Francis Bacon Autorretrato 1971
Un día pensé: Somos una forma de contenidos. En esta apariencia de unidad habita la diversidad. Normalmente en mi percepción de este pensamiento me ocurre lo siguiente y es que descubro que no conocía a un contenido que estuvo en mí sólo cuando ha dejado de estar; mientras está en mí lo reconozco como yo, cuando se oculta y viene otro pienso en el que estuvo y a veces siento rechazo y otras alegría y otras indiferencia.
Este pensamiento, unido a su sensación, me hacen dudar de la fuerza de voluntad porque en ocasiones lo que busca la voluntad de uno de los contenidos de mi forma está en oposición a la voluntad de otro. Y estos cambios de los que hablo no es que se den de vez en cuando es que se pueden llegar a dar varias veces en un mismo día (pongo día por poner una medida de tiempo corta).
También la noción de destino, también la noción de carácter flaquean.
También ese temor casi fantástico de que un día alguien demostrara que yo estuve en un sitio que no recuerdo en absoluto y entonces me diera cuenta de que algunos de mis contenidos se apoderan absolutamente de mi forma y son imperceptibles para los otros contenidos.
O tan sólo soy un veleidoso.
Este pensamiento, unido a su sensación, me hacen dudar de la fuerza de voluntad porque en ocasiones lo que busca la voluntad de uno de los contenidos de mi forma está en oposición a la voluntad de otro. Y estos cambios de los que hablo no es que se den de vez en cuando es que se pueden llegar a dar varias veces en un mismo día (pongo día por poner una medida de tiempo corta).
También la noción de destino, también la noción de carácter flaquean.
También ese temor casi fantástico de que un día alguien demostrara que yo estuve en un sitio que no recuerdo en absoluto y entonces me diera cuenta de que algunos de mis contenidos se apoderan absolutamente de mi forma y son imperceptibles para los otros contenidos.
O tan sólo soy un veleidoso.
Retrato de Elena
Elena Martín Calvo -autora del libro Qué Hay de Bueno, editado por Granica, libro hermoso de leer y hermoso para pensar- lleva años buscando un espacio en los medios de comunicación donde incluir una sección titulada, genéricamente, Buenas Noticias. En su blog se quejaba hace un par de días de que buscando en las agencias de noticias y en los diarios apenas si encontraba buenas noticias y criticaba el hecho de que cómo era posible que la vuelta de millones y millones de personas a su casa tras un día de trabajo sanos y salvos no fuera nunca motivo de noticia.
La máxima "Las buenas noticias no son noticia" que parece debe de estar colgado en la pared de todo periodista, ¿de dónde viene?, ¿cuándo surgió? Porque antiguamente las buenas nuevas -nuevas en el sentido de noticias- eran siempre recibidas con interés y más porque eran buenas. ¡Buenas nuevas os traigo! y se respondía, ¡Alabado sea Dios! (o fórmula parecida)
Quizá una respuesta nos la pueda dar (o al menos así me lo ha parecido a mí) todo el desarrollo que sobre la idea de Historia en Polibio y en Hegel, principalmente, nos ofrece Rafael Sánchez Ferlosio en su libro (magnífico como casi - el casi lo pongo por el prurito de pensar que nadie acierta siempre-todo lo que escribe) God & Gun editado por Destino. Transcribo la idea que aparece en el Apéndice Carácter y Destino: Una vida feliz no pregunta por el sentido, porque se siente fin en sí misma, no está en función de nada; lo que quiere decir que no tiene sentido. Y con esto concuerda, justamente, el que, tal como dice Hegel, los tiempos felices sean para la historia páginas vacías. Supuesto que para Hegel -muy en contra de Aristóteles- "historia" es aquel acontecer que está, como diría un periodista, "preñado de sentido", que es una bien trabada y consecuente sucesión argumental de designios propuestos, perseguidos, contendidos en campo de batalla y alcanzados o frustrados, mal podría caber en ella la felicidad, que, al no tener sentido, tampoco tendría una sola línea que escribir. La felicidad carece de cualquier posible contenido histórico, porque, literalmente, no tiene "nada que contar". Fin de la cita que aunque larga es clara para el tema que nos ocupa.
Puesto que los periodistas son los "historiadores del diario" y puesto que Hegel sigue inundando el sentido de la historia, no es de extrañar que las buenas noticias (la felicidad) sigan sin aparecer en los medios donde tan sólo lo agónico (en el sentido de agon: lucha) es reseñable históricamente.
