la palabra mágica del drama es NO.
Así han pasado los años. Recuerdo a Winston, personaje protagonista de 1984, la sensación de vacío que le inundaba cuando era consciente de que el Poder podía borrar toda su existencia... ¿No sabía entonces Winston que habría un tiempo en el que todas las existencias habrán sido borradas? ¿No quedará ni un fósil de lo que somos? Ese pensamiento ¿no es acaso pura angustia existencial? Postmodernidad pura.
Me asalta la ausencia en estos primeros días de enero. Jano, pienso. Luego reprimo los pensamientos que venían a derivarse de Jano para poder concentrarme en la escritura. Ni siquiera anticipo el fango asqueroso en el que la nieve se convertirá en pocos días. Aquella nieve de blancura insultante... aquella nieve... Fango. Mierda que es lo que debe arrastrar el agua que cae por la tubería que corre tras la pared frente a la que escribo. Probablemente la mierda de la vecina del segundo que es una mujer tonsurada como fraile franciscano pero sin amor a la natura.
Sí, hoy es una queja. No leas esto L. (está frase la pondré en la entradilla) No te vendrá bien. Ahora vuelvo a Quentin. Cómo me hace sufrir. Demasiadas semejanzas (había olvidado la palabra semejanza, había encontrado similitud pero yo quería semejanza). Estos años. La vuelta del fascismo a Occidente. ¡Qué pronto vuelve el Terror! ¡Qué pronto se olvida! Vuelvo a Quentin. Ahora está con Maggie... Maggie... Marilyn... Quentin habla con una verdad terrible y Maggie no soporta escucharlo. No sé si será la verdad pero es una verdad que pone los pelos de punta. La verdad del poder en las relaciones de pareja. Las miserias de los seres humanos que no saben hacerse felices o cuando menos no culpables, no, no culpables. De eso habla Quentin, él que también ha participado de esa ceremonia de interior. Entonces Maggie le recuerda lo que leyó un día, en un cuaderno, estaba encima de su escritorio, algo que había escrito Quentin: La única persona a la que amaré en mi vida será a mi hija. Ojalá yo hallara una forma digna de morir. Maggie se lo escupe a la cara y le dice, como si hablara a un invisible juez, que eso fue lo que la mató.
Entonces Quentin le cuenta por qué escribió eso. Una fiesta. Hombres. No sabía si se había acostado con alguno. Se avergonzó de ella pero lo más terrible fue cuando Maggie le acusó de lo mismo que le acusaba Louise: de ignorarla, de ningunearla y entonces pensó que él era incapaz de amar. Y por eso lo escribió. Era incapaz de amar... excepto a su hija. Tras la confesión Quentin le pregunta a Maggie qué más quiere y ella le responde, Que me quieras y hagas lo que te pida y que quites esa duna de ahí para escuchar el mar mientras follamos.
La escena llega a la lucha física por una frasco de pastillas y por la vida y es tal la violencia, lo contenido, que casi Quentin ahoga con sus propias manos a Maggie... y a su madre (en escena paralela con el día del barquito velero).
Maggie se aleja gateando de él. Un último instante de desolación y terror de Maggie (a la que tantos hombres han intentado matar) antes de caer dormida, encogida, en el suelo, en un rincón.
El día se aleja. Hoy tendré menos miedo. Quizá porque recuerdo que en Port Bou, hace un suspiro en el tiempo, Walter Benjamin esperaba un visado con el que poder huir de los nazis. Llegó un momento en el que lo vio todo perdido. La última noche de su vida. Estaba convencido de que nunca le darían el visado y sería entregado a los nazis y como judío que era sería llevado a un campo de concentración y allí sufriría probablemente más que Primo Levi. Así es que se suicidó. A la mañana siguiente le llegó, sellado, el visado con el que habría podido huir del Terror. Así es que podría decir que Walter Benjamin, el mayor y más audaz crítico literario de todos los tiempos, -como escribió sobre él años más tarde Alessandro Baricco- no se suicidó sino que fue el Terror quien lo mató. Por Walter y por los que murieron como él y por los que morirán como él hoy y por los que no podrán resistir mañana, hoy 13 de enero de 2021, intentaré vivir sin miedo.
Ensayo
Tags : Reflexiones Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/01/2021 a las 18:58 | {0}A veces los trajes se derrumban, pierden su elegancia y en vez de ligeros muestran la pesadez del árbol que cae tras el último hachazo.
