Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

En diálogo con la lagartija, me dice, El sol.
En diálogo con la mariposa, me dice, Fui algo que no recuerdo.
En diálogo con la araña que habita en el baño, me dice, Nunca me equivoco de pata.
Porque tengo una casa. No sé cuándo fue que apareció en mi bolsillo una nada despreciable cantidad de dinero. Estaba por unas sierras. Vi a un hombre colocando una puerta de entrada a una casita baja, sin apenas pretensiones. Le pregunté en una lengua que entendió, si la alquilaba. Me respondió que sí. Por cuatrocientos, me dijo y yo conté hasta cuatro mil y le dije, ¡Ahí van diez meses! Él me respondió, Mañana te puedes venir. Así lo hice. No creo que esté tanto tiempo. Para mí el tiempo vuela como vuela el dinero. La casa tiene un patio y el patio está habitado por animales que hablan.
En diálogo con la hormiga, me dice, No sé para qué trabajo tanto.
En diálogo con la avispa, me dice, Te aviso.
En diálogo con la perra, me dice, No te amo.
La perra se me pegó al muslo hace un par de días. Estaba muerta de hambre y de sed. Me sentí divino y alivié sus necesidades. No es bonita y debe de ser vieja. Se ha quedado en la casa. Como si quisiera ganarse su sustento cuando llega la noche se tumba en la puerta de entrada y vigila que nadie nos invada. Yo le digo que me importa un carajo que entre alguien. Le digo que no gruña si escucha en la madrugada pasos. Pero a ella le da igual, sólo me responde, No te amo y gruñe.
¿Por qué será que se me cambió el carácter hace unos días? ¿Quién maneja ese timón? Recuerdo cuando estuve encerrado tantos años en la gruta que hubo momentos en los que creí entender la oscuridad del universo, quiero decir, su falta de respuestas; era como si me hubiera acomodado, como ya si ya no me importara quedarme ciego y aceptara, ni con resignación ni con angustia, que mi única agua sería la de unas gotas que lentas y constantes formaban las estalactitas. Años estuve en aquella gruta. Años recibiendo cada tanto la visita de alguien que me dejaba unas gachas a la entrada. Algunas veces me hablaba. No reproduzco sus palabras porque no las entendía. Luego supe, al conocer la ubicación de la gruta, que aquel idioma debía de ser turco o kurdo. ¿Fue entonces cuando aprendí a dialogar con lo seres que no dialogan? ¿Fue entonces cuando les otorgue esa destreza? ¿Es una destreza hablar y no entender apenas lo que el otro dice? Y no por una cuestión de idiomas distintos sino porque tengo comprobado que lo que uno dice no suele ser lo que el interlocutor escucha. ¡Filosofías baratas que habré aprendido de alguien que creía saber algo! 
El sol pega fuerte en el patio de mi casa. Me gustaría tener una buena manguera con la que darme unos buenos manguerazos. Esa idea me suele hacer sonreír porque, imagino, debía de ser algo que ocurría en mi infancia. A veces, muy pocas, me vienen destellos de mi niñez y en alguno he creído entrever la dureza de un sol a través del agua de una manguera. No quiero hablar de mi niñez. Un escritor que creo que se llamaba Loygorri, escribió algo así como que la ausencia es nombre de niñez. Me gustó esa frase. Me decía cosas al oído. Me sugería. Esas son las frases que me gustan. Aunque no entienda nada. Aunque nada sepa como sí sé que no estaré diez meses en esta casa. Quizá vuelva a la gruta. ¿Sabría encontrarla? ¿Me encerraría motu proprio? y si así fuera ¿vendría la de las gachas a alimentarme de nuevo? Escribo la porque intuyo que era una mujer y esta mujer era la sirvienta de un ogro que vivía a unas cuantas leguas de mi gruta; un ogro, por supuesto, en sentido figurado, es decir, era la sirviente de un hombre grande, torpe y cruel. Quizá desafié a ese hombre. Quizá le robé su ganado o me comí un conejo de sus campos. Quizá ese hombre tenía una hija casadera con la que tuve mis intimidades y fruto de ellas se desgració el casamiento. Quizás ese hombre era sencillamente un bruto que tenía la sartén por el mango y decidió castigarme con ejemplaridad. Era mujer, intuyo también, porque cuando hablaba tenía el tono justo entre joven y mujer. 
En diálogo con el petirrojo, me dice, laborare stanca.
En diálogo con el grillo, me dice, ¡bate! ¡bate! ¡bate!
En diálogo con la salamandra, me dice, me gustan las paredes lisas.
Fin de la 6ª estancia
 