He dejado para este momento el punto y seguido de la cita anterior porque creo que abre una puerta a la posibilidad de que la felicidad pueda llegar a ser noticiable, a ser por lo tanto histórica (aunque me da la impresión de que Sánchez Ferlosio, en su discurso, coloque un deje de melancolía, cuando menos, ante la posibilidad que plantea - que la felicidad pueda llegar a ser "histórica"- sobre todo por la utilización del término estigma unido al determinativo "de lo histórico" y por el verbo "apoderarse"). Escribe el autor: Salvo que hoy parece que el estigma de "lo histórico" ha penetrado e inficcionado tan profundamente el mundo de la vida, que se ha apoderado de casi todas las cosas y hechos de los hombres.
La máxima "Las buenas noticias no son noticia" que parece debe de estar colgado en la pared de todo periodista, ¿de dónde viene?, ¿cuándo surgió? Porque antiguamente las buenas nuevas -nuevas en el sentido de noticias- eran siempre recibidas con interés y más porque eran buenas. ¡Buenas nuevas os traigo! y se respondía, ¡Alabado sea Dios! (o fórmula parecida)
Quizá una respuesta nos la pueda dar (o al menos así me lo ha parecido a mí) todo el desarrollo que sobre la idea de Historia en Polibio y en Hegel, principalmente, nos ofrece Rafael Sánchez Ferlosio en su libro (magnífico como casi - el casi lo pongo por el prurito de pensar que nadie acierta siempre-todo lo que escribe) God & Gun editado por Destino. Transcribo la idea que aparece en el Apéndice Carácter y Destino: Una vida feliz no pregunta por el sentido, porque se siente fin en sí misma, no está en función de nada; lo que quiere decir que no tiene sentido. Y con esto concuerda, justamente, el que, tal como dice Hegel, los tiempos felices sean para la historia páginas vacías. Supuesto que para Hegel -muy en contra de Aristóteles- "historia" es aquel acontecer que está, como diría un periodista, "preñado de sentido", que es una bien trabada y consecuente sucesión argumental de designios propuestos, perseguidos, contendidos en campo de batalla y alcanzados o frustrados, mal podría caber en ella la felicidad, que, al no tener sentido, tampoco tendría una sola línea que escribir. La felicidad carece de cualquier posible contenido histórico, porque, literalmente, no tiene "nada que contar". Fin de la cita que aunque larga es clara para el tema que nos ocupa.
Puesto que los periodistas son los "historiadores del diario" y puesto que Hegel sigue inundando el sentido de la historia, no es de extrañar que las buenas noticias (la felicidad) sigan sin aparecer en los medios donde tan sólo lo agónico (en el sentido de agon: lucha) es reseñable históricamente.
He dejado para este momento el punto y seguido de la cita anterior porque creo que abre una puerta a la posibilidad de que la felicidad pueda llegar a ser noticiable, a ser por lo tanto histórica (aunque me da la impresión de que Sánchez Ferlosio, en su discurso, coloque un deje de melancolía, cuando menos, ante la posibilidad que plantea - que la felicidad pueda llegar a ser "histórica"- sobre todo por la utilización del término estigma unido al determinativo "de lo histórico" y por el verbo "apoderarse"). Escribe el autor: Salvo que hoy parece que el estigma de "lo histórico" ha penetrado e inficcionado tan profundamente el mundo de la vida, que se ha apoderado de casi todas las cosas y hechos de los hombres.
