Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Maduración de la roca 02. Fotografía de Olmo Z. Mayo 2015
Maduración de la roca 02. Fotografía de Olmo Z. Mayo 2015
Se deja ir. Ha estado en una azotea (la han solado con listones de madera de barco y un linóleo que sugería la pobreza del mármol). Ha querido cortarse la cabeza (ser al mismo tiempo verdugo y cuello; ser al mismo tiempo brazos que levantan el hacha y manos que se crispan en la espalda; ser a un mismo tiempo decisión de sueldo y terror a lo nuevo); desnuda se ha mostrado al mundo y ha descubierto sus costillas como si fueran cuadernas de nave, olear de su cabello, hombros que han cedido a la gravedad); se ha entregado con la boca abierta, sin nada que decir mientras escuchaba a una señorita muy premiada sin nada que decir, sin nada que leer, degustando un poquito de una sopa fría cuyo nombre prefiere no recordar (y al hacerlo se ha manchado la blusa y se ha cariacontecido porque sus playeras están sucias y cuando se ha sentado ha escondido las playeras sucias de la manera más torpe que se conozca); sabe que no podrá; sabe que ésta no es su batalla; se encamina hacia el último recodo; siente la civilización que le parte la espalda (la cultura del esfuerzo, ella que es tan vaga; la cultura de la venta, ella que no vende nada; la cultura del nombre, ella que no se llama; la cultura del yo, ella que no se llama; la cultura de siempre; la cultura de siempre; la que ella se ha representado desde niña); entrega su bastón de mando; se muestra delgada, sin hambre, sin talla; se entrega para lo que bien quieran; falta en su ánimo el alma del mundo; esta queja también le sobra; lo sabe bien sólo que hoy se ha caído varias veces y anoche entró en el sueño con la derrota; en este lugar del mundo donde la derrota es un fracaso; en este lugar del mundo donde no llueve; ayer estaba nerviosa; se dejaba ir por los vaivenes de una sentencia que se dictó antes de que ella fuera culpable; antes de tener conciencia de ellos; soberbia en su desnudez; orgullosa de su mente; perezosa como pocas acepta el envite y cae de rodillas y susurra (aunque lentamente vaya alzando la voz hasta llegar a un sucedáneo de reproche), Bien sabéis que habéis dejado de interesarme. No llego a alcanzar la medida de vuestras decisiones. No sé por qué una azotea está solada con madera de barco. No sé por qué mi desnudez os causa hastío. No sé por qué mis uñas han crecido hasta parecer una caricatura de la mano de Pantagruel. No sé por qué me siento tan ajena. No sé cuándo surgió la letanía que ahora me permito. No quisiera que me rodearais. Hay al fondo del cielo una nebulosa roja. No sé cuánto me queda. No sé por qué os echo tanto de menos. Tanto, tanto de menos. No sé por qué mi representación del  mundo es tan dura, tan alcalina. No sé si yo misma me he ido desdibujando. He venido. y eso es algo, me digo. A la vuelta reconozco que la curva cerrada me ha sugerido acelerar.
Ha mordido el anzuelo. Ha luchado con él. El pantano está verdoso. Sus aguas calmadas muestran la suciedad. Se ha detenido en la gran roca. Se ha quitado el vestido y la ropa interior. Se ha abierto entera. El poco viento calmaba el ansia. Ha cerrado los ojos. Ha mantenido el equilibrio. Es verdad que ha lagrimacido. Y sonreído. Sabe que nada es cierto. Sabe que está haciendo el pavo. Sabe que es una quejica. Sabe que todo podría ser mucho más difícil. Sabe que esa inapetencia es terror. Sabe que tendría que ponerse en marcha. Sabe que la roca acabará siendo arena. Sabe que viajamos muy rápido. Sabe que nunca entendió el mundo de las medidas. Sabe que un abrazo fuerte calma de inmediato la respiración. Sabe que las personas solas se pasan más tiempo debajo del chorro caliente cuando se duchan. Sabe que la masturbación es en sí. Sabe que sonreír mueve muchos músculos. Sabe que el verano es inevitable. Sabe que no tiene derecho. Sabe que no entiende el quid pro quo. Sabe que no tiene la mundología de los mundólogos. Sabe que no es posible. Y así con todos esos conocimientos se mantiene quieta y desnuda con la ropa a sus pies. Se vistió entera de blanco por la mañana (era el amanacer. Su gata ronroneaba a sus pies. La miró antes de irse con la severa mirada de las gatas que aman a sus compañeras. Anduvo los primeros centenares de metros con oscuridad. Sabía dónde estaba. Conocía casi cada piedra. No se lamentaba. Estaba limpia. Sólo que no tenía razón. No iba a ser capaz de decir...) y caminó descalza y se cortó y en la gran roca su sangre deriva hacia la hierba. Y eso es bueno, piensa. Y siento no haber sabido, piensa. Y aquí me quedo, piensa.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/05/2015 a las 13:02 | Comentarios {0}