Narrativa

Tags : Olmo Z. ¿2024? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/08/2024 a las 17:44 | Comentarios {0}



Anoche descubrí la bilis negra. Anoche descubrí cuánto necesito mantenerme sereno. Anoche descubrí que el cielo apenas se interesa por nosotros. Anoche descubrí que contar tiene trampa. Anoche descubrí que la cicatriz no cierra. Anoche lloré bajo el sauce llorón por pura mímesis. Anoche sentí el deseo de volver a leer el diccionario de Sebastián Covarrubias Orozco. Anoche recordé que alguna vez fui querido por una mujer y que juntos nos enredamos en una noche húmeda, casi, casi, manantial. Anoche la eché de menos. Anoche supe que también ella tuvo su noche. Anoche llegó a tal grado de verdad mi contemplación del  universo que todo él se giró sobre sí mismo, se ovilló tanto, tanto, que a puntito estuvo de convertirnos en un agujero negro más. Anoche no hubo sensatez. Anoche mantuve la mirada al búho. Anoche dejé que la escolopendra subiera por mi pierna derecha, la que apenas tiene movimiento, la tan delgada. Anoche decidí robar un paraguas. Anoche me aguanté el pis por pura cabezonería. Anoche anduve por parajes de mi juventud y supe que fue entonces cuando se marcó este camino y esta noche de ayer. Anoche deseé que amaneciera pronto porque el sentimiento empezaba a ser demasiado intenso y no quería dejarme llevar por el aroma de la bilis negra que tiene, por si no lo saben, el aire danzón de las abejas. Anoche no hubo nada que pudiera evitar la luna nueva. Anoche nadie se acercó a los náufragos, nadie los calentó entre sus brazos como sí hicieron las ama san en Onjuku con los náufragos del San Francisco allá por el año de 1609 d.e.c. Anoche quise terminar con el cisma. Anoche temblé ante la posibilidad del frío. Anoche reduje la posibilidad del colapso. Anoche amé la oscuridad como se ama el manto de musgo que convierte la roca en una almohada mullida. Anoche pude dormir y soñar. Anoche se desperdigó por el aire que me rodeaba la melancolía acumulada a lo largo de los últimos seis mil años del planeta. Anoche, anoche, anoche...
Fin de la 5ª estancia
 

Narrativa

Tags : Olmo Z. ¿2024? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/08/2024 a las 12:42 | Comentarios {0}



¿Me muges a mí? ¡Oh, altiva! Porque está encerrado tu choto en ese corral que veo a lo lejos donde se confunden los rastrojos con el cielo, ¿muges desconsolada? ¡Oh, vaca hermosa limousin! ¡Qué ojos tienes que parece te los hubieras pintado con khöl! No hay praderas. No está el mar al fondo. Está la antigüedad de tu cuerpo y los primeros templos que fueron al mismo tiempo vaquerías. ¡Oh, leche santísima tuya! ¡Esa mirada entre tímida, hastiada! ¡Qué harta pareces de las largas varas con las que tanto os ofendemos! y cómo trotas cuando al llegar la tarde, sin saber por qué, siento la llamada de tu olor, de tu gran cabeza triángulo, de tu testuz lisa como la piel del vientre de una joven humana que no hubiera caído en las garras de la dejadez; así me llamas y yo me acerco cauto al rebaño y os miro mientras paso y sonrío con la timidez de las terneras que se pegan a vosotras, las madres, las animales ubres, la quintaesencia de lo blanco, el color hecho para la vida, el color hecho para la luz, el color que no es ningún color, como tú, Vaca, no tienes pensamientos discursivos, ni entenderías un chiste basado en la lengua de los hombres que te explotan. Digo que las terneras se acercan a vosotras buscando vuestra protección y vosotras ¡Venerables! se las dais sin grandes alharacas; parece como si les dijerais, Venid, acercaos pero sólo hoy. Mañana tenéis que empezar a ser libres. Mañana tenéis que empezar a olvidaros de nuestras ubres. Mañana tenéis que aprender a mirada con cierto desafío a los Señores de las Varas.
¿Cuánto hacía que no pasaba? Estos pensamientos que se han vuelto invisibles de repente. Será que el desafío no debe ser desvelado. Será que no me puedo acercar a ti y pedir tu amparo, Vaca Sabia, Tú que estas a la entrada del camino que parece hundirse en un bosque todo llenito de encinas. Te preguntaba. Te pedía consejos de Vaca Sabia mientras volvía de forma quizá poco sutil a la razón de mi estado que es la destrucción del Estado y escribía sobre el poder y decía que el poder es la esencia del mal porque el poder domestica. Ah, sí, querida Vaca que me miras con esa vaciedad cuando te pregunto si realmente merece la pena intentarlo. Antes me había refrescado en un abrevadero, me había mojado la cabeza y el torso. Algo más te dije que ya no recuerdo. Sé que al final pensé: ¡Arriba Vacas de la tierra! ¡En pie cuadrúpeda legión!
Fin de la 4ª estancia
 