Ensayo
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/01/2009 a las 10:47 | {1}
Agua
Hace diez años estaba con mi amigo César Delgado en el parque Eva Perón de Madrid. Es un parque pequeño de estilo francés, en la plaza de Manuel Becerra, muy cerca de la Plaza de toros de Las Ventas. Era octubre y en tres meses iba a nacer mi hija. Ya entonces y desde hacía años me dolían las articulaciones del cuerpo muy a menudo, de forma muy intensa. Por una enfermedad de etiología idiopática llamada espondilitis anquilopoyética se me habían calcificado las vértrebras cervicales, (desde entonces apenas tengo giro en el cuello, ni de derecha a izquierda (o viceversa) ni de arriba a abajo, ni oblicuamente. Esta rigidez en mi cuello ha llevado a pensar a más de una persona que mi actitud ante los demás parecía en ocasiones altiva), y también hasta cierto grado se habían anquilosado las costillas flotantes. Durante años y años estuve tomando cuatro aspirinas diarias y otros tantos antiinflamotorios pero cuando el dolor llegaba... aquel día estábamos hablando de los dolores y César me dijo algo así, Es que cuando tengas a la niña no vas a poder con ella. Hay que tenerla en brazos, luego cuando se ponga a andar tienes que doblarte para cogerle de las manos, en fin, no sé. Yo debí responderle, Tienes razón, la verdad es que si me pusiera a nadar... y él contestó, ¿Y por qué no te pones a nadar, pero hoy, ahora, ya? Entonces me levanté y le dije, Pues, sí, me pongo ahora, me pongo ya. Y me fui a mi casa, cogí las cosas de las piscina, monté en el ascensor y éste, entre dos pisos, se quedó colgado. Me resultó curioso (llevaba viviendo ocho años en esa casa y nunca me había pasado) y decidí que nada ni nadie me iba a impedir ir a la piscina ese día. Abrí la puerta del ascensor y salté al piso de abajo -con el pequeño riesgo dadas mis condiciones físicas de haberme caído por el hueco del ascensor- . Salí a la calle, llegué a la piscina de El Canoe (un club de natación en la calle del Pez Volador, donde mi padre y mi tío Carlos me enseñaron a nadar) y desde entonces, once años después, no he vuelto a dejar de nadar todas las semanas. Apenas tomo antiinflamatorios; he recuperado mucha movilidad excepto en el cuello; apenas me caigo y pude estar doblado para coger las manos de mi hija cuando aprendió a andar.
Nadar para mí tiene además otro efecto benéfico (¡ah, que no se me olvide, Muchas gracias César!) porque nadar es respirar; Fernando Bauluz (un hombre del que hablaré en más de una ocasión) buen nadador siempre decía que para nadar bien sólo hay que dejar de luchar con el agua y convertirla en tu aliada, que ella te empuje, que encuentres la cadencia en el movimiento, que sea suave y al mismo tiempo brioso. Y esa mezcla perfecta se consigue cuando la respiración coloca el cuerpo, visualiza cada músculo en movimiento y los sincroniza y entonces nace el ritmo y el ritmo hace que el cuerpo se libere y sea ligero en el agua y se mueva como una liebre lo haría en su monte bajo.
Yo divido mi sesión en dos partes absolutamente desiguales. La primera parte son 10 largos que subdivido de la forma siguiente: primero 40 respiraciones en el borde la piscina con movimiento de la cintura. Luego 4 largos seguidos a crawl; otras 40 respiraciones y luego 5 largos a braza y 1 a crawl seguidos; la segunda parte empieza con 40 respiraciones y luego 60 largos a espalda seguidos. Estos 60 largos seguidos tienen, sin embargo, mojones. El primer mojón es cuando llego al largo 24, el segundo mojón se encuentra en el largo 40, el tercer mojón en el 54 y por fin el 60. Pues bien, normalmente entre los mojones 24 y 54 se produce un momento (que tiene un nombre en los deportes de fondo que ahora no recuerdo, umbral algo. Lo miraré) de intensa concentración y dejación al mismo tiempo en el que el cuerpo ya sabe lo que tiene que hacer, en el que la respiración fluye como debe fluir, serena y constante, en el que el sonido -casi una melodía- de las brazadas se convierte en una guía del propio movimiento del cuerpo y cuando soy consciente de que estoy viviendo ese momento (porque a veces no se llega a él, a veces el esfuerzo te regala un par de largos de esa naturaleza, no llegas a ser consciente porque de pronto te ves de nuevo esforzándote) siento una infinita alegría por estar vivo, es la sensación más placentera que he experimentado jamás, el ritmo en mi movimiento sobre una superficie que si aligera también produce mayor fricción, una materia que te toca, que la sientes, como si a tu alrededor se hubiera instalado un viento espeso que te llevara casi en volandas a la nada, a estar sencillamente en él.