Ha sido -piensa Dido- el último intento. Hay en la especie humana una amalgama que no crea aleaciones sino más bien lodo (como tan bien lo vio Isidre Nonell con su particular forma de mezclar sobre el lienzo lo que los demás pintores suelen hacer en la paleta). No es venial el odio como tampoco lo es la manipulación que con la idea de dios se ejerce sobre los hombres. Hay mucha basura que aventar (claudicada por la edad del sentido griego de entusiasmo, apenas creo que se avente una poca basura que luego volverá a caer sobre los hombros de los más desfavorecidos) y mucha lógica de las cosas que aplicar a nuestros propios días. Soy -sigue razonando Dido- un simple agobio que respira. Apenas me siento con fuerza para rebatir lo que es de por sí evidente. No podría más que repetir un par de veces una misma idea y a partir de entonces callar hasta quedar sonriente como la Piedad muestra su dolor ante el Cristo yacente.  Soy -piensa Dido- un eslabón débil. Me corresponde por lo tanto caer en la nieve, morir fría. Me gustaría que hubiera tras el horizonte una atalaya desde donde contemplar el devenir de los siglos o para constatar la inmovilidad que preveo en las cuitas de los hombres o para solazarme con sus imprevisiones y giros. Hay en mí, desatenta en lo cotidiano, un pulso que me lleva a estudiar las mareas y los confines. Y veo, porque en mi posición está el verlo, el azote de nuestra vanidad en nuestros lomos.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/05/2015 a las 13:11 | Comentarios {0}


Ruido. Fotografía de Olmo Z Agosto 2015
Ruido. Fotografía de Olmo Z Agosto 2015
¡Andurriales! ¡Andurriales! Me quemé la minga. Desparramé lágrimas. Y las faldas se levantaron justo tras las ortigas. ¡A las armas! ¡Desnudas las varices! No, no me arrepiento. Seguiré desnuda con los cojones colgando. Hay en el prado una mentira morada y dicen los aldeanos que se retuercen las vides. Yo no lo sé. Sólo salto a la comba. Unas veces del derecho y otras veces del revés. Mil años. Una docena. Porque me levanté con el miedo en los ijares y sentí las bridas metiéndoseme por las grupas como alfileres muy pequeños que pincharan mis médulas. No digas más veces alto. No sosiegues a las caballerías. Llegaré en el carro más tarde y te convenceré de que siendo viejo llevo bragas. No me avergüenza. Ni siquiera cuando en la roca alta me detengo; levanto mis faldas; bajo mis bragas; cuelgan mis huevos y cago a mis anchas mientras por el camino los romeros entonan unas loas a no sé qué puñetero dios al que le deben todo. Yo no no me avergüenzo. Lo repito. Porque nací sin sesgo y me mordí las uñas. Porque estoy dispuesta a poner el culo para que el caballo fiero me penetre entera. Yo no me caí de yegua. Yo no recogí abono de comadreja. Yo no escupí sangre. Yo no me sentí linda. Soy un viejo, nada más. Soy un viejo que sueña con la alfombra de un sha. Soy un viejo que mea a horcajadas. Soy una niña que se cepilla como si fueran los pelos hilos de seda en el telar. Y mis barbas las afeito. Y mi pecho lo refuerzo con algodoncillos como es tierna la melena de los buzos. Y me sosiega la esperma. Y me sosiega la última balada del poeta vagabundo. Y duermo como una bendita las noches de tormenta, a campo abierto, abiertas las piernas por si un rayo misericordioso cayera en mis pelotas y las fulminara para siempre entre abrojos y ojos de ternero. No arriendo la ganancia porque nada gané y cuando se me caen los dientes alabo la bendita figura del universo que es panza de burro alrededor de eje de un mundo. De cualquier mundo, de cualquiera. No alardeo. No me enervo cuando pasan los días sin alimento y reconozco mi miedo a la lluvia mansa y a las fieras insecto que son las dueñas de todo lo que creemos nuestro. Ven a mí, cariño, que me ha tocado la pedrea y la he guardado en el refajo, lejos de miradas discretas que son las más rijosas de cuantas caigan sobre ti. Porque no puedo creer en las obras de los hombres. Porque entendí la importancia de Napoleon y vomité durante años. Millones dijo una que me tocaba los huevos y extrañada se repetía mientras me enseñaba a otros, Pero si es un niña y miradla que par de testículos, llenitos, llenitos de simiente. ¿Dónde está la tierra para ser preñada? ¿Qué tierra tiene la vagina lo suficientemente grande como para albergar tal río de lefa? ¿Qué río no se haría con los líquidos de esta criatura? Así iba yo ufana, con mi barba de días, mi falda floreada, mi atroz ronquera. Dormía en pajares. Venían los mozos. Me tomaban y sentían asco. Me apedrearon. Me abrieron la crisma. Sentí la muerte que entraba por la frente. Y al dejarme ir volvía de nuevo. Sé que me dirás que no he conocido las neveras, ni sé nada del gas. Sé que tendrás muy buenas razones para azotarme. Azótame. Desángrame. Sácame las tripas. Ponme una compresa. Atiende mi fiebre. Arráncame la cabeza. Sé atronador. Sé inclemente. Dime que te rece. Dime que te adore. Hazme caer de hinojos. Pasa un hisopo por sobre mi testuz. Desencalla mi voz. Desnuda mi espalda. Latígame. Más. Más. Que me corro. Que soy manatial de vida mezclado en sangre. Que soy roca. Que me mareo. Que caigo en la espesura. Que me pudro por dentro. Que estoy sediento de crema de güisqui. Que te cantaré unas soleá con mi voz de princesa. Sin guisante. Ni un ladrillo sentirían mis riñones. Mis riñones hembra. Mi barba macho. Cabrón. Piojoso. Abandonadme. Porque no sabéis cómo, cómo y aquí estoy abierta de piernas con los cojones colgando. Amarilla por dentro. Con ganas de saltar. Me robaron la comba. Haré un patín y volaré por el camino de piedras, el que lleva al Leteo y al olvidarme de mí seré por fin quien era. No conseguiréis atarme a la cama. No valdrán de nada esos barrotes. La cárcel es sólo para cobardes. El verdadero peligro está en la calle. Yo te lo digo que soy viejo y llevo trenzas; que me hago llamar Paulina cuando llega junio y justo al empezar noviembre me nombro Estela y cuando cae abril me hundo en mí.  Decídselo a todos. Yo me voy a la cueva a mirar la sombra porque la verdad no existe y mi cabeza está a punto de estallar. ¡Al alba, lucero, al alba!

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/05/2015 a las 12:28 | Comentarios {0}


Está en la roca
Tres ladridos
Ladridos en serie
Buen sonido de mar con algo de voces
Gritos (buen sonido)
Un ratoncito muerto. Máquina segadora. Bastón.
No quiere ir a la Roca Verde.
Ya.
Pasos y viento.
El perro sigue tirando. Coches. Pasos.
Mucho viento.

24.05 24.11 24.30 24.30-25.30 28.40 29.05 32.21 32.34 35.23 35.28 00.46 01.11 02.11 03.41 4.19 5.00


 

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/04/2015 a las 12:23 | Comentarios {0}


Al derramarse y volver a su contenido creyó haber descubierto el equilibrio. La mañana se había ido construyendo a través de palabras de sabios; uno argüía que el erotismo nace de la conciencia de la muerte; otro que el dharma no tenía por qué estar en oposición con el moksa; más allá se encontraba el She King y su poesía extraña y autoritaria (se preguntaba entonces si era posible, realmente, algún tipo de poesía autoritaria, si esos dos conceptos no encerraban un oximoron); así se había ido construyendo por mucho que en su alma cundiese una respiración entrecortada al hilo de un influjo negativo del devenir; cada vez más el presente -se decía- era el lugar dichoso, el puro instante; un instante del cuerpo desnudo de una mujer al que hubiera querido abocetar de inmediato; ese instante -se decía- es el mundo, todo el mundo, la totalidad del mundo; sólo el presente, se decía de nuevo, mientras dejaba que las volutas del humo se elevaran y tras ellas se dejara llevar hasta el día en el que los primeros hombres, venidos de la lejana África, atravesaron el estrecho de Bering y comenzaron la conquista del continente americano o -disueltas ya las volutas- recordara haciéndolo presente su presencia en lo alto de la Roca Blanca. No más allá podía ir. No más allá sabía ir. Hasta donde sabía era un hombre solitario. Hasta donde sabía no podía saber con absoluta certeza sin la elección había sido suya. Tan sólo miraba sus manos y escuchaba las olas del océano Pacífico mientras decidía si un té verde sería el acompañamiento idóneo para esa hora de la mañana. Porque estaba el fondo del Universo. Porque estaba la condensación del tiempo cuando éste se acerca a un agujero negro y estaban las olas del Pacífico entrando en sus oídos. Porque estaba una historia de un devoto hipócrita y aquella otra de un moro celoso a las que tenía que hacer caso y aún más a las que debía de dar luz. Nada era inútil, se decía, y sonreía con el término inútil y sabía que su vaguedad le hacía mejor aunque el término mejor le obligase a una comparación con vaya usted a saber quién. No tenía frío. Ya no tenía frío. En ese presente que una vez escrito ya había pasado, se encontraba una carretera muy oscura, el meandro de un río, las aguas turbias de un pantano, un anochecer rojísimo, las notas de un cigarro sonando en las teclas del piano y una voz dulce y rota como piel de durazno; allí estaban, adensándose, todos esos instantes que seguro había vivido; allí estaban cálidos, dejándose ser con los ojos cerrados y la mente deambulando por su propio ser. No quería morir y no sabía si quería un té. No quería irse aún por las olas, por la voz, por ahora, sobre todo por ahora, no, no quería dejar de oler, él que había cogido la tierra entre sus dedos, la tierra húmeda, y la había olido y la tierra mojada, el olor de la tierra mojada, le había provocado un llanto de niño, un llanto de cosa buena que se prueba por primera vez.
Estaba de espaldas al mundo y frente a él su historia, sus dedos, su memoria, sus agujeros negros -densidades brutales que acaparan gravemente la luz-, sus anhelos de diletante, sus placeres de libertino, sus caricias de siempre, sus nostalgias, su imperfección bendita y su antipatía por las formas perfectas, por las Ideas, por la contemplación interesada, por la verdad como arma. Estaba de espaldas al mundo. Luchando. Aún. Respirando entrecortado. Con un temor sagrado al mañana y al ayer y sin embargo profanamente viviendo el instante, el segundo, el minuto, masticándolo con gusto, saboreando su tránsito.
Se haría un té.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/03/2015 a las 18:30 | Comentarios {2}


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