Narrativa

Tags : Olmo Z. ¿2024? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/08/2024 a las 13:04 | Comentarios {0}



No voy a exigir mi reingreso. Lo super ayer. En algún lugar de Europa -casi con toda seguridad entre Países Bajos y Bélgica-. Me acordé de Delft, de Johannes Vermeer y de su coetáneo Antoni van Leeuwenhoek. Dos formas de mirar. Dos entradas. Fue entonces. Caminaba ya en la noche ayudado por la luna creciente. Sentía un deseo vehemente de reprimir mi deseo de acabar con el Estado. Me decía, en largo monólogo interior, ¿Cómo has llegado hasta este pensamiento? ¿Cuándo la torpeza de unos hombres te llevó a esta conclusión? No te ha sentado nada bien la cueva. Demasiada oscuridad genera rabia y ceguera. Admítelo, no puedes afirmar que tu encierro tuviera como origen la decisión de un Funcionario. No puedes tampoco asegurar sin género ninguno de duda que fue la Burocracia quien te llevó de desgracia en desgracia hasta llegar a esta claridad mental, que tan buenos frutos te da en estas inmensas soledades. Si hubiera sido el Funcionario, si hubiera sido la Maquinaria del Estado quienes hubieran conspirado contra tu pequeño mundo, serías uno más. Sólo uno más. Mira cómo te ves: estás solo en un país extraño cuya lengua apenas entiendes; hueles a perro abandonado y las cuencas de tus ojos encierran una mirada que te llevará más pronto que tarde a un centro psiquiátrico donde te aplicarán fármacos hasta dejarte, por fin, lerdo. Sí, sí, lo entiendo Olmo, mi querido yo, mi luciérnaga, mi pedacito de ser vivo; lo entiendo te digo porque eres fuerte y no tienes ambición, porque tu moral no respeta la vida de quien lleva un arma al cinto, porque te cansaste de estar encerrado en aquella cueva en las montañas de Anatolia y de sentir que nunca jamás te abandonaba el olor de tu propia mierda; porque recordaste a los desheredados, sobre todo aquel muchacho al que le quebraron las piernas una jauría de perros comandados por una mujer blanca con cara de caballo a la que nunca olvidarás. ¿Quieres ser un justiciero? Si apenas tienes fuerzas para tenerte en pie. ¿Por dónde vas a empezar? ¿Cuál va a ser el primer símbolo del Estado que vas a volar por los aires? ¿Qué país elegirás? ¿O será un símbolo supranacional? Olmo, Olmo, calma, escucha el rumor del viento entre los árboles. Acuérdate del sueño que tuviste hace no mucho, aquel en el que te convertías en mirlo y cantabas como los ángeles. No quieras más violencia. No vayas por esa vía... esos eran mis pensamientos por un camino de tierra entre Países Bajos y Bélgica (también podría ser entre Alemania y Austria o entre ésta y Suiza) cuando al terminar una curva muy cerrada, encontré que la noche iluminaba el interior de la habitación de una casa (la iluminaba porque era tanta la oscuridad fuera -la luna creciente se había cubierto con un denso manto de nubes- que las lámparas encendidas del interior parecían soles. Lo que vi fue a un joven vestido de oficial, de pie, que gritaba a una mujer sentada en un sofá. No escuchaba lo que gritaba. Estaba lejos. Mi vista tras la oscuridad de la gruta tiene tal gana de vivir que veo cual águila y así veía nítido. La mujer debía de tener unos setenta años y parecía rogarle algo al joven. Leí en sus labios la palabra kleinzoon o quizá fuera enkel, en todo caso aquel apelativo no le calmaba sino que el joven parecía enfurecerse más y más hasta que de improviso, como si fuera una garrapata, se lanzó a por la anciana, la cogió por los pelos, la abofeteó con fuerza en la cara, la estampó contra el sofá, le dio la vuelta, le arrancó el vestido, le rompió las bragas y la violó mientras la golpeaba y gritaba, gritaba y la golpeaba. Terminó aquello. El joven se recompuso el uniforme. La anciana se bajó el vestido, apenas podía moverse. Sangraba su cara. Le dijo algunas palabras al joven. El joven asintió. La anciana con un esfuerzo terrible salió de la sala. Al poco se encendió la luz de lo que debía ser el cuarto de baño, lo imagino porque tenía el cristal de la ventana esmerilado. Mientras, el joven se había servido un vaso de alcohol. Se lo bebió de un trago. Respiró. Miró por la ventana, hacia la noche; quiso sonreír. Tomó una decisión. Salió de la casa. Escuché el ruido del motor de un coche que poco a poco se fue alejando hasta quedar de nuevo nocturno el mundo. Me acerqué a la casa. Llamé a la puerta. Al poco acudió la anciana. Preguntó quién era. Le respondí que era un viajero que se había extraviado. Me abrió la puerta.
Fin de la 3ª estancia
 