Nadar para mí tiene además otro efecto benéfico (¡ah, que no se me olvide, Muchas gracias César!) porque nadar es respirar; Fernando Bauluz (un hombre del que hablaré en más de una ocasión) buen nadador siempre decía que para nadar bien sólo hay que dejar de luchar con el agua y convertirla en tu aliada, que ella te empuje, que encuentres la cadencia en el movimiento, que sea suave y al mismo tiempo brioso. Y esa mezcla perfecta se consigue cuando la respiración coloca el cuerpo, visualiza cada músculo en movimiento y los sincroniza y entonces nace el ritmo y el ritmo hace que el cuerpo se libere y sea ligero en el agua y se mueva como una liebre lo haría en su monte bajo.
Yo divido mi sesión en dos partes absolutamente desiguales. La primera parte son 10 largos que subdivido de la forma siguiente: primero 40 respiraciones en el borde la piscina con movimiento de la cintura. Luego 4 largos seguidos a crawl; otras 40 respiraciones y luego 5 largos a braza y 1 a crawl seguidos; la segunda parte empieza con 40 respiraciones y luego 60 largos a espalda seguidos. Estos 60 largos seguidos tienen, sin embargo, mojones. El primer mojón es cuando llego al largo 24, el segundo mojón se encuentra en el largo 40, el tercer mojón en el 54 y por fin el 60. Pues bien, normalmente entre los mojones 24 y 54 se produce un momento (que tiene un nombre en los deportes de fondo que ahora no recuerdo, umbral algo. Lo miraré) de intensa concentración y dejación al mismo tiempo en el que el cuerpo ya sabe lo que tiene que hacer, en el que la respiración fluye como debe fluir, serena y constante, en el que el sonido -casi una melodía- de las brazadas se convierte en una guía del propio movimiento del cuerpo y cuando soy consciente de que estoy viviendo ese momento (porque a veces no se llega a él, a veces el esfuerzo te regala un par de largos de esa naturaleza, no llegas a ser consciente porque de pronto te ves de nuevo esforzándote) siento una infinita alegría por estar vivo, es la sensación más placentera que he experimentado jamás, el ritmo en mi movimiento sobre una superficie que si aligera también produce mayor fricción, una materia que te toca, que la sientes, como si a tu alrededor se hubiera instalado un viento espeso que te llevara casi en volandas a la nada, a estar sencillamente en él.
Ensayo
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/01/2009 a las 17:14 | {0}
Evolución de la creencia en una manada correcta (Herrera y Gerena)
(Ya no es tan sólo una relación entre las creencias antiguas y las modernas, lo que el hombre puede pensar en el contexto en el que vive y lo que no puede pensar o como escribió Wittgenstein: Es posible todo lo que se puede decir. De donde se deduciría -aunque seguro que un sofista podría argumentar perfectamente en contrario- que es imposible lo que no se puede decir. Ya no es tan sólo decía una cuestión de oposiciones o de desmentidos históricos como si a la historia de los hombres se le pudiera aplicar la segunda ley de la termodinámica, así sin más; es una búsqueda de desterrar de la creencia el peligro de los idealismos. Aceptemos lo que somos, vendría a decir, aceptemos nuestra antigüedad, aceptemos que la razón individual como motor del mundo es una utopía (es decir es algo fuera de lugar) y que la lucha endémica y contingente del ser humano es consigo mismo como individuo y especie al mismo tiempo -¡qué hubiera sido si, como escribió Jorge Luis Borges, un león se hubiera dado cuenta de que era el león y se hubiera tomado la molestia de ponerse un nombre propio!- El infierno del ser humano es su conciencia de ser. Sólo desde la conciencia de ser uno y ninguno más nos podemos doler de las muertes injustas, podemos criticar las guerras, podemos dividir las disputas entre buenos y malos y sentir más injusta la muerte del que aún es niño que la muerte de aquel que estaba en la batalla. Sólo desde esa consciencia moral porque la moral, a la postre, es un acto individual, podemos dolernos y pedir responsabilidades a otros hombres con nombres propios.
Todo creencia idealista que busca la supremacía, toda creencia con santos, toda creencia que mide y pesa, es una creencia maldita en sí misma porque es una creencia de especie, hecha para crear grupo, masa y esto que también somos es quien alienta, persigue y perpetra la guerra, la injusticia, porque lucha por imponerse, porque lucha para perpetuarse. Esta creencia convierte a la masa en sujeto indiviso (recomiendo el ensayo de Rafael Sánchez Ferlosio God & Gun, editorial Destino) ante la ley y esa masa es inocente como creyente.
