Agua
Hace diez años estaba con mi amigo César Delgado en el parque Eva Perón de Madrid. Es un parque pequeño de estilo francés, en la plaza de Manuel Becerra, muy cerca de la Plaza de toros de Las Ventas. Era octubre y en tres meses iba a nacer mi hija. Ya entonces y desde hacía años me dolían las articulaciones del cuerpo muy a menudo, de forma muy intensa. Por una enfermedad de etiología idiopática llamada espondilitis anquilopoyética se me habían calcificado las vértrebras cervicales, (desde entonces apenas tengo giro en el cuello, ni de derecha a izquierda (o viceversa) ni de arriba a abajo, ni oblicuamente. Esta rigidez en mi cuello ha llevado a pensar a más de una persona que mi actitud ante los demás parecía en ocasiones altiva), y también hasta cierto grado se habían anquilosado las costillas flotantes. Durante años y años estuve tomando cuatro aspirinas diarias y otros tantos antiinflamotorios pero cuando el dolor llegaba... aquel día estábamos hablando de los dolores y César me dijo algo así, Es que cuando tengas a la niña no vas a poder con ella. Hay que tenerla en brazos, luego cuando se ponga a andar tienes que doblarte para cogerle de las manos, en fin, no sé. Yo debí responderle, Tienes razón, la verdad es que si me pusiera a nadar... y él contestó, ¿Y por qué no te pones a nadar, pero hoy, ahora, ya? Entonces me levanté y le dije, Pues, sí, me pongo ahora, me pongo ya. Y me fui a mi casa, cogí las cosas de las piscina, monté en el ascensor y éste, entre dos pisos, se quedó colgado. Me resultó curioso (llevaba viviendo ocho años en esa casa y nunca me había pasado) y decidí que nada ni nadie me iba a impedir ir a la piscina ese día. Abrí la puerta del ascensor y salté al piso de abajo -con el pequeño riesgo dadas mis condiciones físicas de haberme caído por el hueco del ascensor- . Salí a la calle, llegué a la piscina de El Canoe (un club de natación en la calle del Pez Volador, donde mi padre y mi tío Carlos me enseñaron a nadar) y desde entonces, once años después, no he vuelto a dejar de nadar todas las semanas. Apenas tomo antiinflamatorios; he recuperado mucha movilidad excepto en el cuello; apenas me caigo y pude estar doblado para coger las manos de mi hija cuando aprendió a andar.
Nadar para mí tiene además otro efecto benéfico (¡ah, que no se me olvide, Muchas gracias César!) porque nadar es respirar; Fernando Bauluz (un hombre del que hablaré en más de una ocasión) buen nadador siempre decía que para nadar bien sólo hay que dejar de luchar con el agua y convertirla en tu aliada, que ella te empuje, que encuentres la cadencia en el movimiento, que sea suave y al mismo tiempo brioso. Y esa mezcla perfecta se consigue cuando la respiración coloca el cuerpo, visualiza cada músculo en movimiento y los sincroniza y entonces nace el ritmo y el ritmo hace que el cuerpo se libere y sea ligero en el agua y se mueva como una liebre lo haría en su monte bajo.
Yo divido mi sesión en dos partes absolutamente desiguales. La primera parte son 10 largos que subdivido de la forma siguiente: primero 40 respiraciones en el borde la piscina con movimiento de la cintura. Luego 4 largos seguidos a crawl; otras 40 respiraciones y luego 5 largos a braza y 1 a crawl seguidos; la segunda parte empieza con 40 respiraciones y luego 60 largos a espalda seguidos. Estos 60 largos seguidos tienen, sin embargo, mojones. El primer mojón es cuando llego al largo 24, el segundo mojón se encuentra en el largo 40, el tercer mojón en el 54 y por fin el 60. Pues bien, normalmente entre los mojones 24 y 54 se produce un momento (que tiene un nombre en los deportes de fondo que ahora no recuerdo, umbral algo. Lo miraré) de intensa concentración y dejación al mismo tiempo en el que el cuerpo ya sabe lo que tiene que hacer, en el que la respiración fluye como debe fluir, serena y constante, en el que el sonido -casi una melodía- de las brazadas se convierte en una guía del propio movimiento del cuerpo y cuando soy consciente de que estoy viviendo ese momento (porque a veces no se llega a él, a veces el esfuerzo te regala un par de largos de esa naturaleza, no llegas a ser consciente porque de pronto te ves de nuevo esforzándote) siento una infinita alegría por estar vivo, es la sensación más placentera que he experimentado jamás, el ritmo en mi movimiento sobre una superficie que si aligera también produce mayor fricción, una materia que te toca, que la sientes, como si a tu alrededor se hubiera instalado un viento espeso que te llevara casi en volandas a la nada, a estar sencillamente en él.
Nadar para mí tiene además otro efecto benéfico (¡ah, que no se me olvide, Muchas gracias César!) porque nadar es respirar; Fernando Bauluz (un hombre del que hablaré en más de una ocasión) buen nadador siempre decía que para nadar bien sólo hay que dejar de luchar con el agua y convertirla en tu aliada, que ella te empuje, que encuentres la cadencia en el movimiento, que sea suave y al mismo tiempo brioso. Y esa mezcla perfecta se consigue cuando la respiración coloca el cuerpo, visualiza cada músculo en movimiento y los sincroniza y entonces nace el ritmo y el ritmo hace que el cuerpo se libere y sea ligero en el agua y se mueva como una liebre lo haría en su monte bajo.
Yo divido mi sesión en dos partes absolutamente desiguales. La primera parte son 10 largos que subdivido de la forma siguiente: primero 40 respiraciones en el borde la piscina con movimiento de la cintura. Luego 4 largos seguidos a crawl; otras 40 respiraciones y luego 5 largos a braza y 1 a crawl seguidos; la segunda parte empieza con 40 respiraciones y luego 60 largos a espalda seguidos. Estos 60 largos seguidos tienen, sin embargo, mojones. El primer mojón es cuando llego al largo 24, el segundo mojón se encuentra en el largo 40, el tercer mojón en el 54 y por fin el 60. Pues bien, normalmente entre los mojones 24 y 54 se produce un momento (que tiene un nombre en los deportes de fondo que ahora no recuerdo, umbral algo. Lo miraré) de intensa concentración y dejación al mismo tiempo en el que el cuerpo ya sabe lo que tiene que hacer, en el que la respiración fluye como debe fluir, serena y constante, en el que el sonido -casi una melodía- de las brazadas se convierte en una guía del propio movimiento del cuerpo y cuando soy consciente de que estoy viviendo ese momento (porque a veces no se llega a él, a veces el esfuerzo te regala un par de largos de esa naturaleza, no llegas a ser consciente porque de pronto te ves de nuevo esforzándote) siento una infinita alegría por estar vivo, es la sensación más placentera que he experimentado jamás, el ritmo en mi movimiento sobre una superficie que si aligera también produce mayor fricción, una materia que te toca, que la sientes, como si a tu alrededor se hubiera instalado un viento espeso que te llevara casi en volandas a la nada, a estar sencillamente en él.
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Cuentecillos
Colección
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones para antes de morir
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
Derivas
Carta a una desconocida
Asturias
Sobre la música
Biopolítica
Las manos
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Ciclos
Tríptico de los fantasmas
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Ensayo
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/01/2009 a las 17:14 | {0}