Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

De la llanura aluvial, en Mesopotamia, entre los dos ríos sagrados, junto a los pueblos sin historia. ¿Cuál era la importancia de los nombres? Ahora, bajo la luz eléctrica, todo se ilumina de una forma artificial. También mi nombre: Olmo. A propósito oscurezco mi apellido en su inicial que además no es su inicial porque no recuerdo mi apellido, ni sé si alguna vez lo tuve o si me inscribieron en los orfanatos con una X en su casilla correspondiente. Ahí tuve que lidiar con el Estado. Fue entonces, fue allí donde empecé esta batalla. Ya sea que me encuentre en la ciudad de Salona y que me encuadre en el gremio de los grabadores, de los cristaleros, de los fabricantes de candeleros, de los comerciantes, de los abogados o de los aguadores, siempre, en mi fuero interno lucho contra el Estado y contra su deseo de domesticación de su ganado humano. Así lo hice en Ur. Así lo hice en Tirana cuando mi madre, en plena enajenación mental, con más de noventa años, me miraba con sus ojos ígneos y lanzaba sus invectivas contra mí como si siempre hubiera vivido con ella. ¿Viví con ella un solo día? ¿Me dejó en un cesto, recién nacido, a las puertas de un convento de monjas en Centroeuropa? ¿Soy europeo? Así pensaba los días anteriores, en la caminata hacia el oeste desde las montañas de Anatolia. Buscaba un refugio por las noches. Encontraba establos en ruinas (¡cuánto vale un muro a medio levantar para evitar la muerte por congelación! ¡Aunque sea de madera! de madera podrida como todas y cada una de las células de este cuerpo al que le da por vivir. He bebido de los abrevaderos de Croacia. He pisado con unas zapatillas de marca los caminos de Hungría donde manda Viktor Orbán que parece un nombre malvado que criara humanos para su propio interés. Las zapatillas se las robé a un honrado húngaro que las había dejado en el alfeizar de una ventana a ras de calle. Tan sólo me separaba de ellas -las zapatillas- una cerca baja que pude sortear de un salto. Miré la suela. Eran justo de mi número. Hasta ese momento había venido caminando con unas botas militares que le había quitado a un cabo chusquero, probablemente turco, al que le abrí la cabeza con una piedra de sílex bien afilada cuando me exigió la documentación para poder andar sin molestar a nadie por los caminos de su puta patria. ¡Qué alivio sentí al calzarme las deportivas de marca! ¡qué suave la piel! ¡como guantes de cabritilla eran! Anduve los primeros kilómetros como si fuera Hermes, el de los pies ligeros. Lloré algo. Sé que llorar es un don (como leí hace mucho en una mística española llamada Teresa de Ávila) y como todos los dones he de mantenerlos a salvo de las miradas de los otros porque todo genera codicia y la codicia es el gran pecado de los primates. Así es que lloro cuando llueve y sin que mi gesto informe en absoluto de mi llanto. Lloro sin expresión. No fue en Hungría cuando me empecé a dar cuenta de que me estaba desviando de la dirección oeste en dirección norte. Ni creo que fuera consciente de ello en ningún momento. Sencillamente un día lo supe e hice lo que tenía que hacer: rectificar.
Fin de la 2ª estancia
 

Narrativa

Tags : Olmo Z. ¿2024? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/08/2024 a las 18:24 | Comentarios {0}








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