La creencia sin idealismo está vacía de su carga de muerte y destrucción. La creencia que no ensalza lo creído, que no tiene santos, ni líderes, ni profetas, ni promesas, ni medidas. La creencia vacía en sí misma de toda acción superior es vital y promueve la paz. La creencia que cree en sí es inocua.)
Todo creencia idealista que busca la supremacía, toda creencia con santos, toda creencia que mide y pesa, es una creencia maldita en sí misma porque es una creencia de especie, hecha para crear grupo, masa y esto que también somos es quien alienta, persigue y perpetra la guerra, la injusticia, porque lucha por imponerse, porque lucha para perpetuarse. Esta creencia convierte a la masa en sujeto indiviso (recomiendo el ensayo de Rafael Sánchez Ferlosio God & Gun, editorial Destino) ante la ley y esa masa es inocente como creyente.
La creencia sin idealismo está vacía de su carga de muerte y destrucción. La creencia que no ensalza lo creído, que no tiene santos, ni líderes, ni profetas, ni promesas, ni medidas. La creencia vacía en sí misma de toda acción superior es vital y promueve la paz. La creencia que cree en sí es inocua.)
Ensayo
Tags : Sobre las creencias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/01/2009 a las 17:11 | {0}
Mi padre (el de más edad, claro) y yo
Una de las cualidades más imprecisas en su palabra o más polisémica en cuanto concepto es -a mi entender- la elegancia. El diccionario de la Real Academia define elegante como: 1) dotado de gracia, nobleza y sencillez 2) Airoso, bien proporcionado 3) Que tiene buen gusto y distinción para vestir 4) Dicho de una cosa o lugar: que revela distinción, refinamiento y buen gusto. María Moliner, apoyando mi tesis expuesta justo al empezar, escribe en su Diccionario de Uso del Español, tras dar unas cuantas definiciones de elegante en relación con el vestir: ("Ser") Se aplica a muy distintas cosas, materiales o espirituales, implicando alta valoración en la escala de valores morales o estéticos; con participación de todas o algunas de estas cualidades: distinción, sencillez, mesura o sobriedad, corrección, gracia, armonía y serenidad; y ausencia de *vulgaridad, mezquindad, exceso o exageración. Voy a ver, por si nos depara alguna sorpresa que aclare ese "se aplica a muy distintas cosas" de que habla María Moliner, qué nos cuenta el Diccionario de Autoridades. Lo he mirado y no nos depara ninguna aclaración superpuesta a las ya expuestas.
Mi padre era un hombre elegante. No siempre era un hombre elegante, a veces era violento y vulgar, pero su corazón y su bonhomía (cuando los avatares de la vida no le llevaban por caminos llenos de alcohol y tragedia, algo que, he de reconocer, le destrozó la vida y las vidas que le rodeaban aunque luego luchara, aunque luego fuera, en los breves momentos de calma, un hombre bueno) le inclinaban a la elegancia.
La elegancia tiene para mí -no viene asociado en las definiciones del diccionario que he encontrado- un relación directa con la percepción de la dignidad. Un persona elegante respetará siempre la dignidad en la acciones de los demás (y por supuesto en sí mismo) y se indignará ante la vulgaridad en el pensamiento o las acciones de los otros (y por supuesto de sí mismo).
