No espantarse con las nieves perpetuas.
Mirar sólo este día de frente.
De nada sirve, se dice. Y calla durante un largo espacio. De forma abrupta (como se da de bruces uno con un abismo en noche de luna nueva) gritará, ¡De nada sirve!
Son los modos de las palabras (¿es lo mismo tiempo y destino? ¿es la noción de tiempo la idea espacial del destino?). En ellas enjaulados. Camina recto. Con el ánimo destrozado. Siempre el paso de los años provoca lo mismo en los estetas. No hay que huir. Moverse quizá sí. No huir. Así es que se lanza por un camino con retorno... y siempre vuelve (siempre gira)
Piensa si alguna tarde no volverá. Se quedará en lo alto de la cima cuando la ola de frío sea intensa y morir consista en aguantar la ventisca (si no se aguanta ya no se muere -producirse- sino que se es ya muerto -producto-). El producto es movimiento muerto.
Cae la nieve. Llega hasta su rostro furiosa. Se enfrentan la nieve y él. Ambos se desharán antes de saberse vencedor o perdedor (en la lógica de los seres humanos sólo existe esa dualidad. Aún no hemos llegado a más. Te mentirá quien aseguré que sí, que hemos sido capaces de atravesar terceras y cuartas y ene vías).
Podría no ser sábado por la tarde. No ser sexo masculino. Podría haberse cortado las uñas. Podría haber atravesado la ventisca y haber surgido en un mundo nuevo, quizá más tropical. Nada de eso se atrevió a hacer... siempre, siempre acaba en ese giro y gira y vuelve...
Va a dirigirse hacia la cima
Desde allá arriba todo se puede ver de otra manera
Seres extraños que se encuentran
Puede haber un amor perfectamente callado
Un placer que no se emita
Sí, va a dirigirse hacia la cima
No cruza las manos
No se cruza y queda absorto
El tiempo es la ocurrencia
No existe
En un rato, sí, en un rato va a subir a la cima
Algún día o nunca (eso es)
Eso somos: algún día o nunca
¿Cuáles son esos momentos en los que sientes que todo se va a desmoronar? Le añado un matiz: y en el que eres capaz de desdoblarte y observar la situación como si fueras otro u otros.
Porque hay en las veredas del camino regueros de agua los cuales, por un afán de la física, parecen estar dirigidos, (vectores que convergieran en un sumidero).
¿Cuáles son esos momentos?
¿Cuando piensas si en algún momento habrás de suicidarte? ¿Cuando piensas la vergüenza que supone en Occidente la muerte por suicidio?
¿Cuándo son esos momentos de venirse todo abajo? ¿Cuándo esos momentos de quedar sepultado por uno mismo? O más lejano: ser consciente de que diluirse es también una opción.
No estás ciego. La Tarde, inundada, navega con las sentinas medio llenas de mar hacia el archipiélago Woto. Son las olas moles y La Tarde -así se llama la goleta- es una ramita desgajada que fue a parar al océano por una mera cuestión de destino. Tú navegas en ella, querido marinero en tierra. Si la embarcación rama, tú antera.
Vendrá a decírselo todos los días. Cuando ascienda. Sobre todo cuando ascienda. La angustia por dejar de ser. También cierto grado de clarividencia. Eso cree. Ocurre cuando asciende. Si el día está claro. Si está oscuro. Ha leído en Dámaso Alonso una característica de El Cantar de Mío Cid que trata sobre la ausencia de nexos sintácticos entre las frases como conjunciones o locuciones. Frases certeras, cortas. Frases en sí mismas.
También ha ideado una nueva historia, cuando ascendía y ha tenido la imagen de una escena la cual ha grabado mientras ascendía. Ascendía hacia el lago. Hacia la cumbre. Las montañas tienen eso: ascensiones.
Sentada en un paisaje solitario y hermoso ha jugueteado con su cabello y ha visto a su perra mordisquear la pelota. La pelota entre las patas. Atenta en todo caso. Por mucho que juegue, piensa, sabe que está expuesta. Esto es la montaña. Aquí hay águilas.
Transición entre lo tonos. La tarde que ya ha caído le devuelve un ámbito cuasi fantasmal y recuerda el tiempo en el que vivió en pareja. Aquellos años. La treintena fueron. Toda la década. Aquellos años durmiendo junto a otro cuerpo cada noche. Todas las noches de todos los años. Sí, sí, claro, alguna excepción hubo. Alguna noche sola. Alguna también acompañada. Pocas. Muy pocas para lo corta que es la vida. La transición a la noche. La luz de la bombilla. Tantos años. Tantos. Tantos años.
¿Por qué? Sí. Le gusta preguntarse ¿por qué? Lo hará. Lo lleva haciendo. La noche está despejada y fría. ¿Cómo será arriba? Donde el lago. Donde habita el infierno (el infierno clásico, piensa ella y se sonríe como si hubiera hecho un chiste privado). ¿Hasta dónde? ¿Por qué? ¿Qué?
Hay un hombre que parece tener la verdad. Hay muchos que siguen creyendo tener la verdad. Luego está consumir energía, expulsar calor, reducir el gradiente entre el núcleo del sol y el espacio exterior para llegar, sí, a la estasis, y descansar, por fin, descansar y dar por terminada en esta parte de la galaxia la ejecución y cumplimiento de la segunda ley de la termodinámica.
Mover el cuello. Aunque sea poco. Moverlo. Giran las vértebras. El mundo parece otro.
¿Era la bandada de garzas la premonición y el paisaje?
¿Por qué surge en la línea una intención de mujer?
¿Se estableció hace cuánto la existencia consciente?
Cayeron como copos sobre nosotros los enemigos
¿Venderán aún aceite de ricino para fortalecer el carácter?
Las grandes palabras de un Séneca.
Algunas mañanas me cuesta levantarme
y siento cómo me invade el ritmo de la atrofia.
¡A la rica certeza!
¡Un penique por un universal!
Mi bolsa vacía.
¿Será que el aviso ha de estar siempre despierto?
¿Será que la vida no se cansa nunca?
Serán las lecturas que han forjado a un humilde cosmopolita intelectual que cree haber escapado de las garras de la petrimêterie (neologismo que acuño en mi querida lengua francesa porque me sale del santo Cipote -que diría Cela-) y que -el humilde huido de la mediocridad- al resaltarlo cae en ella.
Serán las lecturas, escribo, de un holgazán que ha caminado por el mundo sin poder ponerse de puntillas y cuyo mayor logro ha sido llegar más allá de los sesenta con la debida obediencia fruto de sus culpas (porque somos culpables obedecemos -así lo manda la muy larga tradición judeocristiana-). Que Freud levante la cabeza.
Así bandeando entre la salsa y lo seco.
¿Volverán las tormentas?
¿Habré de rendir cuentas más pronto que tarde?
¿Qué tiene el silencio?
La yegua de enfrente anda preñada. Pasa las noches al relente. Me dicen los que saben que no pasa frío. Yo sé también que algún mamut se quedó helado. La sangre caliente y el mantillo a veces no son suficiente protección en enero. Me deshago en halagos. Me asusta no verte.
A estos ritmos me refiero . ¿Los sientes al leerme? ¿No hay algo de africano en mi sentimentalismo burgués?
Primeros días del año.
El Capitolio está intacto. El ritual con expiación humana se retrasa hasta el árbol mayo. Las urracas sobrevuelan el castillo de Elsinor. La intertextualidad del siglo XIX apenas se ha estudiado. Es lo que tiene samplear.
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/04/2022 a las 17:26 | {0}