Es intensa la necesidad que tiene, en raras ocasiones, de que la abracen. Un desconocido. Ella camina por un sendero, alguien se le acerca y aprieta su cuerpo contra el suyo durante un intervalo justo. En ese imaginar le es indiferente sentir los pectorales de un macho o las mamas de una hembra.
A veces los sueños se diluyen en una fracción de segundo. Quisieras agarrarlos pero son cometas estelares que duran lo que el grano tarda en atravesar el agujero que conecta las dos cápsulas del reloj de arena.
Ese abrazo caliente. Esa sensación de eternidad. Caer dormida en brazos de otro ser humano. Confiar en que, abandonado a él, éste no la degollará para arrancarle el collar de diamantes que fulge alrededor de su cuello como si fuera dogal de galga afgana.
Aún quisiera atraparlo. Aún quisiera devolver la sonrisa. Aunque esté cerca. Aunque se le haya desvelado el mundo y piense en la definición que el filósofo Bueno da sobre la libertad: es el derecho a adquirir el poder para dominar a los demás.
A cuestas con el sueño. Debilitado por los años. Sabe que al final la Tierra quedará reducida a un espacio que quedó desocupado. Vaciedades. Vaciarse.
Ensayo
Tags : Reflexiones Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/01/2021 a las 19:06 | {0}
Hoy se va a quedar ahí. Por diciembre, digamos. Por la espuma. Sí, sí, el cielo estaba hermoso. Bandadas de nubes. El sol... a mi espalda, el sol, digo, se estrellaba contra los amarillos de las hierbas altas, moribundas, y rebotaba en un cielo añil, un cielo de nubes añiles como algunos cielos de van Gogh, como algunas de sus nubes... ese mundo que existe... ese mundo de tierra, matorral y bosques de encinas... existe en este día de diciembre... diciembre. Oigo fuera a los cachorros. Todo para crecer. Hoy se va a quedar ahí. Porque hubo un tiempo también de extrañas pasiones, búsquedas, un día lejos, muy lejos, parece que hace siglos y fue casi ayer... eso del tiempo... lo que viene siendo. Son los primeros días fríos... será eso... que son los primeros días fríos... En la tarde, cuando declinaba el sol, me he quitado el gorro, el gorro gris, el de los inviernos -probablemente perfeccionado térmicamente-, me lo he quitado, digo, en el camino; el frío es dichoso; la respiración del frío, en un lugar alto como en La Montaña Mágica con Castorp, se apellidaba Castorp... el sanatorio para enfermos tuberculosos, Ese frío. Esa exhalación del calor interno... lo leve del vaho... Hoy se va a quedar en esa contemplación, cuando luchaba por venir a mi cabeza, a mi memoria, el nombre de la mujer, de madame... madame Cau... Hoy se va a quedar ahí, minucioso, una contabilidad, alguna forma de contar sean números o historias... Termina el otoño... en el adviento he visto la declinación de la luz cuando caía... en estos tiempos que llegan más allá de los primeros cristianos, donde los paganos... cuando los paganos... la noche más larga, el renacer del Sol... en lo alto, desde hace un tiempo, os saludo... Noche y Día... como amigos os saludo... no sois dioses... sois amigos... Voy a beber agua... aquí, en mi rincón, en un lugar del mundo... En el último tramo del camino siempre refresca. Estoy convencido que, bajo la roca, las aguas freáticas se encuentran muy cerca, y pienso que si hubiera un corrimiento de tierras o un desprendimiento, haría falta muy poco para que nos encontráramos suspendidos ante un abismo, como si estuviéramos en la parte exterior de la cúpula de San Pedro y al fondo viéramos no la cruz en sus tres dimensiones sino un inmenso lago negro, de aguas a las que nunca les dio la luz... Hoy... madame Cauchat... Clawdia... Clawdia... Hoy se va a quedar ahí, ahora, ahí...
Ensayo
Tags : Reflexiones Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/12/2020 a las 19:35 | {0}
Si mañana es el día, habré de gozar el día de hoy. Si es mañana cuando todo se descubre y el sol se oscurece hasta quedar convertido en una piedra abrasada y convertida en carbón, entonces quiero que sea hoy el día. No mañana. Quiero que sea hoy cuando sobre los prejuicios y la moral yo me encuentre desnudo en mitad del patio y, tras haber apilado toda la poca cultura que haya podido amasar, quemarme en ella y gritar hasta enmudecer al gallo y hacerle parecer cobarde. Porque hay hoy una savia salvaje que me llega desde los pies y que hace que mi verga sea el mástil de mi corazón como hogaño lo fue la creencia absoluta en que el mundo de los hombres globalizados nos ha mostrado su faz más perversa.