Quiero poner un ejemplo y para ello necesito explicar algo de mi genealogía. Yo provengo de una familia aristocrática por parte de padre. Pero ya en la generación de mi padre y en su rama del árbol este aristocratismo (dinero, influencia, títulos nobiliarios, tierras, honores, poder, etc...) se había visto muy menguado. Yo sólo he vivido la "gloria" de mi familia de oídas. Mi padre Antonio García-Loygorri de los Ríos era un liberal y quería que yo fuera abogado o notario, en fin esas cosas pero a mí me dio por ser escritor (o por mejor decir a la escritura le dio porque yo me alistara en sus filas) y como suele ocurrir ser artista es casi imposible (cosa que entiendo: llegar a vivir sin trabajar está al alcance de muy pocos. El artista no trabaja, crea. Otra cosa -si es que es necesario explicitarlo- es lo que cuesta crear y todas esas baratijas morales que emparentarían la creación del artista con el concepto de trabajo) y así, al principio de mi carrera hube de hacer trabajos para poder ser escritor y pagarme mi techo y mi sustento. Uno de los trabajos que hice fue vender cupones de lotería de minusválidos en la puerta del mercado de Vallehermoso de Madrid (lo curioso del asunto es que los fines de semana en la radio de la Comunidad , Onda Madrid, dirigía, escribía y presentaba un programa creado por mí). Un aristócrata sin elegancia (lo son casi todos) se habría avergonzado del trabajo que su hijo hacía a la puerta de un mercado y más si oía cómo el verdulero le decía, ¡Eh, tú, cojo de los cojones, dame un cupón y a ver si me das suerte de una puta vez! (este verdulero era un hombre encantador y bruto. Nunca dejó de comprarme un cupón. Y lo siento pero nunca le dí un premio. Se lo merecía), sin embargo mi padre apareció un día impecablemente vestido, con su americana, su corbata, sus pantalones planchados y perfectos, sus zapatos relucientes, sus manos cuidadas, su alcurnia en todo lo alto, se sentó junto a mí en la puerta del mercado de Vallehermoso y me invitó a un café. Y se fue orgulloso de mí, con una sonrisa en los labios.
Para mí este es un ejemplo de elegancia que entronca directamente con un concepto de dignidad.
Mi padre era un hombre elegante. No siempre era un hombre elegante, a veces era violento y vulgar, pero su corazón y su bonhomía (cuando los avatares de la vida no le llevaban por caminos llenos de alcohol y tragedia, algo que, he de reconocer, le destrozó la vida y las vidas que le rodeaban aunque luego luchara, aunque luego fuera, en los breves momentos de calma, un hombre bueno) le inclinaban a la elegancia.
La elegancia tiene para mí -no viene asociado en las definiciones del diccionario que he encontrado- un relación directa con la percepción de la dignidad. Un persona elegante respetará siempre la dignidad en la acciones de los demás (y por supuesto en sí mismo) y se indignará ante la vulgaridad en el pensamiento o las acciones de los otros (y por supuesto de sí mismo).
Quiero poner un ejemplo y para ello necesito explicar algo de mi genealogía. Yo provengo de una familia aristocrática por parte de padre. Pero ya en la generación de mi padre y en su rama del árbol este aristocratismo (dinero, influencia, títulos nobiliarios, tierras, honores, poder, etc...) se había visto muy menguado. Yo sólo he vivido la "gloria" de mi familia de oídas. Mi padre Antonio García-Loygorri de los Ríos era un liberal y quería que yo fuera abogado o notario, en fin esas cosas pero a mí me dio por ser escritor (o por mejor decir a la escritura le dio porque yo me alistara en sus filas) y como suele ocurrir ser artista es casi imposible (cosa que entiendo: llegar a vivir sin trabajar está al alcance de muy pocos. El artista no trabaja, crea. Otra cosa -si es que es necesario explicitarlo- es lo que cuesta crear y todas esas baratijas morales que emparentarían la creación del artista con el concepto de trabajo) y así, al principio de mi carrera hube de hacer trabajos para poder ser escritor y pagarme mi techo y mi sustento. Uno de los trabajos que hice fue vender cupones de lotería de minusválidos en la puerta del mercado de Vallehermoso de Madrid (lo curioso del asunto es que los fines de semana en la radio de la Comunidad , Onda Madrid, dirigía, escribía y presentaba un programa creado por mí). Un aristócrata sin elegancia (lo son casi todos) se habría avergonzado del trabajo que su hijo hacía a la puerta de un mercado y más si oía cómo el verdulero le decía, ¡Eh, tú, cojo de los cojones, dame un cupón y a ver si me das suerte de una puta vez! (este verdulero era un hombre encantador y bruto. Nunca dejó de comprarme un cupón. Y lo siento pero nunca le dí un premio. Se lo merecía), sin embargo mi padre apareció un día impecablemente vestido, con su americana, su corbata, sus pantalones planchados y perfectos, sus zapatos relucientes, sus manos cuidadas, su alcurnia en todo lo alto, se sentó junto a mí en la puerta del mercado de Vallehermoso y me invitó a un café. Y se fue orgulloso de mí, con una sonrisa en los labios.
Para mí este es un ejemplo de elegancia que entronca directamente con un concepto de dignidad.
Ensayo
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/01/2009 a las 13:37 | {0}
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Ensayo
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/01/2009 a las 16:19 | {0}