Narrativa

Tags : Olmo Z. ¿2024? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/08/2024 a las 18:32 | Comentarios {0}



De la llanura aluvial, en Mesopotamia, entre los dos ríos sagrados, junto a los pueblos sin historia. ¿Cuál era la importancia de los nombres? Ahora, bajo la luz eléctrica, todo se ilumina de una forma artificial. También mi nombre: Olmo. A propósito oscurezco mi apellido en su inicial que además no es su inicial porque no recuerdo mi apellido, ni sé si alguna vez lo tuve o si me inscribieron en los orfanatos con una X en su casilla correspondiente. Ahí tuve que lidiar con el Estado. Fue entonces, fue allí donde empecé esta batalla. Ya sea que me encuentre en la ciudad de Salona y que me encuadre en el gremio de los grabadores, de los cristaleros, de los fabricantes de candeleros, de los comerciantes, de los abogados o de los aguadores, siempre, en mi fuero interno lucho contra el Estado y contra su deseo de domesticación de su ganado humano. Así lo hice en Ur. Así lo hice en Tirana cuando mi madre, en plena enajenación mental, con más de noventa años, me miraba con sus ojos ígneos y lanzaba sus invectivas contra mí como si siempre hubiera vivido con ella. ¿Viví con ella un solo día? ¿Me dejó en un cesto, recién nacido, a las puertas de un convento de monjas en Centroeuropa? ¿Soy europeo? Así pensaba los días anteriores, en la caminata hacia el oeste desde las montañas de Anatolia. Buscaba un refugio por las noches. Encontraba establos en ruinas (¡cuánto vale un muro a medio levantar para evitar la muerte por congelación! ¡Aunque sea de madera! de madera podrida como todas y cada una de las células de este cuerpo al que le da por vivir. He bebido de los abrevaderos de Croacia. He pisado con unas zapatillas de marca los caminos de Hungría donde manda Viktor Orbán que parece un nombre malvado que criara humanos para su propio interés. Las zapatillas se las robé a un honrado húngaro que las había dejado en el alfeizar de una ventana a ras de calle. Tan sólo me separaba de ellas -las zapatillas- una cerca baja que pude sortear de un salto. Miré la suela. Eran justo de mi número. Hasta ese momento había venido caminando con unas botas militares que le había quitado a un cabo chusquero, probablemente turco, al que le abrí la cabeza con una piedra de sílex bien afilada cuando me exigió la documentación para poder andar sin molestar a nadie por los caminos de su puta patria. ¡Qué alivio sentí al calzarme las deportivas de marca! ¡qué suave la piel! ¡como guantes de cabritilla eran! Anduve los primeros kilómetros como si fuera Hermes, el de los pies ligeros. Lloré algo. Sé que llorar es un don (como leí hace mucho en una mística española llamada Teresa de Ávila) y como todos los dones he de mantenerlos a salvo de las miradas de los otros porque todo genera codicia y la codicia es el gran pecado de los primates. Así es que lloro cuando llueve y sin que mi gesto informe en absoluto de mi llanto. Lloro sin expresión. No fue en Hungría cuando me empecé a dar cuenta de que me estaba desviando de la dirección oeste en dirección norte. Ni creo que fuera consciente de ello en ningún momento. Sencillamente un día lo supe e hice lo que tenía que hacer: rectificar.
Fin de la 2ª estancia
 

Narrativa

Tags : Olmo Z. ¿2024? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/08/2024 a las 18:24 | Comentarios {0}


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