Si mañana es el día reniego de los arúspices y no quiero ver hígados de aves ante mí, ni deseo que nadie me enseñe los arcanos de los colores morados en las vísceras de las bestias. Porque hay en mis manos la dulzura del canto y hay en mi pecho una melancolía que no se puede llamar triste. Porque si es cierto que me llaga la aurora, lo es también que acentúo con corrección. Así es que el cabello que contemplaré mañana es ya el cabello que contemplo ahora que lo pulso. No hay mañana. Hay en mi espectro la carne como anzuelo y en mi carne el espectro se comporta como una idea directriz que encauzara mi vida por el pequeño regato de mi propio existir.
Que no tengo conciencia. Que reniego de los viernes. Que no tengo tiempo de volverme loco por más que los gritos de los niños me recuerden, a veces, el caudal inconsolable de una piara de cerdos camino del matadero. Que no tengo miedo. Que mis pulmones antes o después se quedarán secos y probablemente todas estas palabras se las llevará el viento. No vengo a quejarme. Sólo que no espero ni quiero ver mis obras en los carteles de los teatros del mundo ni espero siquiera un comentario de apoyo a los doce años que llevo escribiendo esta revista digital. Esta revista en el éter. Esta revistilla que me recuerda a la de un escritor austriaco de los años cincuenta cuyo nombre he olvidado.
Si mañana presagia pasado mañana cosa suya es. Yo sólo estoy dispuesto a inmolarme por los libros que pueblan las paredes de mi casa y que, gracias a su grosor, atenúan un poco las voces de los otros. Sí, lo juro, no deseo nada más que verme aislado en una tormenta de nieve y sonreír mientras entono un Angelus o canto parecido que sugiera cierto misticismo en mi sonrisa. Sonrisa del cadáver que ya soy. Que ya estoy muerto. Por fin se despejó la incógnita. Por fin ya no tengo miedo (ni lo tiento).
Porque hay en la nevera una cerveza con alcohol auguro una batalla. Porque me aíslo con los auriculares. Porque mañana siempre necesita una horas de más.
Si mañana es el día reniego de los arúspices y no quiero ver hígados de aves ante mí, ni deseo que nadie me enseñe los arcanos de los colores morados en las vísceras de las bestias. Porque hay en mis manos la dulzura del canto y hay en mi pecho una melancolía que no se puede llamar triste. Porque si es cierto que me llaga la aurora, lo es también que acentúo con corrección. Así es que el cabello que contemplaré mañana es ya el cabello que contemplo ahora que lo pulso. No hay mañana. Hay en mi espectro la carne como anzuelo y en mi carne el espectro se comporta como una idea directriz que encauzara mi vida por el pequeño regato de mi propio existir.
Que no tengo conciencia. Que reniego de los viernes. Que no tengo tiempo de volverme loco por más que los gritos de los niños me recuerden, a veces, el caudal inconsolable de una piara de cerdos camino del matadero. Que no tengo miedo. Que mis pulmones antes o después se quedarán secos y probablemente todas estas palabras se las llevará el viento. No vengo a quejarme. Sólo que no espero ni quiero ver mis obras en los carteles de los teatros del mundo ni espero siquiera un comentario de apoyo a los doce años que llevo escribiendo esta revista digital. Esta revista en el éter. Esta revistilla que me recuerda a la de un escritor austriaco de los años cincuenta cuyo nombre he olvidado.
Si mañana presagia pasado mañana cosa suya es. Yo sólo estoy dispuesto a inmolarme por los libros que pueblan las paredes de mi casa y que, gracias a su grosor, atenúan un poco las voces de los otros. Sí, lo juro, no deseo nada más que verme aislado en una tormenta de nieve y sonreír mientras entono un Angelus o canto parecido que sugiera cierto misticismo en mi sonrisa. Sonrisa del cadáver que ya soy. Que ya estoy muerto. Por fin se despejó la incógnita. Por fin ya no tengo miedo (ni lo tiento).
Porque hay en la nevera una cerveza con alcohol auguro una batalla. Porque me aíslo con los auriculares. Porque mañana siempre necesita una horas de más.
Ensayo
Tags : Reflexiones Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/10/2020 a las 18:56 | {0}
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Ensayo
Tags : Reflexiones Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/01/2021 a las 19:06 | {0}