Expresa la línea el territorio (que delimita, que se estira o que divide sin posibilidad de brazos)
Quizá calentar cabeza y mano
Mayo se alterna con la faz temible de la Erinia (podría enlazar un verso y el destierro)
¿Cómo se expresa en línea la decisión equivocada? (equivocada con respecto a lo usual. No hay ensayo. Más bien la melancolía del esfuerzo. Ráfagas como rayos. Poco más)
Debería envolverme en alguna plegaria. Sugerir la limpieza. Quitar de moho (suponer moho como endeblez del espíritu [esa idea del azar Tycké griega-clásica]). Juncal mi espíritu por no darle materialidad a esto que me consume sin llama y me quema sin fuego.
Devolveré mi podrida calavera al estercolero mundo vacía de cerebro, puro hueso, tosquedad pura para no enredarme más y sugerirme en plena descomposición una teoría que alivie este páramo que sueña prados.
¿Al elevar la mano?
¿Al descubrir la mancha?
¿Al escanciar la última gota de lluvia dorada?
Es definitivo asomarse al abismo (si quieres agárrame y cuando te lo pida déjame caer. Verás el descenso. El hondo suelo. Verás el reptil sobre la roca. El sapo hermoso con su disfraz de azul. Hécate se mostrará entera [no duermas entre sus cuernos]). La aurora teñirá con sus dedos rojos la esfera y me verás mantener en el descenso los ojos abiertos fijos en el manto adornado de explosiones.
Me voy a mí.
Dice un proverbio de pueblo que habita las alturas: La montaña siempre está más lejos.
Fue al final del camino, donde da la vuelta el aire. Llovía y la lluvia y el color del mundo presagiaban una emoción intensa. Bajó el último trecho donde las raíces de un árbol, casi a ras de tierra, servían de escalón y al bajar, al acercarse al regato, nacido del deshielo y de abril, olió el mundo como se huele alguna vez. Se quedó quieto. Cerró los ojos y vio los pájaros que andaban escondidos en los árboles, sintió el roce de sus alas, sus patas en los nidos, el gusano en sus picos; vio el agua fluyendo, siempre el agua fluyendo hacia el lugar que en nada le incumbe y creyó vislumbrar entre su densidad una vida fértil como el vientre de la mujer en primavera. Estaba quieto. Sus brazos caían sin tensión. Sus manos sentían la lluvia y cierto frío semejante a la nube que todo lo cubría provocaba en él la tensión propia del final. No le hubiera importado morir. Quizá por eso empezó a llorar sin el esfuerzo del desahogo sino con la calma de la respiración del mundo. Cuando el mundo respira solo. Cuando nada ni nadie le obliga a jadear. No había comunión entre él y la naturaleza porque ambos, por fin, eran lo mismo y ese ser lo mismo provocaba una emoción sin nombre, una emoción que sólo el corazón sabe descifrar y acatar sin tiempo, sin articulación, sin devenir. De ese estado surgió la idea de haber comprendido algo. En su mente la imaginación le abrió su niñez y se miró en sus ojos de niño y supo entonces que antes, alguna vez, había sentido lo mismo. Supo que ese estado lo había vivido cuando en la alta infancia jugaba sentado en una silla con el celofán de un caramelo. Los sonidos del celofán eran entonces los que le hacían uno con la naturaleza. No había juicio. No había valoración. Tan sólo había sonido de caramelo.
A veces veo un toro y me entra miedo. El toro está tranquilo. En realidad el toro está pastando. Juraría que no me haría nada si pasara por su lado. Sólo que es tan grande. Tiene unos pitones tan afilados. Y luego la mirada de los toros que es como la mirada de las vacas, una mirada que parece no decir nada. Una mirada que incluso si tuviera la intención de embestir no podrías descifrarlo en sus ojos. La mirada bovina es una mirada terriblemente vacía.
El toro está en la gran pradera que atravieso todos los días. Posiblemente, pienso, habrá atravesado el muro de piedra que separa la dehesa del camino en un lugar en el que está derruido y el toro no habrá tenido más que encaramarse un poco y saltar hacia las hierbas frescas, de primavera, picoteadas desde hace unos días con unas florecillas silvestres y amarillas. El toro pasta. ¡Qué grande es un toro! Al principio me acerco para saber si es toro o vaca. Cuando veo que es toro y que el toro me ha olido y se ha girado para ubicarme bien, se me hiela la sangre porque está relativamente cerca, me lo he encontrado de sopetón, no más de treinta metros y sé que si el toro se arranca me cogerá, me volteará, me empitonará. Miro enrededor. Busco una salida. Pienso estrategias. Hacerme el don Tancredo que es una suerte que se hacía antiguamente en las plazas y que consistía en que a un hombre se le ponía en un pedestal y soltaban a un toro. El toro tiene muy mala vista y normalmente si no te mueves el toro no embestirá pero hay que tenerlos muy buen puestos para que se te acerque un animal de 600 kilos y tú permanezcas inmóvil.
Lentamente me he ido alejando. Llovía una lluvia fina. No sé por qué he establecido una relación entre el toro visto de improviso en una pradera y el dolor del desamor como si el desamor fuera un pitón que se hunde lentamente en el corazón y en la vejiga y desgarra por dentro algo que no es sólo carne, nervios y hueso sino también presente y ausencia y olor. (Mi perro no ha sido consciente del peligro que ha corrido. Él se ha acercado mucho más. Le he llamado. Le he gritado. Le he rogado que volviera. Cuando el toro se ha encaminado hacia él y por lo tanto hacia mí, he decidido dejarlo a su suerte -también sé que Nilo es más ágil, corre más, seguro que habría huido-). En ese dejarlo a su suerte y en ese huir yo, es donde he establecido la relación entre el toro y el desamor y me he dicho que cómo era posible que alguna vez al encontrarme un desamor tan hondo como el más temible toro he tenido la osadía de no salir huyendo sino que me he encaminado hacia él, sin capote y sin montera, en mitad de una pradera en primavera con la mirada bien alta y mirando al desamor a los ojos hasta descubrir que la mirada del desamor está vacía como la mirada del toro. La mirada del desamor está ciega y no avisa si va a embestir.
La lluvia me ha hecho olvidar. Me gusta la lluvia en el bosque. Me gusta el olor a humedad del bosque. Me gusta el toro en el recuerdo.
El toro está en la gran pradera que atravieso todos los días. Posiblemente, pienso, habrá atravesado el muro de piedra que separa la dehesa del camino en un lugar en el que está derruido y el toro no habrá tenido más que encaramarse un poco y saltar hacia las hierbas frescas, de primavera, picoteadas desde hace unos días con unas florecillas silvestres y amarillas. El toro pasta. ¡Qué grande es un toro! Al principio me acerco para saber si es toro o vaca. Cuando veo que es toro y que el toro me ha olido y se ha girado para ubicarme bien, se me hiela la sangre porque está relativamente cerca, me lo he encontrado de sopetón, no más de treinta metros y sé que si el toro se arranca me cogerá, me volteará, me empitonará. Miro enrededor. Busco una salida. Pienso estrategias. Hacerme el don Tancredo que es una suerte que se hacía antiguamente en las plazas y que consistía en que a un hombre se le ponía en un pedestal y soltaban a un toro. El toro tiene muy mala vista y normalmente si no te mueves el toro no embestirá pero hay que tenerlos muy buen puestos para que se te acerque un animal de 600 kilos y tú permanezcas inmóvil.
Lentamente me he ido alejando. Llovía una lluvia fina. No sé por qué he establecido una relación entre el toro visto de improviso en una pradera y el dolor del desamor como si el desamor fuera un pitón que se hunde lentamente en el corazón y en la vejiga y desgarra por dentro algo que no es sólo carne, nervios y hueso sino también presente y ausencia y olor. (Mi perro no ha sido consciente del peligro que ha corrido. Él se ha acercado mucho más. Le he llamado. Le he gritado. Le he rogado que volviera. Cuando el toro se ha encaminado hacia él y por lo tanto hacia mí, he decidido dejarlo a su suerte -también sé que Nilo es más ágil, corre más, seguro que habría huido-). En ese dejarlo a su suerte y en ese huir yo, es donde he establecido la relación entre el toro y el desamor y me he dicho que cómo era posible que alguna vez al encontrarme un desamor tan hondo como el más temible toro he tenido la osadía de no salir huyendo sino que me he encaminado hacia él, sin capote y sin montera, en mitad de una pradera en primavera con la mirada bien alta y mirando al desamor a los ojos hasta descubrir que la mirada del desamor está vacía como la mirada del toro. La mirada del desamor está ciega y no avisa si va a embestir.
La lluvia me ha hecho olvidar. Me gusta la lluvia en el bosque. Me gusta el olor a humedad del bosque. Me gusta el toro en el recuerdo.
Una simple cuestión aritmética: si cada municipio de la Unión Europea acogiera a una familia - ¡UNA, UNA SOLA, UNA FAMILIA, SOLO UNA!- de refugiados, sobrarían miles de municipios.
¡Basta ya de tanto fariseísmo!
¡Basta ya de tanto fariseísmo!
Pezón gris
Pluma de bucanero
Almohadón del rey
Gota en un limonero
Disolución ácuea
Milagro en los dedos
Clasificación mediana del enamorado
Altura de miras
Solaz e invierno
Maravilla de ojos
Densa insatisfacción en la página de contactos
La suma de todos los momentos
Volver, volver, volver
En sueños
Las manos frías alrededor del cuenco
Una ocasión perdida
Diálogo frente al público en el que se reconoce el miedo
Nunca más
Siempre
Sentada frente a la pantalla eligiendo el vestido
La lluvia que caía con cadencia de beso
La última oportunidad
Terraza. Montaña. Nevero.
Tierra removida por pezuña de jabalí
Cenicero, puñal y cruz de nuevo
El tiempo flota
La ardiente tierra del desierto
Desierto
Desierto
Sirenita 7
Estupenda 52
Lola 54
Rachel
Ojosgrises
Paraíso
Wesana se ha interesado
Las manos siempre frías
Los bolígrafos dispuestos
El teléfono mudo
Nena envía un flechazo
y Pepa y Anisia
Negra la mañana
Mañana tarde
En Orleans también ocurre
Una discusión
Otro nombre
Otro más
ha aparecido
Pluma de bucanero
Almohadón del rey
Gota en un limonero
Disolución ácuea
Milagro en los dedos
Clasificación mediana del enamorado
Altura de miras
Solaz e invierno
Maravilla de ojos
Densa insatisfacción en la página de contactos
La suma de todos los momentos
Volver, volver, volver
En sueños
Las manos frías alrededor del cuenco
Una ocasión perdida
Diálogo frente al público en el que se reconoce el miedo
Nunca más
Siempre
Sentada frente a la pantalla eligiendo el vestido
La lluvia que caía con cadencia de beso
La última oportunidad
Terraza. Montaña. Nevero.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/05/2016 a las 12:07 | {0}