Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Baruch Spinoza
Baruch Spinoza
Baruch Spinoza (1632-1677) en el Capítulo III De la vocación de los hebreos y de si el don de profecía fue propio de ellos, de su Tratado Teológico-Político , escribe justo al principio (la cita es un poco larga porque es muy intensa, escrita con mucho gusto y con verdadera humildad. Quizá sean esas las razones que me llevan a pensar que esta idea de la felicidad -la verdadera- no anda muy lejos de ser cierta. En todo caso es un término abstracto con lugares concretos. Por ejemplo casi todos los seres humanos podríamos admitir que una cualidad de la felicidad es la sensación de belleza. Spinoza trae a colación otra vertiente de la felicidad, otro lugar concreto y sin embargo en éste utiliza para describirlo dos términos que me llevan primero a confusión y después a comprensión. No me extrañaría que el sabio Spinoza lo hubiera hecho adrede. Estos dos términos son beatitud y verdad) La verdadera felicidad, la beatitud consiste solamente en el goce del bien y no en la gloria de que un hombre goza exclusivamente. Si alguno se juzga más feliz por disfrutar ventajas de que otros se consideran privados, por ser favorito de la fortuna, ése ignora la verdadera felicidad, la beatitud; y si su alegría no es pueril, sólo puede proceder de envidia o de mal corazón. Solamente en la sabiduría y conocimiento de la verdad reside la felicidad verdadera y la dicha humana, pero en manera alguna procede de que tal sea más sabio que cuál, ni de que los unos estén privados de la verdad que otro posee, porque la ignorancia de aquéllos no aumenta el saber de éste y nada puede agregar a su ventura. El que se goza en su propia superioridad, se regocija de mal ajeno, luego es envidioso; luego es malvado; luego no conoce la verdadera sabiduría, ni la vida verdadera, ni la ventura que es su fruto. La felicidad, pues, consiste solamente en el goce del bien.

Ensayo

Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/12/2008 a las 19:25 | Comentarios {0}


Milos atraviesa un páramo. No sabe la dirección que tomó. Imagina por la niebla y la escarcha que debió de emprender un rumbo norte. Una barba lampiña le ha crecido. La cazadora de cuero gastado apenas le protege de la humedad porque no es lluvia lo que cae sino condensación de agua, pegajosa como aceite. Las zapatillas deportivas con las que salió de la casa tras quemar toda su obra están rotas y por lo tanto sus calcetines y sus pies están mojados. Milos Amós debe andar. No hay cobijo alguno en el corto perímetro que alcanza su vista. Todo el paisaje es rojo y blanco como si aquel páramo fuera rico en hierro. Mientras camina Milos piensa cuándo caerá desfallecido porque ha de llegar un instante en que eso ocurra. No sabe cómo, no sabe si será lentamente como cuando una lipotimia viene a nuestro encuentro y antes de caer redondos una suerte de visión beatífica del mundo nos invade; no sabe si de repente sentirá un dolor punzante en algún sitio cercano a los pulmones que le obligará a arrodillarse; no sabe si será fulminante sin tiempo para una última reflexión.
Una ráfaga de brisa helada le pincha en la cara y el graznido de un cuervo -quizás su paso- le asusta. Sigue con la mirada una mancha oscura que ha surgido en la niebla un poco por encima de su cabeza. Es una mancha rápida que se mueve en círculos. Milos se detiene. La mancha se esfuma. Milos piensa la palabra buitre y luego intenta encontrar en su memoria una imagen de unos buitres en la niebla. No la encuentra y piensa que tampoco eso quiere decir que no pueda existir buitres en la niebla, que sus miradas o sus olfatos no avizoren el movimiento de carne a punto de corromperse o cuando menos una carne débil fácil para ser atacada. No le importa. O mejor no lo teme. El susto por el graznido vino más por la constatación de saberse acompañado en ese páramo que por su propia definición, cuando menos simbólica, debiera ser un lugar vacío. No teme el picotazo de unas aves. Tan sólo querría que fueran certeros. Milos emprende de nuevo la marcha. Cuando el tiempo no tiene medida se vuelve esquivo. Por eso Milos no sabe cuánto tiempo ha transcurrido hasta que ha notado el filo de una roca en su boca y ha llegado a pensar antes de quedarse sin sentido, Tengo frío.

Cuento

Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/12/2008 a las 12:08 | Comentarios {0}


Quiero desde hace unos días mostrar una foto. Las circunstancias técnicas me lo impiden. Busco en las imágenes de internet la imagen que quiero mostrar. No la encuentro. Buscar y encontrar. Quería hacerlo para mostrar la belleza de un cuerpo viejo. Hacer ver que la delgadez, la musculosidad, la ausencia de rastros de vida, no son la única belleza. Ni la belleza inocente es la más bella... por la que el tiempo corre sin saberlo -parafraseando a Luis Cernuda: Donde habite el olvido, en los vastos jardines sin aurora; donde yo sólo sea memoria de una piedra sepultada entre ortigas por donde el viento pasa sin saberlo-.
Al final por no encontrar no he encontrado tampoco el motivo real de este deseo. Quizá tan sólo sea una mera cuestión estética. Cuando vi la foto en el periódico la recorté y la escaneé. Es publicidad del reloj Swacht para el día de la madre. O por qué no un desafío al ordenador que se empeña en impedir que pueda colgar la foto en este blog. Lo dejaremos, pues, a título de inventario.

Diario

Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/12/2008 a las 12:45 | Comentarios {0}


Metropolis
Metropolis
Sec.- 1 Una Calle en la Noche (Ext/noche)

Farolas blancas. Las aceras y el pavés de la calle húmedos. Cae una lluvia densa y fina. Todo está vacío. Todas las ventanas de las casas están a oscuras.

Se escuchan unos pasos. Se ven unos pies calzados con zapatos masculinos. Marchan a buen paso.

Los pasos pasan por una callecita perpendicular. Se inundan de oscuridad.

POLICIA: (En off)
¡Alto!

Los pies detienen el paso.

POLICIA: (En off)
Policía.

Los pies se giran.

CIUDADANO:
¿Por qué me detiene?

Policía se acerca, vemos su calzado, lustrosos sus zapatos.

POLICIA:
Bueno, es mi obligación.

Vemos a los dos hombres.
Policía es un joven de treinta años. Bajo, fornido, con gestos precisos. Alerta.
Ciudadano es un hombre de unos cuarenta años. Delgado. Vestido con elegancia. Con guantes de piel.

CIUDADANO:
Bien, ya ha cumplido con su obligación ¿Y ahora?

POLICIA:
Usted también tiene una obligación.

CIUDADANO:
Yo tengo muchas obligaciones.

POLICIA: (Sonríe)
Claro. Póngase de cara a la pared, las manos arriba y las piernas abiertas.

Ciudadano se queda un instante quieto. Sopesa la situación mirando enrededor y dándose cuenta de que todo está apagado y nadie parece andar cerca.

CIUDADANO: (se rasca la cabeza)
Ya.

POLICIA:
Tengo derecho a registrarle. De hecho es mi obligación. Tiene cara de sospechoso. He sospechado de usted desde que he escuchado sus pasos. Son pasos de estafador.

CIUDADANO:
La ley le ampara. Y si así lo cree, no debe usted dejar escapar la posibilidad de detener a un estafador.

Ciudadano se acerca a la pared y obedece la orden dada por Policía.

POLICIA: (mientras le cachea)
Me gusta detener a estafadores. Mucho más que a asesinos. Los estafadores sois especiales. Esa finura, esos tacones. (palpa algo) ¿Qué tiene aquí?

CIUDADANO:
Es una bolsita.

POLICIA:
¿Droga?

CIUDADANO:
Veneno.

POLICIA: (La saca)
Ah, ¿sí? y ¿A quién iba a envenenar?

CIUDADANO:
A usted.

POLICIA:
Vaya, le he chafado el plan.

CIUDADANO:
No, no, en absoluto. Ya está muerto.

POLICIA:
¿Ya?

Policía cae fulminado.
Todas las ventanas siguen oscuras.
Ciudadano emprende la marcha.
El pavés sigue brillando.

Guión

Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/12/2008 a las 23:25 | Comentarios {2}


Sonaba y no quería abrir los ojos. Estaba bien en su mundo oscuro. Quería creer -y de hecho lo creyó- que soñaba y así todo lo que ocurrió a partir de ese momento fue un sueño. Entraba un delicioso olor a mermelada de bayas del bosque y sin embargo era un olor que venía de un cuerpo, no de un vegetal. Venía de un cuerpo de mujer. No lograba saber si la mujer estaba muy cerca o si era una distancia considerable que el sueño, con sus milagrosas cualidades, permitía acortar. Ese olor, como una marea, como un cosquilleo comenzó a descender por el vientre de Milos Amós y cuando llegó a su miembro, también de forma milagrosa porque desde un tiempo casi inmemorial la excitación como mucho se había quedado en sus costillas, lo empezó a engordar a golpes de sangre. No llegó a gemir Milos pero si tragó saliva y se quedó más quieto para que nada distrajese a la sangre de su empuje y su polla fue creciendo, fue creciendo y Milos sonrió porque pensó que su polla debía de ser más grande que él mismo porque seguía creciendo y más y más. Cuando casi le llegó a doler tanta hermosura, sintió un dedo que recorría su mejilla, un calor que lo rodeaba entero, una piel ajena a la suya y una respiración en todo femenina. Luchaba Milos Amós por no abrir los ojos. No quería ver. Descubrió, en esa oscuridad, que si no veía ningún sueño se desvanecía, porque incluso si aquel cuerpo que estaba tan cerca del suyo era el cuerpo de un hombre dispuesto a someterle o era el cuerpo de una mujer horrísona con visos de serpiente, nada de eso le atañía. Pensó en su devaneo, pensó en su creer soñar, en animales mitológicos, en mezclas hasta cómicas de mineral y mujer, incluso en diosas que extraviadas de sí mismas habían dado con aquel pobre mortal que era él. En esos ensueños estaba cuando las manos de aquel ser bajaron su pantalón y permitieron a su miembro que, como bandera que por fin ondea al aire, se explayase en su enormidad. La otra mano acarició sus gónadas y pronto, más quizá de lo que hubiera deseado en un sueño perfecto, la entrepierna velluda de una mujer se colocó sobre él e introdujo su miembro en ella ¡Oh, se dijo! -lo dijo pero sin pronunciarlo- ¡Oh, oh, oh! y así eran los oh, acordes en todo con el movimiento de la mujer y su mar interior, con el crescendo propio del amor carnal, hasta llegar al final, hasta que la polla se convierte en un surtidor de esencias blancas y el coño resulta el recipiente donde la vida se mece. Tras el goce no se quedó dormido -porque se creía ya dormido-, no abrió los ojos hasta que se hubo hecho el silencio en el chamizo y entonces vio que junto a él había dos hogazas de pan, una jarra de leche y un paquete de cigarrillos con mechero.

Cuento

Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/12/2008 a las 11:35 | Comentarios